Los populismos y la enmienda al estado: ¿Y si desapareciesen todos los partidos políticos?

  • La experiencia italiana de Tangentópolis no ha aumentado la calidad democrática del país

  • Los viejos partidos se vieron salpicados por la corrupción y fueron sustituidos por nuevas formaciones

Todo momento histórico necesita una imagen que lo ilustre. En este caso se trataría de una multitud iracunda que le lanza monedas a Bettino Craxi, líder del Partido Socialista Italiano (PSI), a quien están investigando por corrupción. Estamos en 1993, a las puertas del Hotel Raphael, un establecimiento de lujo, convertido en residencia romana para el político milanés. Un año antes todo había comenzado con Mario Chiesa, miembro del PSI, tirando dinero por el retrete después de que lo pillaran 'in fraganti' recibiendo una mordida de un empresario amigo.

El escándalo se llamó Tangentópolis (de ‘tangente’, que en italiano significa soborno) y dejó más de 1.200 condenas, varios suicidios y la desaparición de los principales partidos que habían gobernado Italia durante medio siglo. Se derrumbaron la Democracia Cristiana, los socialistas y los últimos herederos del Partido Comunista Italiano. Todos estaban podridos. El cataclismo marcó el paso de la Primera a la Segunda República, en la que nos encontramos.

España nunca ha vivido una situación similar, aunque el actual sistema ofrezca síntomas de agotamiento. Podemos lleva años reclamando una reforma al llamado “régimen del 78” y ahora Vox presenta una enmienda a la totalidad de la democracia liberal. Según la última encuesta del CIS, ninguno de los políticos españoles merece un aprobado y hace un par de semanas un sondeo encargado por la Plataforma de Medios Independientes revelaba que, en una nota del 0 al 10, los partidos se quedan en un 3.

Ese mismo estudio señalaba que un 45% de los jóvenes de 16 y 17 años no le da mayor importancia a vivir en democracia. Probablemente algunos de los últimos debates parlamentarios tampoco ayuden a mejorar esa imagen. El objetivo de la encuesta, por cierto, era valorar el modelo de Estado, como otro elemento más en cuestión. Un 40,9% respondía que votaría por una república, por un 34,9% que se decantaría por la monarquía.

Cada país tiene sus dinámicas, sería imposible comparar dos contextos que no tienen nada que ver en momentos completamente distintos, pero veamos qué sucedió en Italia cuando el sistema de partidos se vino abajo. En primer lugar, habría que señalar que el entramado democrático permaneció inmutable, lo único que cambiaron fueron unas formaciones por otras.

El "desierto postidelógico"

En 1992 se celebraron elecciones, poco después del inicio de Tangentópolis, y los grandes bloques todavía resistieron, aunque ya entonces irrumpió el fenómeno de la Liga Norte. El partido, que hoy lidera el ultraderechista Matteo Salvini, pasó de dos parlamentarios a 80 bajo el célebre lema de “Roma ladrona”. Consumada ya la desaparición de los partidos históricos, dos años más tarde hubo nuevos comicios, en los que venció Silvio Berlusconi con una fuerza política surgida de la nada. El empresario aprovechó el vacío de poder y el empuje de la televisión privada, que acababa de nacer, para imponer una nueva era.

La izquierda se fue dividiendo en infinitas corrientes, que después se agrupaban en grandes coaliciones para hacer frente a Berlusconi. Y así se entró en lo que los expertos llaman “desierto postideológico”. “Uno y otro bloque fue perdiendo su identidad. En Italia llevamos 25 años escuchando eso de que ya no existe la izquierda ni la derecha, lo que al final determina toda la política de esta época”, sostiene Giovanni Savino, profesor de Historia del siglo XX en la Academia rusa de Economía Nacional y Servicio Público de Moscú.

El auge del populismo

Esa desideologización ha tenido dos grandes hitos en los últimos años. El primero, el nacimiento hace una década del Movimiento 5 Estrellas (M5E), un partido de corte populista, que surge con la premisa de acabar con ese eje izquierda-derecha. Y el segundo momento, más reciente, ocurrió cuando la extrema derecha terminó por desbancar a la derecha moderada y ocupar prácticamente todo el espectro conservador.

Este sorpasso se produjo en las elecciones de 2018 cuando el partido de Salvini superó en votos al de Berlusconi. “Curiosamente, en un contexto de ideologías difusas es cuando emergen los liderazgos fuertes, ya que el público los ve como algo realmente nuevo”, agrega el profesor Savino. Hoy la suma de la Liga de Salvini y Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, ambos de posiciones radicales, ostenta la hegemonía de la derecha, con un 40% en intención de voto. El primer y el segundo hito confluyeron con la pasada alianza entre el M5E y la Liga, que formaron el primer Gobierno nacional populista en un gran país europeo.

Problemas crónicos

Pero ni siquiera la aparición del M5E, que hizo de la honradez y la renovación política su bandera, consiguió acabar con la corrupción, el motivo del hundimiento de los viejos partidos. Sergio Rizzo, subdirector del diario 'La Repubblica' y autor del premonitorio libro ‘La casta’, que sirvió de preludio para la formación del Cinco Estrellas, señala al teléfono que “los partidos actuales se han olvidado de lo que pasó en el 92 y 93, simplemente la corrupción ha cambiado de piel”. “Ahora ya no se pagan los sobornos con el maletín, pero Italia sigue siendo el país europeo con un mayor índice de corrupción y evasión fiscal, con lo que los problemas congénitos siguen ahí”, añade.

La figura indiscutible del presidente de la República

Lo que sí ha cambiado desde Tangentópolis es el papel que ha asumido en el desarrollo de la política el presidente de la República. El sistema italiano no es presidencialista, el poder recae en el primer ministro, pero las atribuciones del jefe del Estado le dan la oportunidad de tomar decisiones de calado si así lo desea. “En la Primera República los partidos representaban unos valores de unidad, conseguían agrupar a los suyos y garantizar la estabilidad. Ahora esto no es así y el único capaz de jugar ese papel es el presidente de la República”, opina Stefano Cavazza, historiador de la Universidad de Bolonia. Así, se pasó de meras figuras de decoración a presidentes intervencionistas como Giorgio Napolitano o el actual Sergio Mattarella.

Aquí la figura del jefe del Estado no se negocia. Y durante la pandemia Mattarella ha sido visto como una especie de padre protector para los italianos. Es posible que el papel del presidente de la República sea lo único que se ha reforzado en el sistema democrático italiano después de Tangentópolis.

La desaparición de los partidos no mejoró la calidad democrática del país, las grandes catarsis no siempre desembocan en una arcadia feliz. Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano, escribió que “el viejo mundo está muriendo, el nuevo tarda en emerger; y en ese claroscuro nacen los monstruos”. El leviatán que irrumpió entonces de ese limbo fue el fascismo de Benito Mussolini.