Venezuela es un país de contradicciones e intramuros, ocurren cosas que funcionan con una lógica completamente distinta al resto del planeta. Estos días se ha hecho viral en las redes sociales del país sudamericano la triste historia de Rubén Limardo, un venezolano que ganó la medalla de oro (nada más y nada menos) en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Tenía 26 años y a día de hoy todavía forma parte de un ránking VIP. Solo dos venezolanos han conseguido un oro olímpico en la historia del país.
Su historia se ha hecho viral porque Limardo vive actualmente en Polonia y allí trabaja de repartidor a domicilio en bicicleta; y él mismo, a través de su cuenta de Twitter, encendió la indignación de sus connacionales (y también de los extranjeros) al contar su situación. “No puedo sentarme a esperar los recursos que debo ganar por mi labor como atleta”, se quejaba.
Rubén Limardo forma parte de la que el propio presidente Hugo Chávez denominó como “la generación de oro” del deporte venezolano bolivariano. A esa generación también pertenece, por ejemplo, la exitosa atleta venezolana Yulimar Rojas, que ha ganado varios títulos en salto triple, pero que desde hace más de cinco años vive y se forma en España con recursos de este país, porque Venezuela no puede ni quiere encargarse de ella. Eso sí. Cuando gana títulos y medallas el gobierno actual de Nicolás Maduro alardea de su nacionalidad y sus genes caribeño criollos.
No ha sido la primera vez que el esgrimista Rubén Limardo es crítico con el gobierno chavista actual. El pasado mes de septiembre, cuando se convirtió en el primer latinoamericano en entrar en el Salón de la Fama de la esgrima mundial, espetó: “Oigo mucho hablar de Venezuela potencia, pero mi hermano Francisco, medallista panamericano, sale corriendo del entrenamiento a trabajar como Dj, otros del equipo trabajan como mesoneros (camareros). Mientras tanto, países como Brasil mandan atletas a foguearse en Europa”.
Como Limardo, muchos venezolanos se ganan la vida como pueden por diferentes países del mundo, lejos de Venezuela. El país sudamericano sufre uno de los éxodos masivos más grandes del planeta debido a la crisis humanitaria agravada durante los últimos años. Según datos de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, el número de migrantes y refugiados venezolanos ascendía a más de 4 millones a mediados de 2019, con previsiones negativas durante los últimos meses de una nueva oleada migratoria tras la relajación de las medidas biosanitarias por la pandemia en el continente latinoamericano.
En España, por ejemplo, uno de los principales países receptores de venezolanos por los vínculos históricos entre ambos, es habitual encontrar entre los riders en busca de una vida mejor. Pero sudar la bicicleta pedaleando no es fácil y el beneficio no siempre el esperado por las condiciones precarias bajo las que trabajan, con ganancias miserables de no más de 3 euros netos por cada pedido a domicilio, según denuncian las asociaciones de ciclistas repartidores como Riders x Derechos con sede en Madrid, pero con bicicleteros en las principales ciudades españolas.
Y he aquí el asunto de las contradicciones entre Venezuela y el resto de países del mundo con el que comenzábamos este artículo.
En Venezuela, el fenómeno delivery y es especialmente llamativo en este país porque antes del coronavirus era un servicio prácticamente inexistente en pleno siglo XXI. Algo tan sencillo como pedir una pizza a domicilio un domingo por la noche era misión imposible. Solo muy pocos y selectos restaurantes y comercios ofrecían este servicio y con muchas restricciones.
¿Por qué? Debido a la crisis, la falta de dinero efectivo en la calle por la devaluación del bolívar, la moneda nacional; a los altos costos de los servicios por la hiperinflación galopante y sobre todo, debido a la inseguridad y a los altos índices de criminalidad y muertes violentas registradas en el país, Caracas se ha convertido en una ciudad fantasma y sin vida nocturna donde cuando cae el sol, a partir de las 6 o 7 de la tarde, la mayoría de negocios y restaurantes echan el cierre. Circular de noche no es seguro para nadie y los dueños de los locales prefieren no arriesgar su vida ni la de sus empleados.
Según el último informe del Observatorio Venezolano de Violencia, en 2019 Venezuela se mantenía como uno de los países con mayor número de muertes violentas en la región y en el mundo con un saldo estimado de 16.505 homicidios, que representan una tasa de 60,3 muertes violentas por cada cien mil habitantes.
Pero la pandemia llegó para cambiar esa lógica, y apareció el servicio delivery y de envíos a domicilio por necesidad y como por arte de magia, casi de la noche a la mañana. Bajo una cuarentena estricta en Venezuela, pero con la permisividad de vender alimentos y otros productos de primera necesidad, los dueños de los restaurantes y comercios con productos de este tipo se pusieron manos a la obra y comenzaron a buscar venezolanos dispuestos a pedalear para enviar sus pedidos a las casas de los caraqueños confinados.
Así que, muchos dejaron sus empleos precarios, con salarios muy bajos (Venezuela tiene uno de los salarios mínimos mensuales legales más bajos del mundo. En estos momentos, el sueldo está por debajo de los 2 dólares) y paralizados además en mitad de la incertidumbre por las consecuencias de la enfermedad; y decidieron desempolvar sus viejas bicicletas y lanzarse al asfalto caraqueño, una ciudad de cultura petrolera hecha por y para el transporte privado: sin semáforos (o bien porque no funcionan o bien porque no se respetan. Hay miedo de pararse en un semáforo en rojo por el predominio de asaltos y secuestros), sin carriles bici, sin espacio ni respeto para los peatones y mucho menos para las poco habituales bicicletas en el paisaje urbano.
Un paisaje que ha cambiado radicalmente en los últimos siete meses y que ha cambiado la vida de muchos ciudadanos caribeños. Es el caso de Gabriel Romero, un chico de 27 años, que antes del coronavirus se dedicaba a vender lo que pudiera, desde apartamentos hasta comida. Trabajaba para una empresa no registrada en ningún sitio y sin salario fijo. Pertenecía al más del 60 % de los venezolanos que vivía de la economía informal y del día a día. También es futbolista y solía jugar en el Pelícanos, un equipo de tercera división.
Desde el pasado mes de marzo trabaja haciendo repartos en bicicleta, pedalea entre 40 y 50 kilómetros diarios y gana 1,8 dólares por cada servicio. Se trata de una paga muy buena en comparación a la media de los salarios profesionales en el país. Y de ahí el fenómeno. Ahora todos quieren tener una bicicleta y pedalear para sobrevivir. “Hay mucha competencia y eso es lo malo”, explica Gabriel a NIUS.
Su mayor cliente es la cadena de farmacias FARMATODO, una de las más grandes del país, donde se venden desde ibuprofenos hasta chocolates, pasta de dientes, esterillas para hacer ejercicio en casa o refrescos. La empresa ha desarrollado una aplicación para el móvil a través de la cual los clientes hacen los pedidos y también los ciclistas empleados se registran para “agarrar el servicio”.
Ellos lo llaman “la pesca”. Porque el ciclista, que no tiene jefes, ni horarios cerrados, ni directrices concretas en su día a día salvo su disciplina personal, se mete en la aplicación y comienzan a llegarle ofertas de solicitudes de los clientes que están comprando desde casa. Y su único adversario es el compañero anónimo que, como él, está en su casa o en algún lugar donde pueda conectarse a internet, mirando compulsivamente la pantalla de su teléfono móvil para pescar, o cazar, o “agarrar” al cliente antes que nadie. Es como un juego de competitividad sin fin en red.
¡CLIN! Suena una notificación, y otra, y otra, y otra más. Son muchas las ofertas y los clientes demandando un servicio, pero también son cada vez más los riders, y el primero que toque la pantalla gana. Es un estrés.
“Es difícil sobre todo por las dificultades para conectarme a internet. Tengo que estar todo el día pendiente de si tengo o no tengo cobertura, tratar de conectarme a una red wifi; y tengo que estar mirando el teléfono constantemente”, explica Gabriel.
Si consiguen “pescar” al cliente, entonces el funcionamiento es como el de un Uber. El ciclista comienza a chatear con el usuario, él mismo recoge su pedido y se lo lleva a casa a la dirección indicada.
Como Gabriel, Gustavo, otro joven, en este caso de 29 años, se dedica a pedalear a diario para ganar un salario que semanalmente, puede alcanzar entre los 50 y los 80 dólares, una cifra muy superior a la del común de venezolanos, especialmente a la de los profesionales como los docentes o los médicos, que protagonizan manifestaciones de protesta a diario en Venezuela porque al cobrar el mínimo legal del país, no pueden vivir, literalmente, y reclaman que se están muriendo de hambre.
Gustavo es licenciado en Relaciones Internacionales y violinista profesional, formado en el Sistema Nacional de Orquestas (en otro tiempo motivo de orgullo nacional y uno de los mejores sistemas del mundo a este nivel), y en el Conservatorio Simón Bolívar. Como violinista se ganaba la vida antes de la pandemia tocando en teatros, circos y en un restaurante italiano privado donde los comensales acudían bajo cita previa. Los dueños del local, ubicados en una zona alta de Caracas, ofrecían vistas y comida italiana artesanal en la terraza de su propia casa con música de calidad para pasar la velada.
Las ventajas de trabajar como ciclista delivery en Venezuela respecto a otros países como España, son varias. La primera y fundamental es que en el país sudamericano las ganancias por servicio son netas. No hay pago de impuestos debido a la cultura flexible y de corruptela institucionalizada a todos los niveles. Los impuestos, sin embargo, asfixian a los autónomos que trabajan dentro de las fronteras españolas, más especialmente a este tipo de repartidores.
Otra de las ventajas de trabajar como bicicletero en Caracas es que no hay gasto de gasolina, un quebradero de cabeza para la mayoría de los que opta por la moto en lugar de la bicicleta para hacer el mismo servicio. Sí, llegan más rápido. Sí, no hacen tanto esfuerzo físico. Sí, pueden hacer más servicios diarios. Pero la grave escasez de combustible que sufre Venezuela desde hace meses y que se ha agravado durante el confinamiento, supone que los dueños de vehículos motorizados tengan que pasar horas y hasta días enteros haciendo cola en las estaciones de servicio para poder surtirse y trabajar ¿Compensa?
Aunque para Gustavo la música es su vida, confiesa a NIUS que la ha dejado de lado los últimos meses, y que le va tan bien con su bicicleta que ya tiene una red de clientes fijos privados y hasta está comenzando su propia marca de licores y miel artesanal que también ha comenzado a repartir.
Según una encuesta de la consultora Kantar a más de 30.000 personas en 50 países, el confinamiento ha cambiado de manera determinante los hábitos de consumo y ha disparado las compras a través de internet, algo que se hizo evidente al comienzo de la pandemia por el coronavirus y que, con el paso de los meses, se ha instalado casi como la opción preferente para consumir a pesar de la flexibilización de las medidas en la mayoría de países.
En el caso venezolano, y según Asdrúbal Oliveros, director de Ecoanalítica, empresa líder en asuntos macroeconómicos en el país sudamericano, “los empleos informales se están dolarizando mucho más rápido que los formales. Personas con sueldos bajos han visto en el delivery una forma de compensar sus ingresos, y en estos momentos están percibiendo un sueldo impensable para ellos antes del virus”.
En cuanto a los últimos datos económicos ofrecidos por Focus Economics y reseñados por Oliveros en sus redes sociales, la economía venezolana caerá este año un 24,3 % y la inflación cerrará en 2.487 %. Por su parte, el déficit fiscal será el equivalente al 21,6 % del PIB.