“El vino es la esencia de mi vida”. Eso me dijo Emilio Moro mientras la viña brotaba en la primavera. La contemplábamos y hablábamos aquella tarde de luz limpia movida por la brisa leve de la tierra castellana., tarde de cielos azules al desnudo que iluminaban los alrededores de su bodega en Pesquera de Duero.
Empezamos a probar vinos antes de cenar y haciendo gala de mi eterna torpeza me derramé encima una copa. Emilio se rió y consoló mi preocupación diciéndome que aquella era señal de alegría y buena suerte. Todo un presagio porque la cosecha de ese año fue calificada de muy buena en la Ribera del Duero.
Para proseguir en la reparación de mi avería, mandó traer una camisa de trabajo de color azul marino y me cambié para poder proseguir con la cena. La noche iba cayendo plena de tiempo, de palabras entrañables, de brindis y de añadas remarcables.
Al año siguiente me llegó la triste noticia de su muerte. Siempre le recordaré como era: sabio, cabal, prudente, conocedor de su tierra, impulsor de la zona y propagador de aquello que había vivido desde su niñez al lado de su padre y que había de dejar como enseñanza a sus hijos: “El vino, si lo escuchas, te habla”.
En un precioso poema, “El precio”, José Jiménez Lozano escribió sobre los dones humildes del vivir: “Las tardes rojas, el canto del cuco, las construcciones de escarcha, los árboles entre la niebla, los ojos y las manos de los hombres; el amor y la dulzura”.
La memoria de Emilio la custodia su familia, liderada por su hijo, mi amigo José Moro, que encarna a la tercera generación de bodegueros que viene elaborando vinos en esta zona desde hace casi un siglo, desde 1932.
Su padre le llevaba ya de bien pequeño a la bodega y a atender los trabajos del campo. Así me lo cuenta de primeras: “El recuerdo que tengo de mi infancia es el de ir a la bodega para ayudar a limpiar cubas con un cepillo y una vela. Los fines de semana ayudaba también a embotellar y a trasegar; y de aquello me fui impregnando hasta el alma. Aquellos trabajos y ese vivir con intensidad la bodega fueron forjando mi pasión y ha sido fundamental como base para seguir continuando este gran proyecto que no es solamente hacer vino sino haber construido una empresa sólida de reconocimiento internacional. Y eso al lado de todos los procesos que hemos ido emprendiendo de renovación tecnológica y responsabilidad social de los que me siento muy orgulloso”.
La tradición heredada le enseñó a la manera de Séneca, a poner la vela donde sopla el aire, a mirar a la tierra y al mandato paterno: saber escuchar al vino. “Es algo metafórico -me dice-. Una de las grandes frases que tiene el vino, que saca lo mejor de las personas a modo de catalizador. El vino que, consumido con moderación, tiene aportaciones positivas para la salud, no en vano está catalogado como alimento y tiene también su vertiente cultural. Fomenta el positivismo de las personas. Todas esas cosas te dice si lo sabes escuchar”.
Esta es tierra de alisedas, choperas y olmedas. De agua que corre, pasa y sueña. La Ribera del Duero avanza, navega con brío por nuevos rumbos. Le pregunto a José qué supone para él esta tierra: “Todo. Es el lugar en el que nací y desde pequeño iba a jugar a ese río majestuoso. Allí me bañé por primera vez, donde empecé a ser hombre porque cuando lograbas cruzar el río era como ganar un nombramiento, una titulación de vida. El Duero ha marcado mi vida”.
“Y gracias a la climatología, el suelo, la orografía alrededor de este río tenemos la suerte de tener un territorio muy definido, con climas y suelos muy marcados; y que bien tratado y con conocimiento es capaz de dar los mejores vinos del mundo. Esto hemos podido aprovecharlo quienes como nosotros hemos empezado de la nada y con esfuerzo y humildad hemos ido aprendiendo para dar al mundo los vinos que mejor sabemos hacer, con una personalidad muy definida con la variedad tempranillo. Y por tanto saber colocar un vino con personalidad propia en el contexto internacional, conseguir reconocimiento y cuyo eje vertebrador sea el río Duero, te puedes imaginar cuál es el sentimiento. Y por ello esta tierra es mi vida”.
A estas aguas, que son por excelencia las de Castilla, y a su paso por otra ciudad les escribió Claudio Rodríguez unos versos que quiero traer a esta cita: “Haz que tu ruido sea nuestro canto/nuestro taller en vida”.
En la experiencia adquirida por José que se ha ido haciendo madurez, brota a chorros ese río caudaloso que refresca y alimenta sus vinos.
Su padre le hizo amar el vino y quizá como a muchos de su generación le señaló una maleta, en la que cabían el vino y la vida, para que lo esparcieran por el mundo.
Le pido que me cuente cómo lanzaron sus sueños ambulantes por Estados Unidos adelante. Me responde sonriente: “Te contesto por el final: este año me han concedido el Premio Ponce de León de la Cámara de Comercio de Miami; un reconocimiento a esa trayectoria a la que te refieres, que comenzó allá por 1996, cuando llegaba a ese país, asustado balbuceando su idioma, pero sabía que lo conseguiría, que sería capaz, recorriendo tienda tras tienda, de este a oeste, desde Nueva York a California pasando por Illinois, Florida, Texas... y me impulsaba una ilusión tremenda porque creía en el producto que llevaba y teníamos claro desde el principio esa internacionalización, sabíamos que si queríamos ser algo en el mundo del vino, en el mercado internacional, teníamos que ofrecer esa calidad y el público tenía que aprobarlo porque si no pasaba esa prueba todo lo hecho carecería de valor. Año tras año fuimos pasando ese examen y seguimos pasándolo porque el mercado americano es muy exigente y cada año necesita comprobar que sigues ofreciendo los mismos estándares de calidad. Así construimos una marca muy consolidada, con mucho prestigio, acuñando frases tan bonitas como “Emilio Moro nunca falla”.
"Actualmente estamos presentes en 70 países con una distribución importante, presentes en las mejores tiendas y restaurantes del mundo. El resultado de casi un cuarto de siglo de trabajo”.
Decía el escritor bostoniano, Ralph Waldo Emerson: “Ve donde te lleve el camino, por donde no hay ninguno y deja un rastro”.
Compañero de aquellas fatigas, de esa exploración mundana, fue su amigo y también bodeguero Juan Muga. Le llamo y le pido que me cuente cómo fue esa experiencia compartida: “Bodegas Emilio Moro y Bodegas Muga hemos entendido desde que nos conocemos que la unión hace la fuerza.
"Hace más de 20 años, Emilio Moro se unió a nuestra aventura americana y desde entonces hemos crecido juntos. Uno de los primeros viajes que hicimos José y yo fue a EE. UU., y duró cerca de un mes; cogíamos un avión diario y habitaciones de hotel que utilizábamos únicamente para ducharnos... tiempos difíciles y de duro trabajo, pero tiempos en los que hicimos crecer nuestras marcas hasta donde hoy están posicionadas. En cada feria veíamos esa unión de bodegueros italianos y franceses, de la que carecíamos en España".
Pero todo eso que aprendimos y vivimos juntos durante aquel mes de muchas horas de trabajo y pocas de sueño, y durante el resto de los años que hemos seguido compartiendo, llegó a convertirse en una unión estrecha y sincera, de amistad y colaboración que ha pervivido hasta nuestros días
Las ansias de mundo compartidas.
Un hacedor de tintos seducido por los blancos. Hace tiempo probé su Revelía y me pareció un bonito hallazgo y hoy como entonces le formulo la misma pregunta: ¿Por qué te lanzaste a hacer blancos? “Tenía demasiados remolinos en el cuerpo y perseguía algo desde hace tiempo sin saber bien el qué. Me encontré con el godello y me enamoré de él, por su frescura, untuosidad, su melosidad, su raza, era un vino que coincidía con lo que yo soñaba hace tiempo pero no encontraba. El día que probé ese vino me fui a recorrer el Bierzo, esa “asamblea de valles a punto de despertar”, como la define el poeta Juan Carlos Mestre. Me empapé de sus gentes, de su cultura. Sus vinos, tuve ya claro lo que quería y me decidí a instalarme también allí: un lugar precioso, con un microclima particular, una orografía que da muchas posibilidades a la hora de hacer vinos diferentes, y quería hacer lo mismo que aquí en la Ribera: con la misma variedad hacer vinos distintos. Conseguí lo que ahora tengo: 60 hectáreas de viñedo y 3 marcas en el mercado: La Revelía que es el top, con crianza de roble francés de 500 litros; Zarzal en fudre de 2.500 litros; y el jovencito. Polvorete, ese vino de barra, de codo, un vino muy alegre. La tarea en la que ahora andamos es en construirles una marca para que se ganen su sitio en el mercado”.
Su proyecto es familiar, viene de lejos, apoyado en el sólido soporte de la tradición y por ello José se pronuncia categórico: “La familia es fundamental. Los negocios familiares, en cualquier caso, no son fáciles, hay que tenerlo todo muy claro pero gracias a Dios tengo una familia que ha reconocido mi liderazgo, me han ayudado y apoyado en todo y eso es una gran suerte y una enorme satisfacción. Desde esa perspectiva no tengo más que palabras de una enorme gratitud”.
La prolongación de ese espíritu familiar es la Fundación Emilio Moro, creada en el 2008. “Es una de las creaciones de la que más orgulloso me siento. Comiendo con unos amigos me dijeron que creían que esta era una operación de marketing hasta que se dieron cuenta de lo apreciable de la labor que hacemos. La fundación es la expresión de la forma de ser de nuestra familia, siempre hemos sido generosos, creyentes de que quienes más tienen han de ayudar donde se necesita y había que hacerlo de forma firme pero ordenada. Nació con el eslogan ”El vino lleva el agua”, intentando llevar ese bien tan primario que es el agua adonde hay escasez de ella. Pero no solo eso. Fíjate, anteayer pudimos ayudar a un niño que tiene parálisis cerebral y necesitaba una silla especial que su familia llevaba buscando más de un año y no encontraba la manera; y no sé si es más afortunado él que la ha recibido o nosotros por habérsela podido dar”.
"La fundación mantiene proyectos importantes en México donde hemos llevado agua potable a zonas desprotegidas. En Colombia y Perú, donde ayudamos a refugiados venezolanos que viven en condiciones muy precarias".
Cada año procuramos sumar un nuevo proyecto porque además observamos que con la pandemia el mundo se va convirtiendo en un espacio más desigual y tenemos que ayudar a que haya cuanta más dignidad mejor. Dar es importante. Ayudar a los demás aportando un granito, mejor dicho una copita de vino para intentar hacer un mundo mejor”.
“Recibí un legado importante -prosigue- desde muy pequeño, el germen en el que se basa todo esto y he querido aprovechar para desarrollarlo en la innovación, como algo diferenciador. Yo creo que el conocimiento hace que entendamos las cosas mejor y nos ha ayudado a transformar la bodega, a ir incorporando proyectos muy importantes: nuestro propio clon, levaduras propias, subir drones al cielo para ver las viñas y la tierra con perspectiva... Todas estas cosas nos han enseñado mucho”. “Ahora hemos rematado, con la colaboración de Vodafone, un gran proyecto: “Sensing4farming”, tecnología satelital y sensorial para generar índices y datos que nos ayuden en la gestión del viñedo, por este proyecto hemos obtenido el reconocimiento en mi persona, pero sin duda para la bodega y su equipo, de estar entre los 100 más creativos del mundo según la prestigiosa revista Forbes”. “Hemos desarrollado también un proceso de digitalización que nos permite controlar la bodega y medir los parámetros que marcan las características del vino. ¿Qué perseguimos con todo esto? Básicamente que todo el vino que hacemos por intuición, pasión y conocimiento se vea soportado por datos: desde la poda hasta el clima, el estrés de las plantas, las marcas pluviométricas... todos los parámetros para generar algoritmos que nos permitan tomar decisiones que mejoren la calidad de nuestros vinos”.
Han sido la primera bodega en ganar el premio a la innovación por una podadora mecánica. “Si viviera mi padre se quedaría boquiabierto. La tecnología nos ha ayudado a hacer vinos más sutiles, elegantes, mas afinados. La innovación es ya parte de mi alma también como empresario”.
Cantaba Gerardo Diego en su majestuoso poema que el Duero es una eterna estrofa que canta siempre el mismo verso pero con distinta agua. Por ello los vinos han de decirnos de donde vienen y quiénes los han hecho.
Un buen amigo y escritor de estas tierras, Gustavo Martín Garzo, me contó hace tiempo que cuando quieras guardar una historia que sea necesaria para ti, has de contársela a alguien para que no acabe perdiéndose, así es que llamo a un amigo común, el periodista Sergio Sauca, y le digo que me cuente su historia de los Moro: “La primera palabra que se me ocurre al hablar de la familia Moro es felicidad. Por esos grandes ratos que hemos pasado juntos en su/s bodega/s, con José Moro, con Javier y con el inolvidable don Emilio, que nos dejó hace unos años. Por otra parte me ofrecieron la posibilidad de entrar como pequeño accionista en el proyecto Cepa 21, que me sirvió para aprender muchas cosas del mundo del vino. José es atrevido, valiente, se dio cuenta de que para el crecimiento de la marca en ventas y prestigio había que abrirse al exterior, y junto a Javier lo han conseguido. Un ejemplo de cómo las nuevas generaciones en el mundo del vino han sabido asumir el mando y continuar son brillantez el trabajo iniciado por sus generaciones anteriores. Don Emilio puede estar orgulloso del trabajo de sus hijos”.
Le pregunto cómo se manejan en esta época de extravíos: “Yo soy muy positivo, que no optimista -sentencia José-, hay que buscar por tanto oportunidades y ensamblar aprendizajes. Cuando nos confinamos, aprovechamos para trabajar muchas horas y cambiar nuestro plan estratégico, buscando soluciones para que nuestros vinos llegaran al consumidor final que tenía cortado el paso con el cierre de la hostelería. Cambiamos la forma de distribución abriéndonos por completo a grandes y pequeñas superficies, a los lineales, a la potenciación del comercio electrónico. Esto nos salvó el año. Evitó el ERTE, nos procuró un gran fortalecimiento de la unión laboral. Y eso nos hace sentirnos muy orgullosos de seguir creando riqueza y sosteniendo los puestos de trabajo. Le agradezco a todos los que forman parte de la empresa que se dejaran la vida en pos de una misma idea”.
Hay un esplendor geométrico del vino que es tierra, paisaje y también palabra. Las de hoy giran alrededor de uno muy peculiar, procedente de un majuelo (acepción castellana del latín malleolus) de Valderramiro. José lo define: “Es una finca de 1924. Un vino de pago, de un viñedo espectacular plantado sobre suelo arcilloso que en la Ribera del Duero da potencia, estructura y mucho color. Es un vino de gran intensidad cromática, frutal, con predominio de frutas negras, de esas moras tan típicas del tempranillo; toques de regaliz y una madera muy sutil, perfectamente integrada. En boca se muestra lleno, potente, con gran poderío, invita a seguir bebiendo. Es amable pero con carácter y mucha personalidad”.
Cada añada es diferente, esta del 2011 ofrece un tiempo nuevo, trae perfumes de aquella primavera de hace más de nueve años de climatología cambiante y temperaturas altas.
Nos despedimos con la promesa de futuros abrazos y unas chuletillas al sarmiento en la parte antigua de la bodega. Dice la sabiduría popular que “el vino mejora cuando se bebe con un amigo”. Palabra de vino.