Su quiquiriquí matinal le sentó en el banquillo y le convirtió en el gallo más famoso del mundo (con permiso de Claudio). Porque Maurice simbolizó -en Francia y por extensión, en el resto del mundo- el conflicto entre los "neorurales" y los locales. El gallo que protagonizó en 2019 uno de los juicios más insólitos de todos los tiempos ha muerto a los seis años de coriza, según ha anunciado su propietaria.
"Falleció durante el confinamiento. Nos lo encontramos muerto al pie del gallinero. Hicimos todo lo posible por él", ha explicado Corinne Fesseau, su dueña. "Mauricio era un emblema, un símbolo de la ruralidad, un héroe", ha añadido la señora Fesseau, que ha enterrado al animal en su jardín y que ha dicho que no ha querido comunicarlo hasta ahora porque "el coronavirus es más importante que mi gallo".
Pero vamos con la historia que hizo famoso a Maurice. Todo empezó cuando una pareja de jubilados, Jean-Louis Biron y esposa, se compró una segunda residencia en la isla de Oleron, en el oeste de Francia. Es un paraje idílico, con playas de arena fina, naturaleza intacta y variedad de paisajes. La web promocional de turismo la llama "la isla luminosa" y promete tranquilidad y descanso.
Eso era lo que iban buscando los Biron y lo que encontraron al principio. Pero, al tiempo, llegó Maurice. Y el gallo, haciendo honor a su raza y a sus genes, cada día lanzaba su quiquiriquí a primerísima hora, según veía los primeros rayos de sol. Y les despertaba. Ellos pidieron a la dueña del gallo que se deshiciera del animal (eso sí, especificando que eso no significaba sacrificarlo, sino sólo llevárselo a otro sitio). Y como se negó, la llevaron a juicio.
Aquí fue donde Maurice saltó a la fama. Para julio de 2019 el gallo ya se había convertido en el emblema de la lucha contra la invasión urbanita del campo. Neorurales contra locales. Y la campaña "Salvemos a Maurice" tuvo el respaldo de cerca de 150.000 personas. Y camisetas, pegatinas, cartelería. La defensa sólo necesitó argumentar que, de los casi 30.000 turistas que invaden Oleron en verano sólo habían protestado ellos dos. Y Maurice ganó. Los demandantes tuvieron que pagar 1.000 euros a la propietaria.
La sentencia, dictada en septiembre de 2019, no sólo pasó a formar parte de la jurisprudencia francesa, sino que movilizó a parlamentarios e impulsó un proyecto de ley nacional para proteger los sonidos y los olores de las zonas rurales en concepto de "patrimonio sensorial". La idea era protegerse de otras denuncias. Porque las había: contra el sonido de las campanas de una iglesia o contra el mugido de las vacas, sin ir más lejos.
Hoy Maurice ha recibido todo tipo de homenajes en las redes sociales. Son muchos los que le despiden de él con cariño y con humor.
En todo caso, han de saber que la dueña de Maurice tiene ya tienen sustituto para su gallinero. Se trata de Maurice II, su hermano. El nuevo jefe del corral tiene el campo -judicial- abierto para cantar a la hora que quiera.