La Supercopa de España de fútbol se jugará -durante tres temporadas- a cinco mil kilómetros, en Arabia Saudí. En ese país, las mujeres tenían prohibida la entrada a los estadios hasta el año pasado. En 2018, les permitieron el acceso, aunque en zonas especialmente habilitadas para ellas y alejadas de los hombres.
Hasta ese año, las mujeres tampoco podían conducir sin ser arrestadas. El pasado agosto les concedieron otros derechos: poder viajar sin el permiso de un hombre, solicitar el pasaporte y la posibilidad de registrar nacimientos, bodas y divorcios.
Son reformas impulsadas por el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman (este ha intentado vender una imagen aperturista que saltó por los aires con el asesinato del periodista Jamal Khashoggi). Sin embargo, la mujeres en ese país siguen siendo menores de edad perpetuas. Impera allí un sistema de tutela por el que cada una tiene un guardian masculino, un wali: un marido, padre, tío, hermano... con autoridad para decidir por ellas. Actualmente, siguen necesitando el permiso de ese hombre para:
Por otro lado, la policía religiosa controla su forma de vestir. Los edificios públicos, universidades u oficinas... tienen entradas diferenciadas según el sexo. Y en transportes, parques o playas, mujeres y hombres están segregados en la mayor parte del país.
Las organizaciones de derechos humanos denuncian que las reformas del príncipe heredero saudí son meramente estéticas, un intento de lavado de cara del régimen. Todavía hay mujeres en la cárcel por un único delito: defender sus derechos.
Es el caso de Loujain al Hathloul, en prisión por coger el volante y hacer campaña para que las mujeres pudieran conducir antes de que se levantara la prohibición. "Ha denunciado torturas. Sufrió descargas eléctricas, acoso sexual, vejaciones e insultos", cuenta Carlos de las Heras, portavoz de Amnistía Internacional. Ella sigue entre rejas -como muchas otras personas- en un país en el que los derechos humanos quedan fuera de juego.