De Siria llega la durísima historia de dos hermanos. Solo tienen 8 y 15 años, pero trabajan como sepultureros para subsistir. Ir a la escuela es un lujo que no se pueden ni plantear. Han perdido a varios miembros de su familia en los ataques y reconocen que lo más duro, es ver, a diario, a personas inocentes morir.
Se llaman Jawad y Yazan y tienen 8 y 15 años. Bajo temperaturas abrasadoras, estos hermanos excavan tumbas de sol a sol, en el árido terreno que rodea la ciudad siria de Idlib. Después colocan en ellas los cuerpos de los muchos muertos que deja la guerra.
"Si es un niño pequeño, lo hacemos a mano", explica Yazan. Ayudan así a su padre, sepulturero, porque la débil economía familiar no les permite ir al colegio. A su corta edad, Jawad y Yazan ya han sido testigos de la crueldad humana. En Aleppo, donde vivieron bajo la tiranía del ISIS, presenciaron la más extrema violencia y vieron a sus seres queridos morir bajo las bombas. "Mis amigos venían, hacíamos planes, jugábamos con sus juguetes. Ahora no hay con quien jugar. Están todos muerto", dice Jawad.
En las miradas de estos niños se refleja toda la desgracia que ha pasado por delante de sus ojos. Lo más difícil, dicen, tener que ver las caras de personas inocentes muertas.