Mario aterrizaba este lunes en Madrid procedente de Amsterdam, en uno de los primeros vuelos que han llegado de Europa tras el estado de alarma. Llevaba sin ver a su familia desde navidades. Compró el billete hace unos días. “Me dijo mi hermana que a partir del 22 se abrían las fronteras y no he tenido ningún problema. En el avión veníamos con mascarillas y han dejado vacíos los asientos centrales de cada fila para que estuviéramos separados”, explica.
Niega haber pasado ningún control sanitario al salir de Holanda: “Sólo al llegar aquí me han pedido que rellenase unos papeles y que me quitase la gorra para tomarme la temperatura. Esa ha sido la única vez”, asevera.
Patricia es siciliana. Llegaba al aeropuerto Adolfo Suárez una hora después. Tiene previsto celebrar su cumpleaños y el de su nieto -que han sido durante el confinamiento- y se queda a pasar las vacaciones de verano. “En Italia sí que hay muchos controles. A mí me tomaron la temperatura cuando salí. Luego otra vez en Roma y ahora al llegar aquí”, relata.
Mientras, Carlos y Angelines hacen tiempo junto a su nuera y sus cuatro nietas. Han venido para acompañarlas. Cogen un avión con destino a Tenerife. “Hemos salido en autobús desde Zaragoza a las siete de la mañana. Estaba muy limpio y todos íbamos con mascarillas pero iba completo, no había ningún sitio libre. Traemos muchas maletas porque ellas ya se mudan y se quedan a vivir allí. Mi hijo se fue en noviembre por trabajo y las niñas tenían que acabar primero el curso. Llevan mucho tiempo sin verle”, cuentan emocionados.
La Comunidad de Madrid recuerda que el aeródromo de Barajas fue el principal foco de entrada del coronavirus hace tres meses y critica al Gobierno por no establecer un protocolo definido. El consejero de Justicia, Enrique López, propone realizar test rápidos a los pasajeros de los países que estén más afectados por la pandemia en estos momentos. También que los turistas presenten un PCR con resultado negativo antes de entrar en territorio español.
El aeropuerto Adolfo Suárez va recobrando su actividad. En abril el tránsito de viajeros se redujo en un 92%. Este lunes operaron 78 vuelos de salida y 76 de llegada entre nacionales y comunitarios. Todo se centraliza en la terminal 4 hasta el próximo 1 de julio.
El acceso a las instalaciones está restringido. Vigilantes jurados custodian las entradas. Sólo se permite entrar a los trabajadores y a los pasajeros con tarjeta de embarque -con un tiempo máximo de antelación de 90 minutos respecto a la hora del vuelo- acompañados de un familiar.
La megafonía recuerda constantemente que es obligatorio el uso de mascarillas y que se deben mantener las distancias de seguridad. Los pasillos están vacíos, acotados con precintos. En las sillas hay carteles que prohíben sentarse. Las tiendas y locales de restauración están con las persianas cerradas. “Menos mal que hemos traído comida porque el avión no llega hasta las seis a Canarias”, se queja Angelines. "He traído albóndigas, embutido, pan...¡hasta las lágrimas!", bromea.
El embarque se realiza en la tercera planta, donde las compañías están instalando mamparas en los mostradores de atención al público. "Las medidas han tardado en llegar pero está habiendo reuniones periódicas con AENA para adaptar los procedimientos y unificar los criterios”, explica un delegado de Comisiones Obreras de Iberia, que prefiere no decir su nombre.
“Han desinfectado todas las instalaciones, los vehículos y los aviones. Se están cumpliendo todos los requisitos en tierra, en aire y en las pistas. Pero los pasajeros tienen miedo a meterse en un habitáculo rodeado de tantas personas, por más que les expliques que en los filtros HEPA limpian el aire en un 99% e impiden la transmisión del virus a bordo”, remarca.
Asegura además que están haciendo las pruebas a los trabajadores cada dos semanas y que deben tomarse la temperatura diariamente antes de empezar su jornada laboral. “Se ha contagiado menos de un 5% de la plantilla pero nos hemos dado cuenta que muchos de estos empleados viven en Torrejón de Ardoz y en la zona del Henares, donde el índice ha sido mayor que en el resto de la región”, especifica este empleado.
A Mario le llaman la atención todas estas medidas: “Creo que en Holanda han sido menos estrictas. No hemos estado confinados, se podía salir a la calle a dar un paseo. Mi familia lo ha pasado mal, todo el día encerrados en casa durante tanto tiempo”. Regresará a Amsterdam la semana que viene. Nadie le ha indicado si debe tomar precauciones.
Alejandra deberá permanecer dos semanas en cuarentena domiciliaria cuando llegue a su destino. Colombiana, llegó a España en enero para hacer unas prácticas de Odontología y un mes después la universidad suspendió las clases. “Me fui un fin de semana a París a mediados de marzo y ya no pude regresar. He perdido el curso. He dado clases online, pero no he avanzado mucho”. Por eso ha decidido volver a casa.
Es uno de los llamados vuelos humanitarios, que el Ministerio de Asuntos Exteriores ha mantenido durante todo el estado de alarma para repatriar a los ciudadanos extranjeros. “La gente está un poco paranoica, con mucho miedo. Para entrar a mi país debo llevar guantes, tapabocas y luego tengo que mantenerme dos semanas en aislamiento, sin salir de casa. Pero me tienen que venir a recoger porque yo no vivo en la capital. Es como ir de Madrid a Barcelona. A ver cómo lo hacemos”, cuestiona.
Los viajeros que llegan a Madrid deben rellenar un formulario de localización, conocido como Passenger Location Card (PLC). Incluye datos de alojamiento, preguntas sobre si ha pasado el Covid-19 o si ha tenido contacto con alguien que lo tuviera.
Después deben hacer una fila para ser atendidos por personal sanitario externo –contratado por el Ministerio de Sanidad-. Ataviados con chalecos fluorescentes amarillos y viseras les toman la temperatura con cámaras termográficas que permiten la movilidad y hacen un control visual. En caso de no superarlo, el pasajero debe ser examinado por un médico o le derivan los servicios asistenciales de la Comunidad.
Fuera, dos hileras de taxis aguardan la llegada de viajeros. Los conductores conversan. Luis prefiere escuchar la radio. “Hoy me he levantado a las seis de la mañana. He hecho solo dos carreras. En la calle nadie levanta la mano, ni llaman de la emisora. Ya me he venido al aeropuerto desesperado. Así no estoy dando vueltas ni gasto”, confiesa.
El Real Decreto obligó a reducir en un 50% los servicios de estos operadores, que regularon su actividad para trabajar en días alternos. La mayoría de sus clientes eran enfermos a los que había que trasladar a los hospitales o llevarles a sus casas después de permanecer mucho tiempo ingresados o personal sanitario.
“Ahora ya estamos todos otra vez en la calle pero la gente no tiene dinero. O no han cobrado, o están en paro o trabajando en su casa, no salen. Un día normal a estas horas ya debería tener unos 100 euros. Pero hay que buscarse la vida y seguir hacia delante. Hay gente que está peor o ha muerto en el camino. Tengo mi trabajo para ganarme la vida y una casa con comodidades. Este verano habrá que quedarse aquí y pasear al perro” , admite resignado al tiempo que enciende el motor y avanza. Ya le queda menos para recibir a los clientes y bajar la bandera.