La biografía de Eugen Ruge (Soswa, 1954), pero sobre todo la de su familia, da para repasar no pocos de los momentos históricos más relevantes del siglo pasado. En su exitoso libro “En tiempos de luz menguante: Novela de una familia” (Ed.Anagrama, 2013), Ruge abordaba unas cinco décadas de vida familiar entre la República Democrática de Alemania (RDA) y la Unión Soviética (URRS).
Ruge, hijo del historiador Wolfgang Ruge, nació en los Urales. En Siberia, su padre pasó tiempo en un gulag, nombre de los campos de concentración de la URRS. La represión soviética fue algo que la abuela de Eugen Ruge también tuvo motivos para temer en su vida.
Porque huida de la Alemania nazi, su abuela, convencida comunista, buscó refugió en la URRS de Josef Stalin. Llegó en mal momento, el de la represión del 'Gran Terror”, expresión con las que se conocen a las purgas estalinistas de los años treinta. De la URRS también tendría que salir refugiada su abuela, pero no sin antes acabar recluida en el hotel Metropol, que da nombre a la última novela de Eugen Ruge publicada en España.
“Metropol” (Ed. Armaenia, 2021), es una precuela del libro “En tiempos de luz menguante: Novela de una familia”, premiado en 2011 con el prestigioso “Premio del Libro Alemán”. "Metropol" se inspira de la historia de su abuela, que nunca habló de su pasado en la URRS. El miedo al régimen, pero también a la idea de abandonar la comunidad comunista a la que pertenecía explica el silencio de su abuela, según explica Ruge en esta entrevista con NIUS.
“Cuando uno pasa una vida entera entregado a una idea, toda una vida pensando en unas ideas políticas, renegar de esas ideas, sólo a nivel de las relaciones que uno tiene dentro de esa comunidad, es algo muy difícil”, dice Ruge. A su entender, personas como su abuela vivían el comunismo como una religión. “Comparar la religión y el comunismo es posible, sí, pero es una comparación que se queda corta. Porque ese comportamiento también se da hoy día", señala Ruge.
Como alemán que huyó del comunismo, con una historia familiar marcada por los dramas del siglo XX del este europeo a sus espaldas, Ruge tiene una visión crítica de aquello en lo que se ha convertido la Rusia de Vladimir Putin. Pero también frunce el ceño ante el trato que ha dado a ese país Occidente tras la caída del comunismo.
P: Con “Metropol” vuelve usted a escribir sobre la historia de su familia y el pasado, dando continuidad a lo escribía a su exitoso “En tiempos de luz menguante”. ¿Por qué volver a escribir sobre la familia y los tiempos del comunismo?
La historia de mi abuela en Moscú no entraba en “En tiempos de luz menguante”. De hecho, traté de que entrara, pero aquello no funcionaba. Por muchas razones. Las había de tipo formal, por ejemplo. Parecía, al final, una especie de burbuja dentro de una historia. Y tenía que concentrarme en una historia y dejar la otra. Me concentré en la de “En tiempos de luz menguante”.
Después de escribir ese libro, estaba cansado ya de tratar la historia familiar. Por eso, tras el gran éxito de “En tiempos de luz menguante”, escribí un libro, pequeño, no tan importante, que hiciera bajar las expectativas. Y me fue bien. Se llama “Cabo de Gata” (Ed. Confluencias, 2017), cuenta una historia que traté de escribir antes sin éxito después de haber estado en Almería, concretamente en Cabo de Gata, en los años noventa. Sólo logré escribirla tras “En tiempos de luz menguante”
P: Se inspira usted en "Metropol" de la historia de su abuela. Cuenta su paso por Moscú en los años 30. Llegó a esa ciudad como comunista que huía de los nazis. Pero eran tiempos de la Unión Soviética de Stalin y las grandes purgas. Esa historia, usted nunca la escuchó de voz de su abuela. ¿Por qué cree que nunca se la contó?
La mayoría de la gente que vivió aquella época en la Unión Soviética se calló. La gran mentira de la RDA y del socialismo, en general, consistió en callar los crímenes del estalinismo. En los años 70, con Nikita Jruschov al frente de la Unión Soviética, se abordaron estos temas, y hubo algunas consecuencias y algunas peticiones a favor de la democratización del socialismo, pero luego se decidió no tratar más el tema y callar.
P: ¿ Piensa usted que el miedo fue un factor para que ocurriera esto que describe y para explicar también el silencio de su abuela?
A la hora de callar, el miedo juega un papel. Pero también está el miedo de dejar de pertenecer a esa comunidad de valores que eran los comunistas. Esto pasa independientemente de la época histórica en la que se esté. Cada comunidad de valores opera como una burbuja en la que uno vive. Para las personas es muy importante pertenecer a algo así. Dejar de pertenecer a una comunidad, por ejemplo, es muy difícil. Porque cuando uno pasa una vida entera entregado a una idea, toda una vida pensando en unas ideas políticas, renegar de esas ideas, sólo a nivel de las relaciones que uno tiene dentro de esa comunidad, es algo muy difícil.
P: ¿Hasta qué punto era el comunismo para gente como su abuela una experiencia religiosa?
Se puede decir que sí lo era, seguro. O, por lo menos, se puede comparar. Pero esto no sólo ocurre con el comunismo o la religión. Cada secta, cada agrupación maoísta, pero también cada creación social con tintes ideológicos tiene una tendencia a caer en el siguiente peligro: que la gente tenga miedo de pensar de forma autónoma y que vea contradicciones porque temen que se les expulse de ese grupo humano. Comparar la religión y el comunismo es posible, sí, pero es una comparación que se queda corta. Porque ese comportamiento también se da hoy día.
P: ¿Ve usted en el comportamiento de los comunistas sobre los que escribe en su último libro una comparación posible con actitudes actuales?
Creo que nuestra sociedad actual está muy dividida y muy fuertemente ideologizada. Pero esto es algo que afecta a todos por igual. Lo cómico en todo esto es que la el mundo liberal Occidental se ve a sí mismo como no ideológico. Pero cada ideología funciona así. Ninguna de esas ideologías se mira de modo crítico a sí misma. Esto también vale para los seguidores de Donald Trump, que se toman por los “buenos” en la sociedad estadounidense, por ejemplo. Es algo propio de las ideologías el considerarse a sí misma como algo ideológico, sino como portavoz de lo bueno, lo justo y lo verdadero. Lo que implica situar al otro como “el malo”. Esto es especialmente visible en el comunismo, en la Iglesia o en sectas extremistas. Pero, ahora, por todas partes tenemos una sociedad polarizada donde se ven estos comportamientos.
P: Usted ve estos fenómenos sociales, y escribe los libros que escribe, además, con una perspectiva interesante. Porque usted es también científico de ciencias puras. Pero le ha tocado ser un poco historiador para escribir libros como "Metropol". ¿No es cierto?
Aquí he conseguido diferentes expedientes sobre mi abuela. Son alrededor de 250 ó 260 páginas. Para conseguirlos visité el Archivo Estatal Ruso para la Historia Socio-Política. Son expedientes que se abrieron en tiempos de Mijaíl Gorbachov. También accedí a los archivos del Komintern [abreviatura de la Internacional Comunista, ndlr.], donde hay una buena parte abierta, al menos la de los miembros. Allí uno puede acceder a los documentos de sus familiares. No es fácil investigar, porque los archivos pueden ser lugares complicados de visitar.
Además de los libros de mi biblioteca, que está llena de biografías de gente como Trotski o Lenin, también he seguido el trabajo de mi padre, en concreto el libro “Gelobtes Land: Meine Jahre in Stalins Sowjetunion” [Alabado país: mis años en la Unión Soviética de Stalin, ndlr.], que también cuenta la historia de mi familia. Ésta se cuenta, primero en "Metropol", luego va "Gelobtes Land" y después de los años de la RDA en “En tiempos de luz menguante”. Pero no soy ningún historiador, porque, primero, olvido las cosas y, segundo, porque yo valoro el material histórico como un escritor. Me quedo con cosas muy precisas para luego poder contar cosas como cómo era el Moscú de la época de mi abuela. Trabajo con archivos, algo en lo que se parece a lo que hacen los historiadores, pero pienso y hago cosas todo el rato como un escritor de novelas.
P: ¿Qué opinión le merece que el régimen de Putin quiera cerrar una organización como Memorial International, dedicada a la memoria histórica del pasado totalitario de la Unión Soviética?
No puedo decirle mucho sobre esto. Lo que pasa en Rusia es que el poder no está especialmente interesado en hacer un trabajo de memoria. Pero a mí no me han prohibido nada. De hecho, mi último libro fue traducido de inmediato al ruso. Hay una empresa que quiere comprar los derechos para hacer una película. Yo no puedo hablar de que haya algún tipo de censura o algo así. Pero, en general, los rusos se interesan poco por su historia y, si lo hacen, lo hacen de forma superficial. Antes lo hacían más, cuando había libros prohibidos. Hoy se publica de todo allí. Sólo un círculo pequeño de gente se interesa por la historia allí.
No ocurre como en Alemania, donde el pasado nacional es una cuestión de Estado. Pero no tengo la sensación de que en Rusia hablar de estas cosas esté prohibido. Lo que ocurre con Memorial International es que esa organización no se limita sólo a tratar el tema del pasado. También se ocupan de asuntos como Chechenia o Ucrania. Puede ser que en asuntos como Ucrania el estado ruso reaccione de forma más restrictiva, pero no es un tema del que yo sepa mucho. Lo que creo es que, sin duda, lo que nosotros entendemos por democracia no se corresponde con lo que hay en Rusia. Pero toda comparación de la Rusia actual con el estalinismo es absurda. En tiempos del estalinismo se mató a cientos de miles. Había troicas que juzgaban a la gente en el mismo día y a la gente se le disparaba. Ahora Amnistía Internacional dice que hay unos 110 ó 120 presos políticos en Rusia.
P: Naturalmente que no se puede comparar el estalinismo con la Rusia de Putin...
Yo estoy a favor al 100% de que organizaciones como Memorial International o que se ocupan del trabajo de memoria histórica en Rusia, no sólo de que se las apoye, sino que, además, haya más material de debate sobre estas cosas en las escuelas y en el debate público. Esto sería bueno, pero no ocurre, al menos como pasa en Alemania. Pero claro, hay que tener en cuenta que los nazis concentraron sus deseos de exterminación hacia fuera, hacia otros pueblos, especialmente los judíos y los pueblos eslavos, porque también se mataron a 14 millones de civiles eslavos en tiempos de los nazis.
En la Unión Soviética, ese esfuerzo por exterminar no fue hacia fuera, sino hacia dentro. Trabajar un fenómeno histórico así ha de ser diferente a como se hizo en Alemania. Esto puede explicar porqué falta trabajo de memoria histórica en Rusia. Aunque otra razón es que, en tiempos de la Unión Soviética, los soviéticos tuvieron la suerte – o la mala suerte porque ahora falta trabajo de memoria histórica – de pertenecer a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Como potencia mundial ganadora de la guerra, no se vio en la necesidad de ocuparse de su historia.
P: Permítame preguntarle, dada su relación con Rusia, personal, familiar y también profesional. Siempre es difícil de entender la relación de Alemania con Rusia. Se llega a decir eso de que Alemania está en mano de Rusia, cuando se habla del gas ruso, del ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder o de otros valedores que tiene Putin en este país
Es una pregunta complicada. Se puede ver así. Pero la historia de Europa occidental y Rusia es una historia, no es un un hecho factual y ya está. Tras la era de Gorbachov hubo mucho acercamiento con Rusia. Se abrieron muchas opciones, muchas posibilidades. Se prometió, por ejemplo, que la OTAN no se ampliaría e incluso se prometió más. Se prometió que se trabajaría para formar una nueva arquitectura de seguridad para Europa. Y estas promesas quedaron en nada, no sólo por culpa de los rusos, también por los europeos occidentales. Está claro que los estados de la órbita de la Unión Soviética se iban a desprender, pero luego está la pregunta de si la OTAN debía que ampliarse hasta la frontera con Rusia.
Desde la perspectiva rusa, se ha visto esto como un acercamiento a sus puertas, como una expansión de occidente hasta sus fronteras. Por otra parte, hay expresiones como esa de Barack Obama, según la cual Rusia era una “potencia regional de valor pequeño” en el mundo. Desde los Estados Unidos, se ha visto a Rusia como un competidor minimizado. Todo esto contribuye a empeorar el comportamiento de Rusia. Me voy a ahorrar decir todo lo malo que han hecho los rusos. Pero sólo pensar en lo que han hecho los países occidentales para animar ese comportamiento ruso vale la pena.
P: Volviendo a la historia de su familia. Su abuela vivió en la RDA. ¿Se podría decir que el régimen comunista alemán la reconfortó después de sus días en Moscú, de donde tuvo que escapar por la represión de Stalin?
Para mi abuela, la RDA era la realización de todos sus sueños. Obviamente no era todo perfecto en la Alemania comunista. No era todo como ella hubiese querido. Pero, primero, a ella le fue bien allí. Y hay que tener en cuenta que nuestra capacidad para creer en algo tiene que ver con la situación personal de cada cual. Ella, en la RDA tenía una buena posición. Luego, tuvo una buena jubilación, además del reconocimiento, aunque ella nunca encontraba que fuera suficiente. Pero, en ese contexto personal, era difícil pensar que la RDA era un régimen malo.
Pero tanto la generación de mi abuela, la de mi padre y ahora la nuestra tenemos en común esa sensación de que el capitalismo, sea como fuere, no funciona. Y esa forma de pensar, en la generación de mi abuela, nunca dejaron de tenerla, independientemente de lo que estuviera prohibido durante el comunismo o el miedo de aquellos años. Era gente que estaba en contra del capitalismo, al que entendían como un poder brutal.
P: Y para usted ¿Qué fue la RDA?
Yo, personalmente, tuve que escapar de la RDA. Lo hice en 1988. No es un régimen del que pueda hablar bien. Como tampoco puedo hablar del actual régimen ruso. Lo diré claramente: no quiero vivir en Rusia. No soy un rusófilo pese a que soy mitad ruso, porque nací en la Unión Soviética. Pero es que soy ese tipo de persona que busca las contradicciones, y una cierta distancia. Puede que venga de las matemáticas, pero también tiene que ver con que yo crecí en un mundo en el que, desde pequeño, mi padre estuvo en el gulag y, al mismo tiempo, todo el mundo a mi alrededor lo sabía y no decía nada del tema. No se atrevían. Eso genera una distancia con las cosas. Por eso veo las cosas con distancia y me centro en las contradicciones.
Nosotros, en la RDA, no teníamos ni idea de lo que era el capitalismo. Veíamos que las cosas de Occidente tenían mejor aspecto, ya fuera en la televisión o cuando había debates parlamentarios en el oeste. Aquello lo veíamos como equivalentes de riqueza y de democracia. Pero cuando entramos en el capitalismo, y en lo que el capitalismo se ha convertido en los últimos veinte o treinta años, porque el capitalismo también tiene su historia y esta es una historia con dificultades, hay que ver que la evolución del capitalismo lleva a la destrucción del mundo habitable. Me refiero a las catástrofes climáticas y demás. Esto también es parte de la capacidad destructora de la sociedad de consumo y de la sociedad del crecimiento económico. Por eso, hoy día se pueden encontrar muchos argumentos contra el capitalismo, también cuando se rechaza el comunismo, especialmente el comunismo soviético.