En España no existe una ley que prohíba la conducción a partir de una determinada edad, aunque desde los 65 la duración del permiso de conducir se reduce con el fin de garantizar un mayor control sobre la aptitud de los conductores. La mayoría de ellos terminan colgando las llaves a los 75 años de media, aunque más 'obligados' por su entorno que por propia voluntad. Pero es cierto que a ciertas edades la disminución de reflejos, los problemas de visión o la pérdida de capacidad auditiva conlleva más riesgos a la hora de ponerse al volante.
Un informe de la Fundación Mapfre ahonda en los factores que pueden comprometer la seguridad en la carretera. Así, aparte de los deteriorados ya mencionados, ciertas enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer y el Párkinson, influyen en la toma de decisiones y la coordinación, elementos esenciales para la conducción segura. "La posibilidad de que personas de edad avanzada con demencia sigan conduciendo es un motivo de preocupación creciente. De hecho, la mitad de los pacientes con demencia han tenido como mínimo un accidente antes de dejar de conducir", señala el estudio.
El informe de Mapfre señala que a partir de los 65 se observa una disminución progresiva en la capacidad de reacción ante imprevistos en la carretera. El deterioro se vuelve más significativo a partir de los 80 años. Estos conductores presentan entre un 32% y un 47% más de probabilidades de estar involucrados en accidentes de tráfico.
Errores muy comunes a partir de esta edad son las confusiones en los cruces, cambios de carril incorrectos y reacciones tardías frente a obstáculos e imprevistos. El envejecimiento suele conllevar ciertos cambios en la visión, como la disminución en la capacidad de adaptación a variaciones de la luz, la reducción del campo visual o la pérdida de nitidez en la percepción de los contrastes, que terminan afectando a la seguridad al volante, especialmente en condiciones de baja iluminación.
Está documentado que una persona mayor de 60 años requiere hasta tres veces más luz que un joven para ver con claridad, y el doble de tiempo para adaptarse de un ambiente iluminado a la oscuridad. Los riesgos se multiplican si el conductor padece enfermedades oculares como las cataratas, que afectan a más de la mitad de los adultos mayores de 65 años. Aproximadamente un 3% de los conductores mayores de 60 y un 13% de los que superan los 65 presentan alteraciones en su campo visual, aunque solo un 1% tiene deficiencias en la visión binocular, según las estadísticas.
Además, el consumo de medicamentos como antidepresivos o sedantes puede aumentar la somnolencia, mientras que patologías como la diabetes o la hipertensión pueden generar complicaciones inesperadas en la carretera. Por todo ello, son necesarias unas medidas preventivas, como las revisiones médicas y oftalmológicas periódicas, la reducción de trayectos nocturnos y la preferencia por recorridos conocidos y de corta distancia.
En cuanto el conductor perciba ciertas señales como que uno se desoriente frecuentemente, se distraiga más de los debido o note pérdida de confianza al volante, quizás debería tomar nota y decantarse por usar el transporte público antes de dejar que la conducción se convierta en un riesgo para uno mismo y para los demás.