Tropa de élite en Venezuela: la policía que Maduro inventó para limpiar los barrios
Las FAES nacieron en julio de 2017, tras cuatro meses de violencia y protestas prácticamente a diario contra el presidente, Nicolás Maduro
El porcentaje de homicidios causados por los cuerpos de seguridad venezolanos aumentó un 384% entre 2013 y 2018
5.280 personas fueron asesinadas a manos de la policía venezolana en 2018, lo que supone un aumento del 160% desde 2016
Las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) nacieron en un momento convulso en Venezuela (¿cuándo no lo es?). Era julio de 2017, el país estaba terminando con cuatro meses de violencia con protestas prácticamente a diario contra Nicolás Maduro en las calles de todo el territorio nacional. Esos meses, conocidos como “guarimbas”, terminaron con más de 150 muertos y miles de heridos y detenidos.
El nacimiento de este escuadrón es consecuencia del desgaste de la denominada Operación Libertad del Pueblo, que el gobierno creó en julio de 2015 por el aumento de la delincuencia en el país. Las conocidas como OLP eran operaciones especiales de las fuerzas de seguridad e inteligencia venezolanas para “limpiar” de malandros (palabra del argot venezolano para denominar a los delincuentes) los barrios populares de la capital.
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La guerra en los barrios comenzó con una OLP de mano dura y terror. La delincuencia disminuyó, sí, pero a base de “barrer” con todo, literalmente. Delincuentes y daños colaterales que pasaban por allí. El desprestigio de las OLP terminó con su disolución paulatina, sin una fecha concreta de cuándo desaparecieron definitivamente porque así funciona casi todo en Venezuela: con imprecisiones.
El FAES actúa prácticamente sin control"
Las FAES llegaron tras aquella experiencia, aunque en este caso no son una “operación” sino un cuerpo preciso y concreto, adscrito a la Policía Nacional Bolivariana pero con completa autonomía (e impunidad) tal y como denuncian las organizaciones de derechos humanos que estudian su modus operandi.
¿Y cuál es ese modus operandi? “El FAES actúa prácticamente sin control”, explica a NIUS Ana Barrios, integrante de Surgentes, una organización de derechos humanos independiente que acaba de realizar un informe cualitativo sobre la violencia policial y las ejecuciones extrajudiciales en los barrios populares de Caracas. “Son cuerpos de élite que deben existir pero no en esta dimensión ni actuando de esta manera, haciendo un uso indiscriminado de la fuerza”.
El grupo de la policía suele operar de madrugada, entra en los barrios, en las casas de la gente, completamente armados y encapuchados, “buscando delincuentes”. Según el informe de esta organización basado en datos sobre seguridad aportados por el propio Ministerio del Interior, el porcentaje de homicidios causados por los cuerpos de seguridad en Venezuela entre los años 2013 y 2018 aumentaron un 384%. En concreto, en 2018, y según datos que el propio gobierno de Nicolás Maduro aportó a la Alta Comisionada de las Naciones Unidas el pasado mes de Julio, el 33% de los homicidios que ocurrieron en el país fue consecuencia de la intervención de la policía. Diariamente, 15 personas mueren en Venezuela a manos de un agente de seguridad.
“Hay un patrón de ejecución en los operativos de las FAES”, continúa Barrios. “Lo que denunciamos y denuncian las familias es que los agentes de seguridad ejecutan a los jóvenes una vez que ya están sometidos y rendidos y después simulan un enfrentamiento. Disparan la pared de las casas o los techos para decir que habían sido atacados. Hay un total incumplimiento de los protocolos y se están violando los derechos humanos”, sentencia.
No hay cifras oficiales de cuánta gente muere a manos del FAES y es un tema espinoso del que el gobierno evita hablar y mucho menos con la prensa. Ni el Fiscal de la República ni el ministro del Interior han atendido la solicitud de este medio para realizar una entrevista.
Según un informe de la agencia Reuters publicado el pasado mes de noviembre tras cuatro meses de investigación en los que estudia los datos internos del gobierno, 5.280 personas perdieron la vida en Venezuela a manos de toda la policía después de oponer “resistencia a la autoridad” en 2018. La cifra supone un aumento del 160% desde 2016, el año anterior a la creación del escuadrón.
Esta fuerza de élite comenzó con unos 640 efectivos y hoy en día ronda los 1.500. Para llegar a sus filas hay que pasar entrenamientos muy duros que contemplan meses de dedicación pasando penurias y soportando situaciones límite. Todo para poder aguantar el estrés físico y psicológico al que son sometidos (y someten) en su actividad diaria.
Hoy se han convertido en un grupo que atemoriza allá donde va. No solo hacen operativos “especiales” de madrugada. Es habitual encontrarles patrullando durante el día en las principales avenidas de Caracas, controlando el tráfico, haciendo controles rutinarios o entrando en un Farmatodo (cadena de farmacias muy famosa en Venezuela) para comprar cualquier medicina o chuchería (en Venezuela es habitual que en las farmacias también vendan comida y prácticamente de todo) seguramente para alguno de sus hijos o algún familiar enfermo. También es habitual que cuando un FAES entra en un establecimiento “normal”, la gente “normal” se calle automáticamente o directamente se va. Es el miedo.
Una misa para buscar consuelo
El pasado 10 de diciembre fue el Día Internacional de los Derechos Humanos y las madres de ORFAVIDEH (Organización de Familiares de Víctimas de Violación de Derechos Humanos) organizaron una misa en la Iglesia católica del Sagrado Corazón de Jesús (más comúnmente conocida como “la Iglesia de La Hoyada”, por la ubicación en la que se encuentra, en una parada de metro del centro de Caracas que lleva ese mismo nombre) para recordar a todos los hijos asesinados por la policía. La organización no solo contempla a las víctimas del FAES sino de cualquier cuerpo policial (CICPC, DGCIM, o la extinta Policía Metropolitana).
El altar está lleno de fotografías viejas y nuevas de los muchachos, generalmente con edades comprendidas entre los 18 y 25 años y todos y sin excepción provenientes de familias populares. Esas familias, esas madres, sobre todo, han bajado esa mañana del barrio, ubicado en los cerros caraqueños (en Venezuela, se denomina “barrio” a las zonas donde viven las clases populares o de clase baja. Sería el equivalente a las favelas en Brasil o las Villa Miseria en Argentina), para acudir al sagrado sacramento. Dios es importante en Venezuela, en una sociedad profundamente marcada por valores religiosos; las madres de “los caídos” se encomiendan a Dios cuando ya no les quedan lágrimas para implorar justicia para sus hijos, o cuando la impotencia ante el silencio del gobierno supera las barreras de su dolor físico y psíquico. La religión es el opio o el éxtasis de este pueblo.
Carmen encabeza el grupo de madres que se despide hasta la próxima tras la eucaristía. Ha venido desde La Dolorita, un sector en la parte alta del barrio de Petare, al este de Caracas y conocido por ser el barrio más grande de Sudamérica.
El 24 de septiembre de 2018 terminó su vida, o la de su hijo, o a la de ambos, dependiendo de cómo se entienda lo del fin de vivir o lo de vivir sin más. Cristian era su hijo y ese día, precisamente, cumplía 25 años. Era domingo y salió a celebrarlo con sus amigos. Antes de eso se había despedido de Deinubis, su mujer, y de sus tres hijos pequeños. “Hasta mañana, mi amor”.
Cristian era uno de los peluqueros más famosos del barrio. Los vecinos hacían cola para cortarse el pelo con él porque sus estilismos no dejaban indiferente a nadie. Crestas, colores, barbas con figuras atrevidas y diferentes. Él mismo jugaba con su cabello, improvisaba. El día que lo mataron un policía le dijo a su esposa: “¿es uno con un mechón verde?”. Y a Deinubis se le paró la tierra bajo los pies. Sí era. Ya no había dudas sobre el muerto que decían que era Cristian y que ella llevaba horas buscando tratando desesperadamente de que todo hubiese sido una mala confusión.
Cristian volvía a casa a las cinco de la mañana. Subía las escaleras del callejón estrecho que daba a su ranchito, y subía corriendo “porque tenía miedo a la oscuridad”. Nunca llegó a su destino. Tuvo la mala suerte de toparse con un escuadrón del FAES que pensó que era sospechoso “de algo”. No importa de qué. Le detuvieron, le golpearon, le torturaron y le mataron de un disparo al corazón. Le arrastraron por un barranco, le robaron las zapatillas nuevas, le quitaron la camiseta y se lo llevaron a un hospital cercano donde los médicos le dijeron a su familia que no habían podido tratarle debidamente porque los efectivos policiales se lo habían impedido. “Llegó vivo”.
La policía dijo después que era un delincuente y que tenía una doble vida. A día de hoy no hay pruebas contra él y cuatro fiscales han tomado su caso. Ninguno ha hecho nada y el último renunció de la noche a la mañana, según cuenta Carmen, su madre, que llora de impotencia pero también de una rabia que le sirve para mantenerse en pie, impoluta, jurándose a sí misma que no va a descansar “hasta que se haga justicia”.
Me pueden matar si descubren quién soy"
NIUS consiguió un acceso exclusivo a un policía del FAES. Previamente, por teléfono, el agente le preguntó a esta reportera: “¿Pero quieres que hablemos de mentira o de la verdad de verdad del FAES?”. De la verdad de verdad, claro. “Ok. Entonces no podemos vernos en el cuartel”.
Nos encontramos en un lugar bastante apartado cercano a una playa. Estaba nervioso y por razones obvias pidió preservar su identidad. “Me pueden matar si descubren quién soy”.
El policía reconoció el abuso en los operativos del escuadrón y las ejecuciones extrajudiciales: “A veces hay operativos que son realidad y otras hay que hacer el trabajo sucio”. “¿Qué significa eso?”, “Ubicar y destruir a cualquiera”. “¿Limpiar?”, “Exacto. Matar. Se hace un procedimiento normal pero simulando los hechos”. “¿Y por qué?”, “Órdenes superiores”. “¿El Gobierno?”, “En muchos casos”.
Amnistía Internacional presentó el año pasado su informe bianual sobre violencia y tasa de homicidios en Venezuela. Según la ONG, la cantidad de homicidios ha aumentado de manera constante y a partir del año 2010 pasó a ser crítica. En el informe destacan que “funcionarios del Estado, guiados por una racionalidad militar, han empleado la fuerza de forma abusiva y excesiva con regularidad y, en algunos casos, de manera letal e intencionada en el marco de los operativos de seguridad”.
La pregunta, o las preguntas (hay demasiadas), son: ¿hasta cuándo seguirán existiendo estos cuerpos de élite al margen de la ley? ¿Para qué existen? ¿Son necesarios comprendidos de esta manera? ¿Y por qué los mantiene el gobierno?
Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas en un mar de silencio y de terror mientras Nicolás Maduro grita “¡Viva el FAES!” (lo hizo) y el país contempla estupefacto como simplemente no puede hacer nada salvo rezar a la suerte y meterse en casa de madrugada cada noche pidiendo no ser los siguientes.