El año comenzó con unos incendios pavorosos en Australia y la figura de unos koalas salvados del fuego. Esa imagen icónica quedó aparcada pronto. Fue desplazada por un virus que se expandió por todo el planeta a la misma velocidad que lo hicieron las llamas en Australia.
Y ya no se habló de otra cosa.
El miedo, la muerte, los confinamientos, los hospitales saturados, las mascarillas, la distancia social, las medidas higiénicas... Ese ha sido el día a día de todos los habitantes del planeta.
Los aviones quedaron en tierra; los barcos, amarrados; los coches, aparcados. El único movimiento era el de las ambulancias y el de los cargamentos de material sanitario, el nuevo maná a precio de oro.
Primera ola, segunda ola, tercera ola... La marea del coronavirus no para y solo la vacuna aparece como el salvavidas al que aferrarnos.
Y en medio de todo esto, la noticia bomba que podría ser del siglo y que quedó en segundo plano: el rey Juan Carlos I tuvo que exiliarse a Abu Dabi por culpa de que salieron a la luz sus cuentas secretas millonarias en paraísos fiscales, ocultas a Hacienda, fruto de negocios turbios aún por esclarecer.
Lo dicho: 2020 ha sido un año inolvidable que merecería ser olvidado.