Paco Somoza, la mirada inquieta

  • Su primer trabajo fue un proyecto de restauración de un castillo en Puebla de Sanabria

  • Arquitecto multidisciplinar, es el responsable de la recuperación del patrimonio histórico de Zamora

  • Las pasiones de Paco Somoza: viajar, mirar y pintar

Había una Zamora gris y fría, hija de un tiempo detenido, mirando al Duero, el “río Duradero” que decía Claudio Rodríguez, el agua de Castilla. Un día la ciudad despertó de su sueño como las protagonistas de los cuentos infantiles, besada por un príncipe, un arquitecto que la había soñado de otra manera. Restauró su teatro, la subida de Balborraz, las aceñas; levantó el castillo de entre la maleza y ensambló los pies de muchas de sus calles. Es el apóstol permanente del románico tardío, zamorano de sus templos, de su catedral majestuosa. Cuenta la historia con precisión académica, con saber enciclopédico. Lo sostengo con firmeza: hay dos Zamoras, la que ves y la que Paco Somoza te enseña. Es el bordado de su alma.

Nació en Puebla de Sanabria (Zamora) en los primeros años de la década de los 50. Cuando estaba terminando el bachillerato en Salamanca tenía la tentación de ser médico pero su madre, que dibujaba muy bien, le hablaba con entusiasmo de las bondades de la arquitectura y esta influencia fue decisiva. Se marchó a Madrid y se hizo arquitecto.

Para abrir la conversación le pregunto si recuerda cual fue su primer trabajo: “Perfectamente. Una vez terminada la carrera me llamó un profesor, Javier Vellés y me propuso participar en un proyecto de restauración de un castillo y me dijo: es en la zona de Zamora y como tú eres de por allí seguro que lo conoces. Le pregunté dónde era y me respondió: el de Puebla de Sanabria. ¡De no creérselo! Primero que te llame un profesor para hacerte partícipe de un trabajo y que además sea en el sitio en el que naciste. Yo me iba a ir a Roma y me di la vuelta. Inolvidable. Fue una gran experiencia”.

Después de esta primera y aleccionadora experiencia laboral, otro profesor suyo, Manuel de las Casas, que era director general del Ministerio de Obras Públicas en el primer gobierno de Felipe González, puso en marcha un hermoso proyecto: la restauración de los teatros públicos de los siglos XIX y XX. “Fue una iniciativa preciosa -recuerda Paco-. Escogió a una serie de arquitectos, a mí me llamó de nuevo junto a Javier Vellés para restaurar el Teatro Principal de Zamora y luego yo restauré el Gran Teatro de Benavente. La idea era recuperar esos edificios maravillosos. Fue una campaña muy bonita, muy enriquecedora”.

“Como esta tierra puesta al sol, al aire, a la mañana. Es nuestra vida”, escribió el poeta zamorano, José Hilarión Tundidor.

En medio de este relato de arquitecturas se me ocurre marcar el número de otro arquitecto, uno de los más prestigiosos de España, Rafael de la Hoz, autor de proyectos tan renombrados como el Distrito Telefónica o el Campus Repsol. Rafael y Paco mantienen una estrecha relación de camaradería y amistad: ”Hubo un tiempo en que para labrarnos un porvenir como arquitectos - entonces se decían estas cosas- Paco y yo aprendimos a dibujar. Un dibujo cada día. No importaba si teníamos algo más urgente que hacer porque en realidad no hacíamos nada. De provecho, se entiende".

Comenzamos los dibujos en Roma- nada menos- y era Navidad aunque no recuerdo el año. Tal vez 1977. Ahora, tanto tiempo después, yo he dejado de dibujar, mientras que él ha hecho ciudades, castillos, empresas y sobre todo amigos. Tan numerosos, pero también tan diferentes que, para reunirnos, Paco no ha tenido más remedio que seguir dibujando y regalarnos una acuarela cada día. Lamento no tener con qué pagarle”.

Esta aproximación laboral le fue acercando hasta la capital, le llevó a encontrarse con ella. Le pido que refresque de nuevo su memoria y me cuente cómo llegó a Zamora: “Fue por casualidad. Es una ciudad increíble, inesperada. Recuerdo la primera vez que dormí aquí: vine a dar una charla invitado por el Colegio de Arquitectos y me dediqué a recorrerla para preparar esta charla y me quedé alucinado. Todos esos trabajos que acabo de contarte hicieron que me fuera instalando por aquí. Y conocí a Ana (su mujer) que me arraigó definitivamente a la ciudad.

Luego tuve la fortuna de ir recibiendo encargos de actuar, de participar en la proyección de la ciudad, de formar parte del equipo que elaboró el Plan de Urbanismo e hice el primer catálogo de protección de edificios. Luego vinieron otros encargos: La Estación de Autobuses, la Calle Balborraz, las Aceñas... Pero así y todo yo creía que volvería a Madrid donde había dejado amigos, tarea en la Escuela, una parte de mi vida.

Y cuando volví y abrí mi armario de Madrid me di cuenta que mi ropa era ya de otra época. Luego me casé, tuvimos hijos y monté mi despacho desde el que me involucré en diversas tareas de restauración del desarrollo de la ciudad y tuve la oportunidad de conocerla por dentro, porque cada encargo exigía un conocimiento exhaustivo: restaurar las Aceñas de Olivares supuso acercarme a la industria de la molinería, al conocimiento del río, de cómo aquella era una actividad indispensable desde el punto de vista sociológico, la clave del sustento de la población. De cómo esta ciudad fue creciendo, apoyada en una roca que fue su origen. Una ciudad que me enamoraba a cada paso y eso me ha hecho ir profundizando en mi relación con ella. Aquí construimos Ana y yo una familia, recibimos a los amigos... Es nuestra casa grande y nos encanta enseñarla como un ámbito común. Por eso y por mucho más, Zamora es una ciudad especial”.

Uno de esos amigos con los que compartirla es el sociólogo y escritor Lorenzo Díaz, uno de los mejores amigos de Paco. Le llamo, le sorprendo en su actitud permanente de lectura, le pido que me ayude a dibujar su perfil y con su encendida generosidad cierra el libro por unos momentos y me dice: “Somoza es un arquitecto multidisciplinar, un castellano sabio y heterodoxo que ha sido capaz de conjugar la creación de una nueva Zamora con la recuperación de su patrimonio histórico: sus calles, las aceñas sobre el Duero, el Castillo y sus murallas. Un mago de la arquitectura y emprendedor incansable que, entre otras cosas, ha conseguido convertir una antigua alcoholera con convento incluido en el mejor hotel de Zamora recuperando de paso el ábside oculto de Santa María de Horta. Sólo a él se le podía haber ocurrido fichar a los mejores grafiteros del país para que con versiones de Las Meninas lo decorasen o al estupendo García Alix para que fotografiase su estado inicial.

Maestro de la acuarela, dueño de los dos mejores hoteles de la ciudad donde aterrizan sus amigos a mesa puesta.

Generoso y sabio bodeguero. Amigo de la charla eterna.

Ha hecho suyo el proverbio machadiano “para dialogar, preguntad primero; después....escuchad”. Su apellido forma parte de una saga que ha dejado huella en Sanabria y en Zamora.

Es un ejemplo viviente de que “no se ganó Zamora en un hora" porque él ha aplicado a su transformación y mejora mucha tenacidad y amor a su tierra.

Todo un poder fáctico”.

Viajar, mirar, dibujar

Las maletas de Paco podrían semejar a las de el escritor Paul Bowles en su casa de Tánger, que decían se apilaban en la puerta como recuerdos de lo vivido y dispuestas para volver a vivir. Su memoria viajera se guarda en esas maletas y en unos cuadernos que lleva en su bolso en los que a modo de cámara fotográfica Paco plasma sus imágenes, sus recuerdos, sus estancias como ventanas abiertas a la ansiedad de conocer. Es el mirar incesante.

Una de las pasiones de Paco es viajar porque como él dice: “En el viaje encuentro una manera diferente de sentir. En el fondo cuando estás en modo viaje te predispones a sorprenderte. Cuando dejamos lo cotidiano, lo habitual nos aventuramos a la sorpresa, al devenir inesperado. Abrir los ojos para intentar aspirar todo lo que ves, los placeres de disfrutar de lo nuevo”.

Dice El Quijote que el viaje te cambia, que cuando regresas ya no eres el mismo. “Cierto -continúa-, en tu equipaje emocional hay más vivencias. Y así sucede: el viaje te cambia la forma de ver las cosas”.

Sus ciudades de cabecera son tantas que le resulta imposible elegir una, las enumera con imparable fluidez: Roma, Florencia, París, Nueva York, Londres, Madrid, Salamanca, Mallorca, Pontevedra... “Todas las ciudades tienen sus misterios. Son un catálogo de lo extraordinario”. La ciudad y el viajero.

Su cuaderno es su mirada, o una colección de miradas que lleva plasmadas en forma de acuarelas. Hay una geografía de sentimientos en sus dibujos. Así lo cuenta su amigo, el poeta zamorano, Ángel Fernández Benéitez: “Señales que una mano dejó sobre un papel por detener del día un solo instante, reflejando su paso; una mano consciente de la fugacidad de todo, palpitante, ya firme o temblorosa, pero viva. La mano del hombre que miraba”.

Paco disfruta con su mirada y la de los demás, y me cuenta que lo que más le hace disfrutar es apreciar en otros una manera de mirar distinta. “Y eso no solo me pasa con el arte - dice- sino también con la literatura cuando hay alguien que es capaz de decir lo que yo siento. Sucede también con la fotografía. Esas son las sensibilidades extraordinarias de los artistas: saber mirar, saber decir de otra manera. Eso es lo determinante, lo admirable. Poder rodearte de esas miradas te facilita la vida”.

Se asoma a esta conversación otro buen amigo, el periodista Pepe Ribagorda que dice de Paco: “Subsiste anacrónicamente al tiempo que le ha tocado vivir. Es, en esencia, un ser renacentista. Artista multidisciplinar dotado de una enciclopédica cultura, a sus virtudes artísticas une la condición de ser humano excepcional. Nació y así morirá para hacer felices a los que tenemos el privilegio de hacer este tránsito vital a su lado”.

Semana Santa

Dice el escritor y periodista andaluz Antonio García Barbeito que “no está la primavera por Zamora más que para rezar y arrodillarse, y que pase despacio la belleza santificando la belleza quieta”. La Semana Santa Zamorana es una de las más renombradas de España, también disfrutarla con Paco es una experiencia impagable. Hace que este lugar sencillo se vuelva profundo y sorprendente. La ciudad se enseña distinta, cambian los aromas, la luz, los colores y hasta el cielo.

Paco también la ha retratado como nadie en sus acuarelas que ha publicado en un par de libros: “Dibujos de Semana Santa y 33 Sonetos de Pasión” con la poesía de Daniel Pérez Fernández (Ayuntamiento de Zamora, 1.987) y Semana Santa de Zamora (Diputación de Zamora, 2014) con textos de unos cuantos amigos del arquitecto que retratan los momentos más culminantes de la celebración religiosa.

Viven en sus dibujos las trompetas, los tambores, las túnicas, los caperuces y los hachones encendidos... Sonidos de campanas y de pasos, aires templados de la tarde, luces de anochecer... Todo vibra en el color de sus acuarelas, también los enigmas y las esquinas que cautivan al viajero. Todo adquiere otra dimensión si es de la mano, con la mirada sabia de Paco.

Lo escribe de manera admirable el escritor (también zamorano), Luis García Jambrina: “Pero hoy tras ver los dibujos me he sentido de pronto invadido por unos recuerdos que creía haber olvidado para siempre. No le he dicho a nadie que he estado a punto de llorar”.

Díscolo

Toro es una tierra que da vinos entrañables, de cuerpos poderosos, de colores granates y aromas intensos. El Duero cruza su vega escoltado por álamos y sauces trazando una curva pronunciada para sortear la ciudad. Paco Somoza se embarcó hace más de una década en la aventura de hacer vino: “Fue Ana quien me animó a emprender este proyecto por su deseo de que tuviéramos algo relacionado con el campo, la naturaleza. Un tiempo después vino a verme Esteban Sánchez, el enólogo, y me contó el proyecto, es un tipo tan serio que me dije: “no puede hacer mal el vino”.

Comenzaron sin bodega propia y luego compraron el viejo salón de baile del Pego, una pequeña localidad de la zona. “Hace un año hemos terminado la nueva bodega, a la que ya llamamos la bodega vieja porque vamos a ampliarla. Pero lo mejor de todo es el vino rico y disfrutarlo con los amigos porque el vino tiene la cualidad de unir en torno a una mesa. Fue un elixir de dioses. Este es un proyecto precioso”.

Llamo a otro buen amigo, Rubén Becker, el hombre que hace magia con el producto de cercanía, con la cocina de raíz en su restaurante/taberna, La Sal. Es nariz de oro de 2007 y discípulo del gran Custodio L. Zamarra y por ello le propongo a Paco que sea él, buen conocedor del Díscolo, quien lo enuncie, lo cuente y elija la añada que hemos de tomarnos.

“Este proyecto nace en 2007 cuando la bodega compra una viña con cuatro mil cepas (de ahí el nombre de la bodega) plantada en 1974 en el 'Sitio de Villarico' D.O. Toro", describe Rubén.

"En 2008 se elabora la primera añada de Díscolo con una producción de apenas 4500 botellas. En la actualidad, la bodega tiene 20Ha en propiedad en diferentes términos de la denominación, con una edad media de 50 años.

Para acompañar nuestra charla he elegido la añada que está ahora mismo en el mercado, 2017. Me encanta esta añada por la climatología tan extrema que hubo, una primavera con muchas heladas, que arrasó a todas las D.Os de Castilla y León menos Toro, luego tuvimos un verano extremadamente seco y al final de maduración llegó el agua, ¡BENDITA AGUA! Fue perfecto".

Díscolo 2017, 100% tinta de Toro es un vino cargado de fruta, de fruta bien madura, con las notas que aporta una cuidada crianza en buenas barricas de roble francés y americano. Es un vino sabroso, denso, con buena acidez y muuuy largo. Un vino elegante.

Gracias, Rubén.

Me despido de Paco, le dejo con su cuaderno y su estuche abiertos, sus colores a la espera de deslizarse por sus hojas en el vaivén del pincel y para nuestro brindis final elijo unos versos del poeta por excelencia de Zamora, Claudio Rodríguez: “Cuando todo se vaya, cuando yo me haya ido/ quedará esta mirada/ que pidió y dio sin tiempo”.

Palabra de vino.