China no tiene sanidad pública universal. Frente a lo que pudiera parecer los hospitales tienen instaurado el copago en todo el país.
El país cuenta actualmente con tres tipos de cobertura médica:
Los dos primeros cubren cada uno a cerca de 300 millones de personas, mientras el tercero lo hace a más de 800. En total, China asegura que el 95% de la población, de 1400 millones, tiene acceso a una sanidad básica.
En el país hay más de 4,5 millones de médicos y enfermeros, según la Asociación de Médicos de China, aunque el ratio por paciente es todavía bajo.
Sin embargo, la amplia cobertura pública no quiere decir que la atención sea gratuita. Los pacientes están obligados a pagar, de media, más del 30% de los gastos médicos, lejos del 20% de máximo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Además, los precios por tratamientos de enfermedades más allá de la atención primaria son enormemente altos y una buena parte de la población no se los puede permitir.
Elevados son especialmente los costes de algunos medicamentos, por ejemplo, para el tratamiento del cáncer. Tanto es así que, en algunas zonas rurales del país, la tasa de supervivencia de la enfermedad apenas ronda el 30%.
Además de esto, en China existen, por supuesto, los seguros y los hospitales privados, donde los costos para el paciente son prohibitivos y solo están al alcance de unos pocos. Aun así, la todavía baja calidad de algunos servicios públicos empuja a muchos hacia este tipo de coberturas.
Mao Zedong nacionalizó el sistema sanitario tras su llegada al poder en 1949 y las campañas médicas públicas incrementaron la esperanza de vida pero, en un país agrícola pobre, la atención de la salud seguía siendo escasa y de baja calidad.
Con el inicio de las reformas económicas en los años ochenta, el sistema sanitario se liberalizó y se instauró otro basado en el beneficio económico, disminuyendo la aportación del Estado, permitiendo la entrada de empresas en el sistema y haciendo que los presupuestos de los centros sanitarios dependieran en gran parte de la venta de medicamentos y otros servicios. En este nuevo esquema, la gran mayoría de los tratamientos eran financiados por los pacientes, con lo que las diferencias entre zonas ricas y pobres del país se disparó y la confianza de la población en su sistema sanitario se hundió.
La calidad de la sanidad varía enormemente dependiendo de la zona en la que se viva. Mientras los hospitales y la variedad de tratamientos en grandes ciudades como Pekín, Shanghái o Guangzhou se acercan a los estándares de los países desarrollados, en las provincias del interior del país la cobertura es deficiente.
Esto lleva a muchos chinos a migrar a las ciudades en busca de atención médica. Muchos se llegan a trasladar con sus familias y a pagar alquileres cerca de centros hospitalarios considerados de mejor calidad en zonas urbanas cuando algún miembro de la familia cae enfermo, un proceso enormemente costoso.
Además, a las dificultades logísticas se une la burocracia china. En este sistema, el hukou, similar al padrón, otorga derecho a la sanidad o la educación solo en la provincia de nacimiento y conseguirlo en una gran ciudad ajena es caro y complicado, lo que hace que muchos tengan que conformarse con tratamientos médicos de peor calidad.
Las nuevas reformas puestas en marcha a partir del comienzo de los años 2000 intentan darle la vuelta a la situación. Al tiempo que en muchos países desarrollados, especialmente a partir de la crisis económica, las políticas han ido en la dirección de reducir los servicios públicos, China va en el sentido contrario, aunque también hay que tener en cuenta que viene de bastante más atrás.
El país busca ampliar la cobertura sanitaria y reducir los costes para los pacientes en un momento en el que las nuevas clases medias exigen mejor atención sanitaria y la población envejece. Para ello, está llevando a cabo una enorme inversión en su sistema público. En los últimos años ha triplicado el presupuesto sanitario y en 2018 invirtió el 6,4% de su PIB en el sector. Pero las inversiones también provienen del sector privado, al que China busca incentivar a participar en su mercado de la salud.
Una de las medidas de las últimas reformas es intentar redirigir a millones de pacientes con enfermedades leves a centros de atención primaria. En la actualidad el país es altamente dependiente de sus hospitales para cualquier tipo de dolencia, lo que satura los centros.
Además, el gigantesco tamaño de su población le permite negociar grandes reducciones de precios en la compra de medicamentos con las grandes farmacéuticas. Según Bloomberg, compañías como Pfizer o Roche estarían dispuestas a reducir los precios hasta un 70% con tal de tener acceso al mercado chino. Recientemente, el Gobierno ha ampliado también la lista de medicamentos financiados.
El “socialismo con características chinas” ideado por Deng Xiaoping y del que hace gala constantemente el actual gobierno, acepta sus propias contradicciones ideológicas y aplica la economía de mercado para acercarse la meta de la universalidad de su sanidad pública.