La revolución silenciosa de las mujeres aborígenes en Australia
Las mujeres aborígenes tienen 32 opciones más de ser hospitalizadas por violencia doméstica que el resto de las australianas
La Red de Mujeres Fuertes por un País Próspero nació para solucionar problemas ecológicos y ha acabado siendo la voz de víctimas de abusos
La asistencia se ha duplicado desde la última edición y las organizadoras confían en que sean las primeras piedras para el cambio en la violencia de género y es estatus de las mujeres aborígenes
Las comunidades indígenas en Australia saben muy bien que el poder es como las serpientes, ataca con más crueldad a aquellos que van descalzos. Los estratos sociales de la gran isla de Oceanía no difieren de los de cualquier otro país del primer mundo, aunque comparten una cualidad muy propia de las tierras colonizadas: en el último eslabón de la cadena se encuentran los pobladores originales, los aborígenes. Y ahí, dentro de ese submundo dividido en numerosas comunidades repartidas por el vasto territorio australiano, donde sus integrantes apenas tienen voz ni voto fuera de sus silos, ser mujer supone una dificultad añadida. Sobre sus venas corre una ponzoña que no entiende de géneros, la del racismo sistémico, y un veneno que sí los diferencia, el insuflado por muchos hombres aborígenes.
En 2017, un 36,2 por ciento de las mujeres en las comunidades indígenas ubicadas en el Estado de Nueva Gales del Sur, donde se encuentra Sídney, sufrió algún episodio de violencia doméstica por parte de sus parejas, y un 20,5 por ciento lo padeció por algún otro miembro de su familia (padre, hermano, tío, hijo…). En el estado del Sur de Australia, cuya capital es Adelaida, la cifra de abusos conyugales subió a un 40,6 por ciento, y en el Territorio del Norte lo hizo a un 51,6 por ciento. Las indígenas cuentan con 32 veces más posibilidades de ser hospitalizadas por culpa de las agresiones de sus parejas que el resto de las australianas y dos de cada cinco homicidios dentro de estas comunidades son de mujeres atacadas por sus maridos, por sus novios o por sus ex.
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Estos datos compilados por el Instituto de Salud y Bienestar Australiano on los más recientes y comprenden análisis llevados a cabo entre 2014 y 2017. Aunque no hay cifras actualizadas, varios estudios como el realiado por el Instituto de Criminología de Australia sugieren que, durante la pandemia, las mujeres aborígenes de entre 18 y 24 años con algún problema de salud, embarazadas o bajo estrés financiero tienen un alto riesgo de sufrir violencia física, sexual o algún tipo de control coercitivo por parte de sus parejas.
Se trata de las consecuencias de una sociedad desfavorecida que arrastra diversos traumas intergeneracionales: desventajas laborales, marginación, alcoholismo, abuso de poder, diversos sesgos… Y es en este contexto donde las voces de las mujeres indígenas quedan eclipsadas. Ya sea por las buenas o por las malas.
Red de Mujeres Fuertes por un País Próspero
La semana pasada se llevó a cabo en el Territorio del Norte, por segunda vez desde 2019, una congregación denominada Red de Mujeres Fuertes por un País Próspero. Originalmente, esta reunión de seis días tenía el objetivo de impulsar un espacio sin presencia masculina en el que las guardabosques de las zonas rurales del Estado más septentrional de Australia conectaran para tener más peso en la toma de decisiones medioambientales, proteger la biodiversidad de la nación y reducir los desastres naturales. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que para poder solucionar los problemas ecológicos y salvaguardar al país, primero debían solucionar los suyos propios y protegerse a sí mismas y a las demás. De esta manera, lo que inicialmente fue una reunión de guardabosques ha acabado atrayendo a curanderas, mujeres relacionadas con la cultura aborigen o activistas indígenas contra la violencia doméstica.
La segunda edición ha multiplicado la asistencia y ha congregado a más de 300 mujeres llegadas de las zonas más remotas a Jawoyn, la tierra original de los Banatjarlal, ubicada al sureste del pueblo de Katherine, que cuenta con alrededor de seis mil habitantes.
“Hay problemas con la salud, con la violencia, con los niños pequeños que crecen y los vivimos a diario”, afirma Annette Miller, una anciana que ha ayudado a impulsar esta iniciativa catalogada como “liberadora”. “ Es abrumador el ver a todas las mujeres que vienen aquí para compartir, para tener comprensión y hablar de los problemas a los que nos enfrentamos. Quiero que todas nuestras mujeres jóvenes salgan, broten, se hagan fuertes y muestren a los hombres que podemos hacerlo como una sola voz, como un solo pueblo”, prosigue.
Según Miller, las mujeres indígenas en Australia no están acostumbradas a expresar sus sentimientos, por eso esta nueva iniciativa es fundamental para que recuperen su confianza y sientan que sus perspectivas son escuchadas. Se unen así diferentes generaciones que gracias a este evento dejan de estar aisladas entre ellas, al menos durante unos días.
“Han viajado desde todo el territorio y algunas han conducido durante tres días, incluidas las que han venido desde el Desierto Central. Es un gran esfuerzo y una indicación clara de cuánto significa para ellas esta fortaleza que estamos creando y cuán importante es esta red de solidaridad”, explican desde la organización. “Ha sido un intercambio muy potente donde hemos celebrado nuestra cultura, nuestro amor por la tierra, nuestro arte, la sanación, la sabiduría tradicional, la resiliencia y el sentido de propósito. Ya tenemos planes de acción para el próximo año y si nos guiamos por la asistencia de esta edición, la próxima será enorme”, señalan.
Acabar con la lacra de los abusos
Indígenas de todas las edades se unen alrededor de una fogata, donde tejen o crean cestas con hojas de pandanus teñidas. Así buscan cambiar el mundo, su mundo. Las más mayores cuentan cómo sus abuelas eran tildadas de brujas por los colonos porque utilizaban brebajes de plantas para sanar, también recuerdan cómo era la vida antes de que la llegada del alcohol contribuyera a resquebrajar su sociedad. Las más jóvenes explican cómo es llevar a cabo una profesión mayoritariamente de hombres como la de guardabosques y cuáles son los retos que viven a diario en la toma de decisiones.
Unas aprenden de las otras mientras hilvanan estrategias sobre cómo hacer más seguros los hogares de sus comunidades y acabar con la lacra de los abusos. Las víctimas de la violencia doméstica aprenden a pensar desde el sosiego aquello que no pueden discernir en el estado de alerta.
“Uno de los mensajes más fuertes de la pasada edición fue la importancia de pasar los conocimientos, la cultura y las habilidades a las mujeres más jóvenes. Ellas serán las lideresas y artífices del cambio en el futuro. Este foro pretende dar la oportunidad a todas las mujeres de hacer que sus necesidades sean escuchadas y sirvan para cambiar sus lugares de trabajo y sus comunidades”, agregan desde la organización.
El mensaje de los palos decorados
Hay tiempo también para hablar sobre cómo proteger su tierra, fuente tradicional de su existencia y de sus costumbres, de los incendios que el hombre blanco no es capaz de controlar o de cómo salvaguardar a las especies en extinción que les han acompañado durante 50,000 años. Y sellan en arte sus conclusiones. En ramas de madera, como hacían sus antecesoras, que serán expuestas en algún museo. Allí se guardarán los mensajes pintados de estas mujeres que buscan “amplificar sus voces y usar el poder y la curación a los problemas que encaran” a diario. Pero los mensajes en palos y el componente espiritual que representan estas piezas no serán suficientes para cambiar su realidad a corto plazo. Ni siquiera lo son las ayudas gubernamentales -nimias- destinadas a ayudar a las víctimas de abusos entre la población aborigen.
Tras la convención, cada heroína volverá a su comunidad y muchas regresará a sus problemas particulares. Seguirán sufriendo, con más fuerza quizás y sintiendo la energía de sus compañeras, pero igual de aisladas. Y así, poco a poco, hacen su revolución silenciosa, conscientes de que queda mucho por conseguir y de que poner en acción sus compromisos cuesta una barbaridad, sobre todo como integrantes del último eslabón. Quizás el ruido llegue más adelante y a ellas se les reconocerá que fueron las primeras en cimentar el cambio.