"Fue en Hungría donde se derribó la primera piedra del Muro de Berlín", declaró el excanciller alemán, Helmut Kohl, el 4 de noviembre de 1990, un día después de la reunificación alemana. Kohl se refería al conocido como pícnic pan-europeo, que se celebró el 19 de agosto de 1989 en la ciudad húngara de Sopronpícnic pan-europeo,, en la frontera con Austria. La apertura de esa frontera durante tres horas propició que refugiados alemanes que habían acudido al evento cruzaran desde Hungría a Austria, que no era comunista.
Los guardias recibieron la orden de permitir el paso solo a los húngaros y tenían permiso para usar las armas. 200 alemanes, hombres, mujeres y niños, se agolparon en la frontera... y los guardias decidieron dejarlos pasar.
"Esas 200 personas estaban a solo diez metros de la libertad. Así que tomé la decisión que pensé que era mejor para Hungría y para mi conciencia", recordaba el teniente coronel Bella en la BBC. Ese día, 600 alemanes del Este, entre abrazos y lágrimas, saborearon la libertad. Tres semanas después, 60.000 más, tras abrirse definitivamente la frontera el 11 de septiembre.
El primer ministro húngaro, el reformista Miklos Nemeth, había ordenado desmantelar el sistema de seguridad a lo largo de los 354 kilómetros de la frontera después de que el líder de la URSS, Mijail Gorbachov, no pusiera ninguna objeción. Años después, Nemeth reconoció que el pícnic fue una manera de tantear la situación y, de paso, solucionar un problema: la presencia de tantos refugiados alemanes.
Treinta años después, el muro invisible sigue presente. Según una encuesta del Gobierno alemán, publicada el pasado mes de septiembre, el 57% de los alemanes orientales se siente ciudadanos de segunda y sólo el 38% de los encuestados considera que la reunificación ha sido un éxito.
A Sascha Moellering le llevó mucho tiempo ver Berlín Oriental como parte de su ciudad. Aquella noche del 9 de noviembre de 1989 estaba con su madre en su casa de Lichterfelde, en la parte occidental, viendo en televisión las imágenes de gente agolpándose en la frontera. Guenter Schabowski, un alto cargo de la Alemania Oriental comunista, acababa de anunciar por error la apertura del muro durante una rueda de prensa.
"Mi madre me miró y me preguntó: ’¿Qué estás haciendo aquí? ¡Vete! ¡Esto es historia! Y tienes que ir", recuerda Moellering 30 años después. Él fue testigo de la caída del muro en la puerta de Brandenburgo. "Tenía la sensación, como un niño que creció protegido al otro lado de la ciudad, de que el mundo era completamente diferente. Me llevó unos diez años borrar el muro de mi cabeza". Muchos otros alemanes todavía no lo han conseguido.