Salvini, en el Gobierno y en la oposición
El líder de la Liga hace oposición con la reapertura, mientras su partido forma parte de un Gobierno que firma los cierres
La estrategia es la del "partido de lucha y de Gobierno", que ya adoptaron los comunistas en los setenta
Hace días que Matteo Salvini mira a España con cierta envidia. En vísperas de Semana Santa, reconocía en una charla con corresponsales que no era normal que los italianos tuvieran que quedarse en sus casas mientras miles de lombardos, sus vecinos, viajaban a Baleares o Madrid, “donde está todo abierto”. “Pedimos que se permita vivir en las zonas con menos casos, no es lógico hablar sólo de cierres durante todo abril antes de comprobar cómo evoluciona la epidemia”, afirmaba. Es su versión de baja intensidad del “comunismo o libertad”. El líder de la Liga se ha convertido en el adalid de la reapertura, mientras su partido forma parte del Gobierno que firma los cierres.
El momento más delicado llegó el pasado martes. Los hosteleros habían convocado manifestaciones por todo el país. En algunas de ellas, la situación se desmadró. En Roma, delante del Parlamento, la jornada terminó con gases lacrimógenos, varios arrestos y un par de agentes heridos. El motivo, el de siempre: grupos ultras infiltrados que reventaron las protestas. Salvini, que lleva semanas cabalgando esta ola, ese día se limitó a emitir un mensaje a través de sus portavoces en el que pedía la “reapertura y nuevos protocolos para los teatros, centros deportivos, tiendas y restaurantes”.
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Su cruzada no es contra el primer ministro, Mario Draghi, con quien se reunió este jueves. Al término del encuentro, el líder de la Liga manifestó que "reabrir en la segunda mitad de abril no es un derecho, sino un deber", aunque subrayó que está de acuerdo con Draghi en valorar los datos epidemiológicos progresivamente. Más tarde, el primer ministro le respondió indirectamente en rueda de prensa que él quiere "abrir cuanto antes, pero cuando se pueda hacer con seguridad".
En esa misma comparecencia, Draghi calificó al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, como un "dictador", lo que enardeció a Salvini. Su partido convocó una protesta frente a la embajada turca en Roma, que luego canceló, antes de que el conflicto diplomático fuera a más.
El ex presidente del BCE tiene demasiada autoridad para declararle la guerra. Su blanco es el ministro de Sanidad, Roberto Speranza, que defiende la línea más férrea en cuanto a las restricciones. Speranza pertenece al partido más izquierdista de la coalición de Gobierno, Libres e Iguales, que es a su vez el más pequeño. El ministro, portada diaria de los periódicos más derechistas, es el eslabón débil de la cadena. En las reuniones del Consejo de Ministros también se sientan Giancarlo Giorgetti, titular de Desarrollo Económico, y Massimo Garavaglia, responsable de Turismo. Ambos representan el sector de la Liga más conectado con los grandes industriales del norte.
La estrategia no es ninguna novedad salida de la mente de un asesor. Los comunistas italianos que se alejaron de Moscú en los setenta adoptaron el lema de “partido de lucha y de Gobierno”, que también ha inspirado a Podemos, sobre todo tras la salida de Pablo Iglesias del Ejecutivo. “Está en el manual de cualquier populista cuando llega al poder y Salvini encarna esa alma dentro de su partido. Él aceptó que la Liga entrara al Gobierno, a condición de erigirse en abogado de ciertos colectivos, como los pequeños empresarios o autónomos. Ellos necesitan una voz y Salvini no puede perder el contacto con la calle”, reflexiona Massimiliano Panarari, politólogo de la Universidad Mercatorum.
Intentos por unificar a la extrema derecha
Esa dualidad con el ala gubernamental de su partido también se percibe en sus alianzas exteriores. Salvini reconoce que los contactos con Vox están rotos. Sin embargo, la semana pasada acudió a Budapest para reunirse con el primer ministro húngaro, Victor Orbán, y el ‘premier’ polaco, Mateusz MorawieckiMateusz Morawiecki. La salida de Orbán del Partido Popular Europeo abre una puerta para intentar unificar en un solo grupo a toda la extrema derecha comunitaria, ahora dividida entre “soberanistas” (Identidad y Democracia) y “tradicionalistas” (Conservadores y Reformistas Europeos).
Salvini lleva días hablando de familia, trabajo y derecho a la vida, los valores fundacionales del grupo ultraderechista al que pertenece Vox y no la Liga. Aunar en un mismo polo todas estas corrientes es el sueño del líder italiano desde antes de las últimas elecciones europeas. Mientras tanto, los leguistas pragmáticos y de Gobierno apuestan por la integración en la familia popular.
De momento, ni una cosa ni la otra. Porque ni la moderación de la Liga es suficiente como para ser acogida por el centroderecha ni Giorgia Meloni, líder del los Conservadores y Reformistas Europeos, quiere a Salvini en su grupo. En casa, sí que acepta que su partido, Hermanos de Italia, concurra a las elecciones en alianza con la Liga. Pero lo que antes era una suma de votos bajo el liderazgo de Salvini, ahora es una competición interna. Los últimos sondeos han estrechado el margen a cinco puntos entre la Liga, que sigue en cabeza, y Hermanos de Italia. Junto con el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrático, en la práctica hay un empate virtual entre cuatro partidos que se sitúan alrededor del 20% en intención de voto.
Los votantes conservadores se dividen también al 50% entre quien prefiere el liderazgo de Salvini o el de Meloni. El líder de la Liga tiene que marcar terreno, pero sin pasarse. Su socia y rival está en la oposición, mientras que su partido forma parte del Gobierno. “En la Liga hay mucho interés por participar en el reparto de los fondos de recuperación, pero si Salvini decidiera la salida del Gobierno, su partido, que es muy personalista, estaría obligado a seguirle. Se romperían los equilibrios internos y sería un fracaso clamoroso”, opina Massimiliano Panarari. Hasta que Draghi no decida soltar la presa y convocar elecciones, Salvini se agarra al “partido de lucha y de Gobierno”. El secreto para que la mezcla no se corte es cuánto se pone de lucha y cuánto de Gobierno.