El Val de Monterrei en Ourense tiene algo de camino de la vida. Para los que vivimos fuera de Galicia, cuando volvemos, allí nos esperan los primeros abrazos, el calor de la bienvenida. Es cuando sientes que ya has llegado a la tierra. Cuando te vas, aquí se quedan los últimos abrazos, las punciones nostálgicas, los deseos de volver. Entrada y salida, ida y vuelta, llegar y marchar, todo eso es Monterrei, una caja negra que recoge la escritura de los sentimientos, de palabras que se dejan en el aire a modo de legado.
En esta manera de ir y venir siempre he pensado que Verín es sitio de manantiales, de aguas, de esas poblaciones en donde no existe el tiempo y sus gentes se mueven al compás de las marcas del sol y sus costumbres. Los lugares así tienen algo de mágico. Decía Marcel Proust: “Son increíbles las ciudades de aguas, pasan más cosas allí en un día que en el resto del país en un año”. Quizá por ello José Luis Mateo, antes de dedicarse al vino buscó trabajo en las envasadoras de agua de la zona. Qué gran comarca esta que une tierras, hablas y sensibilidades y que sirve también, como la vieja Pontevedra, para dar de beber a quien pasa.
El escritor Otero Pedrayo se refería a estas tierras de Verín y Monterrrei como “O Val” (El Valle), así por antonomasia. Tierras hermosas, ricas en historia y cultura. Los Condes de Monterrei convirtieron su fortaleza, no solo en el escudo y defensa de la entrada a Galicia, sino en una corte señorial, en un centro cultural de los más sobresalientes de la época.
Hay que señalar que en 1491 se instaló aquí la primera imprenta de Galicia, de la que salió el Misal de Monterrei o Misal Auriense, el primer incunable de Galicia.
José Luis se fue a Madrid, a estudiar al ESIC, estudios que simultaneaba con los de Publicidad, pero sabía que no se iba a quedar allí. Sentía la llamada. Volvió y buscó trabajo además de en el sector de las aguas, en el de la moda, y consiguió emplearse en una empresa de transporte internacional de viajeros. Y se quedó en Verín.
Su familia tenía viñedos para el autoconsumo en su bar A'Canteira, un evidente homenaje al cabeza de familia, que ejercía la hermosa profesión de cantero. “Recuerdo todavía el sonido onomatopéyico del golpear del cincel sobre la piedra -me dice-, como el canto musical de un abecedario, la conjugación de un verbo”. “ Pero mi padre no solo entendía el lenguaje de la piedra, tenía vocación de agricultor, amaba la tierra, a esta tierra”.
José Luis ya desde Madrid planeaba plantaciones porque, para él, el vino lo era y lo es todo. Prosigue: “Con lo que más me identifico es con el compromiso con la tierra, ligado a un territorio, a una cultura determinada. No lo entiendo fuera de este contexto. Tiene una parte de vinculación sentimental muy importante para mí”.
Un valle marcado por una singularidad: el río que lo atraviesa, el Támega, que queriendo virar la línea de su destino es el único de Galicia que desemboca en el Duero y no en la cuenca del Miño o del Sil, como si quisiera conducir un sentimiento, el de una fértil hermandad con el país vecino. Y luego están esas montañas que quieren ser también un terreno compartido, el desafío de unas líneas invisibles para que se puedan transitar por igual España y Portugal.
Apunta José Luis: “Esta es una tierra desconocida. Es diferente. Y como en muchas ocasiones lo más valioso está en lo que no se ve, en las zonas de montaña y su variabilidad de suelos que le dan al vino un carácter extraordinario. En la margen diestra se enseña un granito más en superficie, en la margen izquierda el granito aparece más profundo y en ambos sitios los vinos tienen texturas y comportamientos diferentes”.
Montañas de metáforas y nieblas, de un río que derrama su mansa humedad sobre los viñedos, de noches que bajan como una escalera para dejar también el frescor necesario para la vid. Un punto de referencia en los mapas del corazón.
Le pido su opinión sobre José Luis a Jacobo Mojón, propietario de una vinoteca joven pero muy bien armada de producto, Sybaris 2.0, en Ourense: “Es un fanático de la excelencia. Produce utilizando un único criterio: la calidad. Muy exigente con su trabajo y vive en una continua tarea de investigación y pruebas. Es muy riguroso. Siente devoción por lo suyo. Trata de hacer el vino perfecto, lo intenta permanentemente”. “Es un erudito, prueba, conoce, practica una infatigable labor de rescate de variedades olvidadas. Es un forofo de la dona branca y de la monstruosa (dos variedades autóctonas). Asume muchos riesgos. Es muy especial. Su divisa: Todo por el vino”.
“Un día en una cata en nuestra vinoteca, nos sorprendió a todos afirmando que el vino no debe protagonizar la conversación de una comida, no debe enturbiarla, solo tiene que acompañarla y no provocar distracciones”.
Se la pido también a Xoan Cannas, director del Instituto Gallego do Viño y sumiller del restaurante Pepe Vieira (una estrella Michelin y dos Soles Repsol): “Para hablar de José Luis Mateo hay que hacerlo en dos direcciones: la personal y su recorrido profesional. En lo personal yo diría, con permiso de Manuel Rivas, que desaparecido Isaac Díaz Pardo, es el 'hombre más querido de Galicia'. Todo el mundo lo adora. Es un antihéroe, un líder sin quererlo. Genera atención sin demandarla. Atesora grandes valores. Es de una humildad ejemplar”.
“En una ocasión me regaló una botella sin etiquetar que decidí abrir para unos periodistas brasileños que son buenos conocedores de los vinos gallegos. Se quedaron pegados ante el resultado: impresionante. Lo llamé para decírselo. Como no estaba etiquetado, le referí el corcho y me respondió: 'Ah, ese vino no lo saqué al mercado'. Así es él, un tipo verdaderamente singular”.
“En lo profesional, tiene una fe ciega en la tierra. Es como Tolkien, capaz de inventarse un territorio, de hacer resurgir una zona que yacía dormida y hacer grandes cosas”. “Es muy tenaz: sí o sí, tiene que ser así. Tiene un grandísimo valor, ha sabido ver el potencial de esa geografía, de exponer esa verdadera posibilidad de asentamiento en lo rural, de redescubrir un territorio y hacer vinos de gran calidad”. “ Y como catador es formidable, tiene un conocimiento amplísimo del mundo del vino, fruto de su indagación, de su curiosidad, de probar y memorizar... Es de una extraordinaria calidad humana. Como diría Calamaro: honestidad brutal”.
“No me gusta la dirección que lleva Monterrei, la de la producción que atiende a la cantidad más que a la calidad, a la comercialización pura. Me da la impresión de que estamos perdiendo tiempo. Aquí se puede hacer cualquier vino grande. Venimos de un tiempo que la viticultura casi no existía. Pero dicho eso y aunque parezca contradictorio, al menos el sector se mantiene vivo en esta posición y por tanto siempre quedará margen para la reflexión y la reconducción. Es importante que al menos el sector se mantenga con vida, que las bodegas generen riqueza y lo animen”. De esto habla José Luis Mateo, de defender antes que nada el sector y el emplazamiento y luego buscar la mejoría, El Progreso.
“Hay que medir, pensar, equilibrar... y poner todo en marcha. Pero para eso uno tiene que llevar en el alma un poco de marino, un poco de pirata, un poco de poeta... y un kilo y medio de paciencia concentrada”, escribió Gabriel Celaya.
Le hablo de A Trabe 2005, el vino que asaltó los cielos y las mesas de los mercados internacionales en virtud de los 97 puntos Parker (la primera vez que un vino tinto gallego conseguía puntuación semejante). Me responde: “Tengo una relación de amor/odio con ese vino. Me explico: fue extraordinario en tanto en cuanto demostró que se podían hacer vinos de talla mundial, que los públicos internacionales llegaran a percibir, a conocer, que en Galicia se podían hacer vinos tintos muy apreciables. Fue poner a Galicia en el mundo de los tintos y demostrar que, contra lo que se pensaba, los vinos gallegos tenían una enorme capacidad de guarda, de crecimiento. Y me rebeló el que todo se quedó en ese grado de atención y en un enorme descuido hacia la zona, hacia una labor de desarrollo, de su enorme capacidad, que de verdad la tiene. Fue como enamorarse del resultado y no del contenido”. Busca José Luis una convivencia de amplitudes.
Acudo a César Ruíz, amigo de nuestro protagonista de hoy, uno de los propietarios de la mejor tienda de vinos que conozco: La Tintorería, y que siempre me atiende con una impagable diligencia: “José Luis Mateo es una de las pocas personas realmente humildes, si nos atenemos a que la humildad es la única virtud que se pierde con solo nombrarla. Es el viticultor, vigneron, viñador o como queramos llamarlo por excelencia. Tuvo el apoyo inicial de Raúl Pérez, que le ayudó sobre todo en la bodega, porque en el campo José Luis es imbatible y logró desarrollar un sello sin igual, muy suyo”. “Aguanta los vinos durante años, los espera, les da tiempo, los mima...”. ”Ajeno a tendencias, sigue su propio camino y es un bastión del vino gallego; como dice Juancho Asenjo, el Henri Jayer de Galicia”. Saltamos de un tema al otro y hablamos de A’Canteira, el que fue bar familiar de los Mateo, y César con cierta jocosidad dice: “Era el bar donde mejor se bebía del mundo. Solo con los descartes de José Luis...”.
El filólogo, escritor, profundo conocedor del mundo del vino y colaborador de El País Joan Gómez Pallarés escribió sobre Mateo: “Es el viñador que trabaja la tierra para dejarla a quien venga detrás en mejor estado del que él la encontró. “Es un hombre amable que muestra generosidad, sinceridad y empatía hacia su tierra y sus gentes”.
Y para cerrar el círculo telefoneo a mi querido Mariano Fisac, autor de dos libros imprescindibles, “Galicia entre copas” y “Vinos y lugares para momentos inolvidables”. Sé su saber acerca de José Luis Mateo: “Siempre he admirado su visión humanista y diferente de la agricultura, no como medio de vida, que también, sino como manera para el hombre de relacionarse con la tierra y el entorno. Alguien que claramente trabaja no pensando en sí mismo ni en hoy, sino en sus descendientes y la tierra que dejará en sus manos. Con sus vinos es igual. Mira al futuro con ilusión e inquietud y al pasado con crítica y recelo. Recuerdo cuando en 2014 le pregunté qué hacer (abrir o esperar) con una botella de Gorvia 2005. Es tan crítico consigo mismo que me contestó que lo mejor que podía hacer era tirarla por el fregadero. Por supuesto no le hice ni caso y la botella estaba excepcional. No sé qué dirá ahora del Gorvia 2015, pero la última botella que me bebí casi me hace llorar”.
El Couto Mixto es, como su propio nombre indica, una tierra de mezclas, de mixturas, de fronteras sin señalar, ni Galicia ni Portugal, de tierras de nadie, de horizontes sin dueño. Allí, Francisco Pérez Xico, el de la taberna del mismo nombre, produce desde comienzos de siglo, y siguiendo los consejos de su abuelo, un vino que lleva el nombre de la comarca, Couto Mixto.
Su añada 2018 es la elegida por José Luis para acompañarnos en el día de hoy. Lo define así: “Para mí, se resume en el nombre del vino: madurez, contrastes de frontera, de mezcla de variedades de aquí y de allá, hecho por un viticultor honrado. Un vino de una gran pureza”. Bebemos: se muestra sorprendente, intenso, muy expresivo, frutal, sabroso, fácil de beber. Un vino que trae la nostalgia de una sabiduría antigua.
Monterrei es tierra de acogida, de esperanzadoras despedidas, de hospitalidad, calor, donde se tejen fábulas de sentimientos y se escuchan susurros de la tierra, del porvenir, de futuros de los que no se sabe. Palabra de vino.