Hay unas 6 mil familias en Italia que llevan el apellido Sorretino. La mayoría de ellas, más de la mitad, se encuentran, según los registros, en la región de la Campaña, que acoge la ciudad de Nápoles. No es casualidad que allí, y en el resto de Italia, el único Sorrentino en el que se piense sea el adorado Paolo.
Nacido en esa ciudad abierta hacia el mar con un imponente golfo, el mismo que preside el luminoso inicio de su nominada película ‘Fue la mano de Dios’, una verdadera carta abierta a su propia vida. El pasado fin de semana, la fecha clave anual del cine mundial, podía ser importante para el director italiano, era el camino incierto hacia el que sería su segundo premio Oscar. Pero finalmente no llegó, la japonesa ‘Drive my car’ se llevó el premio.
Han pasado muchas cosas desde que el gran público mundial se rindió ante su deslumbrante ‘La gran belleza’ en 2014. Esa madrugada de domingo era clave porque tenía un significado simbólico para el director, como él mismo publicaba en las redes sociales horas antes, en la ceremonia de los Oscars se cerraba el círculo. “Solo ahora he encontrado el verdadero significado de haber hecho esta película, quería simplemente volver a esta foto con mi madre”, publicaba emocionado.
Todos en Italia pensaban ya en la repetición de aquel discurso célebre con la estatuilla en la mano en 2014 en el que citó cuatro nombres fundamentales en su imaginario: “Federico Fellini, Talking Heads, Martin Scorsese y Diego Armando Maradona”. Pero en aquellas palabras se encontraba encerrado todo lo que vendría después, los elementos clave de su última película. No solo la referencia a Maradona, deificado en ‘Fue la mano De Dios’.
Aquella noche como premiado ante el mundo dijo algo mucho más importante, algo de lo que habla verdaderamente la película: “Gracias a Roma y a Nápoles, a mi hermano Marco y a mi hermana Daniella y sobre todo a mis padres Sasà y Sina”. En esta sencilla y poderosa dedicatoria familiar se encuentra todo el sentido del largometraje, una mirada retrospectiva a su historia que encumbra una ciudad en su belleza y decadencia, y que cuenta su propio renacer tras el drama de la muerte repentina de sus padres y el descubrimiento del cine como salvación. “La clave, la vida tras la muerte de sus padres está en el amor al cine".
Sorrentino se sobrepone a este drama gracias a la frase de Fellini, que parafrasea el actor que lo interpreta en su adolescencia, Filippo Scotti, ‘la realtà non mi piace più, è scadente’ (la realidad ya no me gusta, es vulgar), prefiere la vida imaginaria del cine”, dice la periodista de La Repubblica en Nápoles, Ilaria Urbani.
A su lado, aquella noche de hace 6 años en Los Ángeles, se encontraba su actor fetiche, Toni Servillo. Aunque fetiche es poco si se analizan seis grandes películas en veinte años de amistad y trabajo. A su lado reía deslumbrante, el que es la Penélope Cruz de nuestro Almodóvar. Juntos habían conseguido el mayor premio del cine para una película que homenajeaba una Roma luminosa, anaranjada, irresistible y decadente. Su unión creativa es ya indiscutible tras sus comienzos en ‘L’uomo di più’ (2001), pasando por ‘Las consecuencias del amor’ (2004), ‘Il divo’ (2008) o ‘Loro’ (2018). Pero esta vez, este 2022, defendían ante el mundo la candidatura de una película que va más allá de cualquier otro papel.
Servillo da vida al padre sencillo, pintoresco y cariñoso de Paolo Sorrentino, describiendo un nido de cariño donde la familia, al más puro estilo italiano, es el centro de todo y lo que da razón al transcurrir de la vida. Junto a él una platea de actores y actrices genuinos: Teresa Saponangelo como la madre, Luisa Ranieri como la tía Patrizia o el joven Filippo Scotti como un magnífico Paolo Sorrentino adolescente.
Una joven italiana que ha trabajado recientemente con el director en un pequeño rodaje me reconoce su amabilidad y sensibilidad intacta. Nada ha cambiado en los últimos años, a pesar de haberse convertido en uno de los grandes del cine también a nivel mundial. El orgullo nacional acompañaba el pasado fin de semana a Sorrentino, que acudía a la noche de las estrellas en Los Ángeles sabiendo que su regalo había sido reconciliarse con su pasado gracias al cine, ahora sí de verdad, ahora mucho más de cómo lo hubiese soñado. Además, para su público más cercano haber elevado Nápoles como una obra de arte en el cartel de nominaciones era ya un premio.
La periodista napolitana comparte conmocionada cómo se siente al ver que gracias a Sorrentino se ha contado por primera vez su ciudad fuera de los grandes estereotipos que la rodean como la mafia. Se emociona al reconocer que tantos y tantos grandes directores italianos hayan representado su cuidad, pero confiesa que ninguno lo ha sabido hacer con la delicadeza de Paolo. “La panorámica que sobrevuela el golfo de Nápoles al inicio de la película, es única, nadie se había atrevido a filmarla de esa forma. “Son unos segundos imponentes de gran significado”, dice. Paolo es el autor visionario que Nápoles esperaba desde siempre. La propia película es ya el Oscar para esta ciudad”, concluye Urbani.
Marco Carrara, periodista de la RAI, comparte esa misma emoción inexplicable. Para él cada protagonista de las películas de Sorrentino se sitúa poderosamente de una forma en el centro del relato que consigue convertirse en una extensión del propio mundo. Es por eso que en este caso estamos ante la película más sorrentiniana de todas, la que cuenta la soledad que llegó a su vida sin su familia, la vida que conformó quien es ahora.
Reconoce además Carrara, que en Italia genera una especial admiración por su doble manera de ser: tímido y esquivo en las entrevistas e inmenso y expansivo en cada una de sus películas, un regalo para todos los que se sienten representados en esa contradicción italiana que tan bien sabe ver el director. La autora y periodista cultural Alice Oliveri añade otro matiz: la capacidad de Sorrentino de haber elegido este momento maduro de su carrera para afrontar la película en la que se cuenta a él mismo. “Consigue ser honesto por eso, a pesar de ser un suceso tan trágico, no es exagerado, es particularmente silencioso y calmado en su relato. Llegar a eso es el verdadero logro”, explica. Finaliza, además, interpretando ‘È tata la mano di Dio’ como un luto final para el director, sin rabia, con amor y serenidad.
El italiano ya conocía el escenario de los Oscar, conocía también la platea, el premio que se le escapa no cambiará nada. Con esta película abría y cerraba la caja del recuerdo y ese era su verdadero objetivo. Este es un caso en el que el proceso importa mucho más que el resultado, así lo siente Sorrentino, que ya trabaja en otro film, y también su público que lo venera. Italia se queda sin ningún premio en la ceremonia del cine internacional justo después de que su selección de fútbol se quedase fuera del Mundial. El éxito indiscutible de Italia durante el 2021 rompe su racha este año.