La guerra en Ucrania es como todas las guerras: un conglomerado de terror, incertidumbre y sufrimiento en el todos pierden. Pero este combate del que hace solo un mes solo se hablaba como un supuesto lejano, tiene el componente añadido de ser un conflicto cambiante. De la intención inicial de Putin para conseguir un cambio rápido de gobierno, con una invasión exprés, se ha pasado a un choque que empieza a alargarse en el tiempo, con la vía diplomática fracasada y un aislamiento internacional de Rusia generalizado, tanto entre la opinión pública como a nivel político y comercial.
En este contexto, Washington empieza a revivir el fantasma de Afganistán como una conflagración en la que ya nadie gana, con ciudades destruidas y una población civil cada vez más armada, donde lo único que sigue en pie son las ganas ucranianas de plantar cara al agresor. La clave es cuánto tiempo podrán mantener el país en pie, teniendo en cuenta que la proporción de fuerzas es de diez a uno para los rusos y occidente tiene que medir su reacción ante cualquier provocación de Putin para no desencadenar un conflicto mundial, de consecuencias incalculables.
Una guerra corta
Los escenarios que surgen de esta situación son varios. Según señala a Nius Diario Juan Luis Manfredi, catedrático Príncipe de Asturias de la Universidad de Georgetown (Washington DC), la posibilidad de “una guerra corta con resolución militar ya no es posible. El plan inicial de Rusia era ocupar Ucrania para poner un gobierno títere y un responsable vasallo en el puesto de Zelensky pero eso es algo que ya se ha descartado”.
La opción por la que optó Putin de asustar a todo el mundo con el despliegue de sus fuerzas en la frontera de Ucrania, mientras realizaba ataques cibernéticos y maniobras militares desde el pasado mes de diciembre, fue una equivocación. “Ese fue su primer error estratégico: no se pueden anunciar tres meses antes las movilizaciones previstas, tanto a nivel militar como de logística, porque das tiempo a tu oponente a dar una respuesta económica, política y de opinión pública, que de hecho no esperaban”, señala Manfredi.
Guerra intermedia
La posibilidad de que el choque de trenes no se alargue demasiado puede radicar en que occidente sea capaz de ofrecer una salida que Putin considere asumible. Siempre que antes la guerra no salga como él esperaba (porque la resistencia de Ucrania resulte mayor de lo previsto, por ejemplo), la reacción interna de sus propios ciudadanos se vuelva en su contra y un socio importante como China decida dejar de respaldar tácitamente a Rusia. En ese caso, tanto la OTAN como Ucrania podrían llegar a negociar para evitar males mayores.
Sería el momento de ver “cómo una Ucrania partida y devastada, como ya casi está”, dice este experto en Relaciones Internacionales, “reconoce la república del Donbás, dando el control del este del país a Moscú. Nos encontraríamos así con un escenario menos violento pero improbable, dada la actitud actual de Rusia, que está abalanzada hacia la ocupación total del país ucraniano. Y aunque ello no resolvería el conflicto, sí podría dar lugar a una situación menos agresiva”.
Guerra larga
La opción de un conflicto duradero es la que empieza a considerarse con más posibilidades. Putin ha optado por “una conflagración de invasión, a pesar de que implica un proceso muy largo y costoso porque obliga a estar ocupando ciudades, campos, infraestructuras,...”. Pero incluso si Moscú consigue instalar un gobierno de ocupación, el resultado “no será bueno porque no tendrá ninguna legitimidad ante la comunidad internacional”, añade Manfredi.
En esa línea se manifiesta también, ante la NBC, Tim Ash, un experto en mercados emergentes de BlueBay Asset Managenet que conoce bien Rusia. “Suponiendo que Putin gane la guerra militar, la pregunta del millón de dólares es: ¿Cómo puede lograr la paz en Ucrania…si sus ciudadanos han disfrutado 30 años de libertad,...cómo puede Putin hacer retroceder el reloj hasta 1991 sin verse obligado a ejercer una represión brutal y sin convertirse en un paria internacional?”.
“Los ucranianos resistirán por mucho tiempo incluso si las batallas militares formales terminan. Y las noticias e internet expondrán las 24 horas del día, los 7 días de la semana, la brutalidad de Putin para que el mundo entero lo vea”, añade Ash.
El peor escenario
Sin embargo, aún hay posibilidad de que todo se tuerza un poco más. Es lo que ocurriría si el conflicto derivara en una guerra abierta entre la OTAN y Rusia porque “conduciría a una conflagración total, muy similar a la del final de la II Guerra Mundial, con un enfrentamiento directo entre dos grandes potencias con capacidad nuclear, misiles de medio y largo alcance, que podrían generar una destrucción masiva”, dice Manfredi.
Por ello “hay que ser muy prudentes con la idea de plantearse este conflicto a cielo abierto entre estos dos bloques porque sería devastadora para los países limítrofes con Rusia, como Polonia, Rumania, Croacia,...pero también podría serlo después para el resto. Prefiero descartar ese escenario porque incluso ya un primer recuento rápido de cifras y víctimas es terrible”, añade Manfredi sobre una opción en la que nadie quiere pensar.
Amenaza nuclear
Sin embargo, si algo ha quedado claro a estas alturas es que Putin está dispuesto a transgredir la ley internacional del derecho, como ya ocurrió en el momento que sus tropas cruzaron la frontera de un país soberano e independiente de Rusia, como es Ucrania. De hecho, el dirigente ruso ya ha puesto sus fuerzas nucleares en situación de alerta oficialmente, aunque los observadores internacionales no creen que ello implique el uso de este arsenal.
Tampoco Manfredi apuesta por un uso de este tipo de armamento, al menos no como lo entendemos con las referencias de “la crisis de los misiles” o el discurrir del final de la II Guerra Mundial. “Ese escenario estratégico está superado, parece más probable una situación en la que se imponga la táctica contra infraestructuras o territorio no habitado. Incluso es una opción a la podría recurrir la OTAN, en último extremo, con ánimo de parar la guerra y obligar a Rusia a negociar”.
De momento, a los millones de refugiados, decenas de miles de muertos, la devastación de Ucrania y la hecatombe de la economía rusa, se une la transformación de un mundo que ya no volverá a ser el que conocimos y que queda a la espera de mostrar su nuevo rostro. El resultado dependerá de cómo se juegue el resquicio de diplomacia que aún quede, la comunicación que se realice, el pragmatismo que sean capaces de desarrollar los actores y la evolución de un nacionalismo que, como ya ha demostrado la historia, no suele dejar nada bueno.