“Sólo Dios me apartará del poder”, decía el dictador Robert Mugabe. Pero al final fueron los militares, los mismos que antes le apoyaban, quienes le obligaron a marcharse tras casi cuatro décadas aferrándose al trono de Zimbabue. Tenía 93 años. Ahora, a los 95, ha fallecido en un hospital de Singapur, donde recibía tratamiento médico desde hace cinco meses.
¿Cómo pudo el héroe convertirse en villano? ¿Pasar de ser un icono de la lucha contra la supremacía blanca al dictador que masacró y esquilmó a su pueblo? Robert Mugabe fue un hombre de múltiples aristas con un complejo legado. Venerado por plantarle cara al poder blanco e impulsar la lucha a favor de los derechos de la mayoría negra. Odiado por gobernar el país con mano de hierro y una represión brutal.
Llevó una vida de lujo y despilfarro y amasó una fortuna mientras su país se sumía en la pobreza. Conocidas eran sus fastuosas fiestas de cumpleaños, en las que ofrecía a sus invitados carne de elefante y de búfalo y tartas que pesaban los mismos kilos que los años que cumplía. A los 90, hizo matar 90 vacas.
Tras la muerte de su primera esposa, en 1996 Mugabe se casó con su secretaria, 40 años menor que él. Asistieron a su boda 12.000 invitados. El nombre de ella, Grace, dio para mucho. El pueblo la apodó Dis-grace (Des-gracia), Gucci-Grace o "la gran compradora" en alusión a su adicción al lujo. Se hizo muy impopular por su derroche y ansias de poder. Gastaba el dinero público en ir de compras por todo el mundo.
En su décimo aniversario de casado, Mugabe le regaló un anillo valorado en 1,3 millones de euros. Vivían en una mansión de 25 habitaciones decorada con materiales traídos del extranjero. Y no dudaban en desviar aviones de la línea aérea nacional para su uso exclusivo.
En los últimos tiempos, ella intentó convertirse en la sucesora de Mugabe y en esa guerra de poder se sublevaron los militares. Y se firmó la sentencia del dictador. De ese hombre que vestía camisas de llamativos colores con su propio rostro estampado. Que ordenó construir una carísima estatua de sí mismo en un momento de grave crisis económica. Que se dormía con frecuencia en los actos oficiales (“solo descansaba la vista”, le justificaba su portavoz.) Que tuvo su tercer hijo con 73 años.
Durante sus 37 años en el poder, Mugabe dilapidó su prestigio como héroe que luchó contra el racismo de la minoría blanca y a favor de la emancipación de la mayoría negra.
Nació bajo el sistema colonial, cuando Zimbabue todavía era Rodesia. Pasó diez años en prisión (1964-1974), sin juicio, por su discurso subversivo contra el gobierno racista de Ian Smith. En la la cárcel estudió cuatro títulos universitarios. Tenía siete en total. De Mugabe siempre han dicho que era un hombre muy inteligente.
En 1980, tras la independencia de Reino Unido, se convirtió en presidente del país. Creó un partido, Zanu-PF, a su imagen y semejanza. En un principio, anunció una política de reconciliación e invitó a los blancos a reconstruir el país. Además, facilitó el acceso a la sanidad y la educación de la mayoría negra. Pero su gobierno derivó en violaciones de derechos humanos, corrupción y fraude electoral.
Hay una palabra que refleja bien su crueldad. En los ochenta, Mugabe lanzó una operación contra sus opositores Ndebele, la segunda tribu del país. Fue una masacre en la que se mató a 20.000 personas. La llamó Gukurahundi. Es el término que usa para la lluvia temprana que limpia la paja sobre los cultivos antes de la primavera. Lo que ya no sirve.
Tras depurar a sus rivales, reformó la Constitución (en 1987) para concentrar todos los poderes.
Más muestras de su perversa ambición: envió sus tropas para apoyar a Josep Kabila en la Segunda Guerra del Congo (1998-2003); lo hizo solo para hacerse con el botín de los diamantes de sangre, que repartió entre los miembros de su partido.
Otras decisiones polémicas: las violentas expropiaciones de miles de granjas a propietarios blancos en una reforma agraria caótica para repartir la tierra entre la población negra.
También eran conocidas sus opiniones hómofobas: decía de los homosexuales que eran "peor que los cerdos y los perros".
Tras su caída, pasó sus últimos tiempos aislado, con la compañía de esa mujer a la que apodaron Desgracia.