Marrakech, un año entre la tristeza y la intimidad
La ciudad ocre, capital turística de Marruecos, languidece en la segunda Semana Santa de la pandemia
Rabat ha vetado la entrada a nacionales de 40 países, entre ellos sus principales mercados emisores: Francia y España
La plaza de Yamaa El Fna, centro neurálgico de la ciudad, cambia el guion y se acostumbra a vivir sin visitantes foráneos
“Está siendo un período muy duro. Hemos perdido en el último año un 90% de nuestra clientela habitual”, admite Aziz Edd, que regenta un riad –una casa de huéspedes de estilo tradicional- en la medina de Marrakech. La ciudad ocre, capital turística de Marruecos, resiste entre triste y agotada las penurias provocadas por la pandemia del covid-19. Tercera, cuarta ola en Europa cuando la mascarilla se ha convertido en un adorno para el cuello de los marraquechíes en el mejor de los casos.
La última mala noticia la dieron las autoridades marroquíes este mismo lunes, cuando suspendieron las conexiones aéreas con Francia y España, los dos primeros mercados emisores de turistas, con objeto de luchar contra la propagación de las nuevas variantes del coronavirus. Son ya 40 países desde los que no se puede volar a Marruecos. Si hay un miedo mayor en el país magrebí al deterioro económico y social es que el precario sistema sanitario se vea desbordado.
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Los datos oficiales hablan de una incidencia global muy baja, pero la variante británica está en la calle (solo en Dajla, en el Sáhara Occidental, se detectó a comienzos de semana un brote de 40 casos). Todo apunta a que las nuevas restricciones viajeras permanecerán en vigor hasta pasado el Ramadán, que comienza el próximo día 12 de abril. Al vetar la llegada desde Europa de ciudadanos de origen marroquí para pasar el mes con sus familias, las autoridades locales esperan mantener el virus a raya.
Marruecos cerró sus fronteras con España el 13 de marzo de 2020, y solo desde comienzos del pasado mes de septiembre los viajeros españoles pueden acceder al país vecino con PCR negativa y reserva hotelera o invitación empresarial. Hasta la medianoche del 30 de marzo pasado. Y hasta nueva orden.
Desolación en Yamaa El Fna
La plaza de Yamaa El Fna puede ser un espacio mágico pero también, como ocurre en estos días de pandemia y primeros calores, un lugar desangelado. La población local, con su trasiego de motocicletas, puestos de zumos de frutas a precios ajenos a la inflación y vendedores de baratijas, da vida suficiente a esta explanada de cemento que es símbolo de Marrakech y de todo Marruecos.
La desolación nos invade al caer la tarde, pues suele ser a partir de la puesta de sol cuando la plaza luce en todo su esplendor. Ahora no hay rastro de encantadores de serpientes, boxeadores que fardan delante de los colegas, puestos humeantes de brochetas y frituras y cuentacuentos, que son el símbolo en extinción de eso que se dio en llamar con mayúsculas patrimonio inmaterial de la ciudad. Y la pandemia obliga ahora a cerrar a todo el mundo, desde el hanut que vende agua, pan, refrescos y yogures hasta el último de los kioscos de zumos o restaurante rutilante, a las ocho de la tarde. Y a estar en casa a las nueve. Será así al menos hasta el próximo 13 de abril.
Testigos y consecuencias de la catástrofe turística son las persianas echadas de los restaurantes y cafeterías que se asoman a la plaza, como el Argana –escenario del último gran atentado terrorista en Marruecos hace casi diez años- o el Café de France, donde los camareros aún recuerdan sentado a menudo en alguno de sus veladores al escritor español Juan Goytisolo, fallecido en junio de 2017. Han pasado menos de cuatro años de su óbito, pero sí que eran otros tiempos. Apenas queda abierto un puñado de establecimientos donde hoy fundamentalmente visitantes de otras partes de Marruecos beben té con yerbabuena o café con vistas a la Yamaa El Fna más íntima que se recuerda.
Como esperando dejar atrás este impasse se encuentran también las obras del futuro museo del Patrimonio Material e Inmaterial, sitas en la antigua sede del Bank Al-Maghrib, en la misma plaza. Mucha culpa del reconocimiento de este patrimonio por parte de la Unesco primero –en 2001- y de las autoridades marroquíes después lo tuvo el mencionado autor de Reivindicación del Conde don Julián o Makbara, ambientada, cómo no, en Marrakech.
Un año bajo mínimos
A pesar de que desde la primera semana de septiembre de 2020 Rabat admitía turistas en su territorio, las cifras de visitantes extranjeros se han mantenido bajo mínimos estos últimos seis meses. “Desde octubre a diciembre del año pasado tuvimos apenas dos reservas, y en esta Semana Santa, tres”, admite a NIUS la española Nuria Núñez, propietaria de la agencia Viajes Marrakech junto a su marido marroquí en la ciudad de los muros ocres.
“Ingresos y ayudas irrisorios, hemos subsistido gracias a nuestros ahorros. Decidimos no pedir un crédito a 0% de interés que las autoridades marroquíes nos ofrecían. A corto plazo no veo que la situación vaya a mejorar demasiado”, confiesa dando cuenta de un año dramático y unas perspectivas poco halagüeñas.
“Las PCR, que son obligatorias tanto para la ida como para la vuelta, encarecen mucho el viaje y en España, además del miedo a viajar, se ha vivido con incertidumbre la incongruencia de los cierres perimetrales en municipios y autonomías y, a la vez, la posibilidad de salir al extranjero. Eso explica que apenas hayan venido españoles estos meses”, desgrana la española afincada en la ciudad de la mezquita Kutubía.
“Y yo, ante la posibilidad de que antes de hacer el viaje de vuelta, nuestros clientes puedan dar positivo y no poder embarcar, con la obligación de la cuarentena en Marruecos, la verdad es que no he animado demasiado a los españoles a que vinieran. Además, siempre digo que me enamoré de Marruecos pero no de su sistema sanitario”, confiesa Núñez.
“Desde primeros de octubre del año pasado, cuando comenzamos a tener de nuevo visitantes, nuestros clientes han sido sobre todo marroquíes, y después de ellos, franceses”, precisa a NIUS Aziz Edd. Para los ciudadanos del Estado magrebí ha sido casi imposible salir del país en este último año, y muchos han aprovechado para conocer mejor su propia tierra. Y aprovechar suculentos descuentos en el sector hotelero.
El establecimiento que regenta Aziz ha sido testigo en las últimas semanas de los últimos estragos de la pandemia. Una pareja francesa supo del cierre de las conexiones aéreas recién llegada a la ciudad ocre, y sorteará el problema al terminar la semana regresando a su país vía Túnez. De Marrakech a Casablanca; de esta última a Túnez. Y de la antigua Cartago a París.
También ha alojado Aziz en su riad a una joven castellanoleonesa que aguarda la confirmación de la Embajada para poder embarcar la semana que viene en un crucero de una compañía española en el puerto de Tanger Med rumbo a Algeciras. Y a familias marroquíes atraídas por la rebaja en los precios a la que ha obligado la pandemia al sector.
Desplome de los ingresos
La Dirección de Estudios y Previsiones Financieras marroquí cifraba la caída de ingresos turísticos en un 67,2% en enero de 2021 respecto al mismo mes del ejercicio anterior. La pandemia puso fin a una prometedora progresión en el número anual de visitantes, que se elevó por encima de los 13 millones en 2019. “Mucha gente se pensó que después de diez años de boom económico en Marrakech gracias al turismo esto sería así para siempre”, explica Nuria.
El naufragio del sector afecta en Marrakech a todos los segmentos y gamas: desde los hotelillos y pensiones que salpican el entorno de la plaza de Yamaa El Fna hasta los riads de gusto orientalista de la ciudad vieja pasando por los hoteles de lujo, que proliferan en distritos como Gueliz. Es el caso de uno de los establecimientos más caros y exclusivos del mundo, la Mamounia, prácticamente vacío en esta Semana Santa. A pesar de que a buen seguro gran parte de su clientela debe de ser ajena a cancelaciones de vuelos y prisas para obtener la PCR. Al observador no se le escapa que apenas hay luces encendidas en muchas manzanas de apartamentos de color ocre que proliferaron en las últimas décadas en los ensanches de la ciudad nueva.
El ambiente en Marrakech es triste, y la inmensa mayoría modesta de sus vecinos lleva muchos meses viviendo apreturas. “A pesar de que las ayudas del Estado no llegan a los 200 euros al mes por trabajador, no he visto historias realmente dramáticas. La gente en este país sabe vivir con poco y en su carácter y cultura está encajar bien los golpes del destino”, concluye Nuria Nuñez. Porque la vida sigue abriéndose paso entre el gentío a la sombra misma de la Kutubía, como lo viene haciendo en el último milenio. Y lo seguirá haciendo al menos otros mil años más, inshallah.