¿Y si Trump no acepta el resultado? La 'segunda guerra civil' americana
Por primera vez, la transición pacífica del poder está en duda en Estados Unidos
Recuerdo estos días las primeras elecciones presidenciales de EEUU que seguí día a día, las de 1992 que enfrentaron al gobernador demócrata de Arkansas, Bill Clinton, con el presidente republicano George Bush senior (y el empresario Ross Perot, un antecedente tejano de Trump que se presentó como independiente, recibió el 19% de los votos y contribuyó a la derrota del presidente).
Pasadas las 11 de la noche (6 de la madrugada hora peninsular española), el presidente Bush apareció ante sus seguidores del hotel Westin Gallery de Houston a reconocer su derrota: “Así es como lo vemos. El pueblo ha hablado y respetamos la grandeza del sistema democrático. Acabo de llamar al gobernador Clinton y le he felicitado. Ha dirigido una campaña muy potente. Le deseo lo mejor en la Casa Blanca y quiero que el país sepa que toda nuestra administración trabajará de cerca con su equipo para asegurar la transición fluida del poder”.
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La derrota de un presidente es una humillación política e histórica, pero pocos ponen en duda que George Herbert Walker Bush era un caballero. El último republicano patricio de la Coste Este. Me llamó la atención que apelara a algo que debería darse por supuesto, a algo que la democracia americana había practicado durante 200 años, incluso en tiempos de guerra civil: la transición pacífica del poder.
Aquello que en 1992 me parecía elemental, este martes 3 de noviembre se somete a una de sus pruebas más difíciles en los dos siglos y medio de historia de esta república.
Desde finales de los 90 se viene hablando de las dos Américas, la conservadora y la progresista, pero nunca había alcanzado tal grado de polarización. Hace unos días el historiador Simon Schama lo equiparaba a una “guerra de religión”. Una América considera una amenaza existencial que gane la otra. De la “guerra cultural” se ha pasado a hablar de “la guerra civil”. Un conflicto civil soterrado que podría emerger en forma de conatos de violencia en distintos puntos del país.
El salto cualitativo se ha dado durante la presidencia de Donald Trump. Lejos de ejercer un efecto moderador, el presidente ha agitado el enfrentamiento desde el púlpito presidencial. Ni siquiera Richard Nixon llegó tan lejos (en público).
Es muy probable que la “grandeza de la democracia” convierta a Joe Biden en el candidato con más votos de los ciudadanos. La demografía beneficia a los demócratas. Desde aquel 1992, los republicanos sólo han ganado el voto popular una vez, en 2004 (Bush junior frente a Kerry).
¿Dónde está el problema, entonces? En el carácter “antisistema” de Trump y en un procedimiento electoral que puede enmarañar el resultado de tal manera que finalmente sean los jueces -muchos de ellos nombrados por Trump- quienes decidan el resultado. Ahí va la explicación:
Los votos electorales
Como se recuerda una y otra vez, al presidente de Estados Unidos no lo eligen directamente los ciudadanos sino un colegio de electores repartido por los estados en un número igual a los representantes y senadores que tiene ese estado en el Congreso. California tiene dos senadores y 53 representantes, por tanto, sus votos/compromisarios electorales para elegir presidente suman 55. O, según otra denominación, 55 votos electorales.
El ganador se lleva todo
El sistema es mayoritario. Es decir, el candidato que consiga más votos en un estado se lleva todos los “votos electorales” de este estado. Trump se llevó los votos electorales de Michigan por tan sólo 10.000 papeletas más que Hillary Clinton. Lo mismo ocurrió en Wisconsin y Pensilvania.
Hillary Clinton sacó tres millones de votos más que Trump en todo el país, pero Trump ganó la presidencia por la suma de 80.000 votos en esos tres estados cruciales. 80.000 votos de 136 millones de papeletas. 46 votos electorales que elevaron a Trump a los 304 y dejaron a Hillary Clinton en 227. La mayoría está en 270 votos electorales.
Los estados decisivos
Ahora, como hace cuatro años, el margen es muy estrecho en la media docena de estados decisivos. Los demócratas saben, por ejemplo, que California es suya antes de recontar los votos. Igualmente, los republicanos están seguros de Wyoming y otros muchos estados. Pero las cosas están mucho menos claras en Florida y Carolina del Norte, en los estados industriales del Medio Oeste (Pensilvania, Michigan, Wisconsin) e incluso algunos del Oeste (Arizona y Nevada). Ahí se deciden las elecciones. Si hay que prestar atención a uno, ese es Pensilvania.
Voto anticipado
Por si las cosas no estaban suficientemente ajustadas, este año el temor a la pandemia ha elevado a niveles de récord las votaciones anticipadas y el voto por correo. En la mayoría de los estados se puede votar en urna semanas antes de la fecha electoral. Cerca de 100 millones de norteamericanos ya lo han hecho. 22 estados permiten la llegada de votos por correo días después de la fecha electoral siempre que hayan sido certificadas ese día. Se espera una participación superior a la marca histórica del 64% en las elecciones Kennedy-Nixon de 1960.
Recuento retardado
El problema es que el recuento del voto por correo no será inmediato. En alguno de los estados en disputa, como Pensilvania, durará días. Sólo ocho estados esperan tener escrutado el 98% de los sufragios al mediodía del día siguiente.
Por lo que dicen las encuestas, se sabe que los republicanos están más dispuestos a ir a votar el día de las elecciones frente a los demócratas, que están optando por el voto anticipado y por correo. Por esta razón, los primeros sondeos y recuentos electorales pueden dar ventaja a Trump.
Las televisiones dan la victoria
Ahí entra en juego otra peculiaridad del sistema electoral de Estados Unidos. A diferencia de España y otros países europeos, en la noche electoral no es el equivalente al Ministerio del Interior sino los medios de comunicación quienes otorgan la victoria a uno u otro candidato en este o en aquel estado. Lo hacen basándose en encuestas cuando el margen es lo suficientemente amplio. La certificación electoral de los votos llega semanas después.
¿Qué pasará la madrugada del 3 de noviembre?
Algunos de los escenarios que auguran los analistas políticos en Estados Unidos roza la pesadilla.
- Primer escenario. Las televisiones no se atreven a dar la victoria a un candidato porque el margen es muy estrecho en uno o varios estados decisivos y habrá que esperar el recuento final del voto por correo. El propio presidente acaba de decir que el resultado no se conocerá la noche del día 3.
- Segundo escenario. Trump se declara ganador de las elecciones porque aparece con ventaja en el primer recuento electoral. Ya ocurrió en 2000 cuando la Fox (cadena favorita de Trump) dio a Florida a Bush antes de tiempo. Sus asesores ya admiten que podría hacerlo.
- Tercer escenario (no incompatible con el uno y el dos). Trump o Biden pierden por un margen estrechísimo de votos en un estado decisivo, van a los tribunales y exigen un recuento. Ya lo vimos en el año 2000 en Florida. El recuento se prolongó durante semanas hasta que lo paró el Tribunal Supremo cuando Gore sacaba una ventaja de 500 votos.
¿Quién nombra a los jueces?
“Creo que esto terminará en el Tribunal Supremo”, ha dicho Trump. Por si acaso, el presidente ha elevado la mayoría conservadora con tres nombramientos, el último a toda velocidad y a menos de un mes de las elecciones. Eso sin contar con que ha nombrado a 53 jueces de apelación federales, la cuarta parte del total.
Violencia en las calles
Los amenazadores mensajes que proliferan en las redes sociales y las maniobras de acoso a los demócratas no auguran nada bueno. En Texas, seguidores de Trump intentaron sacar de la carretera a un autobús de la campaña de Biden, otros han saboteado mítines de Biden. Las milicias ultras y armadas llevan días preparándose para el día de las elecciones, mientras las protestas violentas contra el racismo policial sacuden cada dos por tres alguna ciudad norteamericana. En Washington y otras ciudades, los comercios están parapetando con madera sus escaparates.
Todo el mundo está pendiente
La elección presidencial de 2020 puede convertirse en la mayor crisis institucional, democrática y ciudadana desde las crisis que se vivieron a finales de los 60 y primeros 70. Fue entonces cuando las dos Américas empezaron a divergir por caminos que los años han convertido en incompatibles. Todo se podría condensar en aquella sala del juicio a Los siete de Chicago rescatado recientemente por la película de Aaron Sorkin: la América del juez Julius Hoffman y la América del activista Abbie Hoffman. Y como gritan en la película: “The whole world is watching”. Todo el mundo está pendiente de lo que ocurre esta madrugada en Estados Unidos.