Venezuela en cuarentena: el reto de acabar la escuela 'online' con el peor internet de América Latina
Para muchas familias venezolanas el acceso a internet es inviable
Nicolás Maduro ha decretado el fin de las clases escolares por la pandemia del coronavirus y a partir de ahora, todos los alumnos deberán terminar el curso a distancia, u online en Venezuela. Es decir. Por internet y desde casa.
Pero, ¿cómo de viable es esto en el país caribeño? ¿Cuánta gente tiene acceso a internet? ¿Cuántas familias tienen capacidad económica para comprar aparatos electrónicos imprescindibles para la educación a distancia como un ordenador o un simple teléfono inteligente?
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Para llegar a una conclusión certera, lo primero es tener en cuenta algunos datos importantes. Según el Speedtest Global Index, Venezuela tiene la conexión de internet más lenta de América Latina y ocupa el puesto 175 del mundo en ancho de banda fija con un promedio de 2,83 megabites por segundo, solo por delante de Turkmenistán. El internet venezolano está por detrás incluso del de Cuba, que ocupa el puesto 172, o el de Haití, con el 142.
Además, el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos, en una encuesta realizada durante el monitoreo de la cuarentena, indicó que sólo el 40% de los encuestados cuenta con servicio de internet en sus casas. De todos ellos, el 51% presenta fallas diarias.
Consciente de que algo que podría parecer tan sencillo en algunos países como es conectarse a la red, en Venezuela puede llegar a ser un quebradero de cabeza importante, el Gobierno bolivariano ha comenzado un plan de clases a través de la TV pública del Estado (VTV). El programa se llama "Cada familia, una escuela" y los docentes lo consideran una burla.
Leyni Sierra es profesora en un colegio público y en otro concertado de Lengua Castellana, pertenece a la Federación Venezolana de Maestros y a priori, esta iniciativa le parecería positiva si se hiciera bien, pero a su juicio, se ha hecho todo mal desde el principio y el programa le parece una vergüenza. "Las clases que se están impartiendo no están preparadas, hay errores graves en la enseñanza de la materia, no hay nivel y además el Gobierno no ha contado con nosotros para esto. Solo ha tenido en cuenta a los maestros que pertenecen a su partido o que son ideológicamente afines al chavismo", dice. Leyni cree que estas clases son un instrumento para adoctrinar a los niños porque constantemente "se está alabando la obra de Nicolás Maduro".
"Cada familia, una escuela", hasta el 30 de marzo, había llegado, según cifras oficiales, a 2,2 millones de estudiantes. La matrícula hasta 2018 era de 7.664.869 alumnos según el Instituto Nacional de Estadística. Encender la televisión tampoco es una rutina que se de por hecho en Venezuela, con apagones constantes de luz y fallas en el sistema eléctrico que pueden durar hasta varios días en algunas zonas del país.
La precariedad de las familias para conseguir una educación a distancia exitosa se suma a la precariedad en la que viven los docentes de la enseñanza pública en el país. Su salario mensual apenas llega a los 4 dólares al mes. Todos trabajan de otras cosas aparte de dar clase, que prácticamente se ha convertido en un hobby que hacen por amor al arte, a la profesión o a sus alumnos, a los que sienten que no pueden abandonar o dejar en la estacada.
Para compensar, en Semana Santa, el Ministerio de Educación les dio un bono "para el disfrute de las fiestas" de 4.750 bolívares (la moneda nacional), unos 0,040 céntimos de dólar. "No he podido comunicarme con casi ninguno de mis alumnos”, dice Leyni. "En mi casa no tengo internet y la mayoría de ellos tampoco tiene acceso a la red o no tiene ordenador ni teléfono. ¿Cómo hacemos? ¿Cómo le pedimos a un niño que se concentre en una computadora cuando seguramente no tiene agua en su casa o no tiene asegurada su alimentación? No te imaginas la cantidad de alumnos que tengo que vienen al colegio solo para poder acceder al PAE (Programa de Alimentación Escolar). Vienen por la comida porque en su casa no tienen ese beneficio", sostiene. Y se ve la impotencia en su cara. Sabe de lo que habla.
Los profesores están preocupados. Y dicen que sus alumnos se sienten mal, aislados, frustrados porque parece, al escuchar al gobierno chavista hablando de las supuestas clases online, que ellos viven como si fuesen unos apestados. Pero no es así. Esa es la realidad de la mayoría del país, y no la contraria, aunque el gobierno no lo quiera reconocer públicamente.
La brecha social
Dayana es uno de esos casos tipo tan comunes en Venezuela. Madre soltera, tres hijos, comparte su casa en un barrio popular de Caracas con su cuñada, su sobrino y sus padres. Vive al día, de la economía informal, como el 51% de sus connacionales, y con la cuarentena no puede salir a la calle a "resolver", como dicen coloquialmente en el país caribeño a eso de buscarse el pan.
La única manera de comunicarse con Dayana en la distancia es a través del teléfono fijo de su casa. No tiene smartphone, porque para ella es un lujo. Primero, claro, está comer, y luego, ya si eso, la tecnología. Tampoco tiene conexión a internet.
En la entrada-salón de la casa hace un calor insoportable, aunque hay varias puertas abiertas tratando de hacer corriente. Está puesta la televisión a un volumen alto con unos dibujos animados. Dayana está haciendo los deberes con su hijo mayor, que tiene diez años. En el suelo hay un libro de historia viejo de 5º curso y sobre el sofá otro de Matemáticas con un mapa de Venezuela en la portada y un título que reza "La Patria Buena".
"Me toca ir cada semana al colegio a recoger las tareas de los niños porque no tengo otra manera de comunicarme con la profesora", cuenta Dayana. Lo hace rompiendo la cuarentena y se expone al coronavirus. Es un riesgo para ella y para el resto de su familia, pero no le queda otra si quiere continuar con cierta rutina escolar en casa.
La hoja de las tareas que la profesora le entrega es media cuartilla arrugada y semi rota con un montón de actividades escritas a mano y una caligrafía más o menos decente. Con eso tiran. No hay explicación del temario, ni clases de ningún tipo o solución por parte del centro. Tampoco nadie "profesional" corrige los ejercicios una vez terminados. Es avanzar a ciegas en mitad de una pandemia que será interminable para este curso, que ya no volverá. Cada uno lo terminará como pueda.
Dayana está preocupada porque cree que su hijo no va a avanzar correctamente con el nivel que le corresponde, aunque el Gobierno ha decretado aprobado general para todos. El chico es tímido y no abre la boca, ni siquiera cuando su madre le llama la atención por una resta en su cuaderno que él ha confundido con una suma. Borra en silencio y vuelve a contar con la mente bajo la supervisión materna y de la televisión, que sigue estando encendida y alta.
Dayana es pobre. Según la última Encovi (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de Venezuela), en los últimos tres años la pobreza multidimensional creció 10 puntos y en 2018 alcanzó al 51% de los hogares venezolanos. El suyo forma parte de esta cifra.
Un caso muy distinto es el que viven Verónica, Cristian y sus dos hijos de 10 y 12 años que estudian en un colegio privado católico de Caracas. Cada miembro de su familia cuenta con un ordenador portátil particular y un teléfono inteligente. La familia tiene ingresos en divisas y gasta unos 50 dólares al mes en su conexión a internet. Supone una suma imposible para la mayoría de familias venezolanas.
Desde el principio, el colegio ha estado muy involucrado en continuar el curso a través de internet con clases online a través de la aplicación Zoom y grupos de Whatsapp donde los padres envían las tareas de sus hijos, reciben el correspondiente feedback de los maestros y están en constante comunicación.
"Gracias a Dios tenemos internet en casa, porque si no el proceso habría sido completamente diferente. Me pregunto si mis hijos habrían entrado incluso en un proceso depresivo", dice Verónica. En su casa se respira orden y rutina familiar adaptada a la escuela. Los niños están contentos haciendo sus tareas con su portátil, su teléfono, sus auriculares de marca y la supervisión constante de sus padres.
"Nos organizamos en una parte de la casa según las tareas que tenemos que hacer. A veces es una locura y se nos juntan las clases de matemáticas de los niños con mis clases de pilates o un zoom profesional de mi marido. También me ha tocado preparar cosas que no recordaba, pero me han ayudado mucho los tutoriales de Youtube. San Google o San Youtube siempre están ahí", cuenta Verónica, que ríe saludablemente consciente de que es una privilegiada.
"Admiro y compadezco a la vez a aquellas familias que no tienen el acceso que tenemos nosotros a la tecnología", dice. Su hijo, que también se llama Cristian, como su padre, está triste porque este año no podrá hacer la comunión tal y como estaba previsto. Tendrá que ser el próximo año, si Dios quiere, claro. Lamentablemente para Venezuela, casi nada más depende de Dios y los milagros.