No es un secreto para nadie que Venezuela está atravesando una de las peores crisis económicas de su historia reciente y que las condiciones de vida en el país caribeño son duras: falta el agua, la luz eléctrica, los sistemas de salud y educación públicos están completamente destruidos, la inflación ahoga los sueldos, faltan productos básicos e incluso el servicio de telecomunicación e internet es cada día más deplorable.
En mitad de este contexto, millones de venezolanos se han ido del país en los últimos años. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hay más de 4,7 personas refugiadas y migrantes de Venezuela en todo el mundo; y más de 760 mil solicitantes venezolanos de asilo. Con este panorama, resulta impensable que todavía haya extranjeros que por voluntad propia y pudiendo elegir vivir en su país de origen (o en cualquier otro lugar con mejores condiciones de vida), decidan quedarse en Venezuela. Llegaron en algún momento por diferentes motivos y a pesar de la crisis han decidido quedarse. ¿Por qué?
Venezuela no fue siempre un país en crisis; de hecho, durante sus años de bonanza petrolera a finales del siglo XX (especialmente la década de los 90) fue uno de los principales países receptores de migrantes que provenían de otros países, principalmente de América Latina, España y Portugal. En el año 2015, justo antes de que comenzase lo peor de la crisis económica en el país caribeño, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), aseguró en su último informe que había en Venezuela 1.404.448 migrantes, lo que suponía que un 4,51% de la población total del país provenía del extranjero; situando a Venezuela en el puesto número 88 del ranking mundial de inmigración.
Según estas mismas cifras, los principales países emisores de emigrantes a Venezuela eran, en primer lugar, Colombia, con el 69,41% de extranjeros; España, con el 5,32%; y Portugal, con el 3,89% (es vox populi que la mayoría de las panaderías venezolanas están regentadas por portugueses o sus descendientes. Los españoles fueron los responsables de las tabernas con comida tradicional que todavía abundan). A estos inmigrantes les seguían los de Italia, Perú, Ecuador, Siria, Chile o República Dominicana.
Sin embargo, y a partir del año 2016, año de la gran escasez de alimentos y productos básicos como medicinas o bienes de primera necesidad, año que todo el mundo recuerda intramuros como el annus horribilis en el que la mayoría adelgazó una media de 10 kilos porque los anaqueles estaban vacíosannus horribilis, la estimación de llegada de personas a Venezuela decreció considerablemente.
Según estimaciones del mismo informe de la CEPAL, entre los años 2015 y 2020, la población extranjera que llegó a Venezuela cayó en un 0,37%. Pero, sin embargo, resisten algunos valientes que llegaron antes o después pero que no se quieren ir y continúan en el país bolivariano, a pesar de que su círculo más íntimo, familiar y amistades, han emprendido el vuelo (de vuelta) en general, resignados ante una Venezuela que no les ofrece las oportunidades de futuro que otrora les deslumbró.
En NIUS hemos recopilado un conjunto de estas historias de extranjeros que son resilientes de la crisis, que llegaron, que hicieron una vida, que son anónimos y que llevan años pasando desapercibidos en el país caribeño; construyendo un presente y un futuro que se niegan a abandonar a pesar de todo. Para muchos venezolanos son héroes. Los connacionales no entienden cómo pudiendo elegir irse con todas las garantías de otra patria, deciden quedarse.
Estos son algunos de estos protagonistas y sus historias de amor con un país en tiempos de crisis humanitaria:
37 años, peruano, llegó en 2002 a Venezuela porque según dice, en aquel momento, Perú era un país que no ofrecía oportunidades. Su familia emigró en busca de un futuro mejor y Manuel decide aventurarse con ellos.
"Cuando yo vine dije: "Uau, esto es el paraíso", cuenta desde su casa en el barrio de La California en Caracas. "Me encontré con un país muy maravilloso y con gente con muy buenas vibras. Había muchas posibilidades para la formación, el estudio y el trabajo". Manu vino sin documentos y debido a las facilidades que daba el Gobierno entonces pudo legalizar su situación en poco tiempo y en seguida comenzó a estudiar para ser bartender, una carrera que según dice, jamás podría haber estudiado en su Perú natal.
Actualmente y según cifras oficiales, unos 860.000 venezolanos viven en Perú, y de ellos, 280.000 han solicitado el estatuto de refugiado. Perú se ha convertido en uno de los principales países receptores de la migración venezolana de los últimos años y, por el contrario, es extraño encontrarse peruanos en las calles de Venezuela. El caso de Manu es un caso particular. Incluso su familia al completo ha decidido regresar, pero él permanece.
"Cuando me preguntan que por qué me quedo, que suele ser prácticamente a diario, siempre digo que todavía amo a Venezuela y que me siento en deuda con el país. Siento que tengo que devolverle las oportunidades que me dio", explica.
Con la coctelería se hizo una carrera profesional en un mundo que tuvo una clientela importante durante los años de despilfarro petrolero y que todavía hoy cuenta con su círculo de fiestas privadas que pagan 10 dólares la hora y que le permite vivir cómodamente, a pesar de los últimos meses de confinamiento que le han obligado a parar gran parte de su actividad.
Sin embargo, Manu presume de que hoy por hoy es "el único bartender peruano que hay en Venezuela" y recuerda con una sonrisa y bastante nostalgia los años en los que Caracas se llenaba de gente famosa que venía a disfrutar de la noche, las fiestas, los conciertos y los petrodólares caribeños. "Conocí a Maradona, trabajé con chefs muy importantes, con cantantes de todo el mundo. Me acuerdo cuando conocí a Melody, la niña aquella española que cantaba la canción de los monitos", recuerda y se ríe con ganas.
Manu no tiene familia, no tiene pareja, hijos o ningún vínculo emocional que le retenga en Venezuela. Su casa es modesta, su vida también; y se queda porque le gusta y porque da clase en una academia a jóvenes venezolanos que quieren dedicarse a la coctelería como él. Durante la cuarentena han continuado con las clases online en la medida en que el internet bolivariano se lo ha permitido, y asegura que cada vez son más los que deciden estudiar para ser bartender profesional y probar suerte en un mundo que hoy por hoy suena casi a ciencia ficción en un país remanente y a la sombra de lo que un día (no hace tanto tiempo) fue.
Esta periodista ecuatoriana de 54 años llegó en el año 2005 a Venezuela. Se fue de Ecuador por motivos políticos y decidió probar suerte en Venezuela donde en aquel momento estaba su madre. La vino a visitar, como unas vacaciones, le gustó y se quedó; a pesar de que su idea original era continuar su viaje hasta Alemania o Italia donde tenía a unas amigas.
En aquel momento tenía 40 años y en Venezuela se reinventó como documentalista y productora audiovisual. Actualmente trabaja como docente en la UNEARTE (Universidad Nacional Experimental de las Artes) y aunque reconoce que el sueldo no es suficiente, asegura que ha aprendido a buscarse la vida, a trabajar a cambio de divisas para clientes extranjeros particulares y así, poco a poco, salir adelante, "resolver", como dicen aquí a la lucha diaria contra la crisis.
"Me fui abriendo camino, no fue fácil. Para un extranjero no es fácil salir adelante en otro país; pero tampoco puedo decir que fuera extremadamente difícil. Me tocó lo que tenía que tocarme y ahora estoy aquí feliz; con mi trabajo y con mi hija, que tiene 27 años y hemos crecido juntas".
Giovanna dice que se enamoró de Venezuela; y que incluso ha decidido que cuando se muera quiere que esparzan sus cenizas por una región del país caribeño que se llama Los Llanos, y que es una estepa de paisaje inmenso, tranquilo e infinito, lleno de agricultura y fauna autóctona propia del interior de la geografía venezolana y con una población que se dedica eminentemente a la agricultura, la ganadería y a vivir en (extrema) paz, como aislados del resto del mundo y de los problemas.
William pertenece a la comunidad extranjera más importante en Venezuela: la colombiana. Según cifras oficiales aportadas por el gobierno de Nicolás Maduro hay más de cinco millones de colombianos residiendo en el país caribeño, muchos de ellos con doble nacionalidad tras años en el país vecino.
William llegó en el año 1975, huyendo de la guerra interna de su país. "Soy un desplazado", asegura. Vino con su mujer y sus cinco hijos y se instaló en el barrio de Nuevo Horizonte, una zona muy alejada del centro de Caracas. "Somos el último barrio del oeste, más allá están las montañas" dice; y aquí el 50% de sus residentes son de origen colombiano como él; "y el otro 50% son los hijos de esos colombianos", bromea. Nuevo Horizonte es el barrio con más residentes colombianos de todo el distrito capital.
William continúa viviendo en la misma zona a la que llegó hace ya más de cuarenta años y aquí se forjó su futuro creando una empresa familiar de herrería, y participando desde el principio en el trabajo comunitario del barrio. Todos le conocen porque todavía hoy es el entrenador del equipo de fútbol y presume de que varios de sus muchachos han salido del ranchito (como se conoce en Venezuela a las casas humildes construidas a mano y predominantes en los barrios populares) a la liga de fútbol profesional de Venezuela. El actual portero de la selección venezolana (la Vino Tinto, como se conoce oficial y oficiosamente) proviene de su cancha.
¿Por qué se quedó y por qué se queda? "Todos mis hijos se casaron aquí y Venezuela es mi segunda patria. Aunque la situación se presente mala de aquí no me iré y siempre defenderé a Venezuela porque me acogió cuando más lo necesitaba y encontré aquí lo que lamentablemente me negó mi país", cuenta.
William llegó con una maleta y 70 bolívares en el bolsillo (en el momento apenas suponía el equivalente a unos pocos dólares) y consiguió salir adelante y dar estudios a sus hijos y a sus nietos. En Nuevo Horizonte los colombianos han formado una gran familia y han creado un sentido de comunidad necesario. "Es uno de los barrios más organizados de Caracas", explica. Debido a su lejanía del centro, de las instituciones y a las pésimas condiciones de los servicios, han tenido que reinventarse y hacer apología extrema de aquel "la unión hace la fuerza" para sobrevivir. Los vecinos se han organizado para que llegue el agua, el gas, el camión de la basura, los alimentos, la escuela y hasta un consultorio médico que pasa revista diaria y que cuenta con medicamentos básicos. Son logros enormes para un barrio olvidado en un cerro inhóspito de la capital.
La paradoja ahora es que Colombia, debido al éxodo migratorio de venezolanos de los últimos años, se ha convertido en el hogar de 1 millón 800 mil venezolanos que han cruzado la frontera al país vecino en busca de una vida mejor, pero aún así, la comunidad colombiana en Venezuela resiste con lo que tanto trabajo le costó conseguir.
Español, de Almería, 62 años. Llegó a Venezuela en junio del año 75 después de terminar la mili. Su idea era continuar su viaje hasta Australia, pero se enamoró de Caracas y se quedó "porque esto era el país de las maravillas; y todavía lo es, a pesar de todo", asegura nostálgico conduciendo su camioneta Toyota amarilla por las calles en cuarentena de la ciudad rumbo a su tintorería en una zona al este de la capital venezolana.
La comunidad española es una de las más importantes en Venezuela y el vínculo histórico entre ambos países ha sido y continúa siendo innegable. Según cifras de la propia embajada española en Venezuela, hay unos 167.000 españoles residiendo en el país caribeño, aunque la realidad es que la mayoría han vuelto a España en los últimos años.
En el caso de Pedro, que se pasó los años dorados de su vida en el Caribe con otros compatriotas españoles en la Hermandad Gallega comiendo tortilla de patata y cocido madrileño, él es el único de su círculo hispano en Venezuela que continúa en el país. En Venezuela se casó con otra española y tuvo a sus tres hijas, ninguna de ellas continúa en Caracas. Todas se fueron, dos a España, precisamente, y la tercera a Londres, donde reside actualmente.
Pedro se divorció y se volvió a casar, esta vez con una mujer venezolana, y con ella continúa su vida en el que todavía considera "el mejor país del mundo". Aquí montó un negocio de charcutería y le fue muy bien. "Es que en Venezuela hacías dinero muy fácil, cosa que en España no se podía", asegura.
Trabajó duro, montó otros negocios, incluida la tintorería desde la que termina esta entrevista con NIUS; y ahora está jubilado y resistente a la idea de volver a España, aunque espera que la situación por la que está atravesando Venezuela ahora cambie definitivamente "para que el país vuelva a ser lo que era".