Transcurridos diez años desde la conocida como Revolución de los Jazmines, que se saldó con el derrocamiento del régimen de Zine el Abidine Ben Ali y la implantación de un sistema democrático, Túnez no acaba de encontrar la senda de la estabilidad institucional y el progreso material. La historia de éxito magrebí y árabe ha derivado en los últimos años en pesadilla. La pandemia tiene gran parte de culpa en un país sin recursos energéticos que ha visto cómo el turismo extranjero ha desaparecido –uno de los pilares de su economía-, aunque no es la única de las razones del deterioro de la situación. Desde la celebración de las elecciones presidenciales y parlamentarias del otoño de 2019 el país se halla sumido en una crisis política permanente derivada de las tensiones entre la presidencia de la República y el Gobierno apoyado por el Parlamento.
“Túnez está en bancarrota. El riesgo de incumplimiento de pagos no puede descartarse”, asegura el economista Hachemi Alaya, autor del libro ‘Modelo tunecino: refundar la economía para salvar la democracia’. En la última década, la deuda externa de Túnez se ha duplicado hasta alcanzar el 104,6% del PIB al término del pasado ejercicio, lo que se traduce en más de 30.000 millones de euros. El país magrebí debe desembolsar 4.300 millones de euros para hacer frente a sus compromisos.
A finales del pasado mes de mayo, el gobernador del Banco Central, Marouane Abassi, aseguraba que a Túnez no le queda alternativa que solicitar financiación del Fondo Monetario Internacional (sería la cuarta vez en una década que lo hacen). Las autoridades tunecinas demandarán, previsiblemente, 4.000 millones de dólares a la institución. El país norteafricano están obligadas a llevar a cabo una serie de reformas, entre ellas recortar las subvenciones a los productos de primera necesidad y reestructurar empresas públicas -según datos del francés Le Figaro, el Estado emplea a cerca de 700.000 personas en un país de 12 millones de habitantes- y los salarios de los trabajadores del sector público.
Cada vez son más los ciudadanos que creen que su situación y la del país en general es peor que la que tenían antes de la Primavera Árabe y la caída del régimen de Ben Ali. Es el caso del antiguo consejero del presidente Béji Said Essebsi y contralmirante retirado del Ejército tunecino Kamel Akrout, quien cree que el actual régimen se encuentra en su final. “El fin de este régimen es una necesidad de salud pública”, escribía el primero de junio en su perfil de Facebook.
“El 23% de los tunecinos se encuentran bajo el umbral de la pobreza después de diez años de un reinado que se ofusca de que no podamos escribir la verdad sobre su política. Las malas aventuras no germinan en la cabeza de los militares, la mala política por el contrario puede empujarnos a malas aventuras; recordemos 1979, 1984 y 2010”, escribía tres días más tarde en el mismo perfil.
De la misma opinión es Abir Moussi, líder del Partido Desturiano Libre, formación socialdemócrata y laica con tintes populistas, que ganaría las elecciones de celebrarse en este momento, de acuerdo a las encuestas. “Estoy en la oposición total. Me opongo a la gestión del país, al funcionamiento de la Asamblea, a los consensos falsificados, a las elecciones económicas y a la política social”, aseguraba en una entrevista en un medio local el mes pasado.
Como en otras partes del mundo árabe, la celebración de elecciones libres supuso la llegada al poder -o buenos resultados- para las formaciones islamistas. Es el caso de Túnez, donde la primera fuerza de la Asamblea de Representantes -Parlamento unicameral- tras las elecciones de 2019 es el partido islamista Ennhada (aunque con 54 escaños de una cámara con 217 escaños). La actual crisis política se remonta a febrero de este año, cuando los islamistas de Ennhada y los liberales de Qalb Tounes impulsaron una reorganización del Gobierno que dirige el primer ministro Hichem Mechichi. El jefe del Estado, el conservador e independiente Kaïs Saïed, se opuso. Desde entonces la división y la disputa sigue abierta entre las dos ramas del poder ejecutivo.
El editorial de La Presse, uno de los principales diarios tunecinos, el pasado 28 de mayo, llamaba a la unidad y la reconciliación: “No ha llegado la hora -teniendo en cuenta la crisis multidimensional que asola el país desde hace ahora casi seis meses- para que nuestros políticos, tanto los que están en el poder o en la oposición, y también nuestros analistas y politólogos, se convenzan de que es cada vez más urgente superar las divisiones que reinan en la escena y convenir al menos una tregua mediática que pueda reconciliar a los tunecinos por un período determinado, lejos de las disensiones, la discordia y la ruptura”. La división parlamentaria tiene su correlato en la división existente en el seno de la sociedad tunecina.
Precisamente este mismo viernes el primer ministro Mechichi llamaba a un encuentro tripartito entre el presidente de la República Kaïs Saïed, el líder de Ennhada Rachid Ghannouchi y él mismo con el objetivo de hacer desencallar la actual parálisis política, después de la cita de este jueves entre el jefe del principal partido de la Asamblea y el jefe del Estado.
Lejos de haber controlado la pandemia, la situación sanitaria es preocupante. El país magrebí se encuentra ya inmerso en una cuarta ola y alcanzará, según las autoridades sanitarias, el pico de contagios en agosto. La presión hospitalaria alcanza cotas peligrosas, pues el porcentaje de ocupación de las camas de cuidados intensivos se sitúa en el 82% y en el 74% de las unidades con oxígeno. Túnez adolece de un sistema sanitario arcaico falto de inversión pública y, consiguientemente, de equipos medicinales. La lentitud en el proceso de vacunación y la falta de dosis explica las malas cifras de la pandemia de covid-19.
Las malas perspectivas sanitarias hacen augurar, en fin, un verano negativo para el turismo, uno de los principales motores de la economía tunecina (casi el 15% de su PIB). El desempleo y la falta de perspectivas para los más jóvenes es otro de los problemas derivados de la profunda crisis de la economía tunecina. El paro pasó del 15% al 18% en el segundo trimestre del año pasado, según datos del Banco Mundial de octubre de 2020. Sabrine Ben Ameur trabaja en una empresa tecnológica local, pero estudia emigrar a Francia o España, cuyos idiomas conoce. “La crisis social derivada de la situación económica ha aumentado la agresividad y la violencia, incluida hacia las mujeres, en Túnez, y esa inseguridad nos empuja a muchos a intentar emigrar”, explica a NIUS la joven de Kairuán empleada en la capital.
El crecimiento del 3,8% previsto para este año por el FMI será más que insuficiente para compensar la contracción del 8,9% del PIB registrada en 2020. La situación actual -parálisis política, división social, crisis económica y sanitaria- auguran meses duros para la otrora historia de éxito magrebí. El futuro de su prometedora democracia -ejemplo y esperanza para el conjunto del mundo árabe- está en serio compromiso.