Venezuela no tiene gasolina. El país con las mayores reservas de crudo certificadas del mundo (con reservas probadas de 303.805.745 millones de barriles del petróleo y 200.325.484 millones de pies cúbicos de gas en su subsuelo) se ha quedado sin combustible.
Y aunque para muchos no es una novedad, porque la escasez es el pan nuestro de cada día en estados fronterizos con Colombia como Táchira o Mérida (donde gran parte del combustible se pierde por el contrabando de extracción); en la capital, Caracas, no están acostumbrados al desabastecimiento y a la sensación, un tanto asfixiante, de estar atrapado por la incapacidad para movilizarse, y no precisamente por la cuarentena del coronavirus.
Los problemas de escasez comenzaron a verse los primeros días de confinamiento, aunque el drama ha llegado a su punto álgido durante la última semana. Son contadas (e imprevisibles) las gasolineras, bombas, según el argot venezolano, que abren cada día. Saber cuál estará abierta a las 7:30 de la mañana es una lotería. Saber si habrá gasolina, también.
Así que, muchos caraqueños se lanzan optimistas (o resignados) a hacer cola de madrugada sin saber si, a pesar de las (6, 8, 10, 12…) horas de espera, podrán finalmente surtirse de los 20 litros de gasolina que están dispensando máximo por vehículo.
Es una guerra de ilusiones, y cada uno de los aventureros que se lanza cada noche a la misión de conseguir combustible, pasa como mejor puede, generalmente durmiendo en los asientos de cuero o felpa que son su trinchera de paciencia para las horas muertas, el tedio.
Los hay que pasan el tiempo mirando fotos en el teléfono móvil o contestando esos Whatsapp pendientes de cadenas familiares que casi nunca se miran ni contestan. Los más animados se bajan del coche y caminan unos metros, y si tienen suerte hasta pueden entablar conversación con alguno de sus vecinos de fila o compañero de noche en vela. Mal de muchos, ayuda.
Otros buscan información en Google sobre porqué están allí. Sobre porqué no hay gasolina en Venezuela. La información oficial llega a cuentagotas y las explicaciones escasean.
El vicepresidente económico, Tareck El Aissami, apareció en la televisión pública venezolana hace tres días para leer un comunicado breve en el que explicaba que la escasez de gasolina se debe al “bloqueo naval” impuesto por EEUU. “Denunciamos ante la opinión pública nacional e internacional un conjunto de amenazas proferidas recientemente por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica contra la integridad territorial y soberana de Venezuela”, dijo. Y anunció un Plan de Emergencia de suministro de gasolina sin detalles de cómo sería.
Pero para los expertos no hay una sola causa que explique porqué hay esta escasez. Más bien es un conjunto de factores. Si bien es cierto que el consumo de gasolina en el país caribeño se ha reducido en un 63% durante los años del gobierno de Nicolás Maduro, la demanda interna supera los 160 mil barriles diarios de los cuales, más de la mitad son importados.
Las sanciones que se tomaron contra la petrolera rusa Rosneft (que se encargaba de intermediar en el mercado internacional para vender el petróleo venezolano) han provocado el miedo de compañías extranjeras que, por temor a medidas similares, no están vendiendo gasoil a PDVSA (la empresa estatal Petróleos de Venezuela). Al mismo tiempo, los bajos precios del crudo, en mínimos históricos, restringen la importación de combustibles.
“PDVSA no solo importa gasolina terminada, sino también componentes de alto octanaje como el MTBE, nafta catalítica y pesada, lubricantes y buena parte de esto se hacía desde EEUU, hasta que entraron en vigor las sanciones que impuso el gobierno de Donald Trump en enero del año pasado”, sostiene una fuente oficial que pide no ser identificada.
Así que, todo eso más las medidas de seguridad extraordinarias tomadas a nivel mundial debido a la pandemia del COVID-19 y la baja producción de las refinerías venezolanas explicarían la debacle.
“Al caer la capacidad de refinación del país, Venezuela se hace cada vez más dependiente de la importación”, sostiene el economista venezolano Luis Salas, director del sitio web de investigación y análisis 15y Último.
“La capacidad de refinación de PDVSA en Venezuela alcanza 1,3 millones de barriles al día”, explica Salas, “de los cuales, las dos cuartas partes corresponden al complejo de Paraguaná (conformado por las plantas de Amuay y Cardón)”. Sin embargo, después de una explosión ocurrida en esta refinería en agosto de 2012, su capacidad de procesamiento ha disminuido un 39%. Nunca remontó debido al mal estado de la industria por la dejadez gubernamental y la corrupción interna.
Son las cuatro de la mañana en la gasolinera de La Florida, al este de Caracas. Ysmara Muñoz es sanitaria, y en teoría tiene prioridad para surtirse de gasolina. Los trabajadores de la salud, la alimentación, el transporte o la prensa tienen salvoconducto para poder echar gasolina. En muchas bombas, incluso, sólo surten a estos colectivos, aunque la realidad es que, en muchas ocasiones, pertenecer a uno de ellos no es garantía de nada. Ysmara lleva tres días intentando conseguir combustible sin éxito.
“Las colas son infernales y aunque yo trabajo en un hospital no me han dado prioridad. ¿Cómo vamos a ir a nuestros puestos de trabajo, a salvar vidas, si no puedo movilizarme?”, se pregunta. Denuncia además la corrupción de muchos Guardias (militares), encargados de supervisar la distribución. “Lo único que quieren es sobornar a la gente”.
El soborno llega en forma de pequeño “contrabando”, o bachaqueo, como se llama en el país caribeño a la venta ilegal de algún producto en pequeñas cantidades. La Guardia Nacional Bolivariana (GNB) tiene el control absoluto sobre las gasolineras en estos tiempos de COVID-19 y escasez, y muchos se están sacando un sobresueldo vendiendo el litro de combustible a un dólar.
Es perfecto para venezolanos desesperados que no saben de qué otra manera surtirse. Inviable para la mayoría, que no puede hacer frente a un gasto de este tipo. Obsceno para un país donde llenar el tanque de un todoterreno 4x4 es prácticamente gratis debido a los subsidios del gobierno. Venezuela es el país del mundo con la gasolina más barata. Pero el negocio es el negocio, y la falta de oferta multiplica el mercado negro.
La gasolinera de La Florida ha abierto sus puertas a las 8 de la mañana puntual. Hay un militar con un megáfono que está ordenando los vehículos y da instrucciones sin parar. “Este sí. Este no está autorizado”. Antes, un compañero ha hecho una señal en el vidrio delantero de los coches afortunados con un betún para limpiar zapatos.
Está prohibido hacer fotos y grabar vídeos en esa zona y hacerlo puede conllevar problemas serios con las autoridades aparte de la pérdida, por supuesto, de todo el material.
En el puesto número 12 de la fila tiene su camioneta vieja Javier. Es un auténtico privilegiado. Dice que lleva allí desde las seis de la tarde del día anterior. Javier es trabajador del sector de la alimentación y tiene un papel con un salvoconducto que acredita su labor. Sin embargo, los militares le han dicho que no podrá echar combustible porque no es en esa gasolinera donde debe hacerlo. No debería ser así, se supone que con su acreditación tiene derecho a surtirse, pero es la palabra del militar contra la suya. No hay posibilidad de victoria.
Así que Javier decide rentabilizar su viaje (“al menos eso”, dice) y “vende su puesto” al mejor postor. Ofrece su posición privilegiada en la fila a desesperados que se ubican en la cola de la cola. El paraíso, los ansiados 20 litros de combustible, a cambio de diez dólares.
No es el único. En su situación hay varias personas que como él no han recibido el beneplácito de los Guardias y frustrados tratan de sacar rédito económico a sus horas de espera antes de emprender el camino de vuelta a casa, temerosos, eso sí, de quedarse tirados en mitad de alguna calle y bajo un sol de justicia. El sol, en Caracas, es insoportable en estas fechas de Semana Santa. Y encima este año no hay plegaria en la playa.
Es un día más de cuarentena en la capital venezolana, que permanecerá así, al menos, hasta el próximo 13 de abril. Confinamiento, sin gasolina, es más confinamiento. También le pueden llamar “efectividad bolivariana”.