Azam Jangravi sabía que el mero hecho de quitarse el velo y agitarlo, desde lo alto de una plataforma, frente a toda la multitud que se congregaba hace un año en la denominada calle de la Revolución, acabaría propiciando su detención, enfrentándola a la justicia por desafiar al régimen de los ayatolás, que considera un agravio público un gesto como ese. Un gesto tan simple e inocente como poderoso, porque con él, las mujeres simbolizan una lucha contra la opresión; una batalla por la libertad.
Fue Vida Mohaved quien, el 27 de diciembre de 2017 y aprovechando una manifestación contra el Gobierno ante las malas perspectivas económicas, se subió también a una caja del sistema eléctrico y, quitándose el velo, –el hiyab–, lo ató a un palo y empezó a ondearlo, ejerciendo así su protesta paralela. Un acto de extraordinaria valentía que encendió la mecha de lo que pasaría a reconocerse como ‘las Chicas de la Calle Revolución’; mujeres que se sumaron posteriormente a su protesta desafiando a un régimen que no dudó en apresarlas.
Se produjeron más de una treintena de arrestos, y entre ellos el de Jangravi, que hoy cuenta que, pese a ser consciente de las consecuencias que acarrearía su protesta, lo hizo en cualquier caso aferrada a la irrenunciable voluntad de conseguir un país mejor para su pequeña de ocho años.
Humilde, evita mencionar que actos como el suyo no solo contribuyen a la lucha por mejorar los derechos y las libertades en Irán, sino también a mejorar el mundo con su ejemplo y el de todas aquellas que secundaron a Vida Mohaved.
En declaraciones a Reuters recogidas por Channel New Asia, cuenta que se decía a sí misma que “Viana (su hija) no debe crecer en las mismas condiciones con las que crecí yo en este país”.
“Me repetía a mí misma: ‘Puedes hacerlo. Puedes hacerlo’. Sentía una especie de poder especial. Era como si no fuese jamás el género secundario”, dice, textualmente.
Detenida, despedida de su trabajo en un instituto de investigación y sentenciada a tres años de prisión por “promover la indecencia y quebrantar voluntariamente la ley Islámica, ahora se encuentra a la espera de una solicitud de asilo. Por todo ello, la última entrevista la ofrece desde un apartamento cuya ubicación se desconoce. Porque no solo la sentenciaron a ella. También amenazaron con llevarse a su pequeña Viana, con la que logró escapar dejando todo atrás antes de que fuese encarcelada.
“Con mucha dificultad, encontré a un traficante de personas. Ocurrió todo muy rápido. Dejé mi vida, mi casa, mi coche”, cuenta.
Hubo de dejarlo todo, pero Jangravi no se arrepiente de nada: “Por supuesto, no esperamos que todo el mundo suba a una plataforma en la calle Revolución, pero nuestra protesta hizo que nuestras voces se escucharan en el mundo entero. Lo que las chicas hicimos convirtió este movimiento en algo que continúa”, recalca.
Justo esta semana se cumplían 40 años de la Revolución Islámica en Irán. Cuatro décadas en las que las mujeres han sido quienes más han sufrido el impacto del cambio sociopolítico; un cambio que se materializó con el derrocamiento del ‘sah’ –el monarca Reza Pahleví–, ante el cual muchos y muchas se felicitaron sin poder saber lo que esperaba. Porque enseguida, –con el ayatolá Ruhollah Jomeini–, el velo se convirtió en un símbolo: la victoria del integrismo religioso frente a la dictadura del sah. Así, se impuso un código de vestimenta femenina que las tiño de negro de pies a cabeza.
A cambio, los ayatolás llenaron de mujeres las universidades, que hoy son el 65% de los estudiantes.
Antes de 1997, la pena para quien enseñara cabello, prohibido hasta en los anuncios de champú, era de 74 latigazos. Ahora, se asegura que el castigo se limita a una advertencia. Sin embargo, la realidad es que hay quien, por agitar el velo… ha terminado en prisión.
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