La reciente renuncia de Geoffrey Berman, hasta no hace mucho el todopoderoso fiscal del distrito sur de Nueva York, puede tener consecuencias imprevisibles. No solo por las investigaciones que estaba llevando a cabo en el entorno del presidente Trump sino por su seguimiento del narcotráfico.
Durante su ejercicio y bajo la supervisión de su oficina, que abarca los distritos de Manhattan y el Bronx, más seis condados periféricos, el fiscal Berman imputó a ciertas élites latinoamericanas por facilitar y beneficiarse del narcotráfico hacia Estados Unidos. Su destitución deja sin cabeza a medio plazo a los más de 200 abogados que le asistían y en el aire el impacto de los procesos judiciales que implican no solo a familiares de presidentes de países centroamericanos sino a más de un jefe de estado del ámbito latinoamericano.
A pesar de las consecuencias que el narcotráfico y consumo de drogas tienen en Estados Unidos, la interferencia política en el departamento de Justicia se ha puesto de manifiesto tras la renuncia presentada por Berman el pasado 20 de junio, bajo la presión ejercida por William Barr, fiscal general del país. Berman, antes dimitir, solo pudo presionar para que su colaboradora cercana Audrey Strauss fuera nombrada jefa interina y tener así alguna esperanza de continuidad sobre las investigaciones en marcha. De hecho, solo seis días después de la destitución, se hacía pública por parte del propio Barr la presentación de cargos criminales por narcotráfico y lavado de dinero contra el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, que ya había sido imputado por Berman el mes de marzo pasado, implicando incluso a integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en la operación.
Sin embargo, según un informe de la organización InSight Crime, las sentencias de algunos procesos cuya investigación había sido realizada por Berman se están postergando (hasta cinco veces en el caso del hermano del presidente hondureño Juan Antonio Hernández, también imputado por narcotráfico), mientras el consumo de droga en Estados Unidos y sus consecuencias siguen siendo uno de los principales problemas del país.
Así, una encuesta federal desveló que en 2018 unos dos millones de norteamericanos consumieron cocaína, de forma regular, frente al millón cuatrocientos mil que lo hicieron en 2011. El consumo de cocaína de forma esporádica, entre 2014 y 2016, superó los diez millones de usuarios según datos de Naciones Unidas y en 2017 fueron casi un millón los que consumieron heroína.
A estos hay que sumar el aumento espectacular del consumo de opioides, llamados medicamentos controlados que, según la Administración para el Control de Drogas estadounidense (DEA), sigue siendo el más letal, ya que nunca antes había habido tantas muertes por sobredosis en el país. En 2017, el número de personas fallecidas por esta causa llegó casi a 50.000.
Actualmente, y debido a la pandemia internacional, la producción y distribución de droga se ha ralentizado. Los materiales necesarios para la alimentación de la cadena de producción se han vuelto más escasos, los viajes para su traslado se han interrumpido y el control sanitario internacional ha afectado también al desarrollo habitual de los laboratorios. Las drogas mas afectadas por esta razón han sido la heroína, las metanfetaminas y el fentanilo.
En Estados Unidos, debido al reciente cierre de la frontera con México para evitar contagios, también la distribución se ha visto especialmente alterada, especialmente en lo concerniente a la heroína, según señaló Naciones Unidas a través de su oficina contra la droga y el delito, en la publicación del reciente informe sobre los efectos del covid-19 en los mercados de estupefacientes, a nivel mundial. A pesar de que el contrabando a lo largo de las dos mil millas de frontera terrestre que hay entre los dos países sigue existiendo a través del uso de camiones y vehículos particulares, se ha detectado escasez en el mercado de dicho opioide y un aumento de su precio.
Esto ha dado lugar a que los narcotraficantes busquen nuevas rutas de abastecimiento y que los usuarios recurran a la petición de envíos por correo y el pago y entrega, sin contacto, a través de internet.
Los cambios en el consumo de drogas, que ha pasado de estar basado en plantas (en el caso de la heroína) a necesitar a producción sintética en un laboratorio (para la obtención del fentanilo y las metanfetaminas) han distorsionado los mercados. China y México se han incorporado al negocio del narcotráfico en el que reinaban Colombia y Afganistán.
Según la DEA el fentanilo, que es más fácil y barato de producir que la heroína, está produciendo enormes ganancias ya que un kilo de esta sustancia comparada en China a un precio de unos 4.000 dólares, puede generar 1.500.000 de dólares en el mercado. Y una vez que los usuarios se enganchan al fentanilo, es difícil que vuelvan a la heroína, lo que cambia la hegemonía de los países productores.
Dos de las organizaciones más poderosas del mundo, el cartel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación, se ven actualmente abastecidos de productos sintéticos por los laboratorios chinos mientras que la distribución y producción de cocaína sigue estando protagonizada por las organizaciones transnacionales de Colombia.
Según las autoridades de Estados Unidos, a estos países se une Venezuela a través del cartel de Los Soles. Su objetivo es, en palabras del propio Berman, “inundar el país con cocaína para socavar la salud y el bienestar de los estadounidenses utilizando deliberadamente la droga como arma”. Maduro, que fue señalado por el ex fiscal como líder del cartel venezolano, acaba de ser reconocido por Trump como posible interlocutor para una próxima reunión, “aunque solo para negociar su salida”, añadió después el presidente.