Marisela está asustada. Tiene miedo del maldito virus pero también del futuro. Ella vive de limpiar casas y cobra por salir a trabajar y limpiar. Si no puede salir, no gana dinero y si no gana dinero no tiene para comer. Ni ella ni su hijo Dieguito, de 11 años de edad, que además lleva más de una semana encerrado en casa y sin ir a la escuela. Venezuela está en cuarentena total desde el pasado 16 de marzo y el confinamiento durará, al menos, hasta el próximo 13 de abril. Dieguito está nervioso y contestón.
“Tengo comida hasta la próxima semana y más o menos una platica ahorrada para vivir una semana más. Después no sé qué voy a hacer”, cuenta a NIUS en su apartamento minúsculo de la céntrica y popular Parroquia de Altagracia.
Marisela lo tiene todo como los chorros del oro. La casa huele a limpio y a lejía. El miedo al contagio ha hecho que se tome muy en serio los consejos de limpieza y prevención. Por nada del mundo quiere arriesgar su salud ni la de su hijo y eso que, en su casa, como en la mayoría de los hogares venezolanos, no hay agua todos los días. Según cifras aportadas por la oposición, el 82% de las familias venezolanas no recibe agua regularmente.
“El agua llega cada cuatro o cinco días con suerte, pero yo me organizo y tengo cubos y recipientes con agua almacenada. Con eso voy tirando”. Marisela es el ejemplo vivo de la mujer venezolana resiliente. No hay pandemia ni crisis económica que se le ponga por delante.
El futuro de Marisela, como el de la mayoría de venezolanos que vive de salir a trabajar diariamente y no puede permitirse el lujo de quedarse en casa mucho tiempo porque no tiene seguro social, indemnización de ningún tipo o garantías para sobrevivir, dependerá de la capacidad del país caribeño para evitar el contagio al máximo.
Ya se han anunciado algunas medidas económicas por parte del ejecutivo chavista para proteger a personas como Marisela: habrá “bonos” económicos especiales (se desconoce por cuánto dinero) para los trabajadores informales y del sector privado, y se retrasará el pago del alquiler de viviendas hasta seis meses. También se prohíbe por decreto el despido de cualquier trabajador hasta el próximo 31 de diciembre y se debe garantizar el servicio de telecomunicaciones (completamente decadente) a todos los ciudadanos.
El gobierno de Nicolás Maduro tomó medidas drásticas desde el principio. Primero suspendiendo los vuelos desde Europa y Colombia y después convirtiéndose en el primer país de Sudamérica de declarar la cuarentena total. Maduro sabe que el sistema sanitario venezolano no está preparado en absoluto para asumir una expansión del virus como ha ocurrido en Italia o España y por eso está tratando de poner las barreras preventivas adecuadas para que los casos se reduzcan al mínimo. Tan solo un dato. Según la Encuesta Nacional de Hospitales, en 2019, el 78% de los centros hospitalarios del país tuvo fallas en el suministro de agua, y un 58% de ellos no tiene agua corriente nunca.
Hasta la tarde del domingo, después del último parte en cadena nacional por parte del mandatario, que habló desde el Palacio de Miraflores con una (curiosidad) sudadera con el logo del FC Barcelona y dijo que estaba muy pendiente de España y que había escuchado entero el último discurso de Pedro Sánchez, había 77 casos de coronavirus confirmados en el país. “Todos importados”, dijo Maduro, y 21 de ellos provenientes de España.
El gobierno está aplicando además un protocolo “casa por casa” para visitar in situ a los pacientes que presentan síntomas y según sus cifras oficiales, durante el fin de semana habrían realizado 17.570 visitas con más de 20.000 efectivos sanitarios desplegados por los diferentes barrios. Además, ha puesto a disposición de los venezolanos una encuesta en internet para detectar casos sospechosos. La encuesta ya la habrían respondido más de diez millones de personas y gracias a eso se han detectado 21.801 casos sospechosos.
Ha dicho Maduro que gracias a todas estas medidas se ha reducido en un 3% el número de contagios en el país.
Sin embargo, según Juan Guaidó, el gobierno miente con las cifras. El reconocido como presidente encargado de Venezuela por más de 50 países, asegura que ya habría más de 200 casos confirmados en el país y que Maduro estaría ocultando la gravedad de la incidencia del coronavirus en Venezuela. Durante el fin de semana, Guaidó y su equipo repartieron más de 3.000 kits de protección a grupos de médicos y personal sanitario, aquejados por las malas condiciones en las que se ven obligados a trabajar y temerosos de contagiarse debido a que no cuentan con las barreras de protección individuales adecuadas para poder atender a los pacientes con COVID-19.
China, aliado del gobierno venezolano también ha enviado 4.000 kits de diagnóstico que según aseguró el Ministro de Comunicación chavista, Jorge Rodríguez, permitirán hacer 320.000 pruebas.Por el momento, Venezuela está tranquila en cuarentena. Los venezolanos se están tomando con tranquilidad y paciencia las medidas de prevención y durante todos estos días Caracas luce fantasmagórica. Solo permanecen abiertos y apenas unas pocas horas por la mañana, las farmacias y los negocios de alimentación.
El transporte público continúa funcionando, aunque el uso del metro se ha restringido a profesionales de la salud, periodistas o trabajadores del sector servicios, algo que se cumple solo en ocasiones. La frecuencia del paso de los trenes es muy baja por lo que las aglomeraciones en los vagones son inevitables y usualmente no se respeta la distancia de seguridad.
Pero a pesar de las carencias y de los corrillos de vecinos y amigos que todavía es habitual ver para pasar las horas muertas en las plazas de los barrios populares, se puede decir que el venezolano está respetando la cuarentena.
“Nos lo estamos tomando con mucha soda (expresión venezolana para indicar que se lo están tomando con mucha calma) porque no nos queda de otra. Aquí nadie quiere enfermarse, y además ya estamos acostumbrados a vivir situaciones de emergencia: apagones, golpes de Estado, crisis económica, hambre, desabastecimiento. El virus no nos va a matar”, cuenta Laura, una señora de unos 55 años sentada en la Plaza del Venezolano con unas amigas.
Esa plaza, en pleno corazón de Caracas, es famosa porque es un lugar de encuentro de la gente mayor para bailar salsa todos los días al caer la tarde. Los viejitos se juntan, se ríen y bailan con unos y otros durante horas. Hasta que se hace de noche y hay que irse de ahí porque el centro de Caracas muere cuando muere el sol y se convierte en un lugar peligroso.
Muy cerca de allí, otro grupo de vecinos se organiza para superar al coronavirus al margen de los políticos. Donde no llega el gobierno, llegan ellos y sus ganas de no depender de nada ni nadie, pero con una sonrisa en la cara como solo los venezolanos saben sostener en cualquier situación.
En ese vecindario, la señora Josefina cocina almuerzo cada día en su casa para 80 personas sin recursos que gracias a ella tienen algo que echarse a la boca. Y Mayra y sus amigas hacen 100 mascarillas de tela al día que reparten gratis entre la comunidad. Cosen respetando la distancia social entre ellas y hablan con su tapabocas de colores puesto. Se ven las risas solamente en los ojos. Suficiente.