“Esto no tiene nada que ver con nosotros, son peleas entre políticos y entre países y nos han pillado por el medio”, se queja Manuel, uno de los miles de transportistas españoles atrapados en Dover, en el sur de Inglaterra, tras el cierre de la frontera decretado por el presidente francés, Emmanuel Macron, para evitar la entrada en el país de la nueva cepa británica del virus. La afirmación de Manuel no encierra un análisis profundo de política europea ni británica. Es más una intuición, una crítica, una reivindicación. Ni tan siquiera habla inglés. Entró en el país para entregar naranjas y fresas y no ha podido marcharse. Refleja el sentimiento de buena parte de los camioneros varados en la carretera a Dover. “Al final siempre acabamos pagando los trabajadores y los pobres”, denuncia.
Lejos del ruido de los motores de los camiones parados en el andén de la carretera, los gobiernos de París y Londres seguían lanzándose recriminaciones de manera extraoficial. Fuentes de Downing Street acusaban a los franceses de intentar presionarlos para que cedieran en las negociaciones del Brexit y en el asunto de los porcentajes de pesca en aguas británicas a partir del uno de enero.
Boris Johnson insinuó su sospecha que Macron había utilizado el Covid para presionar sobre el Brexit. “Quiero enfatizar que en el Reino Unido entendemos completamente las ansiedades de nuestros amigos franceses sobre la nueva variante, pero también es cierto que creemos que el riesgo de transmisión por un conductor solitario sentado solo en la cabina es realmente muy bajo”, dijo el primer ministro. Los franceses se defendieron y dijeron que su decisión no tenía nada que ver con el Brexit.
Johnson hizo estas declaraciones el lunes, después de saber que la mayoría de países europeos habían prohibido los vuelos procedentes del Reino Unido para intentar frenar la propagación de la nueva cepa británica. El Reino Unido se había quedado aislado diez días antes del Brexit. Nadie se explica en el país cómo se ha llegado a esta situación pues el miércoles de la semana pasada el primer ministro reiteraba en el Parlamento el permiso de cinco días para que todos los ciudadanos pudieran pasar las Navidades con los suyos. Con muchas limitaciones, pero lo garantizaba.
Todo cambió el viernes por la mañana cuando Boris Johnson mantuvo una reunión por videoconferencia con el Grupo Asesor de Amenazas de Virus Nuevos (Nervtag, por sus siglas en inglés). Es uno de los grupos científicos y médicos que asesoran al gobierno sobre la pandemia. Le expresaron su temor por la nueva variante del virus detectada en el sureste de Inglaterra. El grupo concluyó con “confianza moderada” que la nueva variante mostraba “un aumento sustancial de la transmisibilidad en comparación con otras variantes”. Le dijeron que era un 71 por ciento más contagiosa, aunque no sabían todavía (y aún no lo saben) si es más mortal ni si afectará a las vacunas y al medio millón de personas que ya se han vacunado.
El sábado por la tarde Johnson se reunió con su gabinete de emergencia y acto seguido anunció la creación de otro nivel de alerta del virus, el nivel cuatro, que técnicamente equivalía a un nuevo confinamiento. Se confinó a todo Londres y al sudeste de Inglaterra. Esta decisión provocó un alarmismo desmesurado a cinco días de Navidad, cuando millones de personas se disponían a viajar a sus casas. País de Gales y Escocia cerraron sus fronteras a nivel interno. El domingo por la tarde las cerraron Francia e Irlanda a nivel externo. Y el resto de países europeos.
Nadie entendió el por qué de este cambio de parecer de Johnson. Los científicos detectaron esta variante a principios de octubre. Era una mutación más de las muchas que había tenido el virus, pero ésta se contagiaba más rápido. La semana del 7 de diciembre ya se alertaba públicamente de la peligrosidad de esta variante. Se doblaba cada semana. La oposición laborista pedía al gobierno que limitara las Navidades, sin atreverse a exigirle que las cancelara.
Johnson estaba presionado por el Grupo de Recuperación del Covid, una influyente facción parlamentaria conservadora que quere influir para que rebaje las restricciones del Covid en pro de la economía. Ya se han rebelado varias veces en votaciones clave. Johnson les prometió a principios de diciembre que no habría más confinamientos. Pero las condiciones del nivel cuatro son las mismas de un confinamiento.
En una columna, el diario ‘The Times’ cuestionó la magnitud de la reacción de Johnson. El lunes el profesor Robert Dingwall, miembro del Nervtag, expresó su desconcierto por la forma como el gobierno había respondido al informe que le habían presentado de la nueva variante. Si bien el grupo estaba “moderadamente” seguro de que era más transmisible, no consideró que fuera más peligrosa. En otra entrevista a LBC, el profesor Dingwall dijo que muchos miembros de Nervtag estaban sorprendidos de ver el “pánico nacional” que se había creado en veinticuatro horas a partir de su informe.
La nueva variante del virus se había detectado por primera vez en el condado de Kent, en el sureste de Inglaterra, a principios de octubre. Kent es una de las zonas más ricas del país, donde se marchan a vivir muchos empresarios, una zona con poca inmigración. El sur de Inglaterra contrasta con el norte industrial y obrero. Los alcaldes del norte se quejaron de que, cuando subieron los contagios en Londres y el sudeste en marzo, se confinó a todo el país y que, cuando subieron en el norte en octubre, se confinó solo al norte.
Durante el segundo confinamiento de noviembre, Londres y el sudeste se mantuvieron en el nivel dos (intermedio) y el noroeste en el tres (el más alto entonces). Acusaron a Johnson de no querer subir al máximo nivel a Londres y al sureste por el fuerte impacto económico que tendría en su economía pese al sabido incremento de los casos que se estaba produciendo. Se apunta que esta relajación de las restricciones en Kent es lo que favoreció la propagación de la nueva cepa.
El anuncio de Johnson de confinar finalmente Londres y el sureste y de cancelar las Navidades provocó el enfado generalizado de los ciudadanos. De los extranjeros y también de los británicos. Le criticaron que tardara tanto en tomar la decisión, de permitir que hicieran planes y se ilusionaran pese a la subida de contagios. La mayoría ya había comprado billetes de tren, de autocar o de avión y siguió con su viaje pese a la prohibición de salir de hacerlo. Johnson se esperaba el cierre de las fronteras de otros países europeos, pero no que Francia cerrara el paso de Calais a los transportistas. Es el punto de entrada del 30 por ciento de las importaciones británicas. Por esto consideran que tiene que ver con el Brexit.
Las nuevas restricciones y el cierre de las fronteras generaron el pánico entre los ciudadanos, que se dirigieron a los supermercados para comprar productos básicos por si el país se quedaba aislado. En las puertas de algunos supermercados había gente a las cinco de la mañana esperando que abrieran para ser los primeros. Vaciaron las estanterías de papel higiénicos, de productos enlatados, de frutas y lechugas. También se formaron colas en las carnicerías como no había pasado en Navidades anteriores. Las palabras de Johnson garantizando que habría productos para todos fueron en vano.
Los brexiteros consideraron el cierre de Calais como una maniobra negociadora del Brexit. “Estamos tratando con abusadores y matones que quieren que firmemos un mal acuerdo”, decía Nigel Farage, uno de los promotores del Brexit. El diario ‘The Sun’ titulaba: “Los franceses no tienen ninguna piedad”. Mientras que buena parte de la población criticaba que Johnson cerrara la frontera a otros países para evitar que el virus entrara y, sin embargo, se molestara porque Francia hiciera lo mismo. Algunos medios consideran que la alarma creada por Johnson asustó al resto de países.
Johnson y Macron han acordado dejar salir a los camioneros si se hacen test de antígenos y dan negativo. Y a los que den positivo les harán un PCR y, si siguen dando positivo, deberán pasar una cuarentena de diez días en un hotel que financiará el gobierno británico. En la conversación con Macron, Johnson dijo no hablaron del Brexit ni del acuerdo final que está previsto que se anuncie en las próximas horas. Manuel, el transportista español, dice que no sabe qué han acordado sobre el Brexit, pero lamenta que hayan ninguneado a los camioneros y que nadie se haya preocupado de ellos. Y se resigna a pasar las Navidades en un arcén de la carretera de Dover.