Ramón do Casar, el fruto del regreso
Ramón do Casar Nobre ha sido distinguido como Mejor Vino de España 2022, Premio Alimentos de España del Ministerio de Agricultura
Ramón González emigró en 1955 a Venezuela, y de vuelta quiso "tener su huerta, sus vinos, y todo eso, poco a poco, fue derivando en algo más grande”
En este año de calores incesantes y de una sequía abrumadora, “nuestra uva está sana, afortunadamente"
El Miño es un espejo de agua que se amplía en su llegada al embalse de Castrelo de Miño (Ourense), que cambió la vida y el paisaje de esta zona. Muy cerca de allí, en la parroquia de Prado de Miño, en la margen izquierda del río, se tejió una de esas preciosas historias gallegas de regreso, de apegos, de sueños cumplidos de emigración.
Decía José Luis Cuerda, que también anidó en tierras do Ribeiro, que “los recuerdos, los deseos y los sueños están hechos de los mismos materiales”. Ramón González nació en el año 1928 y en el año 55 emigró a Venezuela a la búsqueda de una nueva vida, de otra vida, pero eso sí, llevándose consigo las huellas y la memoria de su tierra: el Casar, un territorio en medio de las parroquias de Astaríz y Prado pertenecientes al municipio ourensano de Castrelo de Miño. En sus idas y venidas conoció a Áurea, se casó con ella y emprendieron juntos sus proyectos de vida en aquel país que por entonces era una tierra de promisión y abundancias. Sus dos hijos mayores, Ramón y Etelvino, nacieron allí a mediados y finales de los sesenta aunque se criaron en Galicia hasta los 18 años porque era deseo del matrimonio que fueran arraigándose en esta tierra.
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Me encuentro con Javier, el más joven de los hermanos, el tercero, que ya nació en tierras gallegas. Es él quien arranca con su relato: “Mi padre desde el año 1975 hasta el año 2013, en que inauguramos la bodega, fue comprando parcelas y viñedos con el firme objetivo de retornar una vez terminada su vida laboral a un sitio donde poder juntar a su familia y convertir este lugar en el nexo común”. “Nuestro padre -prosigue- quería como todos los emigrantes retornar, tener su huerta, sus vinos y todo eso, poco a poco, fue derivando en algo más grande”. La verticalidad de la llamada de la tierra, la memoria transversal del regreso.
Esta breve charla con Javier la arrulla el vibrante murmullo del río en este terreno frondoso del Ribeiro, arcádico, mítico, paradisíaco, donde las vides son la característica de un paisaje que promete vendimias tempranas. Ese “valle de ojos verdes, duerme que duerme en la ansiedad de lo cotidiano”, como dicen los versos del poeta local, Eladio Rodríguez.
Solo blancos
“A Ramón le gustaban los blancos, especialmente de treixadura y su única experiencia con el vino era doméstica, familiar. En realidad -me señala Javier- nuestra intención de hacer una bodega era también por un deseo de entroncarnos con el pueblo. Este proyecto comenzó en el año 2000, en el que ya recolectábamos uvas para venderlas a una de las bodegas de aquí, y en el 2011 nos decidimos a construir la bodega, en mitad de la crisis económica, que terminamos un par de años después. En 2013 fue nuestra primera vendimia, nuestra primera añada, que salió al año siguiente al mercado”.
Siempre digo que me gustan muchos los tintos, pero las mayores emociones de mi vida, las mayores sorpresas, lo inesperado ha surgido del chispazo de los blancos, aunque lo importante de los vinos es que nos lleven a su origen, que nos hablen, que nos enseñen su paisaje, su terroir, su procedencia, hasta lograr el cuerpo a cuerpo con su destinatario dispuesto a este aprendizaje gustoso. “El destino lo atribuyen los vientos”, afirmaba el poeta Manuel Vilanova. A veces también los vinos, como los emigrantes, son depositarios de mensajes, de recados, de una forma diferente de contar dinámica que no solo atraviesa fronteras sino que también surca los tiempos.
Mientras miramos y hablamos, Javier y yo, copa en mano, este día de agosto arde en sí mismo, como si quisiera llevar el atardecer a una hoguera. En el proseguir para hablar de los premios y sobre todo de este último: Mejor Vino de España 2022, Premio Alimentos de España del Ministerio de Agricultura para Ramón do Casar Nobre, decido unir a la conversación a Luis Paadin, “el hombre que sabía demasiado” de los vinos de Galicia, autor de la guía más completa y exhaustiva que conozco de los vinos de esta tierra. Esta es su voz en este asunto: “De Ramón do Casar destacaría tres facetas: la primera, el factor humano. No olvidemos que los vinos los hacen las personas. Yo creo que aunque esta es una bodega tipo medio en la zona, está hecha a escala humana. En ese suelo está la parte emocional de la emigración, de aprender que el trabajo es esfuerzo y que no existen atajos para alcanzar el éxito, que hay que dedicarle muchísimas horas y mucho sacrificio. Ellos empezaron así: situados en una zona de producción que no era tanto de bodegas (ahora sí), sino de recolección de uva, de hecho, como ya ha contado Javier, eso fue lo que hicieron hasta que las viñas fueron cuajando, cogiendo identidad propia y fue cuando tomaron la decisión de dar el salto; lo hicieron con cierta pausa, con prudencia, poniendo en solfa las enseñanzas de trabajo de la emigración. El resultado ha sido una bodega pensada y diseñada para hacer el vino que ellos tenían en su cabeza”.
Decía en unos hermosos versos Celso Emilio Ferreiro: “Preparad las tazas de los blancos amantes/ que son de suaves igual que una seda/ y se vierten sobre la tarde con una música alegre de mágicas arpas, dulces y distantes/ Vino del Ribeiro, fuente de consuelo”.
En esta tarde luminosa de agosto el sol que se derrama sobre esta ladera ourensana parece brillar solo para nosotros, acariciados por esa ”lumbre dorada” como la llamaba José Hierro, prosigo en la conversación con Luis para profundizar más en el vino, para que me hable de Pablo Estévez, el enólogo, toda una institución en la zona: “Pablo no es bueno porque simple y llanamente sea un mago de la uva o del vino -me precisa-, sino que hace muy bien su trabajo, de maravilla; y solo acepta trabajar para aquellos que respetan sus criterios tanto en bodega como en viñedo. Y aunque los catadores digamos que los vinos de Pablo Estévez se parecen a él, sí es cierto, me lo dicen la larga experiencia y conocimiento de años de proximidad, que al principio pueden parecerse pero con el paso del tiempo reflejan el territorio del que provienen, con lo que volvemos a meter un paisaje en una botella”.
“Otra de las facetas admirables -prosigue Luis- es que en el Ribeiro casi ningún vino es monovarietal, pero el mercado (sobre todo el americano) ha impuesto las cartas en base a uvas, además hay que pensar que la palabra “treixadura” no es fácil de pronunciar y quizá por ello ha surgido ese ensamblaje de inteligencias entre los González y Estévez para aprovechar esta circunstancia y también el que cada vez más el consumidor demanda novedades y elaborar un monovarietal que con el tiempo ha ido sobreponiéndose, en mi opinión, al plurivarietal”. “Ellos fueron también pioneros en hacer un godello con barrica en el Ribeiro y están demostrando que se pueden producir vinos lentos de hechuras, vinos sosegados, tranquilos, en los que la uva expresa lo que puede expresar”.
En un precioso cuento, el escritor mexicano Alfonso Reyes hablaba de que un cocinero iba cocinando palabras a medio hacer, y con mucha paciencia y comedimiento las convertía en algo mejor. Esto mismo han hecho en Ramón do Casar, uno de esos proyectos que ha contribuido a agrandar el mundo del Ribeiro.
Antes de regresar a la conversación con Javier y de despedir a Luis, quiero que hablemos de otra de las facetas arteriales de la bodega: la comercialización. “En este aspecto lo que han hecho es merecedor de un aplauso: no entrar en las guerras, en la cuitas internas del Ribeiro, vivir una vida integrada en donde les dejaban y donde querían y ser siempre muy participativos. Han ido a los concursos más prestigiosos y en todos ellos han triunfado y eso habla de una realidad que hace grande a Galicia y por ende a la comarca del Ribeiro. Lo que tienen se lo merecen porque lo han trabajado y lo han hecho como me hubiese gustado hacerlo a mí”.
Decía John Berger que “todos los ojos dejan huellas”, las de Ramón están aquí, en estos viñedos y en este territorio, en su aplicación para que sus hijos se arraigaran a la tierra que él y Áurea llevaron siempre consigo mientras sorteaban en Venezuela las carambolas de billar de la vida. “Como te he dicho antes, a mi padre le gustaban los blancos y en su memoria solo hemos plantado uvas blancas. Él se murió en el año 2016, pudo probar las añadas del 13 y el 14 y se nos fue justo antes de que sacáramos la 15. Tuvimos la suerte de que pudiera ver los viñedos, la bodega, y el proyecto ya en marcha y hasta que celebráramos juntos algún premio”.
De premios hablamos mientras el Ramón do Casar Nobre (el vino recientemente premiado) anima nuestra conversación: “Solemos ir a los concursos -precisa Javier- y hemos tenido la suerte de que nuestros vinos han salido a menudo premiados. La verdad es que está muy bien porque sin duda alguna esa es la mejor publicidad, la mejor manera de decir aquí estamos. Estamos encantados y sorprendidos pero yo le digo siempre a la gente: nos están dando un premio por un trabajo que hemos hecho el año pasado o en años anteriores y rápido lo olvidaremos porque el presente nos apremia. Los premios nos dicen que el camino en el que estamos es correcto porque, como pensaba nuestro padre, 'la meta es el camino”.
El presente está ante nuestros ojos, en este año de calores incesantes y de una sequía abrumadora. Este es también un tema de conversación: “Nuestra uva está sana, afortunadamente. La cosecha viene un poco retrasada, pensábamos que el calor podría haberla adelantado pero como no ha habido lluvias no ha sido así y entonces está un poco irregular, me explico: hay zonas donde la humedad está alta y la uva está muy bien, muy desarrollada y hay otras en las que hemos tenido que ayudarla, apoyarla con cierta irrigación. Creo que esta, si no vienen tormentas muy bruscas o heladas prematuras (nuestros peores enemigos), será una añada muy buena pero hablo siempre de nuestras cepas, de nuestras viñas. En cualquier caso conviene estar muy alertas, muy pendientes de todo”.
Como decía José Luis Alvite, “la tarde va a la velocidad del óleo” y los alfileres del sol puntean cada milímetro del territorio como si quisieran evidenciar la dimensión exacta de la pérdida, pero también del arraigo, ese sentimiento que se recoge en las fotografías que se plasman en cada botella a modo de etiqueta.
Ramón do Casar es un vino ilustrado con diferentes imágenes salidas de la cámara del fotoperiodista coruñés Alberto Martí, que empezó a hacer fotografías a los 12 años, allá por los años 30, fotos que narraban la hazaña a la que toda una generación tuvo que enfrentarse. Imágenes que recogían ese temblor del adiós que se iba con los emigrantes en pos del rastro de la espuma de sus olas. El pago de los derechos de estas fotografías tuvo también un buen destino, el comedor social de A Coruña del que Alberto era presidente.
La luz va haciendo naufragar a la tarde e imponiendo la despedida, cada quien hemos de volver a nuestro andar cotidiano. Miro, mientras me voy, a esta tierra que ha ido llenando la nostalgia, reparando el sentimiento de separación. El poeta chileno Vicente Huidobro escribió en un curioso poema que los cuatro puntos cardinales eran tres: el norte y el sur. Los de O Casar han sido siempre dos: la ida y el regreso.
Esta es una pequeña patria que nació hilvanando sueños y ahora es depositaria de una memoria que los despliega hacia el futuro, es por tanto y también un buen lugar para soñar. Que rima con Casar.