“Cuando llegue el tiempo de las cerezas, el alegre ruiseñor y el mirlo burlón estarán de fiesta”, dice el poema del compositor y músico francés Jean Baptista Clement. Es un tiempo que coincide también con las fiestas taurinas, en vísperas del santo, San Isidro, que, como dice Raúl Del Pozo, inventó la siesta y la dormía con placidez en su pradera mientras los ángeles araban. Es un tiempo sustanciado en tardes en Las Ventas y su puntual cita diaria de las siete de la tarde. Ahí andará mi invitado de este sábado en dos ocasiones los próximos días 25 y 27, en ese ruedo en el que los toreros sueñan elevarse al cielo. Solo Madrid procura firmamentos.
Se llama Diego Urdiales, nació en el oriente riojano, en la localidad de Arnedo, y siendo un niño supo que iba a dedicarse a esta profesión: “Empecé sintiendo algo especial por el toreo ya en la infancia -comienza contándome- y a lo largo del tiempo fui consciente de que lo que estaba haciendo me apasionaba”.
Dice Zabala de la Serna que una de las cualidades innegables de un buen torero es “esa responsabilidad que tanto pesa”. Sobre lo que compone a buen torero, cuáles han de ser sus formas, le pregunto a Diego: “Hay que tener muchas cosas -responde con inmediatez-, muchas cualidades y sobre todo aunar gran parte de ellas. Inteligencia, arte, personalidad y sin duda alguna muchísima afición y otra tanta vocación”.
Tengo para mí que hay en los toreros un gran deseo de conocerse, de explorar su interior, de no dejar de pensar, de buscar fuerza en su interior. ¿Qué tiene que decir Diego a esto? “En mi caso he podido conseguir muchas cosas gracias al pensamiento, a la indagación en mi interior. He conseguido mover muchas cosas, poder expresarlas al final. Busco siempre esa posibilidad de crear arte y para ello es imprescindible crear una conexión especial contigo mismo y hacérsela sentir a los demás”.
De nuevo recurro a Zabala de la Serna, a lo que escribió recientemente en un reportaje sobre Alejandro Talavante, que “para el neófito: «apretarse» es poner el cuerpo en situación, pero sobre todo la mente, donde habitan el corazón, la disposición, el espíritu, para pasar la delgada línea roja del valor, siempre un paso más”. Pienso siempre que también para los veteranos hay ese momento apretado, de incertidumbre previa a la corrida, a la salida al ruedo: “Es así, recalca Diego, antes de la corrida se siente muchísima incertidumbre, mucha responsabilidad. Hay una especie de lucha interior contigo mismo que hace que puedas estar en el mejor estado tanto mental como sentimental. Luego en el ruedo lo que se siente es algo increíble, imposible decirlo con palabras porque es algo muy profundo que se puede comparar al nacimiento de un hijo o a momentos así de especiales”.
“Sentir es pensar temblando”, decía el ensayista José Bergamín.
¿Se torea como se es, Diego?
“Para mí, sí. Sientes algo y lo realizas desde lo más profundo de tu ser. Es imposible ni imitar a nadie, ni ser otra cosa que tu esencia, lo que realmente eres. Cada uno torea como es”.
Hay que saber estar, lograr esa armonía anímica frente a las miles de almas que te contemplan. Torear es pespuntear de oro el tejido de una faena en el fluir cálido de la tarde. El torero debe dar cuenta, en las diferentes suertes de la lidia, de lo que ve y lo que percibe del toro. Hay también una búsqueda de la inspiración, de un modelo de interpretar: “A mí desde que era niño -puntualiza el matador- siempre me gustaron los toreros como Curro Vázquez, y con el tiempo fui descubriendo toreros de otras épocas y sí que es verdad que me fui encontrando con toreros que me llenaron de forma especial como Pepín Vázquez, El Viti, Curro Romero o De Paula. Hay muchos, Chicuelo… toreros de esa línea clásica”.
Cuando Diego cuaja una buena faena, triunfal o no, suena su teléfono y al otro lado del auricular aparecen Curro Romero o Santiago Martín “El Viti” para animarle, reconfortarle o felicitarle. Le pregunto cómo se siente en ese momento, atendiendo a maestros tan grandes del toreo: “Pues es algo increíble porque cuando yo veía a esos toreros, cuando yo quería ser en realidad torero, les veía por la calle y me temblaban las piernas, pues imagínate ahora saber que me llaman, que me siguen, que me aconsejan y que a la vez puedo vaciar en ellos todas mis emociones. Es una satisfacción inenarrable”.
Llegado este punto marco el número de Curro Romero y le cuento que estoy escribiendo acerca de Diego Urdiales. La atención del maestro sevillano es un prodigio de amabilidad, se anima con solo citar al torero riojano: “Vi torear por primera vez a Diego Urdiales en televisión. La verdad es que no suelo ver corridas televisadas pero coincidió que vi aquella en la que cuajó una gran faena en Madrid con un toro de Adolfo Martín. Entonces me pregunté, ¿dónde estaba este chico? Daba gloria verlo torear por todo lo que enseñaba de verdad y profundidad, por lo que transmitía en su toreo: toda la fuerza que llevaba encima. Es distinto a todo lo que he visto.
Luego tuve ocasión de conocerlo personalmente y puedo asegurarte que es mejor persona que torero, que ya es decir”.
Sostiene la sabiduría popular que “si quieres triunfar, no te quedes mirando la escalera, empieza a subir, escalón por escalón, hasta llegar arriba”. Cuánto cuesta llegar a la cima solo lo saben quienes pelean por ella: “Es muy difícil, ya no solo para nosotros los toreros sino en cualesquiera disciplina profesional. Cada quien se encuentra con sus dificultades, con los escollos que ha de ir superando. Y después hay que mantenerse para poder estar entre los mejores. Y seguir creciendo para no quedarse rezagado. Todo eso hay que hacerlo manteniendo compatibilidades, sin descuidarse. Conviene no vivirlo como una fantasía, hay que ser realista y saber y afrontar que para estar arriba, para mantenerse, hay que prepararse y trabajar incesantemente porque eso es lo que te exige el máximo nivel”.
Ese nivel de exigencia lo establecen también los triunfos, los que Diego ha ido cosechando por las diferentes plazas de España por las que fue buscando y encontrando ese toro de molde ideal que le permitió cuajar una gran faena dibujada en instantes con su derecha, retazos con su izquierda, los esbozos de su toreo clásico. ¿Cómo lleva Diego en su equipaje ese haz de triunfos? He aquí la respuesta: “Las tardes triunfales son muy hermosas pero en mi caso después de una buena tarde se produce una sensación de cierto vacío, porque después de entregarte a tope delante de un toro, de entregar tu vida y tu alma en una faena, necesito tiempo para volver a mi estado natural, porque se queda una especie de vacío interior posterior por lo que has dejado allí, de haber transmitido y percibido muchas emociones y sentimientos se te queda un estado un poco extraño. Cuesta a veces volver a la realidad”.
Dicen que hay un rumor en la plaza que estimula, que empuja y lleva en volandas al artista cuando la faena acompaña, es una especie de oleaje percibido en el ir y venir de la tarde. No sé si los actores son conscientes de este tumulto circundante cuando se está en el ruedo. Se lo pregunto: “Depende como sientas la faena, si la sientes desde lo profundo, si por ella te llega una química positiva especial, entonces te sientes bien pero la intensidad de los aplausos o la emoción grande de la plaza no acabas de percibirla mientras estás entregado a esa obra, metido en la faena; entonces esa intensidad pasa a un segundo plano, sí la sientes cuando escuchas la coralidad de los olés, pero lo que más sientes, lo que percibes de primera mano, son los muletazos y tu enganche con el toro, lo otro queda acompañándote de fondo como esa música hermosa y necesaria”.
Llamo a mi admirado Maxi Pérez, el comentarista de Movistar, una auténtica wikipedia del toreo, para que me ayude en la tarea de acercar a los lectores a la figura de Diego Urdiales. A pesar de su ingente ocupación en este momento (viene de la Feria de Abril camino de la de San Isidro), me atiende solícito: “Es un torero de corte clásico, hondo y puro. La primera vez que le vi torear fue en su Arnedo natal, hace 25 años -1997-, en la prestigiosa feria en la que los novilleros punteros del momento persiguen alzarse con “Zapato de Oro”, que él mismo conseguiría al año siguiente.
Cuando se hizo matador de toros -en Dax- vendría el injusto olvido, temporadas en blanco con los vestidos colgados en las vitrinas, pero en las que no hubo un solo día, por oscuro que se adivinase el futuro, en las que perdiera la fe ni dejara de sentir el toreo.
El indulto de un toro de Victorino (“Molinito”) en Logroño, en el año 2007, y su primera oreja cortada en Madrid en el San Isidro siguiente a un gigantesco toro de Carmen Segovia le rescataron del ostracismo y a partir de ahí se fue imponiendo la forja de un torero hecho a fuego lento y absolutamente representativo para los aficionados con mejor paladar.
El valor de Urdiales está en lo auténtico. El clasicismo, la naturalidad, el ir siempre por derecho terminan imponiéndose por muchas trabas que dificulten el camino. Cuando en el verano de 2018 llegó a Bilbao con dos únicas corridas en la temporada (Arnedo y Alfaro) se redescubrió a un torero capaz en dos tardes, la mencionada en Vista Alegre y un mes después en la Feria de Otoño de Madrid (tres orejas en cada una), de encontrar la merecida recompensa para quien nunca dejó de creer en sí mismo.
El pasado 2021 se cumplió el cuarenta aniversario de la alternativa de José Cubero “Yiyo”, quien unos días antes de recibir el doctorado recogía en Arnedo su “Zapato de Oro”. Una de las grandes satisfacciones que me trajo la temporada pasada fue que Diego pudiera redondear en Colmenar Viejo una de las tardes de su vida y que por ella se hiciera con el trofeo que precisamente lleva el nombre del malogrado torero que, cuatro décadas antes, caló en el pueblo riojano donde quién sabe si ya por entonces un chavalillo soñaba con poder torear como los mejores”.
Gracias, Maxi.
Todo lo que hace Diego, dentro y fuera de la plaza, gira en torno al toro. En la plaza está ese momento de descifrar la lidia, atravesar su secreto, entender y conocer al toro, interpretarlo, saber de sus indicativos. En ese punto de la charla estamos: “Cada toro es diferente- recalca-. Lo propio es llevar un conocimiento previo por la ganadería a la que pertenece, el encaste… por tanto, cada indicativo ya lo llevo en mi cabeza, en mi obligación de saberlo y conocerlo como profesional, y aun sabiendo todo esto cada toro, durante la lidia, te va dando información desde que sale por la puerta de chiqueros y hay que ir procesándola, asimilándola y pensando con mucha inmediatez qué hacer en cada momento. Hay que tener en cuenta también que cada toro va cambiando de un momento a otro, definiendo su comportamiento desde el principio, y ello te obliga a ir aplicando soluciones a cada situación, resolver dificultades y aprovechar virtudes. Encontrar ese lance soñado, ese muletazo eterno, cada vez más lento y sentido, cada vez más adentro. Hay un punto en el que el toreo entra en otra dimensión y ahí hay que estar, intentando cruzar esa línea del arte”.
Esta es una profesión que exige concentración sin tregua, no hay tiempo para relajación. La inteligencia va por delante de la fuerza, ha de sobreponerse al empuje del toro, combinar en equilibrio cabeza y emoción; buscar, como él dice, el momento soñado. Sobre esto le pregunto si ha soñado con alguna faena, con esa que le puede quedar por hacer: “No he soñado nunca con una faena, he podido tener retazos, momentos, pero no faenas completas. Ni siquiera las he pensado. Cada tarde es diferente, debe ser diferente, porque cada toro también lo es: embiste de una manera, mejor por la izquierda, por la derecha, otro puede tener más muletazos por un pitón que por el otro, cada uno te va dando su pauta para la faena”.
Llamo a otro riojano al que quiero mucho, Agustín Santolaya, director general de Bodegas Roda, él ha sido quien ha elegido el vino que acompaña esta conversación. Agustín es también un gran aficionado a los toros y un seguidor de su paisano, y le pregunto cómo es para él el toreo de Diego Urdiales: “Muchas veces cuestiono por qué me gusta tanto Diego Urdiales, y encuentro tantas respuestas, que salgo más convencido todavía. He pensado si es por ser riojano, pero de ahí me viene el cariño, no la admiración.
La razón más profunda la encuentro en un concepto difícil: la geometría del toreo. En esa acepción que estudia las propiedades de las formas y las distancias, en el espacio.
La figura recta, con el pecho y las zapatillas mirando al toro, con la muleta por delante, pequeña, planchada y plana, cogida por el centro del estaquillador. Ocupando los terrenos del toro, ese espacio peligroso y mágico de donde brota el arte, cristalina y pura. No existe hoy un toreo más puro, sin poses gimnásticas, ni excesos de bisutería.
Un cuerpo menudo y magro de manos fuertes y pulso de seda, capaz de transformar una brutal embestida en un bello y delicado baile que para el tiempo.
La humildad, el coraje, el trabajo, la persistencia y la paciencia viven en Diego, pero hoy hablamos de ARTE y de PUREZA”.
Diego es así, valiente, decidido, honesto, maduro, tiene la razón en su sitio y una ambición controlada. No le ciega la vanidad. Sabe perfectamente que el éxito es algo escurridizo, difícil de dominar, para él la quintaesencia de ese éxito es torear. Está dotado de seguridad y dominio de la técnica, es desafiante y arriesgado, exhibe grandes dosis de autoafirmación y ensambla perfectamente el corazón con la cabeza.
¿Cómo encaras esta temporada? “Pues empecé con un contratiempo en Valencia, que más allá de la cornada por la voltereta, me afectó a las cervicales y me generó problemas, pero voy recuperándome muy bien y la próxima semana quiero estar al 110 por cien y poder ofrecer al público unas buenas tardes en la Monumental de Las Ventas. Será mi manera de agradecerles su fidelidad, su compañía, el haber estado ahí, tan cerca”.
Como a todos lo portadores de talento hay que saber esperarle, tener la virtud de la paciencia para esperar que llegue esa tarde de gloria. Una más.
“A mí me encanta el vino, puntualiza, y siempre de La Rioja, por supuesto”. El que hoy nos acompaña es un Roda I 2017. Un vinazo, pero mejor que lo diga Agustín: “Algo tiene este vino que me recuerda el esfuerzo que ha requerido la vida de Diego para llegar a la cumbre.
Los grandes vinos son la interpretación del reflejo de un paisaje y de una añada climática. Y la 2017, tuvo lo suyo.
La sequía era enorme, no había llovido en serio desde la primavera de 2016. La viña brotó muy pronto pero tímidamente, no había sangre en el suelo. La noche del 28 de abril sucedió lo inesperado. Entre una borrasca sobre las islas británicas y un anticiclón en centroeuropa, se creó un pasillo por el que se descolgó frío polar que congeló las viñas. Una brutal helada.
Mucho trabajo fue necesario para quitar los nuevos racimos nacidos a destiempo y dejar los que no se habían helado y venían desde el inicio del ciclo. Una cosecha muy corta, marcada por la helada y la sequía, por eso está concentrada y llena de detalles profundos.
Roda I ha nacido en viñedos viejos de tempranillo en vaso de la zona de Haro, que ocupan suelos de rocas sedimentarias, un milhojas de areniscas fisuradas y margas calizas, penetradas por las raíces en busca de sustento y frescura.
Ahora es un deleite beberlo pero vivirá durante décadas y con el tiempo irá ofreciendo nuevos destellos de su historia. Ojalá sean destellos de arte, de muchas tardes con Diego”.
Fresco, con muchos matices, taninos finos. Es elegante y pleno en boca. Me gusta mucho este vino: he de reconocer con mucha sinceridad que soy muy de Roda. Sabe a cerezas, la fruta de este tiempo que siempre regresa. Esa. que se corta soñando.
Al despedirnos le digo a Diego que conviene sujetarse fuerte a los sueños y mantener las esperanzas bien en alto, no soltarlas, porque cada paso en el camino hacia los sueños te acerca más a ellos.
¡Suerte, maestro!
Palabra de Vino.