Alejandro Sanz, tragos y canciones
Correcaminos Gastronómico habla con Alejandro Sanz sobre su irrefrenable pasión por el vino
"Ser feliz consiste en algo tan sencillo como sentir el aire, contemplar la luz, notar la piel de quien se tiene al lado, saborear un buen vino"
Desde hace cuatro años, el cantante produce La Loba en su finca de Jarandilla de la Vera: "Me gustan los desafíos"
“Hay almas que uno tiene ganas de asomarse a ellas, como a una ventana llena de sol” . Federico García Lorca.
Alejandro nació en Madrid pero es de Alcalá de los Gazules, de Algeciras, los territorios de su infancia; de Jarandilla de la Vera, donde la vista encuentra hermosura y reposo; de Miami, la ciudad donde los huracanes obligan a veces a cambiar de rumbo. Alejandro es fundamentalmente del país de la música, de sus canciones, de todos los sitios en los que las ha cantado.
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Le conocí hace más de veinte años, poco antes de que la cadena de televisión en la que trabajaba entonces produjera un inolvidable concierto en Las Ventas en el que se vestía de largo su disco Más. La vida, que hace lo que quiere, provocó que nos volviéramos a encontrar hace pocos años durante un par de ediciones de La Voz y en otro concierto memorable, el último en celebrarse en el Estadio Vicente Calderón, +Es+ con todo el pop español encima del escenario. Hay en ese disco una colección de ayeres que son hoy, un entramado de sueños y recuerdos para, como escribió Borges, “convertir el voltaje de los años en una música, un rumor, un símbolo”. Solo se vive dos veces.
Al calor de este concierto nació otro proyecto conjunto, un documental producido por Telecinco Cinema, Lo que fui es lo que soy al mejor documental musical. Una manera de contar una trayectoria, el lado más personal del artista. "La historia de un éxito: de un chaval de barrio que llegó a la cima, al olimpo de los dioses", dice Álvaro Augustin, el director general de Telecinco Cinema. "Es un artista de una enorme cercanía, que nos abrió las puertas de su finca de Extremadura, su gran refugio en los momentos más complicados de su vida", señala Gervasio Iglesias, el director de este trabajo, y subraya: "Tiene un gran sentido del humor. Es muy fácil quererlo".
Anda Alejandro siempre alumbrado por el flamenco, por su fuerza reveladora, por la omnipresente compañía en su travesía vital, por esa encrucijada en la que se citan la vida y la canción, el quejío y el duende; por esa profunda admiración a Camarón y sobre todo por la cercanía y la influencia de su compadre Paco de Lucía. En todas sus canciones hay un latido presente de todos los ritmos: rumbas, tanguillos, bulerías... "Leo, casi toda la noche, y en invierno me marcho al sur", escribió T.S. Eliot.
"Ser feliz consiste en algo tan sencillo como sentir el aire, contemplar la luz, notar la piel de quien se tiene al lado, saborear un buen vino, cortar un tomate jugoso de mi finca extremeña", me dice sonriente. Sus canciones tienen algo de posición de rescate, de reinvención de muchas cosas esenciales. Canciones que van de un sentir a otro, que maduran como frutos, que te atraviesan como rayos de sol, y se quedan para siempre.
Una irrefrenable pasión por el vino
Compartimos algunos amigos con la misma afición: una irrefrenable pasión por el vino. La de Alejandro es tanta que anda ahora enredado en la tarea de hacer un vino en Jarandilla: La Loba, 70% syrah, 25% garnacha, 5% graciano. "No es tierra de vinos, o sí, depende del corazón que le pongas". "Me gustan los desafíos; en esta zona se hacían vinos de pitarra, peleones, y con la gente que me ayuda en la finca nos lanzamos a este reto”. Llevan cuatro años y producen 400 litros, una cantidad familiar, como señala Alejandro. Le prometo probarlo.
Al hablar de los vinos del sur, los alaba y entroniza, pero subraya la necesidad de encontrar la manera de hacer vinos tintos en una tierra de blancos tan peculiares. Me señala los vinos de Luis Pérez, el que fue enólogo de Domecq, y su irrupción con su tinto, Samaruco. Un alma nueva en tierras gaditanas.
Hace ya algunos años un conocido actor español me dijo que las mejores son las vocaciones tardías, las que surgen de la madurez, en el territorio de la experiencia. Alejandro dice esto de su afición al vino y me confiesa de manera casi clandestina un ritual: se toma una copa de vino antes de salir al escenario porque le gusta brindar por lo que va a ocurrir, a modo de conjura, de bienvenida de ese momento futuro en el que artista y público disponen a su comunión.
Más que el vino le gustan sus alrededores, esa periferia cálida de la conversación en torno a una mesa, ese ambiente de palabras, de fomento de la sociabilidad, como si al descorchar una botella se abriera también un “inventario de lugares propicios al amor”, como escribió el poeta Ángel González.
Deslumbra su mirada soñadora, su facilidad para jugar con las palabras creando imágenes, situaciones, tejidos de vida. Va con sus bolsillos cargados de canciones, algunas convertidas en himnos, que esparce por países, ciudades, recintos, casas, por millones de corazones leales y partíos. El éxito le persigue de manera obstinada: tiene 4 Grammy y 24 Grammy Latinos y una lista interminable de otros galardones. Y de todos ellos, su mejor premio es estar siempre con los suyos.
Las mejores canciones se quedan en nuestra memoria colectiva, componen la banda sonora de nuestras vidas
Le cuento que un día me contó Ricardo Pérez Palacios que un cocinero le había dicho: "Ojalá mis platos duraran sesenta años, como vuestros vinos". Y le reclamo ese paralelismo entre la música, el vino y su longevidad. Afirma con rotundidad: "Así es, como con el vino, con el tiempo solo sobreviven las mejores canciones". "Se quedan en nuestra memoria colectiva, componen la banda sonora de nuestras vidas". Y cierra con proverbial humildad: "Mi deseo es el mismo que el de ese cocinero, ojalá las mías permanezcan esos sesenta años". Algunas ya casi han hecho la mitad de ese camino y su respiración es muy profunda.
Toca abrir el vino. Le pido que sea de su tierra, y cuando espero un jerez, se marca un requiebro: Mahara, un tinto de Cádiz que hacen dos hermanos, los Gómez (Bodega Vinifícate), de San Fernando. Hecho con tintilla de Rota en suelo de albariza. Agradable, suave, delicado, fresco, alegre y con un punto salino que aporta la brisa del Atlántico. Sorprendente. Inesperado.
El tiempo de esta botella, de esta conversación, se nos ha escurrido entre las manos como el agua de un pozo artesano. Mientras, le digo que sus canciones se han incorporado ya a nuestra vida y a nuestra alma. Todo aquello que nos diste. Palabra de vino.