Rudolf Hoess: cómo un joven destinado al sacerdocio se convirtió en comandante de Auschwitz

  • La autobiografía de Hoess muestra cómo el fanatismo convierte a una persona 'normal' en asesino de masas

  • Nunca se cuestionó la orden de exterminio ni mostró arrepentimiento

  • El comandante de Auschwitz se describe como un simple engranaje en la maquinaria asesina del Tercer Reich

Quien quiera saber cómo un joven católico alemán que iba para cura pudo llegar a planificar y ejecutar el asesinato masivo de miles de judíos puede buscar respuestas en la autobiografía de Rudolf Hoess, kommandant del campo de concentración y exterminio dekommandant Auschwitz-Birkenau, en Oswiecim (Polonia).

114 páginas manuscritas a la sombra del patíbulo y editadas en español bajo el título Yo, comandante de Auschwitz. Hoess puso el punto final a sus memorias en la cárcel de Cracovia, apenas dos meses antes de ser colgado en la horca en el mismo campo que dirigió con eficiencia criminal entre 1940 y 1943.

Dejad que el mundo me siga viendo como una bestia sedienta de sangre, nunca podrán entender que tenía corazón y no era la encarnación del mal

“He tratado de arrojar algo de luz sobre asuntos que parecían oscuros”, escribe. “Dejad que el mundo me siga viendo como una bestia sedienta de sangre, el sádico cruel, el asesino en masa; la gente nunca podrá imaginar al comandante de Auschwitz bajo otra luz. Nunca podrán entender que él, también, tenía corazón y no era la encarnación del mal”.

Hay mentiras, justificaciones y autoengaño en estas memorias, pero también la candidez de un personaje poco sofisticado. Como señaló Primo Levi, “en su conjunto es un libro veraz: es la autobiografía de un hombre que no era un monstruo y que no llegó a serlo ni siquiera en el pináculo de su carrera en Auschwitz. No era un sádico y carecía del perfil satánico de su amigo Adolf Eichmann”.

Una infancia alemana hacia 1900

Rudolf Hoess (Baden, Alemania, 1901) creció como un niño taciturno y solitario en una familia alemana de clase media. La disciplina y el orden eran principios inexcusables en un hogar escaso en expresiones de afecto. Su padre, comerciante y ferviente católico, había decidido que sería sacerdote y el niño Rudolf soñaba por entonces con ser misionero en África. “Me inculcaron que la ayuda a los necesitados era el más alto deber”, relata.

A los 13 años, la traición de un confesor lo alejó de su vocación sacerdotal

Pero a los 13 años, la traición de un confesor que reveló a su padre un nimio incidente escolar sacudió la fe del adolescente y lo alejó de su vocación sacerdotal. Como a tantos jóvenes de principios de siglo XX, la Primera Guerra Mundial dio un vuelco a su vida. Huérfano a los 17 años, encontró en el ejército el orden y la orientación que exigían su carácter. La guerra le embruteció y, al igual que pasó con otros futuros nazis de su generación, hizo de la violencia un ingrediente vital.

Después de la derrota alemana, Hoess se enroló en las milicias de extrema derecha del Freikorps en los años turbulentos de la república alemana de Weimar. Un asesinato cometido por su facción le supuso una condena de 10 años de trabajos forzados. Cumplió seis. Fue un prisionero modélico y el penal de Brandemburgo, una escuela para su futura misión: “El mayor énfasis se ponía en la ejecución puntillosa de la tarea calculada con exactitud para cada día”. Hoess siempre anheló la disciplina y el orden; en la familia, en el ejército, en la cárcel, en el campo de concentración.

A la salida se incorporó a un movimiento, la Liga Artaman, que propugnaba una vuelta a la pureza étnica y agraria del pueblo alemán. Fue allí donde conoció a su mujer. Pero antes de que se les asignara la granja prometida, decidió atender el llamamiento del líder de las SS, Heinrich Himmler, para reclutar guardianes de los campos de concentración. Hoess era ‘vieja guardia’ del partido nazi desde 1922.

Rudolf Hoess, comandante de Auschwitz

Empezó en 1934 en el campo de concentración de Dachau y ascendió con rapidez en el ‘universo concentracionario’ de las SS. En 1940, ya en plena guerra, Hoess es enviado como comandante a un nuevo campo en una remota provincia polaca. El lugar se llamaba Oswiecim, Auschwitz en Alemán.

En sus memorias, hay un cierto orgullo amoral cuando detalla cómo superó el desafío técnico que planteaba una matanza de proporciones tan vastas como la que tenían en su cabeza Hitler y sus secuaces. “Auschwitz excedía en escala todo lo hecho antes”, escribe con un tono y unas palabras que a menudo se confunden con las de un alto ejecutivo de una gran corporación. “Mi familia, en especial mi mujer, sufría porque mi comportamiento era a menudo intolerable. Sólo tenía ojos para mi trabajo”.

Mi familia, en especial mi mujer, sufría porque mi comportamiento era a menudo intolerable. Sólo tenía ojos para mi trabajo

No odiaba personalmente a los judíos”, confiesa. Pero, como fanático nacional-socialista, los consideraba “enemigos del pueblo alemán”. Había que abolir, dice, “la supremacía judía”. Una misión dolorosa y, sin embargo, histórica. Sólo al final del libro llega a admitir que “el exterminio fue un error”, nunca un crimen.

Y, por encima de todo, fue una orden: “Por voluntad del Reichsführer de las SSReichsführer, Auschwitz se convirtió en el centro de extermino más grande de todos los tiempos”. Cuando Himmler se lo ordenó personalmente, no tuvo la más mínima duda de “la escala y las consecuencias de esa orden monstruosa”.

Sin embargo, “las razones que justificaban el programa de exterminio me parecían correctas”. Si el Führer había ordenado poner en marcha “la solución final de la cuestión judía”, un veterano nacionalsocialista, un oficial de las SS, no debía ni cuestionarla. “Ordena Führer, nosotros te seguimos” era mucho más que un eslogan, dice Hoess.

Hoess perfecciona la Solución Final

En La destrucción de los judíos europeos, Raül Hillberg definió a los nazis involucrados en el exterminio como una “burocracia creativa”. Hoess es un ejemplo. Fue él quien experimentó en Auschwitz con un desinfectante, el ácido prúsico conocido como Zyklon B. Los resultados de la prueba efectuada en septiembre de 1941 con un grupo de 850 prisioneros de guerra rusos y polacos fueron expeditivos. "La muerte era casi instantánea", recuerda.

El gaseamiento fue un alivio. Me estremecía pensar que tuviéramos que llevar a cabo el exterminio con fusilamientos masivos de mujeres y niños

“Debo admitir que el gaseamiento fue un alivio. El exterminio masivo de los judíos debía comenzar pronto y ni Eichmann ni yo sabíamos cómo llevarlo a cabo… Me estremecía pensar que lo tuviéramos que hacer con fusilamientos masivos de mujeres y niños”. El ametrallamiento tenía un fuerte impacto psicológico en los SS, cuenta Hoess: “Muchos se suicidaban, otros se volvían locos y la mayoría necesitaba grandes cantidades de alcohol”. El gas letal sustituyó a las balas y la sangre.

No obstante, Hoess no oculta en sus memorias el horror a las puertas de las cámaras de gas.

“También vi cómo algunas mujeres que sospechaban lo que iba a suceder, con el temor a la muerte visible en sus caras, eran capaces de sacar fuerzas de su interior para jugar con sus niños y hablarles con palabras cariñosas. En una ocasión una mujer con cuatro hijos, agarrados todos de la mano para ayudar a los más pequeños a caminar por el terreno escabroso, pasó lentamente junto a mí. Se me acercó y me dijo al oído, señalando a sus cuatro hijos, '¿cómo puede asesinar a estos niños encantadores? ¿No tiene corazón?'

"Se dieron muchas escenas como ésta que rompían el corazón y afectaban a todos los presentes", prosigue. "En la primavera de 1942, cientos de personas en la flor de la vida pasaron bajo los árboles cargados de fruta de la granja camino de la muerte en la cámara de gas; la mayoría sin tener ni idea de lo que iba a pasar. Hasta el día de hoy me vienen las imágenes de las llegadas, las selecciones y la procesión hacia su muerte”.

Cuando veía a mis hijos felices, jugando, y a mi mujer encantada con el más pequeño, a menudo me asaltaba un pensamiento: ¿cuánto durará esta felicidad?

En días como esos, Hoess tardaba en volver a su residencia familiar en Auschwitz. Prefería cabalgar por los campos de alrededor para despejar de su cabeza las imágenes más perturbadoras. “Cuando veía a mis hijos felices, jugando, y a mi mujer encantada con el más pequeño, a menudo me asaltaba un pensamiento: ¿cuánto durará esta felicidad?”.

La crueldad con el Sonderkommando

La miseria moral de Hoess toca fondo cuando describe a los judíos del Sonderkommando, el destacamento de prisioneros encargado de las cámaras de gas y los crematorios. Evitaban a los alemanes la experiencia más traumática y contribuían al engaño de los que iban a la muerte sin saberlo.

Era interesante ver cómo el Sonderkommando”, escribe Hoess. El kommandant se ceba con ellos y los expone como prueba de la vileza de la raza judía.

Cuenta que un día vio cómo un miembro del Sonderkommando se quedó paralizado y pensativo mientras arrastraba un cuerpo sacado de la cámara de gas. Luego continuó con la ayuda de sus camaradas y arrojó el cadáver a la pira crematoria.

Hoess preguntó por lo sucedido: “Me explicaron que era el cadáver de su mujer... Pero después continuó como si tal cosa. Cuando volví al cabo de un rato, estaba sentado y comiendo como si no hubiera ocurrido nada. ¿Era capaz de ocultar completamente sus emociones? ¿O se había brutalizado de tal manera que ya ni esto le preocupaba?”. Y concluye con un cinismo tal vez involuntario: “La manera de vivir y morir de los judíos era un enigma que nunca conseguí resolver”.

De manera inconsciente, fui un engranaje en la gran rueda de exterminio creada por el Tercer Reich

Rudolf Hoess fue capturado por los británicos en una granja de Schleswig-Holstein (Alemania) en marzo de 1946, 11 meses después del final de la Segunda Guerra Mundial. En 1947 fue juzgado y condenado a la horca en Polonia. Al final de su autobiografía lamenta no haber muerto como un soldado. Por ningún lado aparece la más mínima muestra de arrepentimiento:

“De manera inconsciente, fui un engranaje en la gran rueda de exterminio creada por el Tercer Reich. La máquina ha quedado reducida a piezas, el motor está roto y yo, también, debo ser ahora destruido. El mundo lo demanda”.

NOTA: las citas del libro de Hoess son traducciones del autor del artículo a partir de la versión en inglés, Hoess, R., Commandant of Auschwitz, Phoenix Press, Londres, 2000.