Boris Johnson es el político británico al más salidas de tono y excentricidades le han permitido sus votantes. Sin embargo, cada vez más gente cree que esta vez se ha pasado de la raya y se antoja muy complicado que pueda sobrevivir como primer ministro. Sobre todo, después de que este viernes se viera forzado a pedir disculpas por escrito y por teléfono a la reina Isabel II por las dos fiestas que se organizaron en Downing Street el pasado 16 de abril mientras la monarca velaba el cadáver de su difunto marido después de 73 años de casados, la noche antes del funeral en el castillo de Windsor.
Fueron dos despedidas de trabajadores y asistieron más de treinta personas en cada una. Hubo mucho alcohol, según los testigos, y terminaron confluyendo en una discoteca con DJ en los sótanos de Downing Street. Incluso una persona salió por la noche a un colmado con una maleta vacía que llenó de botellas vino para seguir la fiesta y estuvieron bailando hasta entrada la madrugada. Esta imagen contrasta con la de la reina, a la mañana siguiente en el funeral, sentada sola en la capilla de San Jorge, manteniendo la distancia social, con la mascarilla negra, desconsolada.
Buckingham Palace había pedido a los ciudadanos que no fueran a depositar flores en memoria de Felipe, eliminó los desfiles militares y redujo los invitados de 800 a 30. Entonces se recomendaba el teletrabajo, era obligatoria la distancia social de dos metros en todo momento, estaban prohibidas las concentraciones fuera del trabajo de más de treinta personas, prohibidas las fiestas y las reuniones interiores con más de seis personas si no eran convivientes. Downing Street dijo que Johnson no asistió a las dos últimas fiestas porque se había marchado a la residencia de verano en Chequers. Eran la undécima y duodécima fiesta que trascendía que se celebraron en la residencia del primer ministro durante el confinamiento. Johnson habría participado de una manera u otra en cinco de ellas. La filtración de estas nuevas fiestas era el colofón a la peor semana de Johnson desde que ascendió al poder en julio de 2019.
La semana empezó con la noticia en los medios de la macrofiesta que se organizó el 20 de mayo de 2020 en los jardines de Downing Street a la que asistieron Johnson y su actual esposa, Carrie Symonds. Se publicó incluso el correo electrónico que envió el secretario personal de Johnson invitando a cien personas a “traer su propia botella”. Acabaron asistiendo unos cuarenta convidados. Hasta ese momento, desde que se hizo pública la primera fiesta antes de Navidad, Johnson había negado que se rompieran las reglas. Pero esta vez las evidencias eran tan clara que no tuvo más remedio que comparecer en el parlamento el miércoles, en la sesión de control, y pedir perdón. Por primera vez no hizo burlas, ni se rio, ni se mostró arrogante, consciente de que era una situación delicada. El día anterior un diputado unionista norirlandés había roto a llorar mientras le pedía transparencia y honradez a Johnson y recordaba que su suegra falleció en pleno confinamiento y ni su esposa ni él pudieron despedirse de ella.
El rostro de Johnson estaba serio, preocupado. Como era de esperar, pidió perdón. Dijo que se pasó por el jardín porque creía que era una reunión de trabajo, para agradecer el trabajo a su personal durante el Covid. Dijo que estuvo veinte minutos y que luego regresó al interior para seguir trabajando, que tal vez se equivocó no cancelando aquella reunión y enviando a todo el mundo a casa. Pero no dimitió, pese a la insistencia y desespero de la oposición. E instó a todos a sacar conclusiones una vez se publiquen los resultados de la investigación interna abierta por el Partido Conservador y que debe determinar si se saltaron las normas y si el primer ministro estaba al caso.
Johnson intentó ganar tiempo, sin embargo, sus palabras no convencieron. No se disculpó por saltarse las normas sino por parecer que se las saltaba. Dijo que creía que era una reunión de trabajo, pero estaba claro que el jardín no era una extensión de la oficina y habían invitado a cien personas a llevar su propia botella. Tras el discurso, muchos diputados conservadores pidieron su dimisión. Entre ellos, el líder conservador escocés, Douglas Ross. Pero el Gabinete de Johnson en pleno cerró filas en torno a él.
Las cosas se complicaron un poco más el viernes cuando trascendieron las dos fiestas con DJ el día del funeral del rey consorte. Y el ‘Mirror’ publicó que había una cultura de fiestas y de beber en Downing Street, unas prácticas alentadas por el propio Johnson que animaba a sus empleados a beber para desfogarse, pese a ir en contra de sus propias normas. Era tal el nivl de aceptación que los empleados acabaron comprando una nevera gigante con capacidad para más de treinta botellas para guardar el vino blanco y las cervezas. Celebraban fiestas todos los viernes después del trabajo. O sea, que el viaje nocturno a un colmado con una maleta vacía que hizo el empleado el 16 de abril y la fiesta posterior no fueron hechos aislados. Era lo habitual los viernes.
Si a principios de semana la pregunta que se hacía todo el mundo era ¿dimitirá el primer ministro?, la pregunta a finales de semana se ha convertido en ¿cuándo dimitirá el primer ministro? La investigación puede plantear tres escenarios. El primero, el peor para Johnson, es que concluya que se saltaron las normas del Covid, que Johnson estaba al corriente y que efectivamentre había esa cultura festiva alcohólica de la que habla el ‘Mirror’. Sería muy difícil, entonces, que Johnson salvara la cabeza. Y se reportarían las pruebas a Scotland Yard, que podría iniciar una investigación criminal de forma excepcional porque no investiga delitos del Covid pasados. El segundo es que diga que Johnson pudo hacer más, lo que le permitiría reconducir la situación. El tercer escenario es que concluyera que no se saltaron las normas, algo que parece imposible a tenor de los testimonios y descripciones facilitados. Se dice que las conclusiones de la investigación se podrían saber la semana que viene, aunque este tipo de pesquisas suelen durar meses.
Más allá de la investigación, desde algunos sectores ‘tories’ se apunta que la suerte de Johnson ya está echada. Algunos ministros ya han empezado a comentar en privado que hace falta buscar a otro líder. Algunos diputados conservadores han explicado de forma anónima que ya han sido contactados por diputados buscando apoyos, para preparar su candidatura para sustituir a Johnson. En estos momentos, los dos principales aspirantes son el ministro de finanzas, Rishi Sunak, y la ministra de Exteriores, Liz Truss, aunque en los próximos días irán apareciendo más nombres en los medios. Y cualquier movimiento, cualquier palabra, serán analizados con lupa. Por ejemplo, Sunak fue el único ministro en no asistir a la sesión de control de Johnson del miércoles y fue el último en darle su apoyo público, disparando los rumores de que estaba tramando a sus espaldas.
Hay también un grupo importante de diputados dentro del Partido Conservador que cree que Johnson no puede ser el líder en las próximas elecciones, previstas para 2024. Opinan que fue la persona ideal para implementar el Brexit, pero dudan de su capacidad para llevar el timón del país ante la crisis actual. Hay muchos malestar dentro del partido por la subida de impuestos anunciada por Johnson a partir de abril, contraria a la tradición conservadora, y por la subida del precio de la vida. Aunque en este sentido es igual de culpable Sunak como responsable de finanzas. Y Johnson está perdiendo la confianza entre los votantes tradicionales laboristas del norte que le dieron el apoyo en 2019 para que implementara el Brexit y descentralizara el país.
Hay que tener en cuenta también que el Partido Conservador es una máquina de liquidar líderes. Sucedió con Theresa May, sucedió con Margaret Thatcher, con Edward Heath y con tantos otros. El caso Thatcher fue especialmente significativo porque fue apuñalada políticamente a traición en 1990 después de haber ganado tres elecciones legislativas consecutivas y después de perder el apoyo popular por los ‘poll tax’, un impuesto considerado injusto que impuso a todos los ciudadanos ya fueran millonarios o pobres. Hasta 30 diputados conservadores ya han presentado cartas pidiendo una moción de censura a Johnson al Comité 1922, que es el organismo que representa a los parlamentarios ‘tories’ que no están en el Gabinete. Hacen falta 54 firmas para llevar a cabo la moción. También diversas asociaciones del partido han retirado su apoyo a Johnson.
Los partidos de la oposición creen que Johnson no puede seguir como primer ministro. También los medios de comunicación, incluso los más afines a Johnson, lo creen. Muchos le tienen ganas. Están hartos de que Johnson no respete las reglas. En septiembre de 2019 intentó impedir que el parlamento debatiera el Brexit suspendiéndolo durante cinco semanas y engañando a la reina, hasta que los tribunales le pararon. Recientemente intentó anular partes del acuerdo del Brexit que él había firmado porque perjudicaban al Reino Unido. Cuando se suspendió a un diputado conservador hace un mes por tráfico de influencias, intentó cambiar las normas para que su delito no fuera considerado ilegal.
Pero este escándalo toca muchas sensibilidades porque estas fiestas se produjeron durante el duro confinamiento, cuando se prohibía a los ciudadanos salir de casa, visitar a sus seres queridos cuando enfermaban, despedirse de ellos cuando fallecían, cuando se les prohibía viajar, ir a trabajar, abrir los negocios, salir, y se les multaba por saltarse las normas. Mientras ellos, los que hacían las normas, aparentemente se las saltaban. Un 66% de los británicos creen que Johnson debería dimitir, según una encuesta de la firma demoscópica Savanta ComRes. Otro sondeo de YouGov desvela que los laboristas ya aventajan en 10 puntos a los conservadores. El 38% dan apoyo al líder laborista, Keir Starmer, un 1% más que la semana pasada, por el 28% (-5%) a Johnson y el 13% (+3%) a Ed Davey, el liberaldemócrata.
Se cree que detrás de todas las filtraciones de las fiestas está Dominic Cummings, el todopoderoso asesor personal de Johnson que fue despedido en diciembre de 2020. Desde entonces se ha dedicado a desacreditar lentamente, fríamente a Johnson, a través un blog y a través de selectivas filtraciones a la prensa. Y no parará hasta acabar con él. Por su participación en las fiestas de Downing Street han dimitido la portavoz de Johnson, Allegra Stratton, y el excandidato conservador a la alcaldía de Londres, Shaun Bailey.
Por saltarse las normas del Covid dimitieron el ministro de Sanidad, Matt Hancock, el asesor del Covid, Neil Ferguson, la jefa médica del gobierno escocés, Catherine Calderwood, o la diputada escocesa Margaret Ferrier, que será juzgada por viajar estando contagiada de Covid. El único que no dimitió pese a irse de viaje cuando tenía Covid fue Cummings, cuando estaba en el Gobierno. El escándalo estalló el 22 de mayo de 2020, dos días después de la macrofiesta en los jardines de Downing Street y Johnson le defendió por sorpresa de todos, tal vez por el temor de que dijera algo de la fiesta en los jardines, quién sabe. Y ahora se pide la dimisión de Johnson por saltarse las reglas como hicieron el resto de funcionarios y ministros. ¿Dimitirá como hicieron anteriomente ministros y funcionarios?