Antes de que la pandemia global introdujese en nuestras vidas términos como distancia social, la soledad iba camino de convertirse en la enfermedad que define el siglo XXIenfermedad. Y es que esta “tiene un alto coste emocional, para la salud, pero también para la economía. Al Gobierno del Reino Unido le cuesta más de 2.000 millones de euros”, asegura la economista británica Noreena Hertz.
Su libro, El siglo solitario, ha protagonizado últimamente las páginas del Financial Times o del prestigioso matinal de radio de la BBC, Today. Y es que su temática no puede ser más actual. En sus páginas analiza las causas de este mal y qué podemos hacer para combatirlo. Lo recomiendan profesores de las universidades de Oxford, Cambridge o Nueva York, y en España lo publicará el año que viene la editorial Paidós.
Uno de cada ocho británicos ha reconocido que no tiene ningún amigo cercano en el que pueda confiar. Y ya antes del coronavirus, uno de cada cinco adultos aseguraba que se sentía solo casi todo el tiempo. La cuestión llegó a preocupar tanto que, en 2018 la entonces Primer Ministra, Theresa May, creó una Secretaría de Estado para la Soledad.
Durante la investigación de este libro, la autora conoció en persona la empresa Rent-a-Friend con sede en New Jersey (Estados Unidos), que opera en una docena de países y ofrece en su página web 620.000 amigos platónicos para alquilar. El concepto nació en Japón y permite quedar con una persona por algo más de 30 euros por hora. “Es un signo de nuestro tiempo que puedas comprar compañía tan fácilmente como una hamburguesa con queso”, dice la economista.
Una de las personas que más le impactó mientras investigaba este tema es un ejecutivo medio, cuyo nombre prometió no publicar, que pagaba para que lo abrazasen. Su adicción llegó a tal grado que no podía costear el alquiler de una vivienda. Vivía en su coche y se duchaba en el gimnasio. Y utilizaba la nevera de la oficina para guardar su comida.
“Esta es una prueba de que la soledad afecta a todo el mundo, independientemente de la edad o de si somos ricos o pobres. Nadie es inmune. Además, meses de confinamientos, cuarentenas y distancia social inevitablemente ha empeorado este problema”, comenta Hertz.
“Nunca antes la sociedad había estado tan aislada o tan fracturada desde el punto de vista socioeconómico, político y de clase”, explica. Lo primero que a uno le viene a la cabeza es el uso de las nuevas tecnologías. En el libro habla sobre el abuso que hacemos de los móviles y de las redes sociales, que define como “las compañías de tabaco del siglo XXI”. Y que desatan lo peor de nosotros, hacen que nos enfademos más y erosionan nuestra habilidad para comunicarnos de manera efectiva y empática.
Pero esto es solo una parte del puzle. La lista de piezas es interminable. La escritora, que vive en Londres, ha sido testigo de la transformación de ciudades como esta: desaparición de lugares públicos donde encontrarnos, como el cierre de 800 bibliotecas en el Reino Unido desde 2008; Airbnb, que desplaza a los vecinos de toda la vida y vacía los barrios en favor de contratos cortos; o algo tan sencillo como el diseño de unos bancos incómodos, donde un anciano no aguanta sentado más de unos minutos.
Hertz sitúa el comienzo de esta particular forma de soledad que sufrimos en la actualidad en el crecimiento del neoliberalismo de los años ochenta. Y se detiene en particular en Margaret Thatcher y Ronald Reagan, para pasar después a la ‘Tercera Vía’ de Tony Blair, Bill Clinton y Gerard Schröder.
El capitalismo neoliberal no era solo una política económica, como la ex Primera Ministra británica dejó claro en una entrevista en el Sunday Times en 1981. Según Thatcher, “las Ciencias Económicas son solo el método; el objeto es cambiar el corazón y el alma”.
Hasta las canciones se han vuelto más individualistas en los últimos cuarenta años: pronombres como “nosotros” se han sustituido por “yo” o “mí”. En 1977, Queen nos enseñó que “’éramos los campeones”, Bowie que “podíamos ser héroes”. En 2013, Kanye West nos dijo “Yo soy un Dios”, mientras que Ariadna Grande en 2018 lanzó Thank u, next, una canción de agradecimiento a ella misma.
Y esto no solo pasa en Occidente. Lo han constatado también en China, a pesar de ser “un país tradicionalmente definido por el colectivismo y en el que el estado permanece firmemente en control. Incluso allí la mentalidad súper individualista liberal ha calado”, cuenta Hertz.
Su investigación le ha llevado a entrevistar a seguidores de Le Pen en Francia y de Trump en Estados Unidos. No es solo la falta de amigos sino el sentirse abandonado por los políticos. “La gente que se siente sola suele ver el mundo como un lugar más hostil. Cuanto más tiempo pasa un ratón aislado más posibilidades tiene de que ataque al ratón que pongan en su misma jaula”.
En los años que precedieron al coronavirus, dos tercios de aquellos que vivían en democracias no creían que sus gobiernos actuasen por el bien de los ciudadanos. Y un 85 % de los empleados a nivel global se sentían desconectados de sus compañías. Ahora la pandemia promete acrecentar esos sentimientos.
Algunos países se toman la soledad muy en serio. Es el caso de Nueva Zelanda, donde su Primera Ministra, Jacinda Ardern, ha puesto el bienestar del ciudadano en el centro de los presupuestos del Estado. De ese rincón del mundo la autora salta a otros rescatando ejemplos, como la propuesta del Presidente Emmanuel Macron de introducir en Francia un "servicio cívico nacional" para adolescentes, o demostrando cómo el deporte y, en concreto el fútbol, ha ayudado a unir a enemigos de distintas comunidades, desde Colombia a Oriente Medio.
Noreena Hertz cree que el problema se debe abordar “desde todos los órganos del Ejecutivo. No basta tener un ministerio de la soledad”, pero además incide en que “reconectar a la sociedad no puede ser solo una iniciativa de gobiernos, instituciones y grandes empresas. Requiere también acción individual”.
“Tras la pandemia habrá una gran necesidad de reencontrarnos de nuevo. Una vez tengamos la vacuna, la sociedad tiene una oportunidad de apretar el botón de reset. Este es un siglo solitario, pero no tendría por qué serlo. Cada uno de nosotros tiene un rol que jugar para mitigar esta crisis de la soledad. El futuro está en nuestras manos”.