María del Yerro, el sueño cumplido bajo el sol de la Ribera
María del Yerro "estaba predestinada": traduciendo libros de viajes y vinos despertó su gran curiosidad por este mundo
En 2022 celebrará 20 años de Viñedos Alonso del Yerro, que fundó junto a su marido, Javier: "El vino es emoción y también disfrute"
Somos la familia que nos lleva. En ella escribimos los renglones de nuestra biografía. Es nuestro puerto de abrigo, el muelle de confianza en la travesía de la vida. Al golpe de su cincel nos moldeamos como piezas artesanales de cantería. En su fragua nos forjamos, nos hacemos. Un día formamos la nuestra y la añadimos, y prolongamos la propia. Así son los Alonso del Yerro (Javier y María), la familia y uno más: el día en el que hablábamos nacía su 11ª nieta, Casilda.
Todo comenzó en La Rioja, con Juan José, el abuelo de Javier, boticario y enamorado del vino hasta el punto de que en la trastienda de su farmacia se hacían ilustrativas charlas alrededor de unos vinos. Luego vinieron la creación de unos laboratorios farmacéuticos en Madrid, Alter, y la culminación de un deseo: la compra de una bodega, una de las clásicas de La Rioja: Solar de Samaniego.
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Pero María y Javier tenían sus propios sueños, que materializaron en la Ribera del Duero, cerca de Roa, el pueblo al que se conoce porque allí murió el cardenal Cisneros y fue ajusticiado Juan El Empecinado. Por aquí el Duero baja tranquilo, en un leve desnivel que conforma el balcón más espléndido de la Ribera, sobre una vega dominada por viñedos. Un lugar donde se funden colores y adjetivos.
En el 2002 arranca su sueño, Viñedos Alonso del Yerro. Como en todos los comienzos, las dificultades sobrevienen y la primera añada (2003) la hicieron en un espacio alquilado. Al año siguiente, Miguel, el hermano arquitecto de María, construyó la bodega alrededor de sus parcelas, cuyos nombres llevan el bordado de sus hijos: Santa Marta (por su cuarta hija), Quinto de Pedro y Los Mayores (en clara alusión a los tres primeros).
Un paisaje de cielo y tierra, donde las nubes hablan solas.
Los años se iban sumando a la vida y entre el 2005 y 2008 construyeron su casa adyacente a la bodega. Una preciosidad, con cipreses erguidos enseñando lenguajes de bienvenida, y claros matices que recuerdan a las moradas toscanas. Un hábitat creado para la conjunción de la familia y la celebración de la amistad, que los Alonso del Yerro entienden como una prolongación de esos afectos. El espacio nos sitúa al pie mismo de los viñedos, de la multiplicidad de colores según las estaciones: grises, ocres, marrones, violetas, magentas, horizontes azules sobre un jardín de vides. "La arquitectura del aire", como escribió el poeta Carlos Marzal.
"Entendemos también la bodega y sus quehaceres como un desarrollo del ámbito familiar". "Así fue desde el principio con nuestro primer enólogo, Gonzalo Iturriaga (hoy al frente de la elaboración de Vega Sicilia), que siempre dice que fuimos sus padres y no sus empleadores". "Queríamos que nuestros vinos tuviesen personalidad y se perfilaran como los franceses, por ello contactamos con Stéphane Derenoncourt, un prestigioso consultor de Burdeos que nos ayudó en la construcción de la idea y nos recomendó a Lionel Gourgue, que desde el 2006 está con nosotros y que junto con el equipo de bodega forma parte de nuestra gran familia". "Lionel comulga con aquello en lo que siempre creímos: el vino se hace en el viñedo", cuenta María.
Así nació su vino, bajo la marca Alonso del Yerro, cultivado en 22 hectáreas de viñedo plantadas mayoritariamente en los años 80 y que vinifican por separado. Un vino de enorme calidad que consiguió enseguida hacerse un nombre en el panorama vinícola de la zona.
En el 2007, como si quisieran seguir los pasos de Cipriano Salcedo, el protagonista de El Hereje, de Delibes, llegaron hasta Toro (Zamora) y compraron Finca Miguel (el nombre de su primogénito), y allí nació su vino Paydós, que se llama así porque así firmaba a los ocho años su hijo Pedro (el benjamín). Tierra de clima puramente castellano: días cálidos y noches frías que imprimen carácter y personalidad a sus vinos.
"El 2011 fue un año de crisis especialmente complicado para nosotros. No dudo que el accidente cardiovascular que sufrió Javier al año siguiente fue consecuencia de ello. Lo superamos, como siempre hicimos: juntos, unidos, con la fuerza que siempre te da la cercanía de los tuyos"; "por esa época se incorporó nuestro hijo Miguel como director general y fue decisivo". "Miguel es ingeniero agrónomo y ha aportado mucho a la empresa".
Conocí a los Alonso del Yerro un otoño de hace un par de años, en esa casa sosegada, comiendo frente a un inmenso ventanal por el que entraba la luz a raudales de un sol que jugaba entre nubes, dejando el dulce resplandor de esta tierra. La tarde apaciguaba el brío luminoso de la mañana en aquel lugar donde maduran los afectos y progresan la hospitalidad, las vivencias y la amistad. Allí le pregunté a María cómo se sentía ella dentro del mundo del vino, ya que no era ese su origen: "Creo que estaba predestinada. Como sabes, era traductora para varias editoriales y me tocó traducir libros de viajes y de vinos y ahí se me despertó una gran curiosidad por este mundo tan apasionante". "El vino es emoción y también disfrute", sentenció. La tarde iba cayendo en conversación y compañía, en un ir y venir de nubes y pájaros.
La familia siempre está presente, es el denominador común, el generador de energías: "Me admira cómo mis nietos, tan pequeños, son magníficos catadores de uvas y les interesa y les admira el envero". "Les encanta venir y disfrutar de la libertad que da el entorno". Como decía Borges: "El vino fluye rojo a lo largo de las generaciones como el río del tiempo". Lo creado y lo soñado son el mismo mandamiento.
Llamo a la conversación a mi amigo Rodrigo Varona, socio de la consultora gastronómica Brandelicius: "María me ha sorprendido siempre por su humildad, por su carácter tan positivo pero sobre todo por su resiliencia, su persistencia en sus objetivos. Nunca desfallece ante la adversidad y permanece fiel a sus ideas. Si utilizáramos un símil marinero te diría que es una magnífica patrona para travesías a contraviento". "Su proyecto es un ejemplo de tenacidad. Con un tamaño de bodega y una manera de elaborar y producir tan peculiar ha logrado hacerse con una magnífica reputación aún estando rodeada de gigantes".
Le digo que llega el momento compartido, el de abrirnos una botella de vino: "Abriría un María 2005 pero ya no me queda ninguna en mi bodega. Fue una añada especial, fabulosa, excelsa, y sería la ideal para terminar esta placentera charla". María es un vino que proviene de dos parcelas muy especiales y que solo elaboran cuando se da la calidad necesaria. Un vino muy exigente. Le propongo un salto en el tiempo, al 2013, una añada difícil, en la que se miden los bodegueros.
"Mira, desprende aromas de flores de campo y en un rato aparecerán frutas golosas", me señala. Una elegante propuesta aromática y un sabor con vocación de permanencia. Un vino que regala felicidad.
Esta vez en el brindis me arranco yo: "Salud para Casilda, la recién llegada, cuyo nombre significa poesía. Bienvenidos sean sus días del futuro". María se enternece. Palabra de vino.