Antonio Lucas, un caudal de poesía navegando en el Gran Sol
Desde pequeño, Antonio Lucas acompañaba a su padre al Café Gijón, donde absorbía el ambiente literario y artístico
En su debut narrativo, 'Buena Mar', cuenta con rigor y talento la historia de 11 pescadores de altura avezados en las luchas del mar
Periodista de El Mundo, colecciona premios de poesía como el Ojo Crítico (2000), Ciudad de Melilla (2008), Loewe (2013) y Generación del 27
Las palabras que no están en su sitio se las lleva el viento, tal vez por ello Josep Pla decía que escribir era saber dónde colocar los adjetivos. En la escritura de Antonio Lucas, las palabras se acarician, se mecen, se protegen, se acompañan, van unas detrás de otras mientras “las lanza más lejos que la vida”, siguiendo el ejemplo de lo que Stendhal le decía a Merimeé: “Escribir es tirar”. Pues eso: lanzar hasta encontrar el golpe justo, el adjetivo preciso.
¿Aprendió todo eso Antonio en el Café Gijón mientras acompañaba a su padre? ¿En su casa, cuando la visitaban Ángel González, Caballero Bonald o Buero Vallejo? ¿Cuándo supo que quería ser lo que es: periodista y escritor, buscador de historias que tejer con sus palabras? “Lo supe pronto, en la adolescencia -comienza contándome-. A los 14 o 15 años un grupo de amigos y yo montamos una pequeña radio muy rudimentaria con una mesita de mezclas, un transformador y poco más, fue en el Instituto Montserrat en el que estudiábamos".
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"Aquello que empezó como una broma, en un taller de esos que se hacían en los centros educativos, se convirtió en un entusiasmo creciente y a partir de entonces y por culpa de esa pequeña aventura empecé a pensar que no era mala la idea de estudiar Periodismo e intentar probar suerte en este oficio. Bueno, eso y que en mi casa mi padre compraba dos periódicos diarios y a veces nos leía en voz alta, a mi hermana y a mí, algún artículo de Umbral que a él le parecía singular o divertido, y por eso creo que esa relación con los periódicos y la radio empezó a determinar mi senda antes de tiempo”.
Su padre le llevaba también a ese espacio de vidas engarzadas que era el Café Gijón. Y mientras hacía los deberes, Antonio abría sus ojos como el obturador de una cámara fotográfica para absorber ese ambiente literario y artístico que tengo para mí que le marcó también el camino a seguir. Sobre esto le pregunto: “Estoy seguro de que aquello, gota a gota, fue haciendo charco. Uno se da cuenta con el tiempo que vivió en un territorio singular, excepcional y muy privilegiado si te interesa y gusta el mundo de la cultura. Como bien apuntas, yo era un niño en aquel mundo de adultos del Gijón, donde pasé fantásticas tardes con mi padre y hacía mis tareas mientras ellos charlaban, hacían tertulia, la que se llamaba de los poetas, y sí es verdad que con el tiempo me dije: ¡caray!, pues aunque estaba como medio ajeno a lo que se hablaba y me entretenía con el cerillero del local, aquello sí que me fue contorneando y disponiendo hacia el mundo de los libros”.
“El Gijón y Oliver eran los lugares a los que yo iba con mi padre, que tenía el estudio al lado, en la calle Conde de Xiquena, por lo que la almendra central de su vida era esta localización y sus amigos estaban aquí radicados y por ello pienso que de aquel roce se me quedó todo esto”. “Recuerdo también en mi casa las presencias de Ángel González, Caballero Bonald y Buero Vallejo, que me despertaban mucha curiosidad: Ángel González con aquella poblada barba blanca, su manera de fumar y de expresarse. Pepe Caballero Bonald con aquel acento andaluz tan peculiar. Buero Vallejo, tan adusto, parecía un profesor severo… En ese atlas humano me fui dando cuenta de que me gustaban mucho los libros y con el tiempo sí puedo reconocer que aquella infancia fue la semilla de las tentativas que hoy uno tiene con los libros”.
“Los ladrillos toman el color del fuego en el que se cocieron”, dice un viejo proverbio árabe.
Un amigo común de Antonio y mío, el periodista Jesús Ruiz Mantilla, escribió que “la palabra es agua y cada historia el río que las lleva”. Historias que nos han contado, que hemos ido leyendo en los libros que se han cruzado en el camino porque probablemente, como en la canción de Vainica Doble, todo esté en los libros. Qué aprendemos de ellos, cuánto nos enseñan es otra cuestión que se suscita a lo largo de la charla: “Para el periodismo, en los libros lo he aprendido todo -me responde Antonio-, aunque periodismo se aprende también sabiendo de muchas cosas, y por supuesto al leer libros, al igual que periódicos, uno se empapa de esta profesión”.
“A mí los libros me han hecho una compañía extraordinaria, otras veces me han dado seguridad, hambre de saber, apetito de mirar más allá, de no quedarte con la primera impresión, saber que detrás de las evidencias siempre hay un mundo que vibra y que tiene también sus propias claves de aquello que no se ve. Los libros y todo lo que rodea al mundo de la cultura es lo que nos contornea a todos como seres más cívicos y sobre todo te ayudan, te predisponen a saber más de ti y eso para el oficio y para la vida es una molécula principal. La cultura te enclavija mejor a tu tiempo y te permite vivir en todas direcciones, tener una mirada amplia”.
Interrumpo la conversación para dar cabida a un buen amigo de Antonio, el exdiputado y comentarista político Eduardo Madina que atiende con solicitud y amabilidad mi llamada: “Antonio Lucas es como un regalo, el de tener en tu vida a alguien que hace que esta adquiera un tamaño más grande, que describe aspectos de la realidad que compartes con él y que te los muestra con otras dimensiones que no veías, que a través del lenguaje te acompaña en nuevos significados y enfoques, en miradas y en detalles no aptos para todos los que no somos Antonio Lucas.
También como una invitación, la de atreverse a los nuevos caminos, a los lugares alejados de las rutas habituales del turismo cultural, a aventuras tan solo aptas para exploradores enamorados del mapa y entregados al viaje. En el hecho mismo de su narración, siempre se nos despiertan las ganas de recorrer los caminos a su lado; por ejemplo, este; una travesía en el Mar del Norte en un barco de pesca en Gran Sol. No sé cómo lo hace pero, desde hace unos cuantos años, yo siempre quiero subirme a bordo con él. Y navegar a su lado”.
Maestros y géneros
El poeta irlandés Yeats decía que sus mentores habían encendido en él el fuego de la curiosidad por la literatura. Antonio ha tenido maestros amigos que han avivado su llama profesional y su inclinación literaria: “En este sentido -continúa Lucas- son muchos: Tengo la fortuna de haber conocido a gente extraordinaria pero no necesariamente todos son profesionales reconocidos. Para mí fue muy importante uno de mis abuelos, que me dio clases muy singulares del mundo cuando era crío, desde una perspectiva de alguien de un pueblo de Murcia con educación elemental pero con una intuición y sagacidad siderales. Luego cuando repaso la gente que me ha marcado mucho pienso en Caballero Bonald; un gesto de hombre absolutamente generoso y desprendido. Era un ejemplo cívico, con una actitud moral que he admirado mucho.
Raúl del Pozo, uno de los capitanes, de los faros de costa de mi vida que siempre me ha manifestado su cariño y complicidad.
Tú, sé que no te gusta que te lo diga y que no te resultará fácil ponerlo pero debieras, eres una de las personas a quien, como digo en la dedicatoria de “Buena mar”, debo la paciencia, la generosidad, el apoyo, la cercanía…
Y luego unas cuantas personas más, anónimas, que son gente de las que aprendo constantemente. Admiro mucho a gente que no sabe que la admiro y está bien que sea así, personas que están en mi órbita más directa y cercana y de ellas y ellos aprendo de lo que dicen, me ayudan a modularme, reposarme, limarme. Esas personas que me han acompañado desde hace mucho tiempo en el trasiego de vivir”.
Aludido Raúl del Pozo, le llamo para que participe de esta amigable charla. Tiene el derecho, desde el principio, y Antonio más que yo, somos incondicionalmente de los suyos. Raúl es siempre atención y generosidad y responde con premura a mi requerimiento: “Antonio Lucas, madrileño y murciano, de izquierdas, con aire de dandy flamenco, era el único chico al que le dejaban entrar en el Gran Café Gijón, donde prohibían la presencia de niños y perros. Es hijo de José Lucas, el gran pintor, que era el único al que dejaban sentarse en la mesa de Pepe García Nieto y Gerardo Diego, los del 27 y los de la Juventud Creadora. Antonio creció entre pinceles y metáforas y le dio palabras a la abstracción de su padre.
Escribí que Antonio Lucas, príncipe de los poetas, degenerando incurría en la novela; pero estaba equivocado porque en “Buena Mar” cuenta con rigor, talento y deslumbrante prosa, la historia de once pescadores de altura avezados en las luchas del mar. Me ha dicho el autor que quería contar la historia de un tipo con vida desbaratada, rodeado de la gente más pura, los invisibles, donde no vale la poesía ni lo héroes. “Mientras tú y yo hablamos hay tipos faenando en aquel recodo del infierno”. Parece que el armador y agitador de la aventura has sido tú, que cómo nos has contado perdiste a un hermano en ese mar”.
Hay veces que Antonio sueña cuando escribe, o viceversa, porque en su prosa delicada de periódico aparece una respiración distinta. Leyéndole uno tiene la sensación de encontrarse, cuando no de inventarse, a uno mismo. Ha recorrido todos los géneros con acierto, como quien talla en un árbol un tatuaje perpetuo, como si labrara sobre la tierra con la delicadeza de quien acaricia la piel del mar. Va de la literatura al arte, del reportaje a la columna, sus entrevistas son muy certeras, aporta ingenio, frescura y hasta creó su propia música durante el silencio urbano del confinamiento siendo inquilino del kilómetro cero.
Se despliega por las páginas del periódico con una luz distinta que sin embargo lleva la misma intensidad. Sobre esto quiero que hablemos, en cuál de los géneros se siente más confortable: “Me siento más cómodo leyendo a otros -se ríe-. De todos los géneros el que más me gusta es el reportaje cuando tienes una buena historia, una de esas donde hay voces, paisaje, donde hay multitud y factor humano fuerte. Esos me encantan. Luego el articulismo, ya que yo no fui uno de esos estudiantes de Periodismo que anhelaba ser reportero de guerra, yo quería escribir una columna en un periódico y le di la turra a Pedro Jota durante 3 años seguidos todos los septiembres, hasta que al final me la dio y me imagino que fue por pesado. Le agradezco muchísimo que fuese la persona que favoreció la posibilidad de que aquel chaval de 19 años que quería escribir una columna en un periódico pues él lo completara. Disfruto mucho con la entrevista, hacer entrevistas es una gozada. El juego de climas que hay en la entrevista cuando no conoces al entrevistado y todo lo que es el desarrollo de la entrevista, el poder contar también las miradas y los gestos hacen que este género sea el más caliente del periodismo”.
A Antonio le encantan las palabras dichas. Escribe para saber y conocer, como bien dice su amigo, Felipe Benítez Reyes: “Escribir es ensayar piruetas en el vacío que es un territorio bastante fértil”.
Poesía y premios
En la poesía de Antonio Lucas uno puede echarse a soñar toda la noche sin tregua. Su centralidad tiene la potestad de colocar la iglesia donde debe estar: en medio del pueblo. Tiene la quietud y la dimensión de una luz primera del amanecer pero también la fuerza de la llamada de un campanario. Cada uno de sus libros lleva pegado un premio a cada cual más importante. Para él la poesía es algo vital, así la entiende: “La concibo como el mundo de donde viene todo -responde-. Es algo extraordinario, el quilate más puro que tiene cualquier idioma, el lugar donde las palabras dicen más de lo que dicen. El territorio sagrado de la escritura es el poema, el más exigente, caprichoso, el más titánico. Si tuviera que elegir el lugar donde encontrarme siempre sería la poesía porque además está hecha para todos y por todos. La poesía se mal entiende porque mucha gente la considera algo difícil, ajeno, distanciado del mundo y es todo lo contrario, no hay nada mejor que pueda observar el presente que el poema que tiene capacidades de microscopio y de telescopio, de saber mirar a lo más íntimo, lo más minúsculo y a partir de ahí hacer una idea. Es una gran plaza pública, el lugar en el que todos nos encontramos, todo el mundo tiene un poema que está hecho para él, es una plaza mediterránea, abierta, que la gente va llenando”.
“Los premios son golpes de fortuna, a veces uno piensa: ¡qué suerte! Cuántos poetas nos gustan que no han recibido nunca un premio, y yo de los poetas que disfruto jamás me he parado a pensar si tenían o no premios. Hay premios importantes, cierto, el Loewe lo es, el Generación del 27… Esos premios hacen que te conozcan o que tú conozcas a alguien y eso es muy valioso. Hay una buena cantidad de poetas a los que aprecié, conocí, descubrí porque venían avalados por algunos premios de prestigio así que yo soy un escritor agradecido a algunos premios no por haberlos recibido, sino por las compuertas que me abrieron hacia la poesía de otros”.
'Buena Mar'
Antonio acaba de llegar a la novela y lo ha hecho por mar, por donde, como dice Manolo Rivas, han llegado siempre los santos y los milagros. Él solo conocía ese mar de planicies infinitas al abrigo de Mazarrón y un día sintió el impulso, la llamada vertiginosa de ese otro mar que alberga una de las pescas más extremas que se conocen: El Gran Sol. Un mar que es un mundo dentro del mundo con muchas vidas superpuestas. Cuando me contó por primera vez que quería embarcarse en un arrastrero de los que faenan allí, se lo desaconsejé y le conté que en ese mar ya había naufragado mi padre en el año 47 y mi hermano había perdido la vida en el año 86. Antonio, como diría Xurxo Souto, sabía que iba subiendo la marea y no quería quedarse varado en seco. Insistió y me convenció, y con la inestimable ayuda de Elena Espinosa (sin ella no hubiera sido posible) logramos enrolarle. El resultado es esta novela de escritura emotiva y profunda en la que las palabras están dispuestas en su geometría: entre los grados 48 y 54 latitud norte, adaptadas a ese mar prestado, a ese látigo marino del Atlántico Noroeste.
¿Cuánto te ha costado escribir esta novela?
"Mucho, afirma tajante, por todo lo que hubo que hacer para llegar a ese lugar, tú bien lo sabes. Cuesta mucho no solo llegar allí físicamente, sino adaptarse a esas coordenadas de la vida que tienen los marineros del Gran Sol. Cuesta el desafío de no fallar con la ficción a unas vidas de una enorme dureza y nobleza, a unas biografías llenas de dignidad y zarpazos. El proceso de escritura de “Buena mar”, que ha sido muy intenso, con una gran exigencia de disciplinas, pero lo cierto es que el mejor vértigo está en que cuando el libro llegue a ellos, que todavía no lo han visto, a aquella tripulación que me acogió durante casi 20 días como a uno más, que esa gente vea que lo que el libro viene a decir no es la peripecia del narrador sino que su vida está contada con el respeto absoluto a la vida de la gente del mar, con enorme admiración y con la hermandad de quien los consideró durante aquellos días una familia protectora que es lo que en verdad fueron conmigo. Que vean que es un homenaje”.
Le repregunto sobre sus reflexiones, si después de haberlo vivido, escrito en el periódico, contado a sus allegados, vuelto a escribir y seguramente leído en voz alta y mil veces repasado, después de todo eso, cuál era el poso que se le había quedado: “No hay día que no piense en aquel viaje, en alguno de aquellos tripulantes o en el Gran Sol. Es la experiencia más rotunda que he vivido en mi vida, la más intensa. Como en aquel verso de Vicente Gervás, el poeta venezolano que dice. “El hombre es un secreto guardado en las horas”. Algunas experiencias son eso mismo. A mí con el Gran Sol me sucede eso, el libro no está escrito desde mis notas sino desde la evocación, mezclando ficción y realidad, que es donde uno mejor entiende ciertas experiencias, cuando las recuerda, cuando ya han pasado, se han asentado, han hecho su pequeño surco en ti. Ese viaje me cambió la vida”.
Para cerrar este círculo incorporo a la conversación a Gerardo Marín, editor de Antonio en Alfaguara, quiero que me cuente cómo fue la larga conquista de esta novela: “Conocí a Antonio Lucas hace veinte años y ya brillaba. Sus textos periodísticos eran genuinos, encerraban verdades, te asaltaban con preguntas y tenían la cualidad de la palabra o idea inesperada, la capacidad del regate mágico, del truco sorprendente. Y además eran precisos. Y eficaces. Nadie lo contaba como él. Así que mucho antes de que yo fuera editor o pensara que podría sugerir la publicación de una novela, me atreví a proponérselo. Quizás mis editores podrían verlo como una injerencia pero sospechaba que nadie renunciaría a atrapar al gran cachalote blanco. Y mientras tejíamos nuestra amistad y nos encontrábamos en mil lugares, yo le preguntaba: ¿cuándo tendré tu novela? Y él me iba rechazando o me daba largas, con su educación exquisita. Aquello se convirtió en una promesa no hecha, en una promesa anhelada y fui perdiendo toda esperanza, mientras le veía alejarse por los caminos de la fama y el dinero que ofrece la poesía.
Hace dos años en el restaurante Lúa, con dos cervezas y aquellas bravas de langostino con las que nos agasaja su querido amigo Manolo, me contó la aventura que tenía entre manos y que terminaba en novela. Le vi caminar por Eduardo Dato camino de Castltonwnbere y le vi regresar a Lúa unas semanas después con diez kilos menos, cara de susto y la novela en su cabeza. En los meses siguientes fue trabajando con respeto y sensibilidad la historia de ese grupo de pescadores por el ancho mar y de ese polizón naufragando por las estrecheces de su corazón. “Buena mar” es el relato austero y devastador de unos hombres haciendo su digno y viejo oficio, sin titulares ni mayúsculas. La narración de una forma de vida en extinción de cuya mitología reniegan, como si no hubiera épica en la rutina o héroes en lo cotidiano. Y un hombre que lo cuenta desde el último camarote del barco, navegando entre sus miedos y sus desconciertos.
“Buena mar” es la novela que esperé como lector tantos años, el regalo imprevisto de un amigo y un brindis terco y generoso al Gran Sol”.
Un vino y un poema
En el comienzo de la conversación le propuse a Antonio que nos acompañara un vino muy particular, un espadeiro cultivado en las Rías Baixas. Hice esto porque me pareció oportuno hablar con un poeta acompañados por un vino al que cantó otro poeta, el gallego Ramón Cabanillas: “¡Oh espadeiro amante! ¡Oh roxo e quente sangre do corazón da nosa terra! ¡Acende os corazóns dos apoucados! ¡Prende lumes nas almas, viño celta! ¡Oh espadeiro amante! ¡Oh tinta y caliente sangre del corazón de nuestra tierra! ¡Enciende los corazones de los apocados! ¡Prende lumbres en las almas, vino celta!).
También pensé en esta propuesta porque el vino y la parcela que lo da tienen un nombre de reminiscencias marinas: A Capitana. Una finca de los Daporta de Cambados que gestionan el restaurante Yayo Daporta (1 estrella Michelin, 2 soles Repsol). Llamo a Esther (la jefa de sala y sumiller) y a Yayo (el chef) para que entre ambos nos ilustren la tan jugosa creación: “La bodega A Capitana es una bodega con historia y solera donde se aplican tanto las técnicas más tradicionales como las más modernas tecnologías para obtener magníficos albariños y un espadeiro muy apreciado por su calidad y rareza, aunque son cada día más las bodegas que apuestan por las variedades tintas autóctonas nosotros siempre hemos tenido una especial predilección por el espadeiro, me dice Esther.
Aunque la familia Daporta lleva elaborando vino desde hace generaciones, no fue hasta finales de los 80 con la compra del Pazo A Capitana que empezaron a etiquetar su vino.
Los cuatro lagares de piedra centenarios con los que cuenta dan idea de que en otros tiempos debió ser uno de los mayores centros de elaboración de vino de todo el valle del Salnés. De los cuatro lagares sigue funcionando uno, aunque los vinos son procesados con nuevas tecnologías, complementa Yayo.
El espadeiro se vinifica en depósitos de acero inoxidable buscando mantener su frescura y carácter varietal. Tiene color cereza, desprende aromas de manzana y recuerdos de violeta y zarzamora bajo un fondo balsámico. En boca es equilibrado con acidez media, poca estructura pero elegante y fresco”, concluye Esther.
He compartido con Antonio unas cuantas sobremesas acompañadas por vinos de todos los parajes pero pocas veces hemos hablado con detenimiento de vino y por ello le pido me cuente cómo es su relación con él: “Al vino he llegado tarde pero afortunadamente con la orientación de algunos de vosotros. Todo lo que supone la galaxia del vino, lo que genera de vínculo entre gentes que se sientan a beberlo, a charlar y a disfrutar de una comida, esa astronomía tan favorable y tan calurosa que se genera alrededor de una botella de vino y sus conversaciones, eso lo he descubierto por vosotros y lo agradezco infinitamente porque era una deuda que tenía con el sentido hedonista de la vida. Todo lo que merodea alrededor del vino es una construcción fastuosa en la que intervienen la física, la química, la emoción, una serie de factores que son ciencia pura, abstracción emocional absoluta. Entonces uno empieza a pensar cuando ve una botella de vino y gente alrededor con sus copas que todo lo que se hace en ese ejercicio es de los más completos del saber humano. El vino tiene vida, clima… lo que hay dentro de una botella es el quilate puro del saber, ingeniería de la humanidad. No hay vino posible sin la sabiduría de un hombre detrás y ahí está Baudelaire: “llenaos de lo que queráis pero llenaros de vino y de virtud”.
Nos despedimos alzando las copas brindando por que “Buena mar” tenga la mejor de las travesías, para que el lector vea que a Antonio le sucedió lo que a Xosé Iglesias, capitán de pesca de Cee (Costa da Morte), que un día le contó a Manolo Rivas que escribía en el mar, letra a letra, balanceándose, apoyándose en los versos para navegar.
Palabra de Vino.