Israel atrapado entre dos aguas en Ucrania. Acostumbrados a ver a los líderes israelíes defender posiciones asertivas ante los grandes conflictos políticos regionales, llama la atención a la comunidad internacional la discreta posición que mantiene el Gobierno presidido por Naftali Bennett ante la invasión rusa de Ucrania cincuenta días después del inicio de la guerra. Tel Aviv pretende mantener una posición de neutralidad entre Rusia, aliado en Oriente Próximo (Siria), y Estados Unidos, su principal socio. Lo cierto es que Israel mantiene estrechos vínculos tanto con Rusia como con Ucrania: más de un millón de ciudadanos israelíes tienen raíces en los países que formaban la antigua URSS; en Ucrania siguen viviendo hoy unos 250.000 judíos.
A pesar de sus estrechos vínculos con Washington y de la alianza entre Moscú e Irán –el archienemigo de Israel-, Tel Aviv preserva, con independencia de la administración gobernante, unas buenas relaciones con la Rusia de Putin. El actual Gobierno presidido por el nacionalista Naftali Bennet ha evitado hasta ahora condenar la invasión rusa de Ucrania, adherirse a las distintas sanciones adoptadas por la comunidad internacional contra Moscú y proporcionar asistencia militar a Kiev.
La razón principal que explica la posición israelí estriba en la cooperación que Tel Aviv mantiene con Moscú en Oriente Próximo, fundamentalmente en Siria. La Rusia de Putin, principal apoyo de la Siria de Bachar al Assad, ofrece a Tel Aviv las facilidades que necesita para bombardear sus objetivos militares en Siria (supuestamente armas procedentes de Irán y combatientes dispuestos a atacar a Israel; ello a pesar de las buenas relaciones entre Rusia y el régimen de los ayatolás: paradojas de Oriente Medio).
El Estado judío no está dispuesto, en fin, a comprometer su relación con la Rusia de Putin.
Un contexto, además, en el que Israel y Estados Unidos discrepan nuevamente a la hora de abordar la amenaza nuclear iraní; la Administración Biden se muestra partidaria de seguir negociando un acuerdo con Teherán mientras que Tel Aviv se manifiesta rotundamente en contra, como ya lo hiciera en 2015 cuando el régimen iraní firmó con Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania el denominado Plan Conjunto de Acción Comprehensiva.
Con todo, Israel votó a favor de la declaración de condena –aunque el verbo ‘condenar’ e sustituyó por ‘deplorar’- a Moscú del pasado 2 de marzo en la Asamblea General de Naciones Unidas. Pero el primer ministro Naftali Bennett continúa sin criticar a las autoridades rusas.
“En estos días en que los ataques rusos a civiles ucranianos son cada vez más terribles, el intento del régimen israelí por nadar entre dos aguas se ha vuelto indefendible e insostenible”, aseguraba el pasado día 11 de marzo el ex ministro israelí de Exteriores Shlomo Ben-Ami en una tribuna para Project Syndicate.
“Los líderes israelíes tienen que escoger un lado. O eligen la aceptación táctica de Rusia de la libertad de operación de la Fuerza Aérea Israelí en Siria, o bien su alianza estratégica política y moral de largo plazo con Estados Unidos y Occidente”, zanjaba quien fuera embajador de Israel en España.
Israel viene haciendo equilibrios entre Ucrania y Rusia desde mucho antes del estallido del conflicto bélico. El pasado día 23 de marzo, el diario estadounidense The New York Times hizo público que durante años el Estado de Israel se negó sistemáticamente a vender a Ucrania –y a Estonia- el software de espionaje Pegasus con el objetivo de no soliviantar a Rusia.
La posición israelí se puso a prueba a finales del pasado mes de marzo con un elemento cargado de simbolismo como protagonista. Desde medios israelíes se denunciaba que las autoridades del país no alzaran la voz siquiera para denunciar el bombardeo ruso sobre el monumento al Holocausto, una impresionante menorá de granito, de Dobrytsky Yar, en las afueras de la ciudad ucraniana de Járkov (lugar donde entre 1941 y 1942 murieron asesinados unos 15.000 judíos). El ministro ucraniano de Exteriores Dmytro Kuleva no dudó en dirigirse a las autoridades israelíes: “¿Por qué Rusia ataca memoriales del Holocausto en Ucrania? Espero que Israel condene con firmeza esta barbarie”.
La guerra ha dividido también a la importante comunidad rusófona israelí entre aquellos ciudadanos con raíces ucranias o rusas. Varias han sido las marchas de protesta registradas en Tel Aviv contra la guerra, también alguna en favor de la Rusia de Putin. En Israel vive más de un millón de personas con raíces en la extinta unión de repúblicas socialistas soviéticas, sobre todo en Rusia y Ucrania (de ellos en torno a 900.000 llegaron del primero). El ruso es, además del hebreo y el árabe, lengua habitual de cientos de miles de ciudadanos israelíes. Varios medios de comunicación emiten y publican cotidianamente en ruso. El partido del ex ministro de Exteriores Avigdor Lieberman –nacido en la RSS de Moldavia-, Israel Beitenu, es denominado popularmente como el ‘partido ruso’, pues su electorado está formado fundamentalmente por ciudadanos con raíces en la antigua URSS.
El conflicto bélico está empujando, por otra parte, a varios miles de artistas, políticos y profesionales altamente cualificados del sector tecnológico rusos hacia Israel huyendo de las consecuencias del conflicto, como recogía esta semana el diario israelí Haaretz.
Con todo, el pasado 10 de marzo, dieciséis días después de inicio de la invasión rusa de Ucrania, el propio Bennett se convirtió en el primer líder internacional en entrevistarse con Putin en persona –y por ahora único al margen de su aliado bielorruso Lukashenko- desde que comenzara la guerra. Lo hizo en Moscú y sentado en una mesa a una distancia de seis metros del presidente ruso. Poco más trascendió de aquel encuentro, pero a juzgar por el desarrollo posterior del conflicto ha quedado de manifiesto el fracaso de la tentativa de mediación del jefe del Gobierno (que en 2023 tendrá que ceder el testigo al actual ministro de Exteriores Yair Lapid).
La posición de la administración israelí empujó al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a interpelar en una videoconferencia a los miembros de la Knéset o Parlamento israelí de una manera especialmente directa: “Uno puede mediar, pero no puede mediar entre el bien y el mal. Puedo preguntar por qué no estamos recibiendo protección desde Israel. Por qué no hemos recibido vuestra Cúpula de Acero para proteger a los judíos de Ucrania. ¿Por qué Israel no se ha unido al régimen de sanciones contra Rusia?”. No hubo respuesta del Gobierno Bennett a la pregunta de Zelenski.
En la misma alocución ante el Parlamento israelí, el presidente ucraniano equiparó la agresión rusa de Ucrania con el Holocausto: “Escuchad qué dice el Kremlin, son las mismas palabras, la misma terminología que los nazis usaron contra vosotros. Es una tragedia”. Con todo, por ahora, la realpolitik se impone en la política exterior israelí al deber moral –en otros episodios de su historia irrenunciable- de asistir a un país donde aún viven 250.000 judíos, con su presidente a la cabeza.