Tras las palabras ayer de la canciller Ángela Merkel asegurando que Alexey Navalny había sido envenenado en Rusia con un agente nervioso de fabricación soviética, ha llegado la reacción rusa.
Desde Omsk, la ciudad siberiana donde Navalny fue ingresado de urgencia, Alexandr Sabáev, jefe del Departamento de Intoxicaciones Agudas, aseguró a la agencia estatal “Sputnik” que de tratarse de un veneno tan fuerte como el “Novitschok”, otras personas del entorno del opositor habrían sufrido también intoxicación, volviendo a insistir en que los análisis realizados durante la estancia de Navalny en su hospital, antes de ser trasladado a Alemania, “no se le detectaron venenos ni en la sangre ni en la orina".
Mientras tanto, en Bielorrusia, el otro punto de fricción actual entre Europa y Rusia, el discutido Presidente Alexander Lukashenko aseguró que sus servicios secretos habían “interceptado una llamada entre Varsovia y Berlín” que demostraría que el envenenamiento de Navalny es un montaje para dañar a Vladimir Putin. Esta declaración, también recogida por el medio estatal ruso “Ria Novosti” la hizo Lukashenko frente al Primer Ministro ruso, Mijaíl Mishustin, a quien afirmó que tanto la grabación como la transcripción han sido ya entregados a los servicios secretos rusos.
Desde Moscú, el portavoz del Presidente Vladimir Putin, Dmitri Peskov, también entró al asunto asegurando que “no hay razones para acusar al Estado ruso” del envenenamiento del líder crítico del Kremlin, y llamó a “no hacer juicios precipitados”.
El estado de salud de Navalny, en coma inducido, con ventilación mecánica y con gran incertidumbre sobre su futuro o posibles secuelas, ha desatado la maquinaria informativa para presentar la versión rusa de los hechos, bajo la premisa de que envenenar a un líder opositor en suelo ruso y con un agente como el “Novitschok” es algo contra producente y un sin sentido que perjudicaría los intereses del Kremlin.
El presidente de la Duma Estatal de Rusia, Viacheslav Volodin fue hoy más lejos apuntándose a las teorías de la conspiración, tras afirmar que los sucedido con Navalny “se trata de una acción planificada contra Rusia, con el fin de imponer nuevas sanciones, y tratar de frenar el desarrollo” de Rusia y asegurando que la UE y la OTAN “no quieren que nuestro país sea fuerte ”.
Sin duda esta teoría es, como mínimo llamativa y sería aceptar una derrota de los servicios secretos rusos en su propio país, ya que se entiende que Navalny habría sido envenenado por fuerzas extranjeras en territorio ruso para hacer pasar su envenenamiento como un intento de asesinato por parte del Estado, lo que los rusos gustan en llamar “falsa bandera”, una táctica usada hasta la saciedad en las guerras de Ucrania y Siria donde cualquier acción con muertes civiles que apuntase al Kremlin era automáticamente calificada como “provocación” o “montaje”.
Este caso va a marcar la agenda de las relaciones Rusia-Unión Europea durante los próximos meses, y lo hará de manera negativa en unas relaciones ya muy dañadas tras las sanciones occidentales contra Moscú por la anexión de Crimea, el apoyo a milicias separatistas en el este de Ucrania y el derribo del avión Malasio MH17, casos en los que Moscú tiene siempre una posición antagónica a la occidental, ye este caso no va a ser distinto.
Alexey Navalni es el opositor ruso más molesto para el poder, y lo es porque no sólo ha puesto su foco en altos cargos del Kremlin, sino porque apunta la base, al partido del Presidente, Rusia Unida, una amalgama que aglutina conservadurismo moral y capitalismo de Estado y cuya única ideología concreta ha sido secundar a Vladimir Putin de manera monolítica. En el momento de caer envenenado Navalni estaba de viaje por el este del país, por las regiones que encaran elecciones locales en los próximos meses, y donde estaba promoviendo lo que denominaba como “votación inteligente”, un sistema que llama a sus seguidores a votar en cada distrito, ciudad o región a aquellos candidatos, ya sean comunistas, conservadores o ultra nacionalistas, con más posibilidades de restar escaños a Rusia Unida.
Ahora Navalny ha quedado fuera de esa carrera electoral y lucha por su vida en Alemania, sin ser consciente de que se ha convertido en el centro del enfrentamiento entre la Unión Europea y Moscú, en un año en el que todo lo que podía complicarse lo ha hecho hasta el extremo.