Hay dos crisis simultáneas que están devastando Estados Unidos: el coronavirus y la violencia policial contra los afroamericanos. Los titulares aquí hablan de “tragedias gemelas” o “plagas paralelas”. Están entrelazadas. Y ninguna está bajo control.
La pandemia lleva desde marzo golpeando duramente al país. Hay más de 100.000 muertos y 40 millones de personas desempleadas. Y la comunidad negra es una de las más afectadas. En Washington D.C., el 76% de las muertes por coronavirus son de afroamericanos, que representan alrededor del 47% de la población, según los datos oficiales de la capital estadounidense, la Universidad Johns Hopkins y el Centro de Control de Enfermedades (CDC).
También son el 54% de los fallecidos en Luisiana, estado con un 33% de afroamericanos, y el 40% en Michigan y Misuri, donde representan el 14% y el 12% de la población respectivamente.
Hay diferentes razones, según los expertos, en base a criterios socioeconómicos, geográficos y estructurales. Barrios más golpeados, sueldos más bajos, menor acceso a seguro medico, mayor porcentaje de enfermedades preexistentes o empleos en el sector de servicios, que no les permiten quedarse en casa durante la pandemia. Después está el impacto económico. Según cifras del Departamento de Trabajo, el paro ascendió en abril al 14,7% en Estados Unidos, con una subida al 18,9% entre latinos y 16,7% entre afroamericanos.
Y cuando el país empezaba a digerir estos datos, llegó el video de George Floyd en Minneapolis. La rodilla del oficial de policía clavada en su cuello, mientras Floyd imploraba en busca de oxígeno durante minutos, cayó como la última gota en un vaso ya a rebosar de dolor, ira, miedo y rabia. Hablan de profundo agotamiento.
“Primero llegó el coronavirus, que nos está borrando del mapa”, declaró ante las televisiones del país una de las manifestantes en Minnesota, Yvonne Passmore. “Y ahora esto”.
Las protestas se difundieron por todo el país rápidamente, en ciudades que apenas empezaban a dar los primeros pasos de reapertura tras dos meses de restricciones y encierro. Protestan no solo por lo ocurrido en Minneapolis, sino por los muchos y frecuentes episodios. Suman también la indignación por otras muertes de afroamericanos este mismo año: Breonna Taylor por disparos de la policía en Louisville (Kentucky) y de Ahmaud Arbery en Glynn County (Georgia).
Pronto los días de marchas pacíficas dieron paso a noches de disturbios, gases lacrimógenos, tiendas saqueadas, incendios de vehículos y mobiliario urbano, con daños importantes en multiples ciudades del país.
Ha habido otras protestas raciales en los últimos años. De Cleveland tras la muerte de Tamir Rice en 2014, a Baltimore, Chicago o Ferguson, tras el asesinato de Michael Brown aquel mismo año, cuando Barack Obama estaba en la presidencia.
La diferencia es la extensión de las convocatorias y la dimensión de los disturbios. Desde el 25 de mayo ha habido protestas en más de 140 ciudades, con más de 4.000 personas detenidas, 66.000 unidades de la Guardia Nacional desplegadas en una veintena de estados y casi una treintena de declaraciones de toque de queda. Incluída la capital estadounidense.
Las autoridades están tratando de combinar mensajes de comprensión y condena. Insisten en que entienden el dolor y comparten la indignación, pero la violencia no es justificable.
“Esto no es una protesta. Esto es caos. Una protesta tiene un propósito”, decía la alcaldesa de Atlanta, Keisha Lance Bottoms a los causantes de los disturbios. “Estáis desgraciando a nuestra ciudad y la memoria de George Floyd.”
“Seamos muy claros. La situación en Minneapolis ya no es sobre el asesinato de George Floyd. Es un ataque a la sociedad civil, instaurando el miedo y la disrupción en nuestras ciudadades”, dijo el gobernador de Minnesota, Tim Walz, preguntándose quién hay detrás de las protestas. Aseguró que calculan que el 80% de los detenidos son de fuera del estado. Su número dos, Peggy Flanagan, apuntó a grupos organizados: “Hay supremacistas blancos. Hay anarquistas. Hay gente que está prendiendo fuego a las instituciones que están en el núcleo de nuestra identidad.”
La Casa Blanca y el departamento de Justicia hablan de “violencia planeada, organizada y conducida por grupos anarquistas y extrema izquierda, usando tácticas Antifa”, según dijo el fiscal general William Barr en un comunicado, en el que dice también que la indignación por la muerte de Floyd es “real y legítima”, pero no el vandalismo. El presidente de Estados Unidos lo dijo después.
Tras seis jornadas de protestas, Trump se dirigió a la nación. Aseguró desde la Casa Blanca que él siempre defenderá a los que protestan de manera pacífica, pero que los episodios violentos son “actos de terrorismo doméstico” y tomará medidas para ponerle fin a la situación. Ordenó a todos los gobernadores de los estados que desplieguen a la Guardia Nacional “para dominar las calles” y advirtió que si no lo cumplen, desplegará al ejército de Estados Unidos y lo hará por ellos.
Trump se presentó una vez más como el presidente de “la ley y el orden”, como ya ha hecho en numerosas ocasiones a través de sus mensajes en Twitter, que han sido criticados por echar más leña al fuego a una situación que no parece relajarse.
Las autoridades sanitarias advierten mientras del riesgo de que aumenten los casos de coronavirus tras las protestas. Especialmente en aquellas ciudades que continúan en el epicentro de la pandemia, como Washington. Y especialmente, las minorías.