C., china residente en Pekín, pone cara de asombro al leer en su móvil que su Gobierno ha dado orden de empezar a utilizar medicina tradicional china para tratar a personas infectadas por coronavirus. “Yo uso la medicina tradicional para aliviar el escozor de las picaduras de mosquito, para mitigar el dolor de garganta por el humo o reducir los síntomas del resfriado, pero no creo que tenga efecto en el tratamiento del coronavirus”, comenta.
El Covid-19, producido por el virus SARS-CoV-2, no tiene, de momento, un tratamiento concreto. Sin embargo, las autoridades sanitarias han enviado a más de 5000 expertos en medicina tradicional a Hubei y han aplicado estas recetas milenarias a 60.000 infectados. Según la Comisión Nacional de Salud, con claras mejorías.
La medicina tradicional china se basa en la idea de que la energía vital, el chi, fluye por el cuerpo a través de canales, los meridianos. El sistema debe, además, mantener el equilibrio entre las fuerzas del yin, relacionado con el frío, y el yang, con el calor, que pueden verse alteradas mediante insuficiencias o excesos que deben ser compensados con la medicina.
Cristina, española experta en medicina tradicional china y residente en Pekín, explica que se basa en la observación y el tratamiento de síndromes. “Todas las enfermedades son una desarmonía. Nosotros realizamos el diagnóstico a través del pulso, mirando la lengua del paciente y haciéndole preguntas”, cuenta.
Los tratamientos se realizan con diferentes técnicas, que van desde la acupuntura, al raspado de la piel o al consumo de preparados, normalmente de plantas, aunque también de animales y minerales.
La medicina tradicional es común en China, donde supone un tercio de toda la sanidad del país. Existen más de 60.000 centros dedicados a ella, desde universidades donde se estudia a hospitales dedicados únicamente a estas prácticas. Según las autoridades, en 2018 hubo más de mil millones de pacientes que pasaron por las manos de 715.000 doctores.
Sin embargo, es habitual también en el sistema sanitario general, donde normalmente se sigue un sistema mixto entre medicina occidental y china y se recetan las dos para hacer frente a la mayoría de las dolencias, sin que los límites entre ambas estén claros. Actualmente, la medicina tradicional es más una cuestión de grandes farmacéuticas que producen preparados estandarizados en pastillas o jarabes que de pequeñas boticas de barrio donde se mezclan ingredientes.
De hecho, el Gobierno chino tuvo que salir a aclarar hace pocas semanas que el Shuanghuanglian, un popular medicamento de medicina tradicional, no era efectivo contra el coronavirus después de que se formaran largas colas en las farmacias para conseguirlo por un rumor.
“El coronavirus es un exceso de calor tóxico. Primero se baja la fiebre con medicación occidental y luego se nutre el yin de pulmón para reponer líquidos y calmar la tos”, cuenta Cristina. “La medicina occidental es más contundente; la china suaviza los efectos de esta y ayuda al cuerpo a regenerarse. Adonde no llega una, llega la otra”, apunta.
La experta afirma que se mantiene estables a los pacientes leves con medicina tradicional hasta que sus sistemas inmunitarios generan anticuerpos contra el virus. Y, si empeoran, se los trata también con medicación occidental. El doctor Pi, médico chino, trata a menudo a pacientes de neumonía en su clínica de medicina tradicional en Pekín. “Nos basamos en las obras médicas antiguas, como ‘Canon Interno del Emperador Amarillo’ o ‘Teoría sobre Fiebre Tifoidea y otras enfermedades complicadas y difíciles’”, cuenta.
“Para la tos, recetamos la sopa del gran dragón verde, o la del pequeño dragón verde. La más básica es maxing shigan, una decocción de efedrina, almendras, yeso y regaliz”, afirma Pi. La agencia Xinhua se hacía eco esta semana de las palabras de Zhang Boli, un conocido académico chino, que aseguraba que a los pacientes tratados con medicina tradicional se les puede reducir la asistencia respiratoria y los antibióticos.
Mao Zedong fue el que dio importancia a la medicina tradicional tras su llegada al poder en 1949 como solución médica ante la gran escasez de doctores que emplearan técnicas modernas en un país pobre y rural. En la actualidad, el Gobierno chino, especialmente desde el comienzo del mandato del actual dirigente, Xi Jinping, de marcado carácter nacionalista, ha promovido el uso de la medicina tradicional como motivo de orgullo patrio.
De hecho, las autoridades han conseguido la práctica universalización del acceso de la población china a estos tratamientos y han fomentado su expansión internacional en las decenas de países adscritos a su gigantesco plan económico y de infraestructuras conocido como la Franja y la Ruta. En la actualidad hay proyectados 30 centros médicos en el extranjero y se está fomentando también el turismo de salud. Todo ello ha disparado las ganancias de la industria en los últimos años.
La Organización Mundial de la Salud ha decidido incluir la medicina tradicional china en su Clasificación Internacional de Enfermedades a partir del 1 de enero de 2022, lo que dará reconocimiento mundial a estas prácticas. Esta medicina recibió un fuerte empuje entre 2006 y 2017, cuando la hongkonesa Margaret Chan dirigió la organización.
Muchos médicos fuera de China se han llevado las manos a la cabeza por la legitimidad que tendrá a partir de ahora lo que califican de sistema filosófico de creencias para sustituir a medicinas clínicamente probadas.
La prestigiosa revista científica Nature publicó en junio del pasado año un duro editorial en el que calificaba de “inaceptable” la decisión y recordaba que la mayoría de los investigadores médicos son escépticos con respecto a la medicina tradicional china. “No hay pruebas concluyentes de que la mayoría de estas prácticas funcionen y hay señales de que algunas pueden ser perjudiciales para la salud”, concluía la publicación, que apuntaba que las autoridades sanitarias chinas reciben 230.000 informes anuales sobre efectos adversos de estas medicaciones.
Además, la propia medicina tradicional podría ser en parte la causante de la epidemia de coronavirus. Ciertas recetas contienen partes de animales salvajes, y el SARS-CoV-2, como otros virus similares, saltó de un animal a un humano, probablemente, en un lugar en el que se comerciaba con estas especies, ya fuera para alimentación o para uso medicinal.
El Gobierno chino sacó pecho en 2015, cuando la investigadora Tu Youyou recibió el premio Nobel de Medicina por su descubrimiento de la artemisinina como tratamiento contra la malaria a partir de extractos de plantas empleadas en medicina tradicional. Concretamente, Tu encontró el compuesto en el ajenjo chino, una planta contenida en una receta del año 340 d. C.. Hasta el día de hoy, su hallazgo ha salvado cientos de miles de vidas. Los críticos rebaten que lo que hizo Tu Youyou fue precisamente lo que hace la medicina occidental: estudiar un compuesto procedente de la naturaleza y probar científicamente su eficacia contra determinada enfermedad.
El doctor Pi reconoce que muchos de sus compatriotas, especialmente en zonas urbanas, prefieren no usar la medicina tradicional. “La medicina china es más lenta y su sabor suele ser desagradable. Si la medicina occidental cura, muchos no van a buscar médicos tradicionales”, lamenta.
C., directamente, no se fía. “Hay muchos estafadores y supuestos eruditos irresponsables que han exagerado la eficacia de determinados medicamentos o alimentos y esto ha afectado a generaciones de chinos”, afirma.
Aunque sabe que su posición es minoritaria en China, C. pide que la medicina se base en la ciencia. “Se han invertido grandes fondos estatales a investigar la farmacología de la medicina tradicional, pero no se ha hallado una explicación científica clara. Esto me hace tener grandes dudas. Yo creo en los resultados científicos, no en las supersticiones”, afirma. Cristina, sin embargo, asegura que no todo se puede basar en la ciencia. “La verdad es aquello que funciona, hay cosas que no podemos explicar”, opina. Y concluye: “Quien no quiera creer, que no crea”.