Los Aljibes, en un 'château' de La Mancha
Paseo por Chinchilla de Montearagón y su trazado medieval, su muralla, su castillo y sus cuevas
Camino de La Mancha el paisaje se enseña dócil, con colores diferentes, entremezclados, que componen un mosaico de una belleza delicada y sutil. Una mirada emocionante.
Pasado Albacete y erguido sobre un promontorio está Chinchilla de Montearagón. Todo lo que he sabido de este pueblo me lo contó su hijo Constantino Romero durante el tiempo de travesía profesional que anduvimos juntos: su trazado medieval, su muralla, su castillo, sus cuevas...
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Mientras esperamos al resto de acompañantes, Lidia y Eduardo Pérez (El Doncel de Sigüenza) y Bea y Manuel Lorenzo (de la bodega Los Aljibes), nos alojamos en una casa rural propiedad de Manuel y aprovechamos para subir al castillo, una fortaleza reconstruida a mediados del siglo XV, en el que estuvo encarcelado César Borgia.
Cenamos en Albacete, en el Callejón de los Gatos, un sitio muy curioso, de aspecto rústico y muy volcado con el mundo taurino. De hecho sus paredes son un extenso mosaico fotográfico de toreros de diferentes épocas, carteles, capotes...
Cocina tradicional, platos en plenitud de sabor: tallarines negros con zamburiñas, queso frito, ensalada con cecina y alcachofas, lingote de calamares, mollejas y un rabo de toro espectacular. Para beber, un Viña Aljibes blanco 2018, coupage de sauvignon Blanc (80%) y chardonnay (20 %); esta última variedad envejecida en roble francés, muy aromático, frutal y largo de sabor. Un Enclave 2016, de la misma bodega: un monovarietal de monastrell de pie franco, solo 6.900 botellas, doce meses en perlas de roble francés de 400 litros, color muy bonito, frutas maduras, fino, elegante, persistente.
La sobremesa se prolonga abarcando Albacete, la televisión y su éxito del momento, La Isla de las Tentaciones, y la planificación de la visita de mañana a la finca de nuestros anfitriones, Bea y Manuel.
Amanece con un sol radiante que se despliega por las viviendas arracimadas en torno a la Plaza Mayor del pueblo. Antes de partir para la bodega nos damos un breve paseo deteniéndonos en la Iglesia Arciprestal de Santa María del Salvador, el monumento más representativo de la localidad. Su origen proviene del siglo XIV y desde entonces ha tenido sucesivas reformas que han ido amalgamándose en diferentes estilos.
Es el santuario de la Virgen de las Nieves, patrona de Chinchilla. La Rejería de la Capilla Mayor es impresionante. El Noli me Tangere es una hermosa representación de la pintura flamenca, en ella se ve el encuentro entre un Resucitado y la Magdalena, se desconoce su autor. Otro de los tesoros del templo es una pequeña imagen de terracota que representa a un San José y es obra de Salzillo.
La Plaza de La Mancha es el centro del pueblo. A ella se accede por el Arco de la Villa y a su lado el edificio del Ayuntamiento de fachada barroca con su medallón de Carlos III. En un lateral su Torre del Reloj marcando las horas y la vida.
“La Mancha es algo increíble y lo que nos gusta es ver el campo y la llanura”, le escuché decir en más de una ocasión a mi querido y admirado Pedro Piqueras; no conozco a nadie más albaceteño que él. El paisaje hasta Los Aljibes es pues netamente manchego, de colores intensos bajo un cielo azul de invierno. En la entrada de la bodega nos esperan sonrientes Bea y Manuel, son una pareja formidable: corteses, hospitalarios y de una amabilidad extrema. Ellos son nuestros guías en la imponencia de este edificio de hermosa estampa con un patio interior empedrado, con cuatro carruajes adornando el espacio, apellidando este lugar en donde los caballos de pura raza española son también parte muy protagonista.
Antes de recorrer la bodega, iniciamos un paseo en un enganche que nos conduce a través de viñedos y almendros que quieren empezar a sonreír en flor. El horizonte es infinito. En los estanques alzan el vuelo un par de patos y una garza. Llegamos al espacio caballar, donde luce la yeguada de los Aljibes, creada hace unos 15 años por Manuel padre; los caballos deambulan tranquilos, con su esbeltez azabache, sus grupas perfectamente insertadas, ajenos a nuestra curiosa mirada.
El coche tirado por cuatro corceles prosigue su camino mientras Manuel nos explica la situación en la que estamos, en la Meseta albaceteña, a mil metros de altitud y la extensión de la finca es de 178 hectáreas.
El paso siguiente es ver su lugar de eventos. Celebran unos cuantos al año en un espacio funcional y coqueto muy bien dispuesto para la acogida. Se respira en la disposición un orden organizativo que yo diría prusiano. No hay una sola cosa que desentone, que esté fuera de sitio.
La bodega es impresionante, tiene un cierto acento rústico y un porte muy señorial. Hacemos el recorrido por todas las estancias y nos detenemos especialmente en la sala de barricas, elegante, silenciosa, con una penumbra que imprime un perfil mayestático.
Huele a maderas nobles, a vinos profundamente dormidos, a esperas festivas. Llegamos a su lugar de privilegio, la zona de crianza de su vino excelente, Selectus, un coupage de syrah, cabernet franc, cabernet sauvignon y merlot, reposa en fudres de roble francés. Se elaboran muy pocas botellas y solo si el año ha dado la calidad necesaria. La etiqueta es diseño de Óscar Mariné. La primera vez que probé este vino fue en El Doncel, por consejo de Eduardo, que ahora también aquí despacha sus elogios.
El aperitivo lo definiría a la manera socarrona de mi añorado José Luis Cuerda, a quien Albacete le debe mucho de su colocación en los mapas: “Tuve el mundo en mis manos mientras tomaba un tentempié”. Damos paso a la comida en un salón caldeado y amplio. El menú es típico de la tierra: un gazpacho manchego, está exquisito, una ensalada de perdiz escabechada y un lechazo a la manera del Doncel.
Hay una maravillosa complicidad entre ambas familias (los Pérez y los Lorenzo) y es un privilegio participar de ella. La conversación va recorriendo lugares: Madrid, Sigüenza, Galicia, las inmediaciones de Tobarra -en donde han plantado olivos para hacer su sabroso aceite Los Aljibes- y, por supuesto, de esta finca llana, alta, orgullosa de sus frutos, defensora de su territorio, en la que el viento adopta formas diversas.
Probamos varios vinos: su rosado joven, hecho de syrah, muy cítrico y fácil de beber; su cabernet franc 2015, potente, muy mineral, con cierto dulzor final, y llegamos al Selectus 2013, una añada de elaboración complicada muy bien resuelta enológicamente, es un vino complejo de gran volumen, con muy buena nariz y muy elegante. Desde que lo conozco me ha parecido un vino muy redondo, sin peros.
La sobremesa se prolonga, el ventanal nos otorga un paisaje de viñas desnudas, tersas como cuerdas de violín. “El sol meridiano no sabe de demoras”, escribió el poeta manchego Antonio Martínez Sarrión, y concede una luz especial a este atardecer que, como decía José Luis Alvite, “va a la velocidad del óleo”. La conversación se vuelve muy placentera en la dulce geometría de este espacio con marchamo de château francés en medio del campo manchego.
Bea y Manuel han de regresar a Madrid y nos despedimos con el propósito de volver a vernos en la capital para seguir anudando cabos de afecto. Nosotros regresamos un rato a Chinchilla en la pausa que nos llevará de nuevo esta noche a Albacete para la cena.
El Asador Concepción (recomendación de Manuel), es un sitio céntrico y moderno. Toca cenar algo ligero: unas excelentes anchoas, un tomate del terreno, una ensaladilla estupenda y un taquito de merluza del pincho a la bilbaína con piñones. Para beber nos ponemos en manos de Eduardo, que por algo es maitre y sumiller y su elección es inmejorable: Preludio de Sei Solo 2015, un proyecto muy personal de Javier Zacagnini, cofundador de Aalto, que elabora en La Horra (Burgos), fino, hondo, aromático. Un espectáculo de vino. Con Lidia y Eduardo comentamos la vida tan animada de esta ciudad en fin de semana y para comprobarlo damos un breve paseo por la ciudad. La noche acompaña y la gente disfruta en la calle. Un animado paisaje urbano.
El sol aparece de nuevo con la belleza espontánea de febrero. Antes de regresar a Madrid hacemos caso de la recomendación de un paisano y nos acercamos a echar un vistazo a las cuevas vivienda que empezaron a construirse en el siglo XVI cuando los musulmanes y judíos huyeron de Granada tras su conquista. Son muy originales y de una arquitectura muy curiosa, abovedada, como si fueran modeladas a la manera de la cerámica.
Nos despedimos de Lidia y Eduardo y nos emplazamos para vernos en El Doncel ya remozado tras su reforma. Camino de Madrid observamos que ya son frecuentes las flores en el paisaje y los colores, esa generosa paleta cromática sigue inmóvil como en el retrato de ida. Devoramos kilómetros haciendo acopio de las imágenes tan hospitalarias y afectivas de este par de días: “Vaya adonde vaya, allá donde yo llegue, será aquí” (Juan Vicente Piqueras).