Roberto Verino, un haz de luz en la moda y en el vino
A Manuel Roberto Mariño, lo de dedicarse a la moda le llegó por casualidad, asegura ahora que se cumplen 40 años del establecimiento de su marca
"Creer en nosotros fue fundamental, pensar que no somos menos que nadie, que no tenemos menos capacidad que otros”
Verino ha ingresado recientemente en la Real Academia das Belas Artes de Galicia
Verín es una mecedora de mañanas brillantes por donde la luz llega cada día a Galicia anunciando su misterio. Es el lugar de las primeras cosas, el asa del abrazo en la llegada, el eco del adiós en la despedida. Es el sitio donde las viñas, los manantiales, los amaneceres… donde la vida.
En Verín vino al mundo un día de primavera de 1945 Manuel Roberto Mariño, que para soldarse a su tierra con un material más sólido que el wolframio, incorporó a su nombre el apellido Verino. Dice que lo de dedicarse a la moda le llegó por casualidad, quién sabe si el magnetismo del destino le llevó por ese camino: “Me había ido a París a estudiar Bellas Artes -me cuenta en el comienzo de la charla-. Antes de empezar en la universidad tuve que ir a una escuela preparatoria y me encontré con que allí buscaban personal para hacer trabajos. A mí me venía muy bien trabajar al mismo tiempo que estudiaba, me ayudaba económicamente de manera muy importante e hizo además que me enamorara de ese mundo. A partir de ahí no pudo haber más que sucesivas situaciones que me han ido encadenando cada vez más con toda la pasión que se puede tener por el mundo de la moda, en el que me siento muy afortunado de estar y que la diferencia quizá, en este caso, es que no me quise quedar en París a seguir desarrollándome con las oportunidades allí se me daban para ejercer este oficio, yo quise volver a mi tierra con la intención de conseguir crear una empresa de moda donde no había ninguna tradición ni textil, ni industrial pero a base del apoyo de mi familia, que sin duda fue clave, y del tesón que tenemos los de ADN de Viriato, demostrarnos que sí se puede, surgió el milagro, porque es casi un milagro haber logrado una actividad con éxito a nivel internacional que surja de una población sin costumbre textil. Me siento muy afortunado ahora que se cumplen 40 años del establecimiento de mi marca”.
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París nunca ha perdido su magia. Es la ciudad. Un lugar que te acoge pero en el que no es fácil integrarse. Le pregunto a Roberto cómo son sus recuerdos de allí en los bulliciosos años sesenta: “Como bien apuntas, es una ciudad increíble. Pasé por muchas situaciones difíciles en el sentido de que ser el tercero de seis hermanos en edad de estar todos estudiando, me obligaba a una responsabilidad con mi familia que me hizo ponerme a trabajar, y desde el primer momento yo no tuve ninguna dificultad para enfrentarme a lo que había que hacer: si había que ir a Le Halles a descargar camiones pues lo hacíamos, habíamos quedado un grupo de amigos todos en situaciones parecidas, en donde nos ayudábamos a buscar el mejor trabajo que nos permitiese ir haciendo frente a lo que significaba vivir en París”.
La capital francesa era también un sitio de oportunidades, de retos y desafíos, allí Roberto conoció a una familia muy importante vinculada al mundo textil, los Lamsberg, hecho que tuvo una gran trascendencia en su trayectoria profesional: “Me dieron una gran oportunidad para conocer un oficio del que yo no había oído hablar nunca y de permitirme que me implicara tanto que al final acabé incluso consiguiendo que me permitieran, al volver a España, y bajo licencia, producir lo que hacíamos allí aquí en Verín. Esos fueron algunos de los grandes valores o aportaciones que ciertamente me sirvieron de mucho. De ahí la importancia de la ayuda de mi familia y la consonancia con la empresa francesa para que yo tuviese la capacidad de producir lo que se estaba haciendo en Francia en un momento en el que los costes de importación que había en España eran altísimos, y eso nos generaba una oportunidad en el mercado muy grande porque conseguíamos hacer productos de calidad y de diseño en Francia pero a precio de mano de obra española. Eso fue un auténtico espaldarazo a lo que significó empezar de cero como antes te comentaba”.
Como escribió el poeta Celso Emilio Ferreiro: “…quiero estar con los míos, con mi gente, cerca de los hombres buenos”.
De París a Verín
Los comienzos son siempre una complicación que cada uno intenta resolver a su manera. “Vivir es comenzar, siempre, a cada instante” decía Cesare Pavese, y Roberto me habla de las dificultades que se encontró en esa fase inicial para poner en marcha su proyecto y encontrar personas vinculadas con el oficio en un lugar sin memoria de esta actividad: “Cuando decidí desvincularme de la empresa francesa para emprender una nueva propuesta de moda con mi marca, Roberto Verino, y simultaneándolo durante un tiempo para no dejarles en la estacada, tengo que decirte que fui muy afortunado por dos razones: por el apoyo y la confianza que me dieron mi padre y hermanos y por el talento que incorporamos de fuera de Verín en un momento en el que no era nada sencillo, porque los que somos de aquí y estamos enamorados de este lugar nos conformamos con muy poco, simplemente con estar al lado de la familia, pero los que venían de lejos hubieron de adaptarse a la situación de una zona donde en aquel momento las carreteras eran malas, los medios de comunicación precarios y hasta el teléfono fallaba, fallaba la luz y las posibilidades de ocio eran muy rurales y por tanto hubo que hacer un gran esfuerzo para conseguir gente de talento pagándoles muchísimo y aun así y todo pues no éramos capaces de hacer que se quedaran el tiempo que necesitábamos para ir generando nuevas vocaciones. Sí, fue duro al principio, pero lo que también te digo es que luego la intensidad y la responsabilidad que tuvimos de la gente que formamos fue tan grande que nos compensó una cosa con la otra y yo me sigo sintiendo muy vinculado a Verín como mi lugar de nacimiento, el lugar donde yo tomo el nombre de la marca, como un reconocimiento y un interés por crear orgullo de pertenencia a ese espacio y conseguir que lo tengan también todo el resto de las personas, no solamente de Verín, sino de Ourense, de Galicia. Creer en nosotros fue fundamental, pensar que no somos menos que nadie, que no tenemos menos capacidad que otros”.
Roberto Verino fue armando su obra pieza a pieza, peldaño a peldaño, paso a paso, en Verín apartado de los grandes núcleos urbanos, de su amado París, haciendo suya una nueva apuesta: desde dentro hacia afuera, haciéndose preguntas para ir más lejos, desde este pequeño pueblo ourensano a la conquista del mercado nacional e internacional, a la manera de como se puede leer en los versos del poeta cántabro Lorenzo Oliván: “Llegar a cada sitio como la luz al día, muy sigilosamente, sin hacerse notar, pero tomando posesión de todo”: “Logramos crear una empresa de moda -añade Roberto- que no se conformó con ser provinciana sino todo lo contrario. Esa vocación internacional venía conmigo e inicié toda mi andadura volviendo de nuevo a Francia, montando la primera tienda allí después de Balenciaga, que fue el primer español en montar una tienda en ese país. Para mí también fue eso, el atrevimiento, la valentía, el orgullo de creer que sí que me podría enfrentar a mis referentes, de los que había sacado el máximo partido desde el punto de vista estético. Era como decir, me voy a comparar con mis maestros para ver en qué medida estoy tan capacitado como el que más. Y así se encauzó esa energía muy constructiva porque en el fondo el haber llegado a París, enfrentarnos de nuevo a la realidad, nos llevó a un reconocimiento también nacional increíble porque hace falta que vengan los de afuera para que aquí también se lo crean”.
Siempre he pensado que la moda debería ser así, el argumento sólido de la curiosidad, de la indagación, de los marcos referenciales como una modalidad del conocimiento. Le pregunto a este respecto quién o quiénes han sido sus diseñadores de referencia: “Admiraba a Yves Saint Laurent, creo que fue el que dio el salto de la alta costura al prêt a porter de una manera más cercana a la necesidad del consumidor, el que en el fondo supo intuir el cambio que se iba a producir en un mundo femenino que empezaba a incorporarse al mercado laboral ejecutivo y que comenzaba a adaptarse a la nuevas exigencias. A partir de ahí ha habido casos muy especiales como Giorgio Armani que, desde Italia, y amparado por una industria textil, donde se producían muchas de las marcas francesas, también fue capaz de entender esa evolución y de darle a la mujer lo que de verdad estaba pidiendo: vestirse con estética funcional y al mismo tiempo sencilla”.
Interrumpo la charla para llamar al arquitecto José Jaime Vázquez, amigo de Roberto desde hace 40 años, desde que un día los presentó el periodista José María García en la sede de la Cadena Ser, en la Gran Vía de Madrid, tras una entrevista al modista en el programa Hora 25: “Verino es un artista, un gran empresario y un hombre de bien orgulloso de su tierra y de su gente. Un emprendedor que ha trazado una trayectoria profesional impecable, en permanente reivindicación de su origen, instalado en la apuesta de que desde un sitio pequeño se puede ver y alcanzar el universo. Afectuoso, humilde, amable, sencillo, próximo, entrañable, y merecedor de una retahíla infinita de adjetivos. En definitiva, es un crack”.
Las palabras respeto y compañía funcionan como sinónimos cuando se encuentran la moda y el arte. Para ir en un mismo sentido hay que encontrar un margen de coincidencia. Roberto ha ingresado recientemente en la Real Academia das Belas Artes de Galicia, de eso hablaremos de aquí a un rato, ahora llevo la charla por la convivencia entre la moda y el arte porque tengo para mí que algunas creaciones de la costura o los complementos son como piezas de escultura, recorren el mismo territorio de la emoción: “Siempre he estado intentando sacar ideas del arte y creo además que la moda es su mejor aliada. A lo largo del siglo XX hemos visto muchos casos de diseñadores que tuvieron la lucidez de rodearse del genio de grandes pintores como Dalí o Mondrian y que de sus pinturas se pudieran generar vestidos o estampaciones que les permitieran salirse de lo común. Siempre he defendido esta vinculación entre moda y arte, en el año 83 le conté al pintor ourensano Xaime Quesada que nos estaba sucediendo una cosa que no me parecía correcta: en España se hablaba permanente del Mediterráneo, todo sucedía allí, los desfiles eran en Barcelona, parecía existir una connivencia que hacía que todos los que estábamos en el Atlántico estábamos fuera de juego y que teníamos que consumir y asociarnos a la idea de que haríamos la moda pensando en el Mediterráneo. Le propuse pues a Xaime el buscar una forma de contar que Galicia era atlántica y que teníamos otra cultura, otros inicios y le convencí para que reflexionara. Después de una semana me enteré que se había encerrado en su taller y apareció con unos cuadros que plasmaban muchos de los símbolos que estaban en los museos ourensanos y de ahí me planteé unos estampados que compusieron mi colección de aquel año, fundamentada en una cultura atlántica que me parecía lógico reivindicar. Fue un trabajo magnífico, lleno de entusiasmo, que exponía que aunque mirábamos con buenos ojos al Mediterráneo nosotros estábamos en otro lado”.
Le cuento que en el verano del 86, en el seno de Universidad Menéndez Pelayo, en el Palacio de la Magdalena de Santander, se produjo una acalorada mesa redonda, “Atlánticos frente a mediterráneos, dilema entre dos aguas”, en el que participaron un grupo de audaces debatientes: Juan Cueto, Luis Racionero, Antonio Colinas, Lois Pereiro, Fermín Bouza y Jose Manuel Costa. Y un prolijo desembarco cultural de músicos, artistas plásticos, fotógrafos, arquitectos… Las entonces llamadas “Fuerzas Atroces del Noroeste” que reivindicaban la mirada occidental al grito de “chove sobre mollado” (llueve sobre mojado).
Su sonrisa se abre para manifestar complicidad.
El ingreso en la Academia Galega das Belas Artes
La emoción de su costura tiene un orden, un cauce, sin que le sobre un chispazo. Compone de un modo artístico una melodía sostenida en sus diseños que solo ha querido que lucieran, iluminaran y que estuvieran comprometidos con su tiempo.
Roberto ingresó hace pocas semanas en la Real Academia das Belas Artes. El fotógrafo Xurxo Lobato fue uno de los académicos que le propuso y además el encargado de dar respuesta al discurso de ingreso. Le llamo y le cuento que ando en la escritura del Palabra de Vino alrededor del diseñador y que me gustaría añadir su voz a esta conversación: “Roberto Verino tuvo siempre una clara vocación internacional sin renunciar a su sensibilidad gallega. Su creatividad tiene un concepto de mujer que encaja perfectamente con la mentalidad feminista. Es un buscador de lo singular, lo propio, capaz de marcar una línea diferencial desde una imagen propia a la moda española. Como lo definió el periodista Fernando Franco: “Es uno de los cardenales de la moda gallega”.
Regreso al vino, a la charla, y le pido a Roberto que me diga cómo se siente en esta reciente responsabilidad académica: “No puedo estar ni más contento, ni más orgulloso, ni más reconocido, para mí ha supuesto un espaldarazo. Me siento como un niño con zapatos nuevos porque me han otorgado un reconocimiento que me ayuda a que mucha gente entienda lo que he estado haciendo, la pasión que siempre he puesto en lo que he hecho, en ese deseo de construir para mis clientes “su armario emocional”, me explico: que las piezas de ropa duren con cada uno, que guarden vivencias, que cuando vuelvas a ponerlas te hagan recordar momentos que has disfrutado con ellas o que simplemente con abrir el armario te lo recuerden, que ese armario forme parte de ti.
Le estoy muy agradecido a los académicos que me han propuesto y la Academia en general que me hayan concedido tal honor”.
Un recuerdo y sus vinos de Monterrei
La vida se encarga de que llevemos con nosotros algunas marcas. Hace más de 30 años Roberto y yo sostuvimos en Ourense otra agradable conversación en la que él relataba la banda sonora que había marcado su vida: allí estaban Edith Piaf, Aznavour, Luis Emilio Batallán cantando a Curros Enríquez y una canción con mucho significado para él, un recuerdo imborrable de su abuela: La Barca de Oro. Recordamos juntos aquel momento, quizá para revivirlo: “Mi abuela me marcó muchísimo. Tuve la suerte de disfrutar de su sabiduría y su compañía porque se murió con 98 años. Fue una mujer llena de energía, muy entusiasta y llena de ganas de vivir. Esa canción iba siempre con ella, y recuerdo que le gustaba porque hablaba de amor, de fascinación, de esperanza. Era su canción y forma parte de mí, de mi equipaje sentimental porque me une a mi abuela Aurora que tanto significó para mí.
Habla con una pausa como si quisiera apresar el tiempo, con el deseo de condensar todo el pasado en un solo instante. Hay en el oleaje de su palabras una mecánica de la elegancia, quizá porque la elegancia nació en él, de él. Desprende el afecto como una fuente de energía poderosa y envuelve la conversación de un aire sosegado, cordial, casi familiar.
En su apuesta por la tierra a comienzos de los 90 emprendió un nuevo proyecto al margen de la moda: la creación de la bodega Terras do Gargalo. El vino forma parte irrenunciable de su pasión también. Es de él este maravilloso aforismo: “Un vino es ideal cuando uno lamenta haber acabado la botella”.
Nuestra conversación vira hacia el viñedo, con mi interés por conocer cómo llegó el vino a su vida: “En casa de mis abuelos maternos el vino formaba parte de su modus vivendi, hacían vinos y los comercializaban, la mayor parte de sus ingresos procedían de ahí. Mis abuelos son mis recuerdos de infancia, de vacaciones, de los mejores veranos posibles en la Ribeira Sacra. Eran también la vinculación con el mundo del trabajo en el viñedo, eran viñas grandes con sus casetas en las que guardar los aperos de labranza. Las vendimias eran una fiesta, aquellos recuerdos las tengo asociadas a lo placentero, lo imaginativo”.
“Entramos en el mundo del vino por seguir esa tradición familiar -prosigue- y buscar la implicación de todos en el proyecto. Tuvimos ocasión de comprar unos terrenos en el lugar de “Gargalo”, que se caracteriza por ser uno de los lugares más valiosos para el vino del Val de Monterrei. A mí me pareció extraordinariamente interesante intentar ilusionar a las nuevas generaciones para cambiar lo que estaba sucediendo, se había deteriorado mucho la calidad del producto porque se pagaba muy mal la uva y en consecuencia se había ido cambiando el viñedo por variedades con mayor productividad que en lugar de 4 kilos por cepa diesen 30, había además una falta de reconocimiento hacia el esfuerzo de la gente del campo y me pareció que había que hacer algo en favor de recuperar la calidad y hacer ver a todos los que tenían viñas el interés por el mundo del vino, que se podría progresar mucho y que había que incorporar a gente joven a este sector y motivar un cambio generacional. Trajimos expertos universitarios para dar charlas, para hacer entender que había que proceder a la recuperación de variedades autóctonas y que eso solo lo conseguiríamos trabajando todos en la misma dirección”.
Hacía falta una sensibilidad como la de Roberto Verino para impulsar ese pálpito creativo en busca de la innovación y de la excelencia: “Hace unos 25 años fuimos la cuarta bodega, hoy hay 27 en la D.O. y además con una expectativas de crecimiento y de futuro tremendas porque la gente de este territorio sí tiene ya conciencia de que la calidad es el único camino y que hay que pelearse por la singularidad. Todos somos agricultores, por decirlo de alguna manera, cada uno tiene su terruño y en Gargalo somos conscientes de que tenemos un lugar muy especial, incluso el Conde de Monterrei lo valoraba porque eran de su propiedad y decía que tenía el mejor vino del mundo”.
Lara Dasilva es la presidenta de la D. O. De Monterrei, a ella esta conversación le debe mucho, le encuentro muy ocupada y por tanto agradezco su generosidad y su atención. Hace un alto en el camino para hablarme del invitado de este sábado: “Siempre me ha parecido una tarea ardua aquella de intentar definir a las personas en un par de líneas. Sencillamente porque algunas son puro arte, como el vino. ¿Quién puede intentar reducir eso a un par de palabras? Por ello, que me encargasen la tarea de definir a mi querido Roberto Verino, me enorgulleció, pero al mismo tiempo me aterró. En ese momento, entendí que quizás sólo debía guiarme por las siglas que tan famoso lo ha hecho a él, a su proyecto vitivinícola en la D.O Monterrei, Gargalo, y cómo no, a nuestra tierra, la que ha vivido a través de sus logros. R.V, eso es Roberto y Gargalo. R de respetuoso. R de resiliente. R de rústico como mi majestuosa Galicia. R de romántico. Pero Roberto es más. Es V de verdadero, de valiente, de valeroso y de valioso. Y por encima de todo eso Roberto Verino es un ourensano que siempre ha trabajado por ofrecer una calidad exquisita en todo aquello en lo que ha puesto sus manos y su corazón. Roberto ha creado eternidad. Ha creado pasado, presente y futuro. Pocas cosas son efímeras en él. Y ese puede que sea su secreto: el esfuerzo y su tesón por perdurar en el tiempo. Querido Roberto, perdóname si estas líneas se quedan cortas… pero que sepas, que he intentado buscar al mejor consejero, y parte de todo esto, me lo ha hecho sentir tu gran Gargalo Godello & Treixadura.”
“He sido muy afortunado -recalca Roberto retomando la conversación- porque desde el principio tuve el apoyo continuo de mis padres y hermanos, les debo muchísimo, sin ellos no hubiera sido lo que soy. De la parte de la viticultura se encargó mi hermano Miguel (ahora está jubilado), él fue el que hizo el gran esfuerzo de aglutinar espacios, de elaborar los proyectos, los programas, y de hacer que Gargalo se convirtiera en un referente. Luego apareció Xosé Luis Mateo (Palabra de Vino 22/8/2020), un profeta del buen hacer, de primar la calidad por encima de la cantidad, de respeto por el entorno, por lo natural, y a partir de ahí empezaron a surgir proyectos, algunos de ellos con mucho éxito. Ahora tambíén hay algunos proyectos por aquí que dan miedo por su tendencia especulativa pero como no podemos ser los guardianes de todo pues algunos nos limitamos a demostrar que cuando tienes un producto que haces con mimo, cariño e ilusión no solo te lo acaban valorando sino que también lo disfrutas”.
Roberto tiene un tono de maestro sosegado y a la vez de buscador inagotable, es tremendamente intuitivo a la vez que racional, dotado de un extraordinario sentido común, consciente de que las leyes del mundo pueden cambiar a cada instante y que nada está escrito: él, un diseñador metido en el mundo del vino.
“Pues mira, Manolo, pienso que en ambas actividades tratamos de seducir a los sentidos, buscamos generar emociones, razones para disfrutar. No he podido estar en la parte de la viña pero me he preocupado de tener a los mejores colaboradores para hacer el mejor vino que somos capaces de hacer. Intentamos que nuestro vino sea diferente, atractivo, apetecible, sabroso; que sea singular y demuestre personalidad. Procuramos una respuesta diferenciadora”.
Apuramos el vino elegido por Roberto: Gargalo Godello 2021, en este preámbulo final le pido que me hable de él: “Me parece un vino que está en la cresta de la ola. El godello es la majestad de las variedades autóctonas gallegas. Nos da muchas satisfacciones porque es una uva que suma adeptos, consumidores cada día. es un vino de terroir, que busca reflejar y expresar la belleza del paisaje en el que se da”.
Es elegante, le digo, y muy bien estructurado. Tiene una nariz armoniosa de aromas cítricos y florales. Es untuoso, cremoso y de una ligera amargura final. Un vino delicioso.
Brindamos y nos citamos en fechas próximas en este valle, en la bodega donde se dibuja su mapa sentimental.
Roberto Verino quiso ser lo que fue: un diseñador sin moldes, capaz de avanzar desde una tierra como él dice sin tradición textil. Su alegría y colorido son contagiosas, están en el cielo y en el semblante de esta tierra, donde la vida es una nube que pasa.
Palabra de Vino.