Los universitarios venezolanos calientan la calle de cara a una nueva agenda de protestas en el país
La crisis ha provocado que casi la mitad de los jóvenes matriculados abandone sus carreras
Los profesores de la universidad pública cobran 12 euros al mes y denuncian que han aumentado los casos de cáncer entre los docentes
Los estudiantes universitarios son uno de los colectivos más afectados por la crisis en Venezuela. Universidades públicas de renombre, como la Universidad Central de Venezuela (UCV), cuya sede de Caracas fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000, son testigos de su propia decadencia. Como los viejos que ya se quieren morir en un país donde la eutanasia sigue siendo tabú pero que saben que ya no hay remedio.
La UCV es un icono de lucha contra el gobierno de Nicolás Maduro. Los jóvenes que todavía acuden a las aulas y que pueden mantenerse estudiando una carrera (de acuerdo con la Federación de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela, FAPUV, hay un 45% de deserción del alumnado), pasan más tiempo tratando de organizarse para ejercer acciones de calle contra el gobierno que dedicándose al estudio propiamente dicho. Es una necesidad, la lucha; aunque lo de hacerlo en detrimento del estudio no es voluntario.
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“Lamentablemente, las condiciones de la universidad son tan malas que perdemos clase todas las semanas. No podemos estudiar porque cuando no hay luz no hay agua o si no, no ha llegado el profesor de turno por cualquier motivo: porque no tiene transporte o porque está trabajando en otra cosa que sí le da un salario con el que pueda llegar a fin de mes y mantener a su familia”. Son palabras en la plaza del rectorado de la Central de Jesús Mendoza, estudiante de odontología de 25 años y Consejero Universitario. Hay una movilización de los estudiantes. Unos cuantos están subidos a una tarima y concienciando al resto de que las manifestaciones no deben parar. Se oyen aplausos y gritos de ánimo.
10 de marzo, gran movilización popular
El próximo 10 de marzo es una fecha marcada en el calendario de los venezolanos (otra vez). Y los estudiantes no quieren quedarse fuera. Juan Guaidó quiere recuperar las calles a pesar del hastío de los últimos meses y la desilusión reinante en el ambiente entre sus seguidores.
El 10 de marzo es martes (el día en el que suele haber sesión ordinaria en el Parlamento) y Guaidó ha convocado una nueva gran movilización popular a la Asamblea Nacional, territorio rojo para la oposición venezolana desde el pasado 5 de enero, cuando una nueva directiva se hizo con el mando del hemiciclo bajo una votación de sospechosa legitimidad despojando a Guaidó del cargo de presidente.
Desde entonces, el líder opositor no puede entrar y cuando lo intenta, los denominados colectivos chavistas, grupos de motorizados simpatizantes del gobierno apostados en las inmediaciones de la Asamblea, se lo impiden. Estos colectivos se autodenominan como los garantes de la seguridad del Parlamento y ellos deciden quién entra y quién no en la zona. “Hemos llegado a estar hasta un mes sin agua. Imagínate lo que es para un estudiante de odontología eso. Sencillamente no podemos hacer nada”, se lamenta Jesús.
Sin material ni infraestructuras
No solo falta de manera regular la luz y el agua en la infraestructura. El comedor, en el que antes se ofrecía un servicio de catering de hasta tres veces al día, está cerrado; las rutas del transporte que llegan a la universidad se han limitado en más de la mitad (el mero hecho de llegar al recinto cada día ya es un acto heroico para muchos), los baños brillan por su ausencia y cuando de casualidad se encuentra alguno abierto (a veces hay que recorrer kilómetros por el campus para tener suerte), es unisex a la fuerza y las condiciones suelen ser calamitosas.
“Antes, la universidad era otra cosa”, continúa el estudiante de odontología. “Había más vida, encontrabas gente en todas partes. Ahora no, está vacía, mira cómo están los pasillos. Da mucha pena”.
A su lado está Fabio, que es un chico (muy) alto de 26 años y estudia arquitectura. Dice que tiene suerte porque él es de Caracas. “Si fuese de otra zona del país no podría venir a la Universidad. ¿Cómo iba a pagar el alquiler? Muchos amigos del interior han abandonado sus carreras”.
Fabio es diseñador gráfico y trabaja de eso para poder estudiar. Los precios de los materiales para los trabajos de arquitectura responden a la misma lógica esquizofrénica bajo la que funciona la economía del país: hiperinflación y precios disparatados, inventados y sin referencia al valor de lo que se compra. “Una lámina de cartón cuesta el doble de lo que gano neto a fin de mes, y para hacer una maqueta necesito al menos seis láminas de esas. ¿Cómo hago?”, se pregunta Fabio. No hay respuesta.
“Siento que a los jóvenes nos han robado el futuro, que nos han quitado la posibilidad de ser quienes queremos ser. Nos han subyugado a mantenernos con la cabeza baja sobreviviendo, porque eso es lo que estamos haciendo en Venezuela hoy en día: sobrevivir”.
Un salario de 12 euros al mes
Fabio, además, tiene responsabilidades. Necesita trabajar no solo para poder estudiar. Necesita aportar en casa. Su madre no tiene empleo desde hace años, y su padre, que se dedica al comercio, ha disminuido sus ingresos exponencialmente desde que comenzó la crisis.
Lejos queda esa Venezuela de los primeros años de la década del 2000, en la que el país caribeño ocupó el quinto lugar en el ranking mundial y el segundo de América Latina en cuanto a número de alumnos matriculados en la Universidad.
La deserción no afecta sólo a los alumnos. En el caso de los profesores, la situación es igual o más dramática. Su salario apenas alcanza los 12 euros al mes y según datos de FAPUV, el 45% de los docentes habría abandonado su profesión para buscar alternativas económicas mejor remuneradas.
Según la misma Federación, el 77% de los docentes universitarios manifiesta que no puede hacer frente a los gastos del mantenimiento de su vivienda, el 76% afirma que desde hace más de dos años no compra ropa o calzado nuevo y el 42% está sobreviviendo gracias a las remesas que recibe de familiares en el exterior.
Víctor Márquez, presidente de la Asociación de Profesores de la UCV, dice que las condiciones de los docentes son “deplorables” y que si la Universidad sigue en pie es por pura vocación de los empleados, pero que inevitablemente hay afectaciones físicas y psicológicas. “Estamos constatando el incremento del cáncer entre los profesores porque además cada vez se jubilan más tarde porque necesitan el dinero”, sostiene.
A su lado, Claudio Heredia, profesor de la Facultad de Derecho, explica que todos los que dan clase se dedican a otras cosas para poder completar el salario. “Los afortunados encontramos empleo en nuestra especialidad. Por ejemplo, aparte de la Universidad, yo trabajo como abogado. Los que no tienen esa suerte, trabajan de lo que sea: mecánicos, taxistas… Todo vale”, cuenta. Es lo que en Venezuela se llama “matar tigres”, dedicarse a diferentes cosas de manera informal (cuanto más informal mejor) para ganar dinero.
La plaza del rectorado donde los estudiantes y los profesores están movilizados se ha convertido en un punto neurálgico de compra venta de droga: marihuana, creepy (es un derivado sintético de la marihuana típico de Venezuela) y cocaína. Lo denuncia Lustay Franco, activista estudiantil de 27 años y embarazada.
“Como somos opositores no les importa nuestra seguridad. Entonces, esto se ha convertido en tierra de nadie porque la policía no hace nada. Les da igual, y aquí hemos tenido muertos, redadas…”. Los jóvenes deciden salir del recinto universitario y se dirigen hacia la autopista Francisco Fajardo, a apenas un kilómetro de allí. La autopista es uno de los centros neurálgicos de la protesta estudiantil (y la protesta opositora en general) en Venezuela. “¡Vamos a cortar la autopista!” grita uno de los líderes del grupo.
Es mediodía, hora punta, la Fajardo es un ir y venir de tránsito de vehículos conduciendo a la caraqueña: destartalado y sin ley. Los muchachos cortan el tráfico, se sientan en el asfalto, comienzan a cantar consignas en favor de la Universidad y en contra de Nicolás Maduro, y los conductores no se “arrechan” (enfadan en jerga venezolana). Al contrario. Sorprendentemente, ni siquiera tocan el claxon. Simplemente tratan de dar marcha atrás para tomar una vía alternativa. Y se van, sin ruido.
La policía antidisturbios esta vez no aparece. Es una pequeña gran victoria para los chicos y chicas de la Universidad. El próximo 10 de marzo será clave para ellos y para el país.