La dulzura de su voz contrasta con la desgarradora historia que hilvanan sus palabras. María Teresa Rivera es salvadoreña. Fue violada a los ocho años, maltratada por su pareja y condenada a 40 años de cárcel por un aborto espontáneo. Decidió contar su calvario, luchar, por todas las mujeres que -como ella- son víctimas de la injusticia y la violencia. Ahora, con 37 años, contesta a las preguntas de NIUS desde Suecia, el país que le concedió asilo y donde ha comenzado una nueva vida.
María Teresa se quedó huérfana a los cinco años. Sus tías la explotaban, "si no llevaba dinero a casa, no comía", dice. Siempre recordaba las palabras de su madre: "me decía que niños y niñas tenían los mismos derechos". Y ella quería estudiar, así que por la noche iba a la escuela. Tenía ocho años cuando un día, camino del colegio, fue violada. Su familia la culpó a ella, recibió amenazas y huyó. Creció en un centro de acogida.
Con 22 años, María Teresa comenzó una relación. Él sería el padre de su hijo (quien actualmente tiene 15 años). Pero todo se truncó cuando él comenzó a maltrarla. "La sociedad en la que vivimos normaliza la violencia contra la mujer", lamenta.
La vida volvería a golpearla con fuerza. Un día de 2011, con 28 años, sufrió una "emergencia obstétrica". Se desmayó al ir al baño y despertó en el hospital rodeada de policías. "Me dijeron: has matado a tu hijo", explica. Ella ni siquiera sabía que estaba embarazada. Ocho meses más tarde, fue condenada a 40 años de cárcel por homicidio agravado. Ocurrió "en menos de 10 minutos, en un juicio sin ninguna garantía", explica. En El Salvador, la ley contra el aborto es una de las más duras del mundo.
María Teresa pasó cuatro años y medio en prisión. Allí conoció a más mujeres, encarceladas -como ella- injustamente. "Algunas habían sido violadas y habían perdido a sus hijos. A ellas las habían metido en la cárcel y sus violadores seguían libres". El mismo Estado que protege a los violadores, condena a las víctimas, cuenta. Y en un contexto de gran desigualdad y pobreza, explica, quienes tienen dinero abortan sin problemas.
La vida en prisión fue dura: "Me llamaban asesina, comeniños. Sé quien soy y estoy tranquila", explica. En aquel tiempo pensó: "Todo ha terminado, me han quitado todo, pero no me pueden callar porque yo no he hecho nada". Y añade: "Nosotras sufrimos una triple condena: ser mujeres, perder a nuestros hijos y estar criminalizadas".
Más tarde, su caso fue reabierto. Fue declarada inocente y liberada. Pero días después, la Fiscalía recurrió su puesta en libertad. Corría el año 2016 y María Teresa decidió abandonar el país. Suecia le concedió el asilo: "Venía con mi hijo y con miedo. Pero cuando me abrieron las puertas de migración fue la primera vez en mi vida que me sentí protegida, escuchada y agradecida por la oportunidad".
Ahora vive con su hijo de 15 años en un pueblo a dos horas y media de Estocolmo. Disfruta de la naturaleza y estudia enfermería para cuidar ancianos.
Cuenta que no se atrevería a volver a su país: "Para el Estado cometí el delito de hablar de las violaciones de derechos humanos, de que nosotras no deberíamos estar en la cárcel". Y además tiene miedo a las pandillas violentas, las maras: "A mi hijo con 10 años quisieron reclutarlo".
María Teresa nunca ha tirado la toalla. Con la misma valentía, sigue luchando por los derechos humanos y comparece ante comités de la ONU. Y recuerda otros nombres: Evelyn, Sara, Berta, Manuela… Tantas mujeres que han padecido dramáticas injusticias.
"La lucha por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres tiene que continuar día a día. No podemos callar. Tenemos que denunciar", insiste en conversación telefónica con NIUS. ¿Su mayor deseo? "Que podamos vivir en paz, que todas seamos libres... libres de violencia", contesta.
El derecho a la interrupción voluntaria del embarazo está muy restringido en América Latina. En países como El Salvador, Honduras, Nicaragua, Haití o República Dominicana no hay ninguna excepción a su prohibición.
En Argentina, el presidente Alberto Fernández (que asumió el cargo hace tres meses), impulsa un proyecto de ley sin precedentes para legalizar el aborto. Una demanda reivindicada en la calle por el movimiento feminista de la marea verde.
El aborto, la violencia de género, los feminicidios... Son temas que se sitúan en el centro de las movilizaciones del Día de la Mujer, el 8 de marzo. Las mujeres latinoamericanas alzan la voz para pedir a los gobiernos que reconduzcan sus políticas y una mayor sensibilidad hacia los abusos y las desigualdades de género.
También las palabras hacen daño, recuerdan algunas activistas. En Chile, han indignado las declaraciones del presidente Sebastián Piñera. Ocurrió mientras presentaba la ley que amplía la penalización del feminicidio: "A veces no es solo la voluntad de los hombres de abusar, sino de las mujeres de ser abusadas". Y añadió: "Tenemos que corregir al que abusa y también tenemos que decirle a la persona abusada que no puede permitir que eso ocurra". Más tarde rectificó: no quiso decir que había que responsabilizar a las mujeres sino pedirlas que denuncien, aseguró.
De ese país, Chile, surgió un himno contra la violencia sexual hacia las mujeres que se ha hecho viral: "Un violador en tu camino", del grupo Lastesis.
Por otro lado, algunos expertos destacan los crecientes avances en políticas públicas para la defensa de los derechos de las mujeres en América Latina. En la cara amable de la moneda, las mujeres que han llegado a lo más alto en países de la región. En Chile, Michelle Bachelet fue presidenta durante dos mandatos no consecutivos (2006-2010 y 2014-2018). En Argentina, la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner fue la mandataria durante ocho años (2007-2015); y en Brasil, Dilma Rousseff (2011-2016). Actualmente, Costa Rica tiene la primera vicepresidenta negra de Latinoamérica, Epsy Campbell. Este último país tuvo a otra mujer en lo más alto, Laura Chinchilla Mirada (2010-2014). Por delante, sin embargo, un largo recorrido.