Javier Sardá, las luces de Marte iluminando el mundo
“La suerte tiene que producirse. Si no sabes aprovecharla es para matarte", admite el comunicador, que así recuerda sus comienzos: "Me tiré de cabeza"
El secreto de su éxito: "Pude hacer televisión porque había hecho tanta radio. Y pude hacer radio porque no la había escuchado casi nunca"
Carlos Latre lo compara con la garnacha del Montsant: "Con personalidad arrolladora, con carácter, pero también con fruta, vitalidad y la alegría y la pasión del ADN mediterráneo"
Marte y sus habitantes salían cada noche después de la luna para -remedando a Sabina- levantarle las faldas a este país. El patrón de ese espacio planetario era Javier Sardá, que iluminó -otra vez Sabina- y nos alegró 1.300 días y otras tantas noches.
Hablar con Javier es siempre un placer: es culto, simpático, brillante, rápido y muy divertido si él quiere. En el arranque de nuestra conversación, le pregunto cuándo decidió ser periodista y responde con determinación: “Te cuento: nací en el seno de una familia con unos problemas económicos gravísimos. Mi padre, que trabajaba en una empresa de productos químicos cargando bidones (era de procedencia agrícola, payés), se queda viudo y con cinco hijos. Mi hermano el menor tenía cuatro años y yo ocho, pero Rosa tenía ya veintitantos y ella, con mi padre, se hace cargo de todos nosotros. En aquel caos me envían a casa de unos abuelos falsos. Falsos porque yo les decía: 'No os llamáis ni Sardá, ni Támaro', y me respondían: 'No, tu abuelo murió y yo me casé con tu abuela; tu abuela murió y yo me casé con esta señora'. Aquello sucedía en Moncada i Rexach, allí nos llevaron a los hermanos pequeños cuando faltó mi madre. Pues en medio de aquel caos, yo tenía clara una cosa. Que quería estudiar, y así llegué a una academia particular donde te metían unas hostias impresionantes pero me parecía el orden dentro del desconcierto”.
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Se le ve feliz y relajado cuando habla de su infancia y adolescencia, cuando su escritura era ya apreciable. Escribía redacciones sobre Baroja y Galdós y fue por entonces cuando decidió hacerse periodista. Llegó temprano a la radio, a Radio 4 de Radio Nacional de España, cuando aún no había cumplido los 18 para hacer tareas prácticamente administrativas: “Allí fui creciendo profesionalmente, primero haciendo programas de música con los discos que allí había y terminé haciéndome cargo de las mañanas de Radio Nacional”. Y prosigue: “La suerte tiene que producirse. Hubo una reunión y pudieron haber dicho que lo haga fulano, pero no, dijeron: 'Que lo haga Sardá'. Esa suerte, si no sabes aprovecharla es para matarte. Y eso sí, yo me tiré de cabeza”. “Mirabas siempre hacia adelante como si allí estuviese el mar”, escribió Joan Margarit.
Le pregunto qué queda en él de aquel profesional que revolucionó la radio de entretenimiento: “Todo. Yo pude hacer televisión porque había hecho tanta radio. Y pude hacer radio porque no la había escuchado casi nunca, y por ello, cuando me propusieron hacer la desconexión territorial de Radio 1, me la inventé, no copiaba a nadie, y pienso que aquella frescura me vino muy bien”. “ Y luego vino el señor Casamajor. Un día me preguntaron si no tenía celos de él, y pensé: 'Es una pregunta freudiana'. Respondí que no. Nunca tuve celos de Casamajor, ni de Galindo, ni de Boris, ni de Latre. Los globos tienen que subir y cuantos más globos tengas en la mano más alto subes”.
Le sugiero que muchos de los presentadores que han triunfado en la televisión tienen un pasado fructífero en la radio, han sido muy curtidos en este medio: “La radio te asegura que la voz te salga -me responde-. La primera vez que me enfrenté al teatro abarrotado de “Moros y cristianos” estaba paralizado y de repente oí mi voz y era como en la radio. Me salvó saber hablar. Crónicas también era como hacer radio con una cámara delanteCrónicas”. Es cierto, la radio utiliza el instrumento más hermoso que existe: la voz. Decía McLuhan que “la radio afecta a la gente de una forma muy íntima, de tú a tú, y ofrece un mundo de comunicación silenciosa entre el locutor y el oyente”.
Si hoy es lunes, esto es 'Crónicas marcianas'
Crónicas Marcianas revolucionó también las noches de la televisión en España.
Lo cuenta muy bien mi amigo y colega Mikel Lejarza, que fue el responsable de su puesta en marcha:
“Cuando Pepe Navarro nos comunicó que dejaba Telecinco y se iba a Antena 3, comenzamos a pensar en quién y qué programa podría sustituir al Misissippi, que se había apropiado del late night de la televisión en España a base de mezclar humor, actualidad y espectáculo. Necesitábamos a alguien capaz de hacer todo eso y de hacerlo de un modo diferente, para poder competir con quien partía como líder indiscutible. Contactamos con Toni Cruz y Josep María Mainat que con Joan Ramón, su hermano, y desde Gestmusic, garantizaban una producción del más alto nivel; pero necesitábamos a alguien que pudiera dirigir y presentar el programa haciendo periodismo y entretenimiento al mismo tiempo. Y eso no era fácil en una sociedad que identificaba lo primero con la seriedad y lo segundo con lo banal, cuando ambas tareas exigen de una enorme profesionalidad y talento, y encontrarlo en una misma persona redoblaba la dificultad. Pero a todos nos surgió de inmediato el nombre de quien en aquellos años era el líder de la radio por las tardes en España: Javier Sardá".
"Quedamos a cenar en un excelente restaurante en Barcelona. Toni y Jose María me lo dijeron desde el principio: 'El único que puede convencerle es Joan Ramón'. Y seguí su consejo. Pedí unos huevos poché con setas que ya nunca olvidaré y dejé que Joan Ramón hiciera el resto. Meses después Javier era el líder de las noches a base de un programa que cada noche invitaba a los espectadores a una fiesta llena de diversión y buen humor, con personajes inolvidables y un espíritu feliz presidido siempre por la inteligencia. El resto es historia. Telecinco, mostrando que inventar más que comprar era la marca de la casa, disfrutó de años de éxito gracias a aquel equipo inmejorable y a su atrevimiento al apostar por ellos", recuerda Lejarza.
"Pero para mí lo mejor fue que en ese tiempo y pese a mis errores (inicialmente no me gustaba Boris, del que ahora me declaro ferviente admirador), Javier y yo nos hicimos amigos a base de compartir buenos momentos. Es el periodista y narrador de todo lo que nos sucede más brillante que he conocido, y también el más divertido; pero es además el único amigo que tengo que una tarde inolvidable me llevó desde su casa en una colina hasta Santander sentado en la cabina de un avión; y otra en un coche de época hasta el restaurante con los mejores tomates que he comido jamás. Porque con él y su imaginación portentosa uno sabe dónde comienzan los viajes, pero nunca cómo ni dónde terminarán; aunque en todas las ocasiones lo hacen bien, porque Javier siempre ofrece la seguridad que sólo dan los amigos imprescindibles”, añade el productor vasco.
El programa era una fiesta diaria y con un clima envidiable. Muchos que hoy lo ensalzan se empeñaron en denostarlo, y por ello Javier puntualiza: “Todo el mundo tenía derecho a decir lo que quisiera de un programa que ganó un Premio Ondas, varios premios TP (que elegían los lectores de la publicación) y una Rosa de Oro del Festival de Montreux. Y que cada noche concitaba a millones de telespectadores. ¡Qué menos que pudieran decir que no les gustaba”.
Incido que hubo hasta quien lo tildó y tilda a aquel programa y a otros de televisión actual con el término peyorativo de telebasura: “El término telebasura es de un facilismo ya mortecino y además insulta a una cantidad de público inmensa. Me aburre soberanamente”. “A mí tanto tiempo después hay gente que me para por la calle para felicitarme por aquel programa”.
“Como bien dices, Manolo, era una fiesta: marcábamos pautas, buscábamos ideas cada día, vivíamos por y para el programa y siempre sin guión. Crónicas Marcianas nos proporcionó momentos irrepetibles. Era una forma de vida”.
Saltando de noche en noche repasamos dos inolvidables: el día que asesinaron a Ernest Lluch (el 21 de noviembre del 2000). “Fue tremendo: Veo a Manel Fuentes llorando en el pasillo y lo primero que pensé es si me habían maquillado, quedaba media hora para empezar el programa y me dije: 'No voy a llorar'. Rehicimos el programa por completo. Ernest era un tipazo, había sido colaborador mío también en la radio y siempre estaba dispuesto a acompañarte allá donde fueras. El programa tuvo una gran acogida, obtuvo un 54% de share”.
La otra noche fue la del atentado del 11-M, recuerdo que hablamos a eso de las nueve de la noche y le pregunté qué iba a hacer y me respondió con contundencia: “Voy a contar lo que ha pasado. Nos están mintiendo. Fue magistral. Sin público en el plató. Muy emocionante. Recuerdo cómo abrí el programa: 'Madrid, te quiero'. Sí, fueron dos éxitos de audiencia aplastantes que ojalá nunca hubiéramos tenido”.
“Es tan distinta la vida cuando todo paso es una despedida”, escribió Ernesto Sábato. Unos meses después se fue Joan Ramón Mainat, su alter ego, su Pigmalión en el periodismo. “Él era el cerebro y yo la sangre -me cuenta Javier-. Fue quien me convenció para que hiciéramos Crónicas. Me señaló: 'No habrá otra oportunidad como ésta. Hasta Navarro ha dicho que solo tú, Sardá, puedes hacerle sombra. Si no quieres hacerlo, no pasa nada, seguiremos siendo amigos, pero sabré que tengo un amigo cobarde'. Me rendí y nos pusimos a trabajar. Joan Ramón era el sentido común. Se fue demasiado pronto, tenía 53 años. Me dejó lo que deja la muerte, un vacío imposible de llenar”.
“Decir amigo es decir lejos y antes fue decir adiós. Y ayer y siempre, lo tuyo nuestro y lo más de los dos”, cantaba Joan Manuel Serrat.
Llamo a Toni Cruz, su amigo y productor, para que se incorpore a la conversación y le pido además que añada amablemente el vino que hemos de bebernos:
“Conocí a Javier cuando era muy joven, un adolescente. Soy de los pocos privilegiados que pudieron escuchar y ver al señor Casamajor mucho antes de que saliera por la radio. Continuamente, Javier usaba este personaje para sacarle punta a la vida desde que tenía 15 años. El día de la primera emisión de Moros y Cristianos, quedé con él a las 5 de la tarde para hablar un poco en el teatro donde íbamos a emitir en directo el programa. Recuerdo estar en la puerta del plató esperándolo, mirando el final de la calle y me pasó por la cabeza un pensamiento que me dejó en blanco: ¿Y si no viene? Era su primer directo en televisión. Al empezar el programa en directo, alguien tropezó con un cable mal puesto y nos cortó la corriente. Tuvimos que parar el programa y lanzar publicidad de entrada. En ese momento pensé, se irá corriendo a casa. Cuando den las luces, ya no estará. Pero no, ahí estaba esperando. Cogió el programa por los cuernos y siguió como un profesional las cuatro horas en directo", recuerda.
"Después vino Crónicas Marcianas. El director de cadena de aquel momento, Mikel Lejarza, nos había pedido un late night con Sardá. También costó convencerle. Él no quería perder la radio. No veía futuro en la televisión para él. Logramos convencerle para que asumiera la dirección del programa y se pusiera al frente conduciendo. Y ahí empezó todo. Solo ante el peligro. Poco a poco se fue haciendo con el programa. Explosionó. De ahí salió un Javier periodista, crítico, divertido, político, social, loco, irónico, inteligente y se hizo con la audiencia. No era una época muy buena, era la etapa de la Aznaridad que diría Vazquez Montalban. No hace falta contar más. La cadena recibia constantemente presiones contra él y Crónicas. La cadena aguantó todas las presiones y el siguió haciendo Crónicas Marcianas con total libertad. Hasta que se fue su amigo y confidente. Y entonces, se apagó Crónicas y se apagó la noche”.
Sardá ahora
Vive en el territorio de las cercanías, me cuenta. Hace un programa para el circuito territorial de TVE en Cataluña, colabora en el programas de Julia Otero en Onda Cero, con Jordi Basté en Rac1, con Gemma Nierga también en TVE-Cataluña y escribe semanalmente en El Periódico, donde por cierto dedicó una columna a su hermana Rosa María tras su muerte El PeriódicoRosa María tras su muerte, una de las despedidas más hermosas que he leído.
Me cuenta que durante el confinamiento ha escrito un libro de relatos y se para a contarme que uno de ellos se titula “El no autor de novelas” y va de un hombre que atesora 1212 novelas y sinopsis y no ha escrito ningún libro...
Abrimos el vino, el que generosamente nos ha proporcionado Toni Cruz. Nada más ni menos que un Espectacle 2017. Un tinto estelar, elaborado en el Montsant a partir de uva garnacha. Un viñedo privilegiado, de esos que los enólogos dicen ser tocados por la “mano De Dios”. Producción muy limitada, solo 4.000 litros. En su sabor aparece el bosque y sus frutas majestuosas: frambuesas, arándanos, grosellas negras y moras. Se muestran con sutileza notas florales. Un espectáculo de vino.
Y ya que andamos entre copas cito a Carlos Latre, que acude solícito:
“Javier es mi padre… televisivo. Es el que me dio mi gran oportunidad en la pequeña pantalla con 19 años. El que me aconsejó, me modeló, me acompañó, me tuteló en el difícil mundo del late night, de la televisión… Crecí a su lado y me hice hombre a su vera en Marte. Y con el tiempo se convirtió en lo que a día de hoy sigue siendo: un buen amigo. Me sigue encantando llamar a Javier, sentarnos en una buena mesa, con un buen vino y contarle mis inquietudes, mis proyectos y pedirle consejo. Javier es para mí ese amigo, un buen consejero y alguien que se preocupa por que te vaya bien sin pedir nada a cambio y que disfruta de mis éxitos como si fueran los suyos; y es que, en buena parte, lo son. Y, como hablamos de vino, y yo soy un grandísimo aficionado, diría que Javier podría ser perfectamente esa maravillosa garnacha del Montsant que os vais a beber. Con personalidad arrolladora, con carácter, pero también con fruta, vitalidad y la alegría y la pasión del ADN mediterráneo”.
Me imagino a Javier en su casa de Canet de Mar, leyendo a Henry Miller, escuchando a cualquiera de los grandes saxofonistas de jazz, con un documental de la Segunda Guerra Mundial de fondo y mirando ese paisaje dócil de mar en calma. Se despide pronunciando un deseo: “Solo aspiro a que pasen muchos días sin que pase nada negativo”. Que así sea. Palabra de vino.