Más de un millón de ciudadanos del Estado de Israel –que tiene nueve millones de habitantes y, de ellos, 6,8 millones son judíos, para entender la importancia de la cifra- tiene raíces marroquíes. La judería marroquí, cifrada entre 250.000 y 300.000 personas tras la Segunda Guerra Mundial, ha sido la mayor de toda la historia en un país de mayoría islámica (hoy apenas supera las 2.500 almas).
Un punto de partida que convierte en única la relación entre Marruecos e Israel, a pesar del divorcio oficial durante dos décadas, que explica en gran parte que el sentimiento antijudío y antiisraelí son generalizados en la sociedad marroquí. Aunque de manera informal, las relaciones en materia de seguridad, económica y cultural no cesaron nunca, desde el pasado mes de diciembre Rabat y Tel Aviv estrenan nueva relación. A pesar de que el muñidor del acuerdo fue el ex presidente estadounidense Donald Trump –en una jugada a tres bandas que incluía el reconocimiento por parte de la Administración saliente de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental-, el eje israelo-marroquí llegó para quedarse.
Las nuevas relaciones –el 22 de diciembre se firmaron cuatro convenciones y una declaración conjunta entre Rabat, Washington y Tel Aviv, aunque la noticia la había hecho pública el propio Trump el 10 de diciembre- toman velocidad de crucero. Desde entonces se han producido reuniones de diputados de ambos países, acuerdos empresariales y anuncios de proyectos de cooperación turística y cultural. El próximo gran hito, previsto para después de Ramadán, será la apertura de líneas aéreas directas entre el aeropuerto Mohamed V de Casablanca –donde reside más del 80% de la comunidad judía marroquí- y el Ben Gurión de Tel Aviv. Hasta ahora los aproximadamente 70.000 turistas israelíes que visitan anualmente el país magrebí lo hacían con escalas.
El 22 de marzo pasado, la Confederación General de Empresarios de Marruecos (CGEM), principal organización patronal del país magrebí, y dos entidades empresariales israelíes firmaban un acuerdo de cooperación para “promover las relaciones económicas y empresariales y el desarrollo tecnológico” entre los dos Estados. Una delegación de empresarios turísticos de Israel visitará Marruecos en breve. A finales de noviembre del año pasado, pocas fechas antes de que se conociera la noticia del restablecimiento de relaciones, las autoridades marroquíes anunciaban que, a partir del año que viene, se enseñará historia judía en quinto y sexto de primaria en las escuelas nacionales.
A pesar de las anomalías históricas que la nueva asociación pretende corregir, lo cierto es que en la ciudad de Casablanca funciona desde 1997 el primer y único museo dedicado al judaísmo de todo el mundo árabe. Y viene en camino otro, más modesto, en los terrenos de una vieja sinagoga de la ciudad de Tánger, uno de los centros del judaísmo y, particularmente, del sefardí en el conjunto del norte de África. Las autoridades marroquíes, y es empeño personal del rey Mohamed VI, impulsan la conservación y recuperación del patrimonio judío a lo largo y ancho del reino.
Por otra parte, los medios marroquíes no obviaron que la tecnología israelí ayudó al Ejército marroquí a abatir, el pasado día 6 de abril, al líder de la Gendarmería del Frente Polisario en el noreste de la antigua colonia española. Uno de los tres drones no armados Harfang de diseño israelí que Marruecos adquirió a comienzos de 2020 ayudó al caza de la Real Fuerza Aérea marroquí que golpeó las posiciones de Eddah Lbendir.
Lo cierto es que la noticia del restablecimiento de relaciones entre Marruecos e Israel llegó el 10 de diciembre de 2020 de manera sorpresiva: no hubo declaración formal alguna por parte de las autoridades magrebíes, sino el anuncio por parte de Donald Trump de que Rabat y Tel Aviv “aceptaban normalizar completamente sus relaciones diplomáticas”. Transcurridos doce días, el 22 de diciembre el acuerdo se escenificaba con la firma de una declaración conjunta tripartita en presencia del rey Mohamed VI en Rabat. Las autoridades marroquíes son conscientes de que el Estado de Israel no despierta especiales simpatías entre una opinión pública solidaria con la causa palestina. Por ahora no habrá embajada israelí en Marruecos ni viceversa, pero sí hay ya representación diplomática marroquí en Tel Aviv e israelí en Rabat.
Pero las informaciones derivadas del acuerdo no han hecho sino proliferar en las últimas semanas y meses. La bandera de Israel ha figurado, junto a la marroquí, en numerosas publicaciones generalistas y especializadas en los kioscos de prensa y librerías. Por ejemplo, la revista TelQuel dedicaba un número del pasado mes de marzo a la figura emergente del rabino principal de Marruecos, el ortodoxo Yoshiyahu Pinto. El semanario ve en el “rabino star” y empresario israelo-marroquí un puente entre Marruecos e Israel con importantes negocios en Estados Unidos.
Aunque hasta la fecha desde Tel Aviv se ha evitado hacer un reconocimiento explícito de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, las posibilidades económicas del vasto territorio desértico no han pasado desapercibidas para el rico tejido empresarial israelí. A comienzos del pasado mes de diciembre, el ministro marroquí de Industria, Moulay Hafid Elalami, aseguraba que “varios inversores de renombre, estadounidenses e israelíes, quieren implantarse en Marruecos” interesados por las oportunidades del territorio saharaui. De sobra es conocido el carácter puntero de la tecnología israelí en el ámbito de las energías renovables, forjada en una geografía hostil como la de Tierra Santa.
En un momento de depresión económica y con un sector turístico fuertemente golpeado, la ayuda israelí se espera como agua de mayo en Marruecos. Tel Aviv sabe que es fundamental seguir haciendo amigos en el mundo arabo-musulmán, y Marruecos, cuyos lazos humanos con la sociedad israelí son profundos, es mucho más que una pieza más en el tablero árabe y mediterráneo. Los vientos han cambiado en la región. La flamante asociación entre Marruecos e Israel, que se apoya en dos milenios de judaísmo marroquí y ha superado los cinco meses, no ha hecho sino renacer.