Le llaman el mago por su capacidad para sacar conejos de la chistera en los momentos más adversos. Y también el rey, porque ha ocupado el trono (los últimos 10, de forma consecutiva). El primer ministro Benjamin Netanyahu sigue librando batalla 23 años después de llegar por primera vez al poder.
Bibi, como se le conoce coloquialmente, cumplirá 70 años el mes que viene. Tenía 46, cuando se convirtió en el primer ministro (1996-1999) más joven de la historia de Israel; y también en el primero nacido en ese país, creado en 1948. El pasado julio batió otro récord: superó la longevidad en el poder del padre del Estado de Israel, Ben Gurión.
Nieto de rabino, hijo de historiador y hermano de héroe de guerra, vivió y estudió en Estados Unidos. Allí se paseaba por los platós de las cadenas estadounidenses defendiendo a Israel, antes de convertirse en embajador de la ONU y de dar el salto, tras un meteórico ascenso, al liderazgo del partido derechista Likud. Tras su primer mandato, se apartó de la política para dedicarse a los negocios. Regresó. Y su nombre acabó convirtiéndose casi en sinónimo de primer ministro.
Gran orador, tanto en inglés como en hebreo, durante este tiempo ha conseguido inocular a muchos votantes la idea de que él es irremplazable; el único candidato capaz de garantizar la seguridad del país y de liderar sus relaciones internacionales. “Quiero ser recordado como el protector de Israel”, ha dicho.
Netanyahu ha mantenido siempre una línea dura ante el conflicto con los palestinos y ha impulsado la expansión de los asentamientos. Una postura afianzada con Donald Trump en la Casa Blanca (quien ha trasladado su embajada a la disputada Jerusalén, ha reconocido el Golán como territorio israelí y diseña un plan con el que, según Netanyahu, Israel podría llegar a anexionarse el territorio palestino del Valle del Jordán, ocupado desde 1967).
En octubre, poco antes de su 70 cumpleaños, Netanyahu tendrá que hacer frente a una audiencia con la Fiscalía por tres casos de corrupción (soborno, fraude y abuso de confianza). Se le acusa, entre otras cosas, de recibir regalos (joyas, champán y puros) de ricos empresarios a cambio de favores. Bibi confía en conseguir la inmunidad parlamentaria.
Pero los escándalos salpican también a su familia. Su esposa, Sarah, ha acabado reconociendo que usó indebidamente fondos públicos para pagar comidas privadas.
Su hijo Yair Netanyahu, de 28 años, es protagonista habitual de encendidas polémicas en las redes sociales. Recientemente, ha enfadado a la oposición laborista por sus virulentos ataques en Twitter contra el antiguo primer ministro Isaac Rabin, asesinado a tiros en 1995 por un extremista judío. Y Facebook llegó a bloquear durante 24 horas su cuenta por sus comentarios contra los musulmanes.
Hace tres días, por cierto, la red social también suspendió un chatbot (sistema de mensajería automática) en la página del propio mandatario “por violar su política contra el discurso del odio”. La razón: un mensaje contra los árabes (“los árabes nos quieren aniquilar a todos”) que el primer ministro ni vio ni autorizó, según explicó su partido, y que “se debió al error de un empleado”.
Ahora el veterano primer ministro se juega su futuro político. Los sondeos dan un resultado muy ajustado entre el partido del primer ministro y la formación centrista de su principal rival, el exgeneral Benny Gantz. Puede que a Netanyahu le haya llegado la hora de la retirada. O puede que vuelva a hacerlo. Que Bibi, el rey mago, rescate otro de sus apodos: El superviviente.