Gonzalo abre su Cuerpo filosófico de Ifá, la biblia de los santeros, el culto propio de los afrocubanos que llegó a Venezuela durante la época de la esclavitud en el siglo XVIII. Gonzalo es santero desde hace 18 años, o sacerdote babalawo, como prefiere que le llamen, porque dice que lo de santería, en realidad, está mal dicho; y que es un resquicio erróneo de cuando sus deidades o dioses tenían que ocultarse en los nombres o las figuras de los santos cristianos para que sus antepasados no fuesen exterminados por herejes.
El babalawo abre su libro sagrado sobre la mesa grande que hay en el salón de su casa de Caricuao, un barrio lejos del centro de Caracas y con bastantes casos de coronavirus. Caricuao es un foco en el Distrito Capital; pero Gonzalo no tiene miedo de contagiarse, ni su familia tampoco, porque son santeros y los santeros venezolanos adivinaron antes que nadie (incluso antes que los cubanos) que la pandemia arreciaría este 2020; así que tomaron medidas de prevención desde el principio.
No hay nadie más protegido frente a la COVID-19 que un seguidor de la religión Yoruba en Venezuela. La profecía está escrita en ese libro grande y sagrado que reza ahora en el medio de la familia Rodríguez, la familia de Awo Órünmílá Iwori Ógündá, el nombre religioso de Gonzalo. La tribu al completo está reunida en medio del calor sofocante de un cuarto de estar interior al mediodía en el caribe; y hablan de lo que podría hablar cualquier familia venezolana, sea del culto que sea: "¿Llegó el agua?", "No mami, ya llevamos diez días sin una gota. Hay que estar pendiente en la madrugada".
Todos observan atentos a Gonzalo que lee alguna de las historias escritas y denominadas patakís, y que son las parábolas que explican "la diversidad de cosas que ocurren en el mundo". Hay un total de 256 de lo que llaman "signos" en este libro o tratado de filosofía poco ortodoxa, según quién lo mire, claro. Los signos son los que determinan el futuro y el signo de este año se llamó Ogbe Roso Ntele y fue aterrador; pero más aterrador aún es comprobar que todo lo que predijo se está cumpliendo.
Para el 2020, en una reunión de santeros que todos los años hacen en Cuba cada 1 de enero y que llaman la Letra del Año, el pronóstico fue que durante los próximos doce meses "habría que enfrentar males sorpresivos". La profecía, que se publica de manera inmediata, habló también de "un repunte de enfermedades graves y contagiosas; y de la proliferación de pandemias debido a la mala higiene y la indisciplina social". En aquel momento, la palabra "coronavirus" apenas era un vocablo del viejo oriente que muy poco o nada resonaba en las mentes de cualquier latinoamericano (y ni siquiera europeo). Gonzalo, en su casa de Caricuao, recuerda a su familia que la profecía habló de una "presencia activa y masiva de un peligro real de muerte, que atacaría de manera trágica y especialmente a las personas mayores".
Para Carlos Ríos, Secretario Nacional de Comunicación y Tecnología de ANSI (Asociación Nacional de Sacerdotes de Ifá), una congregación recientemente formada en Venezuela después de décadas de persecución, estigma y tabú en un país que se dice eminentemente católico, en Venezuela supieron, antes incluso que en la reunión de la Letra del Año en Cuba (cuna de la santería en el continente) lo que iba a pasar. "Lo sabemos desde el 22 de diciembre, cuando en pleno solsticio de invierno, nos reunimos en Caracas 150 sacerdotes babalawos y dimos con el signo que se llama "el invencible", que es el signo de la verdad y la mentira, donde la mentira se cae y prevalece la verdad. Nos advirtió de una enfermedad que atacaría menos a nuestro pueblo (Venezuela) y que nos obligaría a colmarnos de paciencia", explica Ríos a NIUS en una conversación telefónica. "Desde el principio de la cuarentena tuvimos claro que la mediana normalidad no va a llegar antes de los siete meses, y antes de que comenzara el año nosotros ya empezamos a hacer obras y ceremonias de prevención con ofrendas al santo. Por eso Venezuela tiene menos casos que el resto de sus países vecinos de América Latina", dice.
Ellos no curan, sostienen. Previenen y mantienen alejado al virus de sus casas o de las casas de las personas que acuden a ellos para que realicen sus rituales preventivos con las consecuentes ofrendas al santo de turno.
No fue hasta el 31 de diciembre de 2019 que China advertía de que habían aparecido en la ciudad de Wuhan una serie de casos de neumonía de origen desconocido. Para esa fecha, en Venezuela, ya se habían hecho multitud de ceremoniales "implorando", sostiene Carlos Ríos, "para que la energía de los Orishas (dioses) fluya y nos proteja. Por eso nuestro pueblo no ha visto la estampa apocalíptica que hemos presenciado en otros lugares y en otros países".
Aunque en Venezuela la santería sigue siendo objeto de controversia y continúa practicándose en un régimen de semiclandestinidad, los datos de ANSI hablan de que ya contarían con más de 3 millones de adeptos, y eso, solo, según cifras oficiales.
Fue el ex presidente Hugo Chávez el que legalizó la también denominada religión de Ifá en la Constitución de 1999, debido a los vínculos personales que se le atribuyen al mandatario chavista con este tipo de ritual también relacionado con la brujería y la magia negra, sobre todo por parte de sus detractores.
El escritor español David Placer recogió en su libro Los Brujos de Chávez increíbles revelaciones sobre la adicción del presidente a esta práctica. En sus páginas, habla de la que fuera su santera de confianza, Cristina Marksmann, muestra correspondencia entre ambos, habla de cómo se oficiaban rituales en el Palacio de Miraflores y de cómo fue Fidel Castro quien inoculó en Chávez la pasión por esta religión. Según una entrevista ofrecida por Placer durante la presentación de su libro, "Chávez utilizó la brujería para controlar Venezuela y manipular al pueblo. Hasta tal punto que la santería importada desde Cuba transformó la manera de hacer política en el país".
El amor de Chávez por esta práctica religiosa habría llegado hasta su sucesor, Nicolás Maduro, al que muchos llaman incluso "El Hijo (de Chávez)". Gonzalo Rodríguez, el santero de Caricuao, afirma que "los altos mandatarios de Venezuela siempre han tenido en alta estima nuestras predicciones y consultas. Nicolás Maduro también lo hace". Y añade que, al margen de la política, cuando Maduro tomó las medidas drásticas de prevención y cuarentena mucho antes que otros países, "todos le tacharon de loco. Tengo la firme convicción de que gracias a eso no estamos peor y de que lo hizo porque sabía lo que nosotros habíamos predicho. Algo le avisó".
Cae la tarde en el patio enorme de la casa colonial que el santero Gustavo Márquez y su familia tienen en el barrio de La Pastora en Caracas. Van a hacer una ceremonia de limpieza, un "ebó", que es como se conoce a cualquier obra que realice un santero; pero más concretamente, en casa de Gustavo van a hacer un ritual para mantener al coronavirus lejos de su puerta. La ceremonia se llama Awan a Azojuano y es una ofrenda a San Lázaro, el nombre popular de un Orisha que en lenguaje santero tiene tres nombres: Babalú Aye, Azojuano y Oluo Popo.
Es el Orisha de la enfermedad y sufría de lepra, por eso se le dice San Lázaro, haciendo el símil con el santo católico. Sobre el suelo del patio de la familia las ofrendas al santo son variadas: legumbres, frutas, carne picada cruda, pescado crudo, vino blanco, licores artesanales, miel, plantas medicinales, huevos y hasta unos habanos.
No hay esta vez sacrificio animal, aunque es habitual que en América se sacrifiquen para estos rituales animales de granja como pollos, patos, cerdos, cabras o incluso vacas o roedores silvestres. La norma dice que su sangre es el sacrificio al Orisha y que las carnes deben ser consumidas por el religioso y los restos llevados a la naturaleza para que se los coman otros animales carroñeros.
Comprar todo eso es un dineral en Venezuela no apto para todos los bolsillos; y el tema de la comida, un tema sensible entre un pueblo donde el 70% pasa hambre cada día. La ceremonia en sí, tampoco es gratis, y depende del santero que la oficie cuesta una cosa u otra. Gustavo dice que la ceremonia anti-coronavirus puede costar entre 10 y 50 dólares pero que aún así la demanda ha subido durante el confinamiento por el miedo de la gente. Eso sí, debido a la cuarentena radical se hacen en la más estricta intimidad de los hogares.
En su casa, esta tarde solo está su familia y un ahijado del sacerdote babalawo, Adrián, que asegura que la santería le cambió la vida cuando estuvo al borde de la muerte hasta cinco veces. "Los santos me salvaron, yo era un loco; y además tengo una enfermedad congénita en el corazón. Yo he enterrado a toda mi familia, pero yo sigo aquí, fuerte, gracias a ellos. Es cuestión de fe. Es la energía. ¿No la sientes?".
La ceremonia dura apenas una hora y consiste en cantos repetitivos de la palabra Awan (nombre del ritual) por parte de los asistentes que caminan en círculo rodeando las ofrendas que permanecen en el suelo. Cada uno de los participantes debe agacharse varias veces y coger con sus manos las ofrendas, restregárselas por la cara (incluida la carne y el pecado crudos) para proceder a su limpieza personal (interior), besar los huevos y sacudirse la espalda con la escobilla de San Lázaro, una especie de látigo que Gustavo explica que el santo utilizaba para dos cosas: por un lado, para flagelarse, y por otro para limpiar el camino por donde él transitaba.
Cuando terminan, Gustavo se agacha en una especie de altar improvisado junto a las ofrendas del suelo y le pregunta al santo si ya es suficiente. Parece que no. "Quiere un habano", dice. Y se pone a fumarlo en silencio delante del camarín. Antes de eso se echa unos tragos del vino blanco y lo escupe en el monumento.
Gustavo insiste con que todo eso no cura el coronavirus, que lo que se consigue es prevenir la enfermedad y ahuyentarla. Ifá (la filosofía, la palabra de la santería) es su medicina. Gustavo termina contando cómo él supo de la pandemia, también al hilo de las adivinaciones yorubas, y recuerda el patakí (aquellas parábolas de su libro sagrado, el Corpus Filosófico de Ifá), que en concreto le hablaron a él de la llegada del coronavirus.
"Todo está escrito", dice. "El libro cuenta la historia de un forastero que llega a un pueblo y lleva un cochino, que era una carne desconocida para los habitantes de aquel lugar. Cuando lo comen se infectan y se propaga una enfermedad contagiosa y mortal".
Todo es también cuestión de fe.